Se trata de un texto propuesto por una coalición de países africanos, Rusia y China con el apoyo de un buen número de ONG profamilia. Sus mayores detractores, Estados Unidos, Reino Unido, Irlanda y otros países ‘desarrollados’ que trataron hasta el último momento de incluir en el texto expresiones como ‘salud sexual y reproductiva’ -eufemismo empleado para referirse al aborto- o ‘familias’ en lugar de familia –para incluir a todo tipo de uniones sentimentales y no solo al matrimonio tradicional-. Cuando vieron que era imposible, decidieron votar en contra. Se abstuvieron cuatro países de los 47 que actualmente tienen representación en el Consejo: Brasil, México, Argentina y Macedonia. “Probablemente, forzados por los países desarrollados. Han ejercido mucha presión a estos países para frenar la resolución o intentar cambiarla, incluso amenazando con retirar la ayuda internacional”, señala Slater, que aplaude la valentía de los países que, a pesar de las presiones, han votado a favor del texto.
Pero, ¿qué tiene esta resolución que tanto asusta a algunos? En realidad, una petición muy sencilla, pero quizá demasiado clara para el lenguaje de la corrección política que impera en la ONU: el texto reclama el reconocimiento de la familia como núcleo fundamental de la sociedad -el lugar donde los niños crecen y son educados- y, por tanto merecedora de una protección especial por parte del Estado. “La familia tiene la responsabilidad principal de educar y cuidar a sus hijos y esos hijos, para un completo y armonioso desarrollo de su personalidad, deben crecer en un ambiente familiar, en una atmósfera de amor, felicidad y entendimiento”. La resolución, de cinco páginas de extensión, apela a la responsabilidad estatal para proteger al “núcleo fundamental y natural de la sociedad”. También recuerda que la familia es “fuente de cohesión social, integración, solidaridad intergeneracional y el mejor escenario para preservar la identidad cultural y los valores y tradiciones sociales”.
Y, en un sencillo pero importantísimo párrafo, reconoce el derecho de los niños a recibir una educación que potencie sus habilidades y talentos, y que le haga crecer en el respeto a los derechos humanos y reconoce también, y aquí viene lo más importante, el derecho de los padres a elegir la educación que desean para sus hijos, pensando siempre en el interés superior de los pequeños. Una afirmación que, de ponerse en marcha, borra de un plumazo las pretensiones de imponer, por vía estatal, una determinada educación alejada, en ocasiones, de los valores o creencias de los padres.
Austin Ruse defensor de los Derechos Humanos y representante de la Organización Centro de Familia publicó: “Sólo un pequeño número de países ha respaldado la agenda LGBT. Los Estados Unidos sin duda alguna estuvo a favor de esta sentencia en la reunión de las Naciones Unidas. El programa de apoyo a la comunidad LGBT es un objetivo primordial de la política exterior de EE.UU. Pero el mundo está con nosotros en esta resolución. Esto es un hecho sin precedentes y de una gran victoria para la familia”.