Por P.A. David Nesher
«También Yahvéh hablo a Moisés, diciendo: Toma a los levitas de entre los hijos de Israel, y haz expiación por ellos. Así harás expiación por ellos: Rocía sobre ellos el agua de la expiación, y haz pasar la navaja sobre todo su cuerpo, y lavarán sus vestidos, y serán purificados.»
(Números / BaMidbar 8: 1-5)
En en el rollo de Vayikrá, (llamado profanamente Levítico), nos encontramos con esta era la dedicación de los Levitas (capítulos 8 y 9). Allí estuvimos estudiando como dicho evento está lleno de códigos para entender la receta divina del entusiasmo. La Torah nos deja en claor que los sacerdotes tenían un servicio más espiritual, orientado específicamente a las esferas celestes y su interacción con lo humano y terrenal. Pero, para que dicha tarea fuera efectiva, sin estorbo alguno, era necesario dedicar a los levitas elevándolos hacía el Señor a fin de servir perfectamente las necesidades terrenales que se presentaran en el Mishkán y su dinámica sacerdotal. Con esta dedicación, nuestras mentes decodifican rápidamente la comprensión de que en la vida, incluso el servicio práctico, necesita un corazón de dedicación y consagración al Señor.
“Rocía sobre ellos el agua de la expiación», indicó el Eterno a Moisés. Con esta limpieza ceremonial se estaba representando la limpieza profética del pecado que realizaría el Mesías, en su obra redentora. Era parte del nuevo pacto descrito por el profeta Ezequiel:
«Esparciré sobre vosotros agua limpia, y seréis limpiados.»
(Ezequiel 36:25)
«Haz pasar la navaja sobre todo su cuerpo». Recordemos que este también era un mandato en la ceremonia para la purificación de un leproso (Levítico 14:9). La navaja representa la Torah que pasa por la carne o el yetser hará (tendencia al mal), y nos prepara parar poder servir al Eterno de manera eficaz.
Teniendo en cuenta esta ceremonia, la enseñanza apostólica fluirá asegurando su significado simbólico al escribir:
“Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que cualquier espada de dos filos…”
(Hebreos 4:12)
En su segunda epístola a Timoteo el apóstol Pablo, valorando el código escondido en esta ceremonia de dedicación levítica, escribió:
“Toda Escritura inspirada por Dios es útil para enseñar, para reprender, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, equipado para toda buena obra.”
(2 Timoteo 3:16-17)
La idea siempre fue bien clara en toda mente y corazón redimido: es necesario un nuevo inicio en la vida para que el Camino de propósito se manifieste. El ser humano necesita ser hecho como un bebe todo otra vez. Es decir, todo ser humano debe nacer de nuevo si quier ver y entrar en el Reino de Dios (Juan 3: 3-5).
Por ello, convendrá a nuestro corazón apreciar el obrar de la gracia divina en nuestra vida desde los inicios de nuestra propia historia de fe. Les pido a cada uno de ustedes, que valore el nuevo nacimiento que experimentaron en el Mesías y se dispongan una vez más a dejar que Su Santo Espíritu trabaje en ustedes contra el yetser hará (la carne y sus obras).
La Instrucción (Torah) del Eterno, puede penetrar hasta lo más íntimo de tu vida y encontrar allí las cosas malas que ni tú aún sabías que existían escondidas en tu inconsciente. Esta es la razón por la cual el apóstol Juan dice en su primera carta: «. . . mas si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesús, el Cristo su Hijo nos limpia de todo pecado.» (capítulo 1, versículo 7). Figurativamente hablando, necesitas pasar aquella navaja afilada sobre las distintas áreas de tu vida. ¿O es que crees no tener ninguna mancha? Tendrías pues, que asegurarte tener a mano esa navaja, es decir, que debes proponerte utilizar la Instrucción divina, considerándola en su porción (parashá) semanal. La Torah es Luz, pero también es una navaja cortante.
¿Has dejado HOY que la navaja pase sobre toda tu carne?
¡MEDITA EN LA TORAH DE DÍA Y DE NOCHE Y PALPARÁS LAS BIENAVENTURANZAS!