El Señor le dijo a Abram:
«Deja tu tierra, tus parientes y la casa de tu padre, y vete a la tierra que te mostraré.
»Haré de ti una nación grande,
y te bendeciré;
haré famoso tu nombre,
y serás una bendición.
Bendeciré a los que te bendigan
y maldeciré a los que te maldigan;
¡por medio de ti serán bendecidas
todas las familias de la tierra!»Abram partió, tal como el Señor se lo había ordenado, y Lot se fue con él.
Abram tenía setenta y cinco años cuando salió de Jarán.
(Génesis 12: 1-4)
INTRODUCCIÓN:
Al introducirnos en la vida del Abraham, encontramos los inicios del nuevo trato mesiánico del Eterno con la historia humana. Descubrimos que nuestro Dios tratará a este patriarca únicamente en el marco de su Gracia. La presencia divina en la vida de Abraham no basará su manifestación en alguna cualidad meritoria que Abraham pudiera poseer; por el contrario todo proceder del Eterno se sustentará en la elección soberana que simplemente señala a un hombre para bendecir a la humanidad sin que este tenga que hacer otra cosa que ejercer su fe, es decir, creerle a Dios para gozar de Su justicia.
Al ir al capítulo doce del Bereshit nos encontramos con el llamamiento de Abram. Dicho llamado esconderá la Intención del propósito eterno de Dios para redimir y salvar a la humanidad por medio de Su Código Sagrado: «la simiente de la mujer«, es decir el Mesías (Génesis 3: 15). Por medio de este llamado el Eterno se proponía tener a un hombre primogénito que lo conociera y le sirviera con fe. En el diseño divino estaba claro que de ese hombre saldría una familia que conocería y serviría con devoción a Su Nombre: Yahvéh. De esa familia saldría una nación escogida, compuestas de personas que se separarían de los malos caminos y de la inmoralidad fundamentada en Babel para ser canales de la bendición divina. De esta nación finalmente saldría Yeshúa, el Mesías salvador del mundo.
En el llamamiento de Abraham se esconden principios celestiales muy importantes que permiten a los escogidos descubrir los basamentos del supremo llamamiento de Dios en Jesús, el Cristo:
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EL LLAMAMIENTO DE ABRAHAM IMPLICABA EL PRINCIPIO DE “SEPARACIÓN” (Génesis 12:1)
Harán (en hebreo Jarán) significa «lugar seco» o «carretera desértica«, y justamente era una población totalmente infértil para el propósito eterno de Dios. Lo inmoral y las aberraciones de la idolatría llenaban las conciencias de sus habitantes. Sus prácticas cotidianas fluían de las inmoralidades generadas del la religión astrológica de Babel. Estaba claro que mientras permaneciere en ese lugar Abram no podría avanzar en su vida espiritual y así manifestar la imagen divina de su esencia en la plenitud de Su semejanza mesiánica.
Después de cinco años en Harán el Señor le recuerda a Abram lo que originalmente le había dicho en su ciudad natal: Ur, de la tierra de los caldeos: «deja tu tierra, tus parientes y la casa de tu padre, y vete a la tierra que te mostraré » (Génesis 12:1 y Hechos 7:3).
Convengamos que es difícil dejar el propio país donde uno tiene todas sus relaciones. Es muy complicado para el alma humana salir de su pueblo, y todavía más, salir de la casa del padre de uno. Pero eso es lo que le pidió el Señor a Abram.
A partir de estas palabras recordatorias del Eterno descubrimos un doble fracaso por parte de Abram.
Hay tres cosas que le fueron ordenadas por Dios.
En primer lugar, él tenía que dejar su tierra y a las personas que vivían allí. Con respecto al primer requisito Abram obedeció, pero en referencia a los dos últimos fracasó.
En segundo lugar, él tenía que separarse de su padre y de la casa de que él había forjado. Pero en lugar de dejar a su padre y a su familia, se llevó a Taré y su sobrino Lot con él. En esto no fue obediente. Taré significa «retardo» o «el que retrasa o demora»; y justamente el Eterno le reprocha a Abram que estaba atascado en Harán por causa de los paradigmas que había recibido de su padre.
¿Por qué Yahvéh le pide a Abram que se separe de su padre y de la casa de su padre? Esto parecería una propuesta de insensibilidad y deshonra a la paternidad por parte del Eterno. Bien, el libro de Josué nos da la respuesta:
«Hace mucho tiempo, sus antepasados, Téraj y sus hijos Abraham y Najor, vivían más allá del río Éufrates y adoraban a otros dioses»
(Josué 24:3b).
Como vemos en este versíuclo, Téraj era un idólatra que adoraba al dios de la luna, Sin. Y es que tanto Harán como Ur de los caldeos eran centros de adoración a la luna. Solamente basta observar los nombres de la familia de Téraj y descubriremos en ellos la influencia de la adoración al dios luna. Veamos los ejemplos: el nombre Sarai viene de la palabra sharratu, y significa reina. Bien, esta fue la expresión acadia con la que se invocaba a Ningal, la esposa del dios de la luna llamado Sin. El caso del nombre Milcá, la sobrina de Abraham, proviene del nombre acadio milkatu, y significa princesa con consejos divinos. Sonará a muchos lectores como un nombre muy bonito, pero es necesario entender que el mismo, en las religiones de misterio babilónico, era el título de la diosa Ishtar, la reina del cielo (título de la serpiente antigua) y esta divinidad era la hija del dios de la luna, Sin. Labán significa blanco y se usaba como una forma poética para invocar a Sin durante la luna llena. Por medio de este pequeño análisis del significado de estos diversos nombres como Sarai, Milca y Labán nos damos cuenta que todos muestran la influencia de la adoración del dios de la luna Sin, reafirmando lo que Josué relata en su discurso: Teraj era un idólatra, y toda forma de idolatría obstaculiza el peregrinar del alma hacia las dimensiones celestiales de la semejanza mesiánica que el Eterno anhela que los hombre alcancen por la fe y obediencia a Su Palabra.
El significado del nombre Lot es «el que se envuelve en lo oculto«, «el que guarda secretos«, o «el que hace patinar«. Lot es el tipo del creyente de mente mundana, en su significado encontramos características que llevadas a lo espiritual manifiestan la naturaleza psíquica de alguien que dice conocer a Dios, pero que, con sus acciones, muestra que su prioridad no es Dios. Habla del creyente religioso que se siente cubierto, asegurado, respaldado por alguien más delante de Dios. Aquel creyente que cree que por estar apegado a un líder de fe, estará seguro y bien delante del Eterno.
Ese tipo de actitudes conducen siempre a una doble vida, pues actúa en secreto, en lo recóndito (muy escondido y oculto), en su naturaleza está latente la mundanalidad, envolviéndose en prácticas ocultas (no confundir con ocultismo), sino en amistad con las tinieblas, por ejercer una fe fundada en el pensamiento mágico.
El escritor de la epístola a los Hebreos nos dice:
«Por la fe Abraham, cuando fue llamado para ir a un lugar que más tarde recibiría como herencia, obedeció y salió sin saber a dónde iba.»
(Hebreos 11:8)
Es maravilloso descubrir que cuando llegamos al Nuevo Pacto, la Gracia divina no destaca la desobediencia de Abram en Jarán. Sino que por el contrario, lo que ella enfatiza es su entrada a la Tierra Prometida por la fe que le cree a Dios. Eso es lo que el Mesías hace para los que, como Abraham, creen en Él por la fe (Juan 5:24). Así mismo, Él hoy a cada uno de nosotros nos está afirmando: «Yo soy el que por amor a mí mismo borra tus transgresiones y no se acuerda más de tus pecados» (Isaías 43:25).
Por la fe se radicó como extranjero en la tierra prometida, y habitó en tiendas de campaña con Isaac y Jacob, herederos también de la misma promesa (Hebreos 11:9). Notamos en las Sagradas Escrituras, que Najor, el hermano de Abraham, construyó una ciudad (24:10), pero nuestro padre Abraham hábito en tiendas de campaña, «… porque esperaba la ciudad de cimientos sólidos, de la cual Dios es arquitecto y constructor» (Hebreos 11:10). Él, por la fe, era consciente que este sistema de cosas reptiliano no era su casa; y así él vivió como extranjero y un extraño en el mundo (I Pedro 2:11). A pesar de que él era riquísimo (Génesis 13:2), se mantuvo apenas en contacto con las cosas de este mundo. Las únicas cosas que Abraham construyó con excelencia eran altares que proclamaban la adoración en Espíritu y en Verdad al único y verdadero Dios: YHVH (12:7-8, 13:18, 22:9).
Ante toda esta evidencia, no hay duda alguna, que en Abram, el Eterno estaba estableciendo el importante principio de separación que Él mismo ejerció en la restauración de la Creación que el escrito relata en el primer capítulo del Bereshit (Génesis). De este modo, el Señor se asegura de guardar en la conciencia del padre de la fe la idea de que su pueblo debe separarse de todo lo que sea un estorbo para el desarrollo de su vida espiritual.
El Eterno llegaría a todas las demás naciones de la tierra mediante el establecimiento de una reputación para Sí mismo a través de su pueblo escogido, Israel. Tendrían mandamientos especiales que viviendo con ellos los harían diferentes de todas las naciones vecinas. Su intención es que así serían diferentes, santos, apartados para la Gloria de Su Nombre, viviendo una vida santa, totalmente apartada para Él. Pero al igual que Israel, cuando vivimos como el resto de la vida del mundo, hacemos que otros tropiecen y arrastren el nombre de Dios por el barro. Tenemos la responsabilidad esencial para que los demás vean a Jesús el Cristo a través de nuestras vidas.
Como hijos de Dios debemos ser reflexivos en cuanto a aquellas cosas que lejos de impulsarnos en la vida espiritual nos detienen y tomar la decisión de soltarlas.
2. EL LLAMAMIENTO DE ABRAHAM IMPLICABA “UNA PROMESA” (v. 1-2)
Así pues el Señor le dijo a Abram: «Deja tu tierra, tus parientes y la casa de tu padre, y vete a la tierra que te mostraré« (12:1). Los mandatos del Señor son raramente acompañadas de razones, pero siempre van acompañados de promesas. Y este fue el caso de Abram.
La promesa era: “… te mostraré…”. Con ella el Eterno implantaba la certeza en el alma del llamado, y su descendencia, de que Él nunca abandona a sus elegidos dejándolos perdido en su peregrinación terrenal. Él siempre les proveerá Instrucción (Torah) como hoja de ruta, por medio de la que pautará los lineamientos del Camino que conduce a la contemplación de Su Majestuosa Paternidad.
Esta promesa implicaba también una obra exclusivamente divina: “… haré de ti…”. Asegurando el obrar soberano y glorioso del Eterno en la vida de aquellos que se rinden a Su voluntad buena, agradable y perfecta.
3. EL LLAMAMIENTO DE ABRAHAM IMPLICABA “BENDICIÓN”. (v. 2-3)
El Eterno nunca llama a alguien para que finalmente caiga en calamidades. Por el contrario, Yahvéh, nuestro Dios, tiene la Intención de conducir a su escogidos al éxito que permite alcanzar la calidad total de Su propósito. El Señor jamás elige para el fracaso.
La bendición sería primero para Abraham y para todas las naciones. El punto culminante es el siguiente:
«Y todos los pueblos de la tierra serán benditos en ti«
(Génesis 12:3 y Hechos 3:25).
Abraham sería un canal de bendición para todo el mundo. Esto se extenderá a los gentiles (Romanos 11:11-24). En efecto, la Escritura, habiendo previsto que Dios justificaría por la fe a las naciones, anunció de antemano el bendito evangelio a Abraham:
“Por medio de ti serán bendecidas todas las naciones”
(Gálatas 3:8)
Ellos son aquellos para los que Abraham será una bendición. Esta es la promesa que va más allá de Israel. Esto se reafirmó con todos los patriarcas, más tarde se reafirma a Abraham en 22:15 y 18, se reafirma a Isaac en 26:3-4, y a Jacob en 28:14. Esta bendición se lograría a través de la semilla de Abraham: el Mesías. Como los profetas señalaron, es a través de Él que los gentiles recibirán las bendiciones espirituales (Isaías 42:1 y 6, 49:5-6 y Amos 9:11).
Evidentemente el Eterno llama para bendecir a su escogidos y para que estos sean, en el Mesías, de bendición a millones.
CONCLUSIÓN:
Mientras vivía con su padre en Harán, Abraham recibió un mensaje del Señor, que lo llamaba a separarse de sus constelaciones familiares e ir a otro lugar. Se le prometió gracia divina, gran posteridad, y que se convirtiera en una bendición, para todas las familias de la tierra. Nuestro padre Abraham obedeció el llamado, y así se convirtió en un líder de esa innumerable compañía de creyentes que han visto una ciudad cuyo arquitecto y constructor es Dios (Génesis 12:1-4 Hebreos 11:8-10).
Estos cuatro versículos que encabezan nuestro estudio, revelan como se originó la amistad de Abraham con el Eterno. Este es su único título y a él se refieren como: el amigo del Señor. Tres veces aparece en las Sagradas Escrituras (2 Crónicas 20:7; Isaías 41:8 y Santiago 2:23). Él es el único que lo tiene y hasta la fecha los árabes, sus descendientes por el linaje de Ismael, lo llaman a Abraham El Khalil, el amigo de Dios. Yeshúa prometió a su discípulos que esa será la meta final de categorización celestial. Él los desafiaba: llamarlos amigos, sin hacían lo que Él les mandaba (Juan 15: 14-15)
¡Hoy, tú y yo podemos ser bendecidos por el Eterno si tan sólo obedecemos a su llamado para salvación y para servicio de todas las naciones. Por favor: ¡Búscalo con todo el corazón y serás bendecido y serás bendición!