Autor: Wenceslao Calvo
Los tiempos en los que le tocó vivir no fueron muy diferentes a los nuestros. Aquella gran nación estaba al borde de una gran encrucijada, ya que a un ciclo de prosperidad sin precedentes le seguiría otro de pobreza hasta entonces desconocida. La política social y económica que se delineara sería determinante para el futuro de aquella generación y de las subsiguientes, pudiendo darse estos dos extremos según fueran las medidas tomadas: preservación o hundimiento de la nación.
El hombre al que me refiero es José, el hijo de Jacob; alguien a quien con justicia se le puede denominar un gobernante con visión de Estado. Porque abundan los gobernantes con visión de partido, en los que prima un horizonte delimitado por consignas e ideologías sectarias que buscan, por encima de todo, llevar el agua a su molino; también abundan los gobernantes con visión personal, a quienes les importa, sobre todo, la búsqueda del poder o la permanencia en el mismo como un fin en sí mismo. Pero hombres de Estado, que son instrumentos providenciales para el bien de sus naciones en momentos cruciales, se pueden contar con los dedos de la mano. Esa clase de hombres (y mujeres) son uno de los más preciosos y grandes activos que pueda tener cualquier nación, a los cuales verdaderamente se les puede llamar padres de la patria.
Creo que hay cuatro facetas que hacen de José esa clase de personaje: Capacidad profesional, clarividencia y sabiduría, integridad personal y temor de Dios. Estas cuatro están indisolublemente unidas entre sí, de manera que no podemos quedarnos con el José profesional, prescindiendo de su faceta moral o de su perfil personal. Y aquí es donde a muchos se les atraganta tal unidad, al estar acostumbrados por su visión secular a separar lo profesional de lo personal. Pero si intentamos hacer eso con José nos encontraremos con el mismo resultado con el que se halló aquel Comité Olímpico que en 1924 intentó convencer en vano a Eric Liddell, cristiano comprometido, para que corriera la carrera de los 100 metros en domingo. Las palabras del duque de Sutherland, presidente de dicho Comité, no dejan lugar a dudas sobre el craso error de la miope óptica secularizadora: ´Ese muchacho… es un hombre de principios y un gran atleta. Su velocidad es parte integral de su vida, de su fuerza, y nosotros hemos intentado separar una cosa de la otra. (1)
Hay algo que me llama la atención en el hecho de que fuera José el promovido a tan altas responsabilidades de gobierno, porque se trata de un hombre sin imagen y sin currículum. Me temo que más de uno y de una que ostentan carteras ministeriales en nuestros días son producto de la imagen, esa gran mentira tirana de nuestro tiempo, y del currículum brillante, sin el cual están cerrados los accesos a determinadas esferas profesionales.
Aquí tenemos a un joven, totalmente desconocido, extranjero, esclavo y convicto por delincuente. ¿Se puede tener peor imagen? ¿Hay un currículum más pésimo que el que ostentaba José? Pero la imagen es mera apariencia y en ocasiones el currículum también. Lo que importa son hombres y mujeres de auténtica valía y con José estamos ante alguien así. No tenía imagen ni falta que le hacía. Y en cuanto a currículum tenía el más importante de todos, a saber, el de haber dado muestras de su competencia administrativa en dos lugares especialmente difíciles: la casa de Potifar (2) y la cárcel (3). Allí aprendió lo que en ninguna escuela superior de economía egipcia hubiera aprendido nunca: los rudimentos para el manejo y la administración de la economía de una hacienda particular, la de Potifar, y de una institución oficial, la cárcel estatal. Estos dos lugares fueron la universidad de José en materia económica y más que económica. De allí salió sobradamente preparado, aunque sin títulos oficiales, para los cargos de primer ministro y de ministro de Economía y Hacienda.
Menos mal que Faraón no actuó como tantos gobernantes de nuestro tiempo, para los cuales la imagen y el currículum brillante son los factores decisivos a la hora de elegir a sus ministros.
Es interesante que José pasó de ser mayordomo doméstico e intendente carcelario a ministro de Economía, lo cual nos enseña que los principios básicos por los que se rige una economía doméstica y otra más extendida son los mismos por los que se rige una economía nacional. De ahí mi propuesta, ya expresada en otra ocasión, de poner al frente de los ministerios de economía a amas de casa, que saben lo que es llegar a fin de mes con pocos ingresos y muchas bocas que alimentar. Tal vez nunca hayan ido a la universidad, pero saben de economía real, que es la economía que importa, más que muchos profesionales que están dando muestras de no saber por dónde se andan en estos tiempos de crisis económica.
Fuente: Protestante Digital
Referencias:
(1) Carros de fuego
(2) Génesis 39:4
(3) Génesis 39:22