“Con todo eso, Yahvéh quiso
(Isaías 53:10)
quebrantarlo, sujetándole a padecimiento. Cuando haya puesto su vida en
expiación por el pecado, verá linaje, vivirá por largos días, y la voluntad de
Yahvéhserá en su mano prosperada”
La mención de la palabra expiación en las Sagradas Escrituras, apunta básicamente a la acción de cubrir el pecado limpiándolo y erradicándolo en su causa y efecto. Es eso lo que justamente está hizo y aún sigue realizando nuestro amado Mesías. Él extiende un manto de Justicia sobre nosotros para poder cubrir el pecado que nos impedía llegar a Dios.
Hoy nuestra certeza de lo que esperamos en Su Segunda Venida nos demanda detenernos y estudiar el significado de la palabra expiación, a fin de comprender por qué celebramos la festividad profética del Yom Kippur. Diré en primer lugar que expiación, o mejor expresado propiciación, en hebreo viene de la raíz Kaphar, que es definida por el diccionario hebreo como:
- cubrir,
- hacer reconciliación,
- reparar el daño,
- apaciguar,
- aplacar,
- perdonar,
- reconciliar.
El concepto de propiciación llevaba implícita la idea de aplacar la ira y ganar el favor de la divinidad. El mecanismo para alcanzar este objetivo radicaba en los dones presentados por el adorador, que era siempre estaba representado en el Sumo Sacerdote, el presentador del acto propiciador. Desde este movimiento de adoración surgía la expiación que presupone la actividad sacerdotal que borra una culpa (y sus miedos) a través de un sacrificio que logra la cobertura de la divinidad en reconciliación con el ser humano hasta hacerse los dos uno. Los invito a descubrir como el rey David usa este concepto cuando escribió los Salmos:
«Bienaventurado aquel cuya transgresión ha sido perdonada, y cubierto su pecado»
(Sal 32:1).
«Perdonaste la iniquidad de tu pueblo; Todos los pecados de ellos cubriste»
(Sal 85:2).
La idea que se encierra en esta palabra hebrea es reconciliar a los que antes eran enemigos. La palabra hace referencia a la sangre del sacrificio como paga por las transgresiones, las que separaban las dos partes que ahora son llamadas a ser reconciliadas. Por ello el apóstol Pablo, y desde esta mentalidad hebrea, escribía: «…siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su hijo…» (Ro. 5:10)
De esta manera, al celebrar Yom Kippur, quedaba claramente establecido en la mente de cada israelita que el sacrificio «elimina» la culpabilidad del pecado del hombre ante Yahvéh. Así, la eliminación definitiva de la causa y efecto del pecado realiza la reconciliación entre el hombre y el Eterno, fusionándolos en una entidad espiritual. Quizás esta es la razón por lo que los sacerdotes lo llamaron el «Día» o el «Gran Día«. Los eventos de ese Día de la Expiación contienen percepciones fenomenales dentro de las cosas que Yeshúa haría en su misión sacerdotal «…para expiar los pecados del pueblo» (He 2:17).
Nunca podremos comprender totalmente nuestra gran salvación hasta que nos familiaricemos íntimamente con los detalles relativos al «Día de la Expiación» (Yom Kippur).
Tiene bastante importancia destacar que la expiación difiere sensiblemente de la redención.
En el libro de Éxodo se yergue el gran tipo de la redención, y en Levítico el de la expiación. La verdad en ambos se centra en la muerte y resurrección de nuestro Señor Jesucristo. En la Antigua Alianza la redención fue la liberación de Israel del Faraón y de Egipto. En Su misericordia, Dios intervino para liberar al pueblo de la casa de servidumbre, y así como la Pascua (Pesaj) presentó su terreno justo en la sangre del cordero, así estaba allí la figura de la muerte y resurrección del Mesías en el paso del mar Rojo, o más bien de la muerte con Cristo, y por lo tanto de la fe viviendo para Dios. Pero esto no es tanto lo que se enseña en el libro de Levítico, sino más bien un sacrificio por el pecado glorificando perfectamente a Dios dentro del Lugar Santísimo, y un testimonio al pueblo afuera de que sus pecados fueron confesados y llevados lejos para no ser recordados nunca más por Él.
En un solo día cada año en Israel se hacía una obra sacrificial que tenía por objeto hacer aptos al pueblo y a los sacerdotes para sus respectivas medidas de acercamiento a Dios. Ahora era un asunto, no de enemigos, ni siquiera de Israel siendo liberado, sino de conciliar con la santidad y justicia de Dios a un pueblo culpable e inmundo.
¿Podía Él reconocer, en relación de vida, a un pueblo con pecados y rebeliones sobre ellos? ¿Estaban ellos completamente incapacitados a causa de estas inmundicias de venir o a estar en la presencia de Dios en la persona del sumo sacerdote?
La expiación responde a la necesidad de ellos y a Su gloria; porque en ella Yahvéh propuso para ese pueblo mientras estaba en el desierto, el lugar donde abunda la impureza y los hombres están siempre expuestos a ella. proporcionar un camino digno de Sí mismo y adecuado a ellos por el cual su representante podría acercarse a Él.
Yahvéh se propuso a Sí mismo darles un terreno de acceso a Su santuario, y esto de tal forma que no iba a haber ninguna disminución de Su carácter por una parte y, por otra parte, ninguna negación de la impureza de ellos, pero ambas cosas conocidas mucho mejor y sentidas más profundamente que antes. Sus males quedaban tan desnudos y exhibidos delante de Dios en ese gran día como nunca se había presenciado en otro día del año. Pero la misma institución que los exponía, también los cubría, juzgando, al mismo tiempo, y borrando su culpa, y esto, uno puede añadir, por medio del trato más severo por parte de Dios y la más solemne confesión de parte del hombre. No obstante, ese juicio no caía en el culpable sino en un sacrificio designado por el Eterno.
Lo que vemos en el capítulo 16 de Levítico, por supuesto, no es sino una figura; pero la figura de una más bendita y eficaz realidad, del mayor interés para nosotros a quienes el Eterno ha revelado ahora su plenitud en la muerte de Cristo. Porque el Espíritu de Dios toma en el Nuevo Pacto esta figura de la expiación en Israel para mostrar, no simplemente que nosotros tenemos un sacrificio expiatorio así como ellos, sino que el de ellos no era sino una débil sombra y no la imagen misma de lo que la gracia nos ha dado ahora en la sola ofrenda de nuestro Señor Jesucristo. (Hebreos capítulos 9 y 10).
La muerte y resurrección de Yeshúa, nuestro Mesías, es el cumplimiento de todo lo que fue representado en el sistema expiatorio del Antiguo Pacto. Yahvéh estaba en el Mesías reconciliando consigo al mundo (2 Cor. 5:19).
Con esta festividad se nos revela el gran fundamente de nuestras fe. Son el sacrificio de Yeshúa y Su sumo sacerdocio los que garantizan nuestra «eterna redención.» Lo que el imperfecto sacrificio de los animales no puede hacer, Yeshúa lo hizo de una vez por todas para todos los que en Él creen.
El Mesías, nos representó en Su muerte. Él es nuestro sustituto. «Uno murió por todos» (2 Cor. 5:14). Sin embargo, todo no terminó allí, hoy Él continúa su ministerio mesiánico ya que es nuestro abogado ante el Padre en defensa de nuestro caso, con Su sangre (1 Jn. 2:2).
El Eterno gentilmente proveyó el sacrificio perfecto por nuestros pecados. Fue un acto de Gracia de Dios para el hombre pecador. La muerte de Yeshúa es lo que ofrece expiación por el pecador. Nosotros podemos venir ante la presencia de Dios solamente por la sangre (Mat. 26:28; Lc. 22:20; Col. 1:20).
¡La expiación que Yeshúa el Mesías hizo, es de una vez por todas, nunca se repite!
Por lo tanto, te invito a apropiarte de sus beneficios hoy mismo… ¡Quizás sea tu última oportunidad!
Gracias a Dios por Jesucristo!
Es maravilloso poder cada año entender este precioso regalo de que solo tenemos acceso al Padre por la sangre del Cordero inmolado, nuestro Señor.
Una vez más Alabado sea el Señor hoy y por siempre.
GRACIAS YASHUAH POR EL SACRIFICIO EN LA CRUZ!!
Gracias por compartir esta información, si puede proporcionar más en el futuro, será muy útil.