Ganar un premio, perder a un buen amigo, sufrir el dolor de una enfermedad, darle vida a un ser humano. Tan disímiles circunstancias pueden provocar la expresión universal y sublime del llanto.
Lloramos para anunciar que llegamos al mundo y continuamos haciéndolo -unos más que otros- hasta que al final de nuestros días alguien derrama lágrimas por nuestra partida. Será por esa cualidad tan humana que deseamos descubrir más sobre el llanto.
¿Qué función cumple?, ¿cómo nos alivia?, ¿por qué hay quienes lloran a la menor provocación mientras a otros les cuesta tanto?
Comencemos por establecer que aunque muchos animales manifiestan su tristeza de diferentes maneras, solo los humanos la expresan en forma de gotitas que brotan de los ojos. En años recientes, se ha encontrado evidencia de que lloramos incluso desde el vientre materno.
Una vez nace el bebé, en la etapa previa al desarrollo del lenguaje, el llanto captura una atención especial porque a través de él los bebés manifiestan sus necesidades y presenta un reto a los padres adentrarse en ese mar de lágrimas.
Los recién nacidos no escatiman a la hora de llorar. Al menos durante los primeros seis meses de vida, se considera normal que lo hagan entre 1 a 3 horas al día. Esta frecuencia va disminuyendo a medida que crecen, cuando el llanto puede ser utilizado como mecanismo para llamar la atención y lograr lo que quieren.
Desde el punto de vista de la evolución, estudiosos como el biólogo Oren Hasson, de la Universidad de Tel Aviv, han planteado que llorar cumplió en su momento una forma de supervivencia. Pudo haber servido a nuestros antepasados para confundir a los depredadores respecto a dónde fijábamos la mirada.
Otra de sus teorías es que nos ha servido como señal de vulnerabilidad para lograr empatía, compasión o ayuda cuando más la necesitamos.
“Las lágrimas también pueden simbolizar una necesidad de apego en momentos de tristeza y una validación para las emociones entre los miembros de la familia, los amigos o miembros de un grupo”, indicó el investigador en la publicación Evolutionary Psychology.
Un llanto sincero puede provocar empatía, pero claro todo depende de la circunstancia. Es decir, no es lo mismo que un empleado se eche a llorar delante de su jefe que Félix Sánchez se haya desplomado por la emoción al recibir la medalla de oro en las recientes Olimpiadas de Londres.
Ocurre que en diferentes culturas y ambientes la expresión es asumida con diferentes matices. Por lo general, en el ámbito laboral se promueve el control de las emociones. Una persona que llora mucho o llora de nada puede ser percibida como débil, aunque no siempre sea el caso.
Hay diversas teorías que ayudan a explicar porqué hay quienes son de fácil lágrima y otros botan lágrimas de cocodrilo, como dice el refrán.
Se ha descubierto que cuando pequeños los niños y niñas lloran por igual. Sin embargo, a partir de la adolescencia ellas tienden a hacerlo más fácilmente. Hay quienes argumentan que la hormona prolactina, asociada al estrés y más presente en la mujer especialmente durante el embarazo, es la responsable.
También es cierto que, por lo general, es más aceptado el llanto femenino. Todavía en muchas sociedades se promueve que los niños no lloran, pero se trata de una visión en evolución.
Stephanie Shields, profesora de la Universidad de Pennsylvania, ha concluido tras sus investigaciones que el llanto masculino está siendo más aceptado. Tras estudiar las reacciones de las personas ante el llanto de ellos y ellas, la investigadora descubrió que las lágrimas ante eventos serios son mayormente bien vistas por los demás.
Curiosamente, trascendió de esta investigación que ante situaciones tristes suele ser mejor visto el llanto masculino que el femenino. Lo contrario ocurrió en situaciones de coraje, cuando fue mejor aceptado el llanto de la mujer.
La doctora María Cruz Lozano señala que según su experiencia los pacientes que no tuvieron un vínculo saludable con sus cuidadores durante la niñez suelen exhibir problemas con el manejo de emociones.
“Tienden a usar el llanto como manera de solucionar problemas o buscar afecto ante las situaciones”, plantea la sicóloga.
Las personas con un fuerte grado de empatía, dicen los estudios, también pueden ser más lloronas, al igual que aquellas ansiosas, neuróticas o extrovertidas.
Ambas doctoras coinciden en señalar que un llanto excesivo puede ser indicador de un trastorno emocional como la depresión. En estos casos, es necesario la evaluación de un profesional.
Por otro lado, quienes aguantan las ganas de llorar pueden tener miedo a perder el control. Pero no siempre es así, señala Cruz. Hay quienes simplemente han desarrollado una fortaleza o destreza positiva y especial para enfrentar situaciones que derrumban a otros.
La doctora observa que la aceptación hacia el llanto de otros puede resultar difícil para hombres y mujeres con desórdenes de personalidad narcisista o antisocial, así como para los que padecen algún grado de autismo.
Sus beneficios
El consenso es que llorar alivia a la mayoría. Estudios consultados por este diario señalan que 88,8% se siente mejor tras un episodio de llanto.
“Es beneficioso para calmar el dolor y la tristeza. Permite sanar y aliviar nuestro espíritu y a través de él liberamos hormonas y sustancias químicas que tenemos en exceso y nos provocan malestar”, comenta la doctora Lugo.
La hormona cortisol, cuya producción aumenta bajo condiciones estresantes es una de las que se deja ir en las lágrimas.
“Llorar estimula la producción de endorfinas que tienen un efecto analgésico y de bienestar”, indica la doctora Cruz.
Las personas que tienden a reprimir el llanto todo el tiempo pueden beneficiarse de terapias que les ayuden a expresar sus sentimientos cuando es necesario.