Por P.A. David Nesher
» Toda persona dotada de talento natural [«sabio de corazón»] entre ustedes que vaya y haga todo lo que YHVH ha ordenado: El Tabernáculo, su Tienda y su Cubierta, sus ganchos y sus tablones, sus travesaños, sus pilares y sus zócalos [o bases].»
(Shemot/Éxodo 35:10-11)
En el propósito eterno de Dios, el Mishkán (Tabernáculo) será la antena cósmica para traer toda la Fuerza y Luz del Creador, y dejar así que se irradiara a todo el universo físico, para que este pudiera elevarse al dominio pleno de las esferas celestiales. Así, Israel unida al Mesías como cabeza, recibirían toda potestad.
Además, el Mishkán sería también el lugar para que la Shekináh (Presencia Divina) pueda residir en cada israelita, desde el mayor de los mayores hasta los menores de los menores, sin que nadie fuera afectado por la muerte propia de estar en la Presencia divina (cf. Shemot/Éxodo 33:10)
Por estas razones, la construcción de semejante nave cósmica debía ser realizada bajo la supervisión de almas humanas con característica espirituales muy elevadas.
¿Quiénes fueron ordenados a realizar todas estas tareas?
Interesante nos resultará la respuesta: los hombres que un año atrás estaban en condición de esclavos, utilizando paja y barro, para construir ladrillos, y para hacer todo tipo de trabajo del campo. Eran los súbditos más despreciables de un Imperio reptiliano encabezado por el Faraón. Entre ellos no había carpinteros ni orfebres. No había costureros ni joyeros. Tampoco curtidores de cueros ni bordadores. ¿De dónde podíamos sacar artesanos y especialistas en tantos tipos de actividades? La Torah contesta todas nuestras preguntas:
“…Y se acercó todo hombre que puso su corazón…”.
Entre ellos no había quién pudiera enseñarles un trabajo tan especial como lo que debían hacer, tampoco existían los artesanos o profesionales que sabían determinada tarea. Lo que sí encontramos en esa generación es esto:
“hombres que podían poner todo su corazón en el Camino de YHVH y que se presentaron ante Moshé diciendo:
«¡Yo haré todo lo que Mi Señor me diga!» …
Este tipo de corazón presentará entre sus actitudes positivas dos características fundamentales que garantizan la manifestación física de las bendiciones divinas: trabajar por la unidad para lograr reparar el entorno. Meditemos un poco más en esto:
Solícitos para trabajar por la Unidad.
El Eterno indica que la construcción debe ser desarrollada por Betzalel hijo de Uri hijo de Hur, de la tribu de Yehudá, que según la tradición histórica era un joven que contaba con apenas 13 años de edad, y que Aholiav de la tribu de Dan, (una de las tribus más pequeñas en la escala social puesto que él no procede de Rajel ni Leah), deberá unirse a él para apoyarlo en la Obra que Yahvéh había encomendado. [Si quieres conocer más sobre los códigos guemátricos del nombre Betzalel haz click aquí].
Estuve leyendo al Dr. Adolfo Roitman, de la Universidad Hebrea de Jerusalem, quien refiriéndose a este pasaje destaca:
«…El hecho de que los dos artesanos del Tabernáculo hayan sido miembros de las tribus de Judá (reino del sur), y Dan (reino del Norte), no puede ser ninguna causalidad. Probablemente se haya querido indicar con este dato tan sutil, que el primer Santuario de Israel había sido construido por toda la nación representada por sus respectivos artesanos, viendo así en la construcción misma del Santuario, la expresión más excelsa de la Unidad Nacional…»
[cita de la obra: “Del Tabernáculo al Templo”, pág 41].
Preparados para Rectificar.
Vemos en los pasukim (versículos) la orden de recolectar oro, plata y cobre de los israelitas para construir el Santuario. Estos pasukim nos conectan con un trabajo de preparación; preparamos nuestra corrección y la entregamos a un objetivo que nos trasciende. Los textos nos abren pórticos específicos para realizar cambios en nosotros, cambios en cada uno, cambios quizás pequeños, imperceptibles, pero que van en una dirección clara y segura: cambiar nuestra intención.
Corregirnos mediante un cambio en la intención, de «querer recibir» a «dar compasivamente». Este es el significado de estos poderosos códigos, y la base para la construcción de una vida diferente. Rabí Jaim Ben Atar nos dice:
“…Dios no necesita nuestros obsequios sino el deseo sincero del donante de elevarse y unirse a Él…”.