Por Lic. Laura Arco
Maestra Apostólica
Coach del Reino
«¿Quién puede anunciar algo y hacerlo realidad sin que el Señor dé la orden?¿No es acaso por mandato del Altísimo que acontece lo bueno y lo malo?
¿Por qué habría de quejarse en vida quien es castigado por sus pecados?
Hagamos un examen de conciencia y volvamos al camino del Señor.
Elevemos al Dios de los cielos nuestro corazón y nuestras manos.
Hemos pecado, hemos sido rebeldes, y tú no has querido perdonarnos.»
Lamentaciones 3:37-42
Hace tiempo entendí que igual que el tabaco, el alcohol y el chisme, la queja también es un vicio (que los argentinos pueden llegar en convertir en deporte y hasta en arte).
Quien se dedica a ella se considera superior moral o intelectualmente a otros u otros, pues aquello de lo que se queja se debe a una incapacidad para hacer lo bueno y/o correcto. Si somos víctimas de alguna injusticia es a causa de la inmoralidad de alguien; si lo somos de alguna ineficacia es a causa de la torpeza o ignorancia (o de ambas) de alguien. Pero siempre, en cualquiera de los casos, nos consideramos víctimas y que nosotros podríamos hacerlo mejor.
Todos los humanos somos así, ¿acaso el mismo pueblo de Dios liberado de la esclavitud de Egipto no se quejaba de continuo? Pero los argentinos tenemos la cultura del tango incorporada: la vida es dura, injusta, nos trata mal y nos hace vivir con el ¡ay! en la boca.
Reconozco que yo misma suelo caer en esta trama, tal vez porque he sido entrenada para detectar el error (del otro). Más me hubiera gustado ser entrenada para ver los aciertos.
Si así actuamos en lo intrascendente también lo hacemos con lo trascendente. Si nos quejamos a Dios por lo que nos acontece, y de Él viene lo bueno y lo malo, ¿no le estamos diciendo que Él es moralmente malo o un incompetente?
“Alguien” está obrando en injusticia para que yo esté sufriendo tal situación. Sería bueno considerar que si Dios sólo tiene pensamientos de bienestar para conmigo (Jeremías 29:11) tal vez el injusto sea yo. Es hora de invertir la mirada, de redireccionarla: en lugar del ojo ajeno, miremos el propio (Lucas 6:41).
Nada ganamos con quejarnos, pues ella nos ofusca y obsesiona; nos impide abrirnos a considerar otros ángulos y lo peor los beneficios de las situaciones adversas.
Hagamos las cosas bien y no tendremos de qué quejarnos. Es mucha la tarea y no es fácil, pero es más que necesaria. Sino vivimos la gloria que creemos merecer es porque el Señor la retiene porque su bendición alcanza al contrito y humillado y rechaza al soberbio.
Dios Todopoderoso, nuestro Padre, no mira nacionalidad, y el pecado no discrimina raza o lengua. Seas o no argentino, esta palabra está en la Escritura y es para todos.
Hagamos ayuno de queja y arrepintámonos de nuestras rebeldías que son la causa de todos nuestros males.
Oración:
«Papá, te doy gracias por tu Palabra que alumbra mi camino para que yo pueda corregir mi rumbo. Extiende tu braza y quema mis labios para que sea santificada mi manera de hablar. Sea tu Espíritu Santo mi guía y compañero en esta expedición a mi interior hasta encontrar la raíz de mis males. Sé que amas y nunca me dejarás sola. Me humillo ante Ti y te pido perdón. Bendíceme con una nueva oportunidad. En el nombre de Jesús, el Cristo, nuestro Señor, te lo pido. Amén».
¡Qué difícil es! Pero se trata de una DISCIPLINA DIARIA,o más que diaria por minuto.
Gracias por mostrarnos la verdad que nos hace ser mayores en el reino.
Gracias Paula por este comentario y también gracias por tu participación en los "detalles de este blog"
¡Te bendigo!