Por P.A. David Nesher
«Y dijo Moshé a Elohim; He aquí que llego yo a los hijos de Israel, y les digo, El Elohim de sus padres me ha enviado a ustedes; si ellos me preguntaren; ¿Cuál es su nombre? ¿qué les responderé?«
(Shemot/Éxodo 3:13)
Verónica, una mujer nueva en la fe verdadera, y por consiguiente muy hambrienta por el conocimiento de la Gloria de Abba, me preguntó, vía Whatsapp, lo siguiente: ¿Cuál es el nombre real de Dios? ¿YHWH, Jehová, Yahvéh, Yahwéh?
La noche antes de su muerte, Yeshúa estuvo orando a Dios al alcance del oído de sus discípulos, y una vez más éstos le oyeron dar énfasis a la importancia del nombre de Dios. Dijo él: “He manifestado tu Nombre a los que me has dado sacándolos del mundo”. Más tarde, repitió: “Yo les he dado a conocer tu Nombre y se lo seguiré dando a conocer”. (Juan 17:6, 26, Biblia de Jerusalén.) Ellos mismos había sido entrenados por el Maestro a orar así: “Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu nombre”. (Mateo 6:9, Versión Popular).
Ante esto, debemos preguntarnos: ¿Por qué tenía tanta importancia para el Mesías el nombre de Dios? ¿Cuál era este Nombre que Jesús dio a conocer a sus seguidores?
¿Cuál Nombre?
Si se le pregunta a la mayoría de los creyentes en la Biblia, especialmente evangélicos, cuál es el nombre del Padre Celestial, ellos probablemente responderán, con rapidez y apresurada «certeza»: Jehová. Si se les pide algunas pruebas de esto, ellos señalarán el uso tradicional o le referirán a usted al Antiguo Testamento de alguna versión de la Biblia en español.
Pues bien, ante esto debo decirles que el nombre del Padre Celestial no es Jehová, y nunca lo fue. La historia de la palabra “Jehová”, que algunas enciclopedias llaman errónea y que muchos eruditos de la Biblia concuerdan en que no es exacta, es completamente evidente en nuestros días gracias a los manuscritos antiguos encontrados en Qunram.
En el versículo citado en el encabezamiento de esta bitácora, vemos que el Eterno dijo: «Eheie asher Eheie«, que es traducido como «Soy el que Soy«, y quizás mejor: «Seré el que seré«, pero indudablemente se lo puede reducir a «Yo Soy«, como expresa la misma Torah.
Es decir, el Eterno asegura que Su nombre es sinónimo de Existente, de Ser. También se traduce como «El Eterno» porque describe Su eternidad y autoexistencia.De aquí es sencillo derivar que la Única Realidad es Él. ¡Él es el único que ES!
Entonces, vemos que cuando el Eterno Dios dijo “YO SOY”, estaba mencionando Su nombre. En el idioma hebreo en el cual este versículo fue escrito, las letras son: yod, hei, vav, hei, de donde obtenemos YHVH, conocido como Tetragrámaton . Pero, ¿cuál es su correcta pronunciación?
Para responder a esta pregunta, deberé antes decir que YHVH es el nombre con el que Dios quiso que se lo conociera cuando ejercía Su Voluntad Misericordiosa y Justiciera con Su Pueblo. YHVH es Su Nombre para ser conocido a perpetuidad.
Sin embargo, la dicción apropiada y correcta del Tetragrámaton, YHVH, se perdió hace siglos. El problema en la pronunciación del nombre de Dios radica en que el hebreo antiguo no usó designaciones vocales cuando se escribieron las Escrituras; solo se usaron consonantes. Es decir, al descifrar lo escrito, en este idioma sólo se cuenta con la ayuda de consonantes y del fondo de conocimiento lexical que cada individuo hebreo maneja. Para que esto se entienda bien, y a modo de ejemplo, supongamos que escribiéramos en el idioma español, sin usar vocales, la frase: “El nombre de Dios es YHVH”, seguro lo haríamos así: “l nmbr d Ds s yhwh”. Esto no presentaría ningún problema a los hebreos porque sabían cuáles eran las palabras y cómo pronunciarlas. No fue sino después de cientos de años, que los judíos empezaron a incluir lo que se llamó “puntos vocales” en los textos copiados del hebreo del Antiguo Testamento.
Al regresar los judíos del exilio babilónico, durante el liderazgo de Nehemías y Esdras, algunos expertos en la Torah decidieron ocultar la pronunciación de este Nombre, influenciados por la superstición pagana, para que no pudiera ser tomado en vano o blasfemado. Desde entonces, la premisa básica del judaísmo tradicional rabínico contra la pronunciación del nombre de Yahvéh, está basado en el retuerzo y en la perversión de los versículos de Vayicra (Levítico) 24:10-16. La prohibición religiosa y rabínica de usar el nombre correcto surge del malentendido de los eventos cuando Yahvéh le hablo a Moshe diciendo que apedreé al hijo de una mujer israelita que blasfemó Su Nombre. Desde ese pasaje, los rabinos han concluido, que el blasfemar el Nombre es igual que pronunciarlo, o mencionarlo, o llevarlo en los labios de uno.
Pero analizando con cuidado los textos de Vayicra/Levítico 24:11 y 15 notamos que ellos revelan el significado plano y literal (pashat) de los textos. La explicación correcta es la siguiente: blasfemia es sinónima con MALDECIR el Nombre o usar el Nombre para maldecir a otros. En ningún lugar estos versículos siquiera sugieren que el pronunciar el Nombre Yahvéh es un acto de blasfemia. Eso es pura tradición religiosa, surgida, lo expresé antes de una superstición temerosa, que en su credo mas básico, es tanto peligrosa como anti Torah, tanto que sofoca el poder transformador del verdadero evangelio.
Con la aparición de esta hermenéutica errada, los judíos en general al llegar a la lectura del tetragrámaton o tetragrama («las cuatro letras»), decían Adonay, que significa «mi Señor». Por esta causa, cuando las cuatro letras del Tetragrámaton aparecían en el texto, los escribas “lo marcaron” con las vocales cambiadas para la palabra hebrea Adonay para que se leyera como “Señor” en lugar de el Sagrado Nombre “Yahvéh”. Los únicos que tenían el derecho de conocer la correcta pronunciación eran aquellos que pertenecían a la casa del Sumo Sacerdote, quien pronunciaba estas cuatro letras en su forma correcta una vez al año, en el Día de la Expiación (Yom Kipur). Y así, con el transcurso de los siglos el olvidó de la débil memoria humana incluso devoró el Nombre Excelso.
¿Qué hicieron los escribas judíos medievales cuando inventaron un sistema de puntuación para marcar las vocales?
Los masoretas, judíos eruditos bíblicos durante la edad media, reemplazaron los signos vocales que tenían que aparecer encima o debajo de las consonantes YHVH con los signos vocales de Adonay. Ellos insertaron las marcas vocales de aDoNaI entre las consonantes de YHVH. (La «I» de Adonai en realidad corresponde a la media vocal Yud, «Y»).
La palabra quedaba así: «YaHoVaH«.
Por una regla gramatical que ahora no explicaremos, la primera «A» de Adonay, se transforma en una «E» breve. Así pues, escrito aparecía: «YeHovaH».
De esta manera, en los libros escritos con la novedosa notación, al llegar a YHVH uno la encontraba punteada con las vocales de aDoNaI. ¿Para qué? Pues, para que el lector recordara que esa palabra se pronunciaba Adonai, y no de otra forma.
Hebreo no comprendido. Espíritu olvidado.
Sabemos muy bien que los primeros convertidos al Salvador y Mesías Yeshúa fueron judíos, incluyendo a los supervisores y líderes de las primigenias asambleas. Pero, a medida que más gentiles convertidos eran aceptados, la asamblea tomó un matiz de gentilidad aún en sus costumbres y prácticas. Estos gentiles generalmente no entendían el hebreo.
De tal modo ocurrió este alejamiento de las raíces hebreas de la fe, que en el siglo V, tiempo de Constantino, hubo una influencia decididamente mayor contra los judíos y la mayor parte de estos gentiles convertidos buscaban no tener nada que ver con lo hebreo, a fin de no ser confundido con los judíos.
Cuando el Antiguo Testamento fue traducido al griego (conocido como la Septuaginta) éste llegó a ser el texto estándar para las primeras asambleas.
Al principio, en todo el texto griego de la Septuaginta, estaba el Nombre Sagrado del Tetragrámaton. Siendo ignorantes del hebreo, los lectores del texto griego pronunciaban equivocadamente el Tetragrámaton hebreo como “Pipi” ya que la pi griega “π”, se parece a la hebrea hei (ה). Las traducciones llegaron a ser el estándar para la iglesia romana y así aparecieron las letras latinas YHVH en lugar del Tetragrámaton hebreo. En aquellos tiempos la vocal i era equivalente de la ye. La V tenia el sonido de W, “u.”
A la i mayúscula pronto se le añadió una cola, una modificación popularizada por los impresores holandeses, así que el Tetragrámaton empezó a aparecer como JHVH. Aunque se veía semejante a nuestra J, la letra latina J se pronunciaba como la letra i. Fue así como alrededor del siglo XV de la era común, entre los cristianos se comenzó a leer erróneamente «Jehová». Digo erróneamente pues se mezclaba en la dicción lo que era para leer y lo que era para decir…
Para que quede un poco más claro, supongamos que la palabra «libertad» por ley estatal no se debe pronunciar. Y supongamos que es un su lugar la gente dice «zapallo». Y sigamos suponiendo que a alguien se le antojo mezclar las consonantes de la palabra prohibida con las vocales de la palabra usada. En los escritos aparecería: «LaBaRToD».
¿En realidad dice labartod?
¿Es eso lo que se quiere pronunciar?
¿Es que alguien sabe en efecto que es un labartod?
Simplemente, lo que debería leerse zapallo, al estar escrito libertad, al final se pronuncia: labartod.
En conclusión labartod, no existe, es un error.
Así mismo, Jehová NO EXISTE, es un error, basado en profunda ignorancia, o en alguna otra cosa que sustente el error.
Impresionante estudio
Por eso cuando uno ora a Jehová no se puede decir que él Eterno Creador de todo lo existente es quien responde, ya que se invoca a otra persona, si yo le llamo a alguien por un nombre parecido al suyo, no puedo pretender que me atienda, solo por el hecho que el nombre es parecido al original. Gracias YHWH por sacarnos de la ignorancia.