Por P.A. David Nesher
» Si encontrares el buey de tu enemigo o su asno extraviado, vuelve a llevárselo.
Si vieres el asno del que te aborrece caído debajo de su carga, ¿le dejarás sin ayuda? Antes bien le ayudarás a levantarlo.
(Éxodo/Shemot 23: 4-5)
Al investigar los códigos de Sabiduría de la Torah (Instrucción) divina, descubrimos que en sus esencia misma vibra la idea celestial de no guardar rencor contra el enemigo. Por ello, el mandamiento de hacer bien al enemigo era muy importante, en la adquisición de la energía divina de kedushá (santidad). Esta norma mostraba que la bondad (heb. tov = bien, bondad) y generosidad ( heb. jésed = misericordia) en Israel no era solamente requeridas para aquellos que eran queridos o amados, sino para todo ser humano que perteneciera al entorno de un hebreo. Uno bien no podría necesitar el mandamiento para hacer esto por un amigo, pero era necesario para el enemigo y para aquella persona que lo aborrecía.
El principio de Reino de esta mishpá (norma) era claro: tus sentimientos por otros no determinan el buen o mal comportamiento hacia ellos. Hay principios de justicia los cuales deben de observarse por encima de nuestros sentimientos.
La expresión “enemigo«, en este contexto, tal vez signifique «adversario legal«. La justicia demanda que nosotros les tratemos como a cualquier otro vecino.
Una persona con mentalidad hebrea comprendía, mediante estas sentencias, que la Torah no permite que uno guarde rencor contra el enemigo. Esta es una manera práctica de mostrar amor al enemigo. Así lo expresó el sabio rey Salomón al escribir este protocolo de nobleza gubernamental:
“Si tu enemigo tiene hambre, dale de comer pan, y si tiene sed, dale de beber agua.”
(Proverbios 25:21)
La enemistad con alguien puede afectarnos más a nosotros que a ellos; además, no obtenemos ningún beneficio al revivir viejas heridas. Si queremos ser completamente libres, dejemos que el pasado quede enterrado. Entiende que el pasado no se puede cambiar, así que no debemos aferrarnos a él. Si no avanzamos y dejamos ir al pasado, entonces nunca podremos ser libres (Isaías 43:18).
Por ello, nuestro amado Maestro y Mesías Yeshúa, teniendo esta parashá en su corazón, abogó para que sus discípulos vivieran diariamente este tipo de amor:
«Pero Yo les digo: amen a sus enemigos y oren por los que los persiguen, para que ustedes sean hijos de su Padre que está en los cielos; porque El hace salir Su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos.»
(Mateo 5: 44-45)
Amar a nuestros enemigos, a quienes nos persiguen y nos hacen sufrir, es difícil; ni siquiera es un «buen negocio». Sin embargo, es el camino indicado y recorrido por Yeshúa para nuestra salvación.
También nosotros, todos nosotros, tenemos enemigo. ¡Todos! Algunos enemigos débiles, algunos fuertes. También nosotros muchas veces nos convertimos en enemigos de otros; no los queremos. Yeshúa nos dice, desde su cosmovisión de esta parashá, que debemos amar a los enemigos.
Recuerda que el amor no es un sentimiento, sino más bien una praxis que se cultiva voluntariamente cada día. La perseverancia es la clave. No olvidemos evitar caer en la posición de víctima, y siempre veamos el ejemplo de Yeshúa.
Seguramente llegar a esta praxis demande tiempo, esfuerzo y mucha paciencia. No obstante, debemos aceptar a estas personas tal y como son; con defectos y virtudes, incluso cuando estemos en desacuerdo con ellos. Recordemos que el Eterno hizo lo mismo con nosotros, Él nos aceptó y amó sin tener en cuenta nuestros pecados.
Por lo tanto, permitamos que Yahvéh sane nuestras heridas y restaure la relación perdida, pero también oremos por el bien de los demás. Pedirle a Dios que nos ayude a entender y amar a estas personas; y nunca perdamos la constancia de esta oración intercesora por aquellos que nos aborrecen y persiguen.
Shalom!