José Ignacio, el mayor de los hermanos, es lo que se dice un hijo muy noble, calificaciones excelentes, pero quince años son quince años y un día José Ignacio quería una guitarra y, ni corto ni perezoso, la víspera de su cumpleaños tuvo la ocurrencia de colocar sobre la servilleta de su madre, a la hora de la comida, un sobre azul que contenía un tarjetón donde había escrito previamente con su letra más cuidada lo que sigue:
…»por hacer los recados de mamá, cien pesos; por acompañar a Margarita al colegio, ciento cincuenta pesos; por explicar matemáticas a Juanín, doscientos pesos; por sacar sobresaliente en todo, trescientos pesos; por arreglar la luz y otros desperfectos, ciento cincuenta pesos; total novecientos pesos, y una nota que decía: esto es lo que cuesta una guitarra«.
Doña Luz leyó estas líneas sin hacer comentarios, si bien pareció ensombrecerse su rostro dulce y sereno de costumbre.
Aquella tarde José Ignacio estuvo triste en el colegio, temía de pronto haber sido poco delicado con su madre. El sólo había pretendido pedir algo con humor, pero ahora se maldecía por haber hecho una cosa semejante; hubiera deseado pedir perdón, explicarse con ella pero le dio vergüenza.
Al día siguiente cuando entró en el comedor ya había olvidado casi la escena de la víspera, por eso mismo fue mayor su sorpresa al ver sobre la silla una hermosa guitarra.
Pero cuando ya iba a tomarla entre sus manos, vio el sobre azul que reposaba encima de su propia servilleta, miró a su madre que tenía los ojos bajos y rasgó el sobre con cierta prevención, ahí, con la letra picuda e inconfundible, estaba escrito lo que sigue:
…«Por haberte criado y alimentado hasta el presente, cero pesos; por haberte enseñado a orar y a distinguir el bien del mal, cero pesos; por velarte treinta noches cuando estuviste enfermo, cero pesos; por traducir hasta altas horas con el fin de pagar el colegio, cero pesos; por consagrarte mi vida toda definitivamente, cero pesos, total cero pesos y una nota que decía “todo esto y mucho más seguirá haciendo tu madre por ti sólo porque te quiere”.
Cuando José Ignacio levantó los ojos, tras leer la última línea los tenía llenos de agua y Doña Luz le atrajo sonriendo contra el pecho “no llores hijo” le decía, “es porque soy tu madre, ¿no comprendes?
Tomado de: “Cincuenta Amigos” de José Luis Martín
Vigil