Por P.A. David Nesher
“Estos son los nombres de los hijos de Israel que fueron a Egipto con Jacob; cada uno fue con su familia: Rubén, Simeón, Leví y Judá;Isacar, Zabulón y Benjamín; Dan, Neftalí, Gad y Aser. Todas las personas que descendieron de Jacob fueron setenta almas. Pero José estaba ya en Egipto.”
(Shemot/Éxodo 1: 1-5)
El título hebreo para el Libro de Éxodo fue tomado de las primeras palabras: «sefer ve’eleh shemot, «…. estos son los nombres de…» (abreviado generalmente a Shemot, “Nombres”). En el lenguaje original, la primera palabra de Éxodo es ‘y’ (éstos), lo cual marca su énfasis de que los relatos de este rollo son la continuidad de todo lo relatado arquetípicamente en el libro de Génesis (Bereshit). Es decir, que con los doce hijos de Yaakov, concluye para nosotros la historia de las “individualidades”, es decir, la historia de los patriarcas y se inicia la historia de un pueblo “Am Benei Israel”, nacido de una promesa, que deberá marchar hacia su “gueuláh” (redención), y que a través de él mismo surgirá la “gueuláh” para todas las familias del planeta en todas sus generaciones.
La porción registra los sucesos que desembocaron en la decisión faraónica de subyugar y esclavizar a los israelitas debido a su explosión demográfica y a su desproporcionado crecimiento económico en comparación con el nativo egipcio (pasuk 1: 13). Yoséf Ben Matityahu (más conocido como Flavio Josefo), historiador del siglo I, E.C., nacido en cuna sacerdotal, afiliado al partido fariseo, reseña esta época del siguiente modo:
«…Sucedió que los egipcios se volvieron holgazanes hasta la exageración y se entregaron a otros placeres, en particular, al amor al lucro. Se sintieron entonces descontentos de los hebreos y envidiosos de su prosperidad. Cuando vieron que la nación israelita florecíay estos se volvían eminentes y poseían riquezas abundantes que habían adquirido por sus virtudes y su inclinación natural al trabajo, pensaron que su progreso redundaría en perjuicio de los egipcios (…) Habiendo olvidado con el transcurso del tiempo los beneficios que recibieron de Yosef, sobre todo porque la corona había pasado a otra familia, sometieron a crueles abusos a los israelitas, e idearon muchos medios para angustiarlos. Les ordenaron abrir un gran número de canales para el río, construir muros para las ciudades y terraplenes para contener el río (…) También les mandaron levantar pirámides y con todos esos trabajos los agotaron…»,
[Antigüedades de los judíos, pag 83]
El título Éxodo es una abreviatura del título original que lleva este libro en la Septuaginta (Versión de los Setenta ), la traducción griega de la Biblia realizada para la comunidad judía que vivía en Alejandría. En la Septuaginta el título completo es Exodos Aigyptou, que significa “Salida de Egipto”.
Ante esta explicación, podemos decir que no sólo será el éxodo que testimonia la traducción latina al titular al libro el tema principal del mismo. Antes de este evento, el escritor quiere dar a entender que existen nombres (shemot). Estos hablan de personas, seres humanos, que amparados y unidos a Yaakov, descienden a Mitzraim (Egipto). Allí se aventuran a vivir distantes de esa geografía profética prometida por el Eterno, Canaán. Territorio que se irá convirtiendo en anhelo de destino en sus corazones, por lo que aprenderán a vencer la distancia, sujetándose a la espera del cumplimiento de los tiempos del Todopoderoso, según Su diseño de Intención y Propósito. Estos shemot (nombres) son personas conscientes de que sus identidades están sujetas a los tiempos relatados por Yahvéh a Abraham avinu en el Bein Habetarim (Pacto de las Mitades). Ellos son conscientes que sus vidas, y sus testimonios, están conjugando los distintos lineamientos proféticos entregados por el Eterno a Abraham, al concretar dicho pacto mesiánico.
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A lo largo de este séfer (libro)leeremos cómo fue el retorno de los hijos de Yaakov a Eretz Kenaán (tierra de Canaán), lo cual nos enseña que tras vivir los hijos de Yaakov en Egipto, gobernados por su propio «yétzer hará» (mala inclinación), lo conveniente era volver al Camino, y hacer teshuvá. Así pues, mientras que el vocablo “Éxodo” literalmente se refiere a la salida de la cautividad, «Shemot» apunta a un tesoro espiritual escondido durante mucho tiempo, riqueza que será útil para liberarnos a nosotros mismos de los agentes opresores y esclavizantes de nuestra vida.
Es por esta razón, que Shemot se convierte en el Libro por excelencia que habla de exilio [hbr. galut] y redención [hbr. gueulá] No existe lugar a dudas que este rollo contiene la sabiduría (jojmá) divina que permite romper con las limitaciones que impone el sistema reptiliano. Por ello, se describe perfectamente a Mitzraim (forma hebrea de referirse a Egipto).
La palabra Mitzraim proviene del término metzarim, que significa «límites», «límites de angustia«, refiriéndose a los condicionamientos y frenos que existen en el alma de cada persona programada por el sistema reptiliano imperante. Por eso, debemos entender que la idea pues del libro apunta a elevar la consciencia de un redimido a que cada día debe llevar a cabo nuevamente un símil de “salir de Mitzraim”. Es decir, cotidianamente debe superar y librarse de esas limitaciones sistémicas y brindar a su alma la libertad espiritual de expresarse de acuerdo a sus verdaderas aspiraciones, conforme a su verdadera identidad.
(Nota: Para saber más de la negatividad que se esconde en el nombre Mitzrayim, los invito a leer este Estudio: Un Nombre con Limitaciones (Mitzrayim)
Ahora bien, continuando con la enseñanza de este estudio, debo decir que en este sefer (libro) podemos aprender los caminos de la Sabiduría (Jojmáh), a través de los cuales es posible “salir de los metzarim” existentes en el plano del alma.
El segundo libro de la Torah comienza citando los nombres de los hijos de Jacob (hbr. Yaakov). Esta repetición de los nombres (ver Gén. XLVI, 8) se atribuye al hecho de destacar que ellos se conservaban fieles a las enseñanzas de los patriarcas en medio del Egipto idólatra. De estos nombres debería surgir un pueblo que más tarde llevaría el estandarte de nuestra fe.
A partir de estos pasukim (versículos) estamos obligados a preguntarnos por qué Yahvéh menciona a los israelitas una y otra vez, a pesar de que ya los había registrado de acuerdo con sus familias.
Para lograr entender esto, me es importante señalar que en la Torah, generalmente, no existe una repetición de algo que ya haya sido compartido o revelado previamente. Además, la Torah casi siempre sigue un orden cronológico. Sin embargo, lo relatado en esta porción es diferente. La historia de Yaakov y sus doce hijos, y los otros sesenta y nueve miembros de su familia, fue relatada previamente antes del final del libro Bereshit. Así que ¿por qué hay una repetición al comienzo de Shemot y por qué no hay un orden cronológico? ¿Qué códigos de Luz están aquí disponibles para que nosotros podamos tomar de esta porción tan particular?
El intérprete del hebreo Rashé explicará esto diciendo que el hecho de citarlos varias veces viene a dar testimonio de lo preciado que es el pueblo de Israel ante Sus ojos. Los israelitas son comparados con las estrellas del cielo que son contadas cada día, como está escrito:
“…Es Él que saca con cuenta a Sus ejércitos, a todos con un nombre llama…”
(Ieshaiahu/Isaías 40:26 – Tanak Katz-).
Pero leyendo la Midrash encontré que allí se nos dice que el secreto detrás de estos 12 nombres de los hijos de Yaakov es de hecho el secreto de la Redención Final; cada uno de los doce nombres representa un aspecto de la Redención Final.
La mención aquí de los doce nombres de las tribus no es simplemente el relato de la historia; es de hecho un despertar único de la Luz. Y el despertar de la Luz representa no sólo la eliminación global del dolor, el sufrimiento y la muerte, sino también el despertar de la Luz para alejar el dolor de cada individuo.
Una cuidadosa lectura de esta porción nos ofrece perspectivas interesantes sobre la importancia de la tradición israelita con respecto a los nombres propios y de cómo éstos son otorgados. Es que en la cosmovisión hebrea, el nombre con el que una persona es llamado constituye su alma y fuerza vital. Esto significa que cuando el alma habita el cuerpo, obtiene vitalidad a través de su nombre hebreo, o sea a través de la correcta unión de las letras de su apelativo. El pueblo de Israel fue meticuloso respecto de cuidar sus nombres, porque habían sido llamados, por Yaakov, de acuerdo con sus propias esencias sagradas. En contraste con ello, el poderoso rey de Egipto, solo será nombrado aquí por su título Paroh/Faraón, que es la denominación genérica de los monarcas egipcios. La Tora no le da importancia al nombre del gobernante.
Con esa explicación en mente, convenimos en que nuestros padres venidos a Egipto (Mitzraim) llevaban un tesoro singular. No sólo eran cuerpos humanos que anhelaban saciar el hambre que los aquejaba. Ellos eran seres humanos conscientes de portar una vocación mesiánica, que le había permitido adquirir los códigos de una cultura que traería la Luz Infinita a las naciones, para realizar el tikún (arreglo de reparación) definitivo: la Gueuláh (Redención) del mundo. Por esto, ellos se saben así presencias, pertenencias, receptáculos generacionales de toda una tradición que vive, fue transmitida y habrá que volver a transmitir a las generaciones venideras.
Es así, como estos nombres, que conocemos, en detalle desde los últimos capítulos del libro de Bereshit, acuden una vez más, al principio de nuestro libro, para «sumarse a los primeros» y ser los sostenedores, transmisores y ejecutores de una fidelidad (hebreo: neemanut) que afirma una fe (emunáh) y se erige sobre los días de un patriarca como Yaakov, sobre quien fue dicho: «Titén Emet le-Yaakov«(«Concédele la Verdad a Yaakov«). Es que, sólo preservando la Verdad (una y única) puede entretejerse la fina y delicada trama de la Gueuláh (Redención), aquella del Egipto bíblico, la de nuestro tiempo, la del Egipto de la estrechez y las angustias. Por esto es que la Gueuláh resiste el adjetivo de «shelemáh«, es decir, íntegra, completa, sin resquebrajamiento alguno. Los hijos de Israel no cambiaron sus nombres, y este fue uno de los motivos excluyentes para ser salvados de Egipto. He aquí un gran secreto: ser hebreo y merecer la Gueuláh (Redención) es poder perpetuar lo recibido y transmitirlo sin fisura alguna a quienes nos suceden. Y, por sobre todo, sostener nuestro Nombre, la «corona del buen nombre«, que nos libera de cualquier exilio y esclavitud.
¿Por qué la Torah, en este pasaje (Shemot 1:1-5). además de dar el número total de setenta almas, enumera las doce tribus por sus nombres? Y además, ¿por qué setenta?
Los sabios intérpretes aseguran que es para destacar el contraste entre la única nación profética y las setenta naciones de los gentiles (goyim) en el mundo. Además, los principados que presiden sobre las setenta naciones salen de doce ejes y se extienden a todos los puntos de la circunferencia. Este es el significado de las palabras:
“Él puso las fronteras de los pueblos de acuerdo al número de los hijos de Israel”
(Devarím/ Deuteronomio 32:8)
y
“Porque Yo os he extendido por fuera como los cuatro vientos del cielo”
(Zajariyahu/Zacarías 2:6)
Con estas sentencias proféticas, Yahvéh, nuestro Dios, reveló que así como el mundo no puede ser sin los cuatro puntos cardinales, así las naciones no pueden ser sin Israel. Por esto es que los hijos de Israel son nombrados. Ellos testificaron con su manera de vivir, que eran conscientes de su misión en el propósito eterno de Dios. Por eso, no cambiaron sus nombres, en señal de que no permitieron que la cultura astrológica e idolátrica de los egipcios los asimilara.
Para poder entender esta actitud de los patriarcas, diré que las Sagradas Escrituras enseñan que el nombre de la persona es su canal con la Luz del Creador; durante toda la vida de una persona, su nombre es el canal a través del cual la Luz del Creador viene a su vida. Por ello, cuando los padres hebreos dan nombre a su hijo, sin saberlo están inspirados por una chispa de profecía, la elección de un nombre es en realidad la definición de la vocación de sus hijos y su el destino en el mundo.
Teniendo en cuenta todo lo expresado, he hallado oportuno terminar este estudio con lo que el diácono Moisés Franco compartió en el Grupo de Whatsapp donde enseño toralogía. Él, meditando en esta porción, se iluminó en los códigos del listado de shemot (nombres) que aparece en este texto, con la certeza de que allí se encuentra revelada la misión de Israel como diseño espiritual hasta el fin de los tiempos en el Mesías. La explicación de esto parte desde la significación de los nombres, y el paradigma celestial que ellos conforman cuando se los une.
- Rubén: vean ustedes un hijo
- Simeón: escuchar con atención
- Leví: sujetado, unir, permanecer
- Judá: alabanza
- Isacar: él traerá una recompensa
- Zabulón: habitar
- Benjamín: hijo de la derecha
- Dan: Justicia
- Neftalí: mi lucha
- Gad: Invadir, acometer
- Aser: feliz
Juntando pues todas estas significaciones, el Cielo deja este mensaje a Israel:
«Vean ustedes un hijo que me escucha con atención y permanece unido a mí, por lo cual me puede alabar y esto le traerá su recompensa.
Habitará como mi hijo de la derecha trayendo justicia. Haciendo mi lucha acometerá contra sus enemigos y será feliz (o traerá felicidad)»