La Verdad, es como el jugo de naranja. Nada más natural y delicioso.
Para entender esta metáfora, le solicito que se imagine usted está frente al naranjo; lo ve repleto de sus frutos bien maduros, listos para ser cosechados. Entonces usted se dirige al árbol de naranjas, toma algunas de ellas, va la cocina de su casa, las exprime, y deposita dentro de un vaso el producto obtenido. ¡Ya tiene el jugo de naranja delicioso y natural! ¡Solamente resta beberlo y disfrutarlo plenamente!
Pero, imagínese ahora que vienen los dueños de alguna multinacional (quienes han creado un imperio, monopolizando el jugo de naranja). Ellos comienzan a dialogar con usted y lo convencen de que, lo que usted tiene en la mano, no es verdadero jugo de naranja, sino una sustancia peligrosa que no ha sido apropiadamente preparada y empacada. Ellos le aseguran que no ha sido apropiadamente pasteurizada (un proceso ya de por si muy complejo). También le argumentan que no esta apropiadamente diluida. Con todo esto, ellos continúan su discurso asegurándole a usted que ese jugo no contiene el requerido contenido de endulzante (JMAF o Sucralosa), ni de preservativo. Por último, le muestran que este jugo tampoco ha sido aprobada como seguro para consumo humano por el Departamento de Agricultura que supervisa el jugo de naranjas de su nación, ni por la Administración de Salud Alimentaria responsable de controlar la nutrición de su nación.
Así, estos especialistas de la complicación, el engaño, y el oportunismo, terminan convenciéndolo de echar a la basura (desechar) el puro y verdadero jugo de naranja, que el Creador le ha regalado directamente del árbol, para en cambio terminar en un supermercado, pagando un alto precio por el pobre sustituto que se le ofrece.
Analizando la metáfora que ofrece este relato, podemos decir que el árbol es la Torah (Instrucción o Escritura Sagrada); su fruto (la naranja) es la Verdad; y, si usted lo exprime (es decir, si la examina diligentemente) le dará su néctar (la pura y suprema Verdad). Hallara que, la verdad de Yahvéh, es simple y natural:
“Apártate del mal, haz el bien (guarda los Mandamientos), y vivirás para siempre”
(Salmo 37:27)
¡Nada más natural y delicioso!
Entonces, cuando ha hallado usted esta pura, simple, e inalterada Verdad, llegan los líderes de algún imperio religioso. Esos que han creado un monopolio con la Verdad de las Escrituras. Entonces, con un discurso «amigable» lo convencen de que, lo que tiene usted en sus manos, no es la Verdad Divina, sino una idea radical, y peligrosa. Ellos aseguran que la misma no es la Verdad, sino más bien una idea que ninguna persona de reputación seria ha aceptado jamas; una idea que no ha sido sujeta al “peer review” (análisis conjunto) de los expertos en teología (Doctores en Divinidad, Rabinos, Pastores, Imanes, Sacerdotes, etc).
Ellos le argumentan que usted no he encontrado la Verdad, sino más bien una idea que jamás ha sido endosada por las reconocidas instituciones académicas, ni por ninguna prestigiosa Universidad especializada en la ciencia de la espiritualidad humana.
Así, al final del día, usted ya convencido de este supuesto «pecado» de osadía, terminará echando al basurero la pura, gratuita, e inalterada Verdad Divina.
El próximo paso a seguir, y cambio de este acto de desechar la Verdad, será terminar, sentado en un templo perteneciente a una religión organizada. Allí algún falso líder religioso le hará pagar con creces el aprendizaje de la glamurosa (pero adulterada) «verdad» dogmática con la cual las instituciones humanas han diluido la Verdad Divina.
Y, si no tiene cuidado, no solamente estará dispuesto a pagar por esa farsa, ¡sino que prestara su ayuda incondicional para defenderla y difundirla!
¡Yahvéh tenga misericordia de nosotros, y del mundo entero por pretender apropiarnos de la Verdad!