Declina la influencia de Occidente
Aunque resulta tentador aceptar la comparación entre la rebelión árabe y la caída de la URSS en 1989, hay matices importantes.
“El mundo árabe está en llamas”, informó Al Jazeera el 27 de enero, mientras los aliados de Washington pierden rápidamente influencia en toda la región.
La onda de choque fue puesta en movimiento por el dramático levantamiento en Túnez que derrocó a un dictador apoyado por Occidente, con reverberaciones sobre todo en Egipto, donde los manifestantes avasallaron a la policía de un dictador brutal.
Algunos observadores compararon los sucesos con el derrumbe de los dominios rusos en 1989, pero hay importantes diferencias.
Algo crucial es que no existe un Mijail Gorbachov entre las grandes potencias que apoyan a los dictadores árabes. Más bien, Washington y sus aliados mantienen el principio bien establecido de que la democracia es aceptable sólo en la medida en que se conforme a objetivos estratégicos y económicos: magnífica en territorio enemigo (hasta cierto punto), pero no en nuestro patio trasero, a menos que, por favor, se pueda domesticar de forma apropiada.
Una comparación con 1989 tiene cierta validez: Rumania, donde Washington mantuvo su apoyo a Nicolae Ceausescu, el más despiadado de los dictadores europeos, hasta que la alianza se volvió insostenible. Luego Washington encomió su derrocamiento cuando se borró el pasado.
Es una pauta típica: Ferdinando Marcos, Jean-Claude Duvalier, Chun Doo Hwan, Suharto y muchos otros gánsteres útiles. Puede estar en marcha en el caso de Hosni Mubarak, junto con esfuerzos de rutina para asegurarse de que el régimen sucesor no se desviará mucho de la senda aprobada.
La esperanza actual parece residir en el general Omar Suleiman, leal a Mubarak y recién nombrado vicepresidente de Egipto. Suleiman, quien durante mucho tiempo encabezó los servicios de inteligencia, es despreciado por el pueblo rebelde casi tanto como el propio dictador.
Un refrán común entre los eruditos es que el temor al Islam radical requiere una oposición (renuente) a la democracia sobre terrenos pragmáticos. Si bien no carece de méritos, la formulación induce a error. La amenaza general siempre ha sido la independencia. En el mundo árabe, Estados Unidos y sus aliados han apoyado con regularidad a los islamistas radicales, a veces para prevenir la amenaza de un nacionalismo secular.
Un ejemplo conocido es Arabia Saudí, centro ideológico del Islam radical (y del terrorismo islámico). Otro en una larga lista es Zia ul-Haq, favorito del ex presidente Ronald Reagan y el más brutal de los dictadores paquistaníes, quien llevó a cabo un programa de islamización radical (con financiamiento saudí).
El argumento tradicional que se esgrime dentro y fuera del mundo árabe es que no pasa nada, todo está bajo control, señala Marwan Muasher, ex funcionario jordano y actual director de investigación sobre Medio Oriente de la Fundación Carnegie. Con esa línea de pensamiento, las fuerzas consolidadas arguyen que los opositores y forasteros que demandan reformas exageran las condiciones en el terreno.
Por tanto, el pueblo sale sobrando. La doctrina se remonta muy atrás y se generaliza en el mundo entero, incluido el territorio nacional estadounidense. En caso de perturbación pueden ser necesarios cambios de táctica, pero siempre con la vista en recuperar el control.
El vibrante movimiento democrático de Túnez se dirigió contra un Estado policial con poca libertad de expresión o asociación y graves problemas de derechos humanos, encabezado por un dictador cuya familia era odiada por su venalidad. Tal fue la evaluación del embajador estadunidense Robert Godec en un cable de julio de 2009, filtrado por Wikileaks.
Por tanto, para algunos observadores los “documentos (de Wikileaks) deben crear un cómodo sentimiento entre el público estadunidense de que los funcionarios no están dormidos en el puesto”, es decir, que los cables apuntalan de tal manera las políticas estadunidenses, que es casi como si Obama mismo los estuviera filtrando (o eso escribe Jacob Heilbrunn en The National Interest.)
Estados Unidos debe dar una medalla a Assange, señala un encabezado del Financial Times. El jefe de analistas de política exterior, Gideon Rachman, escribe que la política exterior estadunidense se traza de forma ética, inteligente y pragmática y que la postura adoptada en público por Estados Unidos sobre un tema dado es por lo regular también la postura mantenida en privado.
Según este punto de vista, Wikileaks socava a los teóricos de la conspiración que cuestionan los nobles motivos que Washington proclama con regularidad.
El cable de Godec apoya estos juicios, por lo menos si no miramos más allá. Si lo hacemos, como reporta el analista político Stephen Zunes en Foreign Policy in Focus, descubrimos que, con la información de Godec en mano, Washington proporcionó 12 millones de dólares en ayuda militar a Túnez. En realidad, Túnez fue uno de sólo cinco beneficiarios extranjeros: Israel (de rutina); Egipto y Jordania, dictaduras de Medio Oriente, y Colombia, que desde hace tiempo tiene el peor historial de derechos humanos y recibe la mayor ayuda militar estadunidense en el hemisferio.
La prueba A de Heilbrunn es el apoyo árabe a las políticas estadounidenses dirigidas contra Irán, según se revela en los cables filtrados. Rachman también se sirve de este ejemplo, como hicieron los medios en general, para elogiar estas alentadoras revelaciones. Las reacciones ilustran cuán profundo es el desprecio por la democracia entre ciertas mentes cultivadas.
Lo que no se menciona es lo que piensa la población… lo cual se descubre con facilidad. Según encuestas dadas a conocer en agosto pasado por la Institución Brookings, algunos árabes están de acuerdo con Washington y con los comentaristas occidentales en que Irán es una amenaza: 10 por ciento. En contraste, consideran que Estados Unidos e Israel son las mayores amenazas (77 y 88 por ciento, respectivamente).
La opinión árabe es tan hostil a las políticas de Washington que una mayoría (57 por ciento) piensa que la seguridad regional mejoraría si Irán tuviera armas nucleares. Aun así, no pasa nada, todo está bajo control (como Marwan Muasher describe la fantasía prevaleciente). Los dictadores nos apoyan; podemos olvidarnos de sus súbditos… a menos que rompan sus cadenas, en cuyo caso hay que ajustar la política.
Otras filtraciones parecen dar sustento también a los juicios entusiastas sobre la nobleza de Washington. En julio de 2009 Hugo Llorens, embajador de Estados Unidos en Honduras, informó a Washington sobre una investigación de la embajada relativa a “aspectos legales y constitucionales en torno a la remoción forzada del presidente Manuel Mel Zelaya el 28 de junio”.
La embajada concluyó que no hay duda de que los militares, la Suprema Corte y el Congreso Nacional conspiraron el 28 de junio en lo que representó un golpe ilegal y anticonstitucional contra el Poder Ejecutivo. Muy admirable, excepto que el presidente Obama procedió a romper con casi toda América Latina y Europa al apoyar al régimen golpista y dispensar las atrocidades posteriores.
Quizá las revelaciones más sorprendentes de Wikileaks tienen que ver con Pakistán, revisadas por el analista en política exterior Fred Branfman en Truthdig.
Los cables revelan que la embajada estadounidense está bien consciente de que la guerra de Washington en Afganistán y Pakistán no sólo intensifica el rampante sentimiento antiestadounidense, sino que también crea el riesgo de desestabilizar el Estado paquistaní e incluso plantea la amenaza de la pesadilla final: las armas nucleares podrían caer en manos de terroristas islámicos.
Una vez más, las revelaciones deben crear un sentimiento tranquilizador de que los funcionarios no están dormidos en el puesto (en palabras de Heilbrun), en tanto Washington marcha inexorablemente hacia el desastre.
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* El libro más reciente de Noam Chomsky, en coautoría con Ilan Pappe, es Gaza en crisis. Chomsky es profesor emérito de lingüística y filosofía en el Instituto Tecnológico de Massachusetts, en Cambridge, Mass.
© 2011 Noam Chomsky, distribuido por The New York Times Syndicate
Traducción: Jorge Anaya
Fuente: La Jornada