Vayifga bamakom vayalen sham ki-va hashemesh vayikach me’avney hamakom vayasem mera’ashotav vayishkav bamakom hahu.»
«Encontró el lugar y pasó allí la noche porque se había puesto el sol. Tomó de las piedras del lugar, las puso alrededor de su cabeza y se acostó en aquel lugar.»
(Génesis/Bereshit 28:11)
“Se acostó en HaMakom (el lugar)”:
La Torah no precisa el nombre del lugar, pero sí dice “el lugar”, lo que significa que ya lo conocemos, que ha sido nombrado en otra parte de la Escritura.
Pues bien, la tradición histórica asegura que se trata del Monte Moriah, del que está escrito: “divisó de lejos el lugar” (Gén 22:4).
La expresión “HaMakom”, se registra tres veces en esta lectura (en los versos 16, 17 y 19). ¿Por qué aparece tres veces esta palabra? Porque en la historia del pueblo de Israel, luego de un milenio, llegarían a existir tres Templos sagrados, los cuales se establecerían exactamente en ese lugar.
En específico, según Rashí, habla de lo que ha de ser el Beth HaMikdash (El Santo Templo). Esto nos quiere decir que Yaakov se encuentra en lo que será Yerushalayim, tierra de santidad en donde también Abraham había rezado delante del Eterno y ofrecido en holocausto a Yitzjak. A este lugar le llamó «Beth El». Está orientado directamente frente a lo que sería el Beth HaMikdash, el cual constituye la “puerta” directa para que de ahí se eleven las plegarias a Yahvéh.
Entonces, tenemos que aceptar que, en primer lugar, la expresión “HaMakom” hace referencia a Jerusalén. El Eterno pues, se le aparece en “el lugar” para demostrarle que Él manifiesta Su Gloria por donde quiera que Su Nombre sea invocado. Ahí, Yahvéh le hablará igualmente de su maravilloso futuro.
En segundo lugar, debemos agregar que en el pensamiento hebreo “HaMakom” es un sinónimo del Eterno, por la interpretación del pasaje de Éxodo 33:21. Es necesario aclarar que en el hebreo no encontramos la palabra «junto» sino que literalmente dice «un lugar en mí.» De hecho hay una frase tradicional en el hebreo que se le dice a una persona que ha perdido un ser querido:
«HaMakom yenajem etjem betoj shaar avaley Tziyon ViYerushalayim»
(traducida es: “Que El Eterno te conforte entre los afligidos de Sion y Jerusalen.”)
Hay una frase judía que dice: “Él, -Hashem-, es el «lugar» del universo, el universo no es Su lugar”. Esto significa que el universo no tiene la capacidad de contener al Creador.
Concluimos que el pasuk pretende decir que, Yaakov tuvo un encuentro con el Makom/Omnipresente en ese lugar, de haberlo sabido, no se habría atrevido a dormir en un espacio tan sagrado. “HaMakom”, también es una referencia mística del mismo Creador al cual se le define bajo este vocablo, como “El Omnipresente”. Entonces “Makom” viene a ser uno de los títulos de Dios.
Hoy, nosotros como seguidores del yugo de Yeshúa, entendemos que el Beth HaMikdash (Templo Santo) es una figura de la obra redentora del Mesías y de su Cuerpo (Juan 2:13-22). Entonces, nuestra capacidad de asombro no encuentra límite pues nos damos cuenta que Yaakov avinu entendió que la visión de la Escalera que unía Cielo y Tierra se trataba del Mesías (Juan 1:51, Juan 14:6; 1 Tim. 2:5).
«Y se levantó Jacob de mañana y tomó la piedra que había puesto de cabecera, y la alzó por señal, y derramó aceite encima (sobre su cabeza) de ella.»
(Génesis 28:18)
“Piedras alrededor de su cabeza”:
Ahora encuentro interesante señalar lo que enseña la mística escondida en los códigos de este relato. La intención de esto es poder llevarlos a entender lo asegurado anteriormente: Yaakov tuvo un encuentro personal con el Mesías y Su obra redentora.
Debemos saber que Yaakov toma 12 piedras y las organiza en grupos de tres alrededor de su cabeza en el lugar donde iba a recostarse. Su intención original e inmediata: protegerse de «las fieras«.
En total, son cuatro bloques de piedras en representación de los cuatro elementos naturales, fuego, tierra, aire y agua, así como de los cuatro puntos cardinales.
En el Beth HaMikdash, había cuatro cámaras donde laboraban los kohanim. ¿Qué hacían ellos? Poner orden en el universo y conectar el “Mundo Superior” con el “Mundo Terrenal”.
Las doce “piedras” representan a tres de los Nombres de Dios, cada uno de cuatro letras hebreas correspondientes a YHVH (יְהֹ וה ), “Adonai”, y “Ehyeh” (אֶֽהְ יֶ֖ה ).
Entonces, al realizar Yaakov este acto, invocando los Nombres de Yahvéh en esa secuencia, equivale a poner orden en el universo, y tal como los kohanim harían, unir el mundo de las fuerzas celestes con el mundo físico, o mundo terrenal pon el objetivo de atraer las bendiciones que se encuentran en lo Alto. De ahí que, en un sueño se le revelará una “escalera” que conecta la Tierra con el Cielo y ángeles que ascienden y descienden por ella.
Las 12 piedras se fusionarían en una sola (pasuk 18), lo cual simboliza la totalidad de Israel. Las doce tribus de Israel son la imagen de las doce piedras. Esas 12 piedras tienen una correspondencia con las doce piedras del Pectoral del Kohen Gadol.
Mientras Yaakov dormía durante la noche, el Eterno reunió todas las piedras y las convirtió en una sola roca. ¿Por qué? Explican los sabios de la Torah, porque ninguna parte del pueblo judío por separado es su esencia, sino que la esencia de Israel reside en su unidad. Solo estando unidos, los hijos de Israel podemos cumplir con nuestro propósito: reflejar la Unidad (Ejad) del Creador. Es interesante agregar el «dato curioso» de que las piedras que toma Yaakov son de las mismas de las que se sirvió Abraham para construir el altar de la “Akedá de Yitzjak”. ¡Nada es casualidad en la Historia de nuestra Salvación!
Encontramos aquí una importante lección: Yaakov no temía de las fieras salvajes en el sentido literal. Se trataba de un temor de las fuerzas del mal con las que debía enfrentarse a partir de ahora. Por ello rodeó su cabeza con piedras, indicando la firme decisión de reservar la cabeza para sí. Ciertamente debe uno ocuparse de los temas cotidianos, del sustento, los problemas, etc., pero no debemos permitir ser absorbidos por ellos. La “cabeza”, nuestro yo y control interior, deben estar protegidos de “las fieras” del materialismo y permanecer indemnes (ilesos) en el mundo del espíritu.