“Entonces se dijeron unos a otros:
«Venid, hagamos ladrillos, y cozámoslos al fuego».
Y se sirvieron de ladrillos en lugar de piedras, y de betún en vez de argamasa; y dijeron:
«Vamos a edificar una ciudad y una torre, cuya cumbre llegue hasta el cielo; y hagamos célebre nuestro nombre antes de esparcirnos por toda la faz de la tierra”.
(Génesis 11: 3-4)
En este relato divino de la historia primigenia se nos revela un ser humano que, consciente de sus nuevas habilidades, se envanece y se prepara para glorificarse a sí mismo mediante el esfuerzo colectivo. Para dejar testimonio a las generaciones venideras, esta humanidad decide construir un monumento para sí. Por ello, vemos que los elementos de la historia son atemporales y característico del espíritu del sistema de cosas reptiliano que las primeras comunidades de discípulos de Yeshúa sabían que había que evitar (1 Juan 2:15-17).
Alrededor del año 3.000 a.C., Nimrod, coronado como el primer rey emperador, fundó la ciudad de Babel, desde donde comenzó a gobernar la tierra en abierto desafío al Eterno Dios.
Nimrod era hijo de Kus, nieto de Cam y bisnieto de Noé y pasó a la historia como un célebre cazador, gran guerrero y despótico opresor, que se opuso a Yahvéh (Génesis 10: 8-11).
Según la tradición histórica, Nimrod hizo la guerra a la descendencia de Jafet, la esclavizó y le arrebató todas sus tierras. Y desafiando con soberbia a Yahvéh, nuestro Dios, ordenó construir una gran torre con el propósito de alcanzar el Cielo e invadir la propia morada del Creador. Su intención era robarle al Eterno los lineamientos y las pautas del diseño de Su Proyecto Mesiánico y el Plan de Salvación que en él se escondía.
Es evidente que Nimrod pretendía llegar hasta la mismísima residencia de Dios, desplazar su autoridad y lanzarse a la conquista del mundo aduciendo ser la «simiente de la mujer«, o sea el Mesías prometido en Edén (Génesis 3; 15).
La gran torre pensada por Nimrod dominaría la ciudad, tanto arquitectónica como culturalmente. Serviría como centro de la vida política y religiosa de la población, y sería un símbolo de su unidad y poder.
Y así fue que comenzaron los babilonios la colosal edificación, levantando una torre como jamás había visto el hombre. La torre de Babel fue un gran logro humano, una maravilla del mundo post-diluviano.; pero era un monumento dedicado a la gente mismo y no al verdadero Dios. Por ello, hoy es el símbolo más puro del sistema de gobierno antagónico que el mundo escogió desde el principio. Este sistema de gobierno excluye siempre al Creador Eterno, procurando la constante rebelión del ser humano, que conduce a colocar todo lo que el hombre hace por encima de todo. Este es el inicio del humanismo. Todo el conocimiento cainita (simiente de la serpiente) resucitó aquí, pero esta vez organizado en un sistema totalmente anti-Cristo, que ni el mismo Dios podría derrocar si se le permitía continuar (Génesis 11: 6).
El humanismo se inicia con la humanidad poniéndose en el lugar del Señor, y eliminándolo a Él del centro de nuestras vidas. Los humanistas no creen en Dios; por el contrario, ellos se convierten en un dios para sí mismos. Ellos sostienen que todo el mundo tiene el derecho a determinar su propio destino. Ellos creen en la ética situacional y no tienen ningún concepto de autoridad absoluta. Su deseo es forzar al Eterno a plegarse a su voluntad. Las Sagradas Escrituras revelan que las personas que piensan así son sabios a sus propios ojos e inteligentes a su propia vista (Isaías 5:21). Por eso, sin duda alguna, el proyecto de Nimrod era un desafío a la soberanía del Eterno y a Su propósito mesiánico para con la humanidad.
El texto relata que el Altísimo supo acerca del desafío que se le hacía y decidió bajar a la Tierra para castigar tanta insolencia.
“ Y descendió el Señor a ver la ciudad y la torre que edificaban los hijos de Adán, y dijo. ‘He aquí, el pueblo es uno solo, y todos tienen un mismo lenguaje; y han empezado esta fábrica, y no desistirán de sus ideas, hasta llevarlas a cabo. Ahora, pues, descendamos y confundamos allí mismo su lengua, de manera que el uno no entienda el habla del otro.”
(Génesis 11: 6-7)
Cayó la ira de Dios sobre Babel y se desplomó la gran torre provocando indescriptible espanto. Y ocurrió que la gente, dejó de entenderse y se dispersó por todas las regiones llena de espanto y temor.
Por esto es que conviene saber que el nombre hebreo de Babilonia es Babel, que significa «la puerta de Dios». Pero, es interesante decir, que a su vez, la palabra Babel se deriva de la raíz hebrea balal, que significa «trastornado» o «confundido». Por ello, Babel significaría “puerta en donde Dios trastorna y confunde”. La mayoría de los especialistas vincula a esta ciudad con Babilonia, la cual se convirtió finalmente en sinónimo de la última ciudad malvada que persiguió al pueblo de YHVH.
Esto fue, por supuesto, un acto de rebelión contra Dios en oposición con Su pacto con Noé (9:1 y 7).
Este logro humano orgulloso era nada más que un retorno al esfuerzo de Adán y Eva de ser como Dios a su manera tal y como la serpiente les dijo (Génesis 3:5). Todas este conjunto de naciones, bajo la guía de Nimrod, en el orgullo de sus corazones, querían decir: «Yo soy un dios» (Ezequiel 28:2). Y al hacerlo ellos estarían emulando al padre de mentira, el diablo. De este modo el hombre rebelde emerge en forma independiente de la voluntad divina, declarándose por sí mismo capacitado para transforma todo (Mesías) sin necesidad de comulgar con el Eterno, su Fuente de propósito. Nimrod, y todos sus súbditos, querían ser autónomos y apropiarse del poder divino para gobernar sin el menor vestigio del reinado de Yahvéh. Querían trascender sus limitaciones humanas sin la Instrucción (Torah) del Eterno. Así es como nuevamente se manifestó la apostasía, trayendo nuevamente al hombre de pecado como un anti-diseño del propósito del Señor. Así será descrito, en el siglo I, por el apóstol Pablo este tipo de espíritu anti-Cristo:
«Éste se opone y se levanta contra todo lo que lleva el nombre de Dios o es objeto de adoración, hasta el punto de adueñarse del templo del Señor y pretender ser Dios.»
(2 Tesalonicenses 2:4)
Por eso es que el objetivo de Nimrod fue frustrado por el mismo Yahvéh, y todos aquellos seres humanos fueron obligados por el Eterno a dispersarse por toda la faz de la tierra (11: 4). Este fue el método que el Señor usó para dispersar a los seres humanos de manera que el reino que hombre reptiliano (simiente de la serpiente) estaba creando nunca excluyera la manifestación del Reino de Dios.
Al leer este relato notamos que la Torre de Babel no era un monumento al único y verdadero Dios, sino a la humanidad orgullosa de su fuerza política. Revela la arrogante actitud del hombre, desafiante, rebelde contra YHVH. Y porque querían excluir a Dios, notamos que Su Nombre está apropiadamente ausente de esta sección. La expresión «hagámonos un nombre» (en hebreo Shem), habla de hacer una falsa imagen de Sem, en quien se concentraba las promesas de la bendición mesiánica (simiente de la mujer). Es decir que con esta palabra Nimrod y sus súbditos expresaron el deseo de establecer por ellos mismos un anti-Mesías de poder mundano que dirigiera los designios del destino planetario. La expresión refuerza la pretensión humana, su apetito de gloria, y su rebeldía contra el Eterno. Anhelaban fama, sin darle la gloria al Nombre del Señor. Esto se refuerza cuando consideramos detenidamente las palabras del Eterno sobre dicho intento
«… y se dijo: «Todos forman un solo pueblo y hablan un solo idioma; esto es sólo el comienzo de sus obras, y todo lo que se propongan lo podrán lograr.»
(leer nuevamente verso 6)
Con estas palabras el Eterno reveló que la construcción del sistema de Babel era únicamente el inicio de un camino mayor de rebelión jamás visto en la historia humana, incluso hasta nuestros días. La reunión de todas la fuerzas materiales en un centro común hubiera conducido al despotismo universal y al desarrollo pleno de lo que, como anticristo, se reserva para el juicio de los últimos días.
Este proyecto reptiliano, hoy llamado «Babilonia la Grande» (Apocalipsis 17:5), es una civilización apoyada sólo en la autonomía y recursos humanos que rehúsa al Creador y Su Instrucción (Torah) y pierde por lo tanto la capacidad de oír al Eterno. Es una sociedad totalmente secular y, reitero, humanista, de cualquier lugar y cualquier época, que ubica al hombre en el centro del universo y lo erige como un dios. Se constituye por tanto en la civilización desafiante del propósito eterno de Dios y enemiga de la manifestación de Yeshúa, el Mesías (Hechos 4: 25-27). Por eso, en la Venida del Señor, esta civilización anti-Dios será finalmente enjuiciada y destruida (Ap. 18).
Por lo tanto, la Babel de la Tierra se contrapone a la Jerusalén celestial; la ciudad del hombre se opuso a la ciudad de Dios.
Volviendo a releer el relato, diré que frente a esta actitud desafiante, el Eterno responde con justicia, pero usando la misericordia en fidelidad a Su naturaleza amorosa y a Su promesa de no destruir totalmente a la humanidad.
En primer lugar, el Eterno reconoce que el proyecto humano se debe a la unidad y al poder del acuerdo mutuo de desafío.
En segundo lugar, el Eterno, en su divinidad plena, decide truncar el proyecto que alejaría a la humanidad del propósito divino y causaría su autodestrucción. Dos acciones divinas logran este doble cometido: confunde el lenguaje que los hombres dominaban (el lenguaje del Uno) y los dispersa sobre la faz de la Tierra.
Diré aquí, que la confusión del lenguaje no es tan sólo la diversidad de idiomas que crea barreras a las naciones, sino más bien la diversidad de intereses y ambiciones que mantiene a las naciones desunidas y en constante conflictos y guerras.
Si ahora reflexionáramos rápidamente en la Historia Universal de la humanidad, notaremos que a través de las distintas épocas, grupos de naciones por decisión voluntaria o por imposiciones, con fundamentos políticos o religiosos, se han unido, se han engrandecido y han creado civilizaciones imperialistas que rechazan al Eterno y Su Instrucción, tal y como fue en Babel. Las mismas, volviéndose idólatras, rechazan y violan el propósito eterno de Dios para la humanidad. Las violaciones más comunes son las de opresión política y social, explotación comercial desequilibrada que enriquece a unos pocos, en la cima de la pirámide o torre, y empobrece a otros en su base. De ese modo aparecen sus expresiones más violentas, como la esclavitud, la depredación de recursos naturales, destrucciones de territorios, razas y culturas enteras, llegando finalmente al genocidio.
Por eso, hoy al estudiar este proyecto reptiliano llamado Babel o Babilonia, podemos rescatar dos principios importantes:
- Primero: el hombre no redimido continuamente rechaza al Eterno y Su Torah (Instrucción) creando una civilización anti-amor, totalmente inhumana y explotadora.
- Segundo: El Eterno no tolera dicho proyecto, llámense Imperios, Uniones de Repúblicas, o de Estados, Confederaciones, Ligas o Comunidades de naciones. Por eso siempre y cuando una civilización busca la unidad en arrogancia, cae bajo los juicios divinos y es totalmente desbaratada (Salmo 2: 1-5; Isaías 7; Romanos 2).
La ciudad primitiva, anti-Mesías, que no se llega a terminar, es hoy el símbolo de la inagotable y obsesionada búsqueda del hombre de la «religión perfecta», ecuménica o universal que permite un único gobierno y una sola economía mundial. Pero esto es una quimera, un imposible. Por más que nos empeñemos, ya nos advierte el Señor que no es ese Su camino y por esto el nombre de ella es Babel, que significa confusión espiritual para conocer a Dios. El mensaje está bien claro para todos los hombres. La verdadera unidad se basa únicamente en el Señor y en la vida espiritual que en Él hay y que fluye hacia los hombres por medio del Mesías y Su Yugo bendito.
«Hay un solo cuerpo y un solo Espíritu, así como también fueron llamados a una sola esperanza; un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo; un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos y por medio de todos y en todos«.
(Efesios 4:4-6)
Cuando cualquier ser humano se revela contra el Eterno, Él viene, como Señor, para ver lo que está ocurriendo y lo confunde. El Señor castigará la arrogancia y la desobediencia.
Todo queda bien claro: ¡La confusión es, y será, siempre el destino inevitable de todos los planes hechos por el hombre sin Dios!