«Entonces dijo Dios:
Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y que señoree en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra, y en todo animal que se arrastra sobre la tierra.
Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó.
Y los bendijo Dios, y les dijo:
Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra.»
(Génesis 1: 26)
Si meditamos en este diálogo interno de la Divinidad, entendemos que, de acuerdo al diseño original, todo ser humano ha sido colocado como representante de Dios (Elohim) sobre los órdenes de los seres inferiores. Éstos últimos no pueden comprender ni reconocer la soberanía del Eterno; sin embargo, fueron creados con la capacidad instintiva de ver la Gloria divina a través del ser humano posicionado mesiánicamente. Desde aquí cada uno de estos animales está apto para amar y servir al hombre que en propósito cumple la misión de promoverlos como criaturas, garantizándoles las mejores condiciones de vida.
Pero, para que este diseño divino del ser humano sea manifestado a la perfección en las áreas materiales de la animalidad, nos urge comprender la enseñanza de este pasaje desde los códigos hebreos en que vibran sus palabras.
Al leer este versículo del primer capítulo de las Sagradas Escrituras notamos que al terminar de hacer al ser humano (adam) el Todopoderoso dijo:
«…y que señoree en los peces del mar …»
Dicho imperativo surgirá de traducir la siguiente expresión hebrea: «veyirdu bidegat hayam«. Interesante resultará para la edificación de nuestra alma, entender que el verbo hebreo veYirdu usado aquí connota dos implicaciones para la vida humana. Por un lado, significa dominio (ridui), pero por otro lado puede significar descenso (yrida). Por lo tanto, el peso de la revelación divina es muy grande y necesitamos reflexionarla profundamente. El Eterno está señalando que si el hombre (varón o mujer) es obediente a la Instrucción (Torah) será digno de dominar toda fiera salvaje y a los animales domésticos; pero si no escucha la Torah, se convierte en un ser indigno del propósito por lo que descenderá más bajo que todo animal existente y entonces las fieras lo dominarán.
La conclusión es que de acuerdo a su actitud ante el propósito eterno de YHVH el hombre puede ser un co-regente regio con Dios sobre toda bestia existente, o descender al estrato infrahumano en el que se degrada a los estándares bestiales, y se someterse así a las leyes naturales de la selva: sobrevivir. Esta última y enajenada condición es la que alcanza el alma humana cuando se hace sensorial a causa de la desobediencia. Es lo que el libro de Bereshit llama “hombre polvo” (Génesis 3: 19) y el apóstol Pablo llamará hombre natural que no acepta las cosas del Espíritu de Yahvéh, porque para él son necedad; y no las puede entender, porque se disciernen espiritualmente (1 Corintios 2:14).
Esta condición de «animalidad» de la humanidad la conduce a ser controlada por la enseñanza de la serpiente que conduce un sistema de cosas basado en el poder del temor. Por esto, es mi costumbre designar a esta mentalidad y sistema de vida con el término de reptiliano. En dicho estado la humanidad no vive, sino que sobrevive, ya que toda acción que realiza es en pro del instinto destructivo del ser humano, que busca soluciones urgentes desde el placer inmediato sin pensar en las consecuencias para su destino y generaciones.