La novela, escrita en 1908, se sitúa a finales del siglo XX. Aparece un caudillo, Felsenburgh, quien se convierte en Presidente de Europa y es aclamado por las multitudes como un nuevo Mesías. Habla todos los idiomas y se entiende con los representantes de las diferentes tradiciones culturales sin ningún problema. Todos lo ven como el artífice de la nueva paz, centrada en un culto humanista. De hecho, él lucha contra las religiones en nombre de la verdad, y tras su discurso sobre la paz no esconde sino su ambición de poder. Casi nadie parece darse cuenta de ello. En esa situación el sacerdote Percy Franklin viaja a Roma para intentar convencer al Papa de que debe modernizarse. Sin embargo es allí donde comprende que debe profundizar en su fe y abandonarse del todo en Dios.
«El señor del mundo» forma parte de las novelas distópicas como «1984» o «Un mundo feliz«. Sin embargo, como ha señalado el afamado crítico Joseph Pearce: aunque las obras maestras de Huxley y Orwell sean equiparables en valor literario, son claramente inferiores en valor profético. La novela-pesadilla de Benson se está haciendo realidad ante nuestros propios ojos.
«El señor del mundo» predice que en el futuro surgirá un humanitarismo mundial de tipo totalitario que reducirá el cristianismo a una inocua moral privada. Ahí reside la actualidad de esta obra. Quien la lee no tienen dificultades para establecer paralelismos con la situación contemporánea en la que valores difusos tienden a imponerse sobre las convicciones profundas de la fe. Benson es certero y nos retrata a la perfección una humanidad que vive en la periferia, en lo intrascendente, en lo insustancial. Una humanidad que se ha ido alejando imprudentemente del centro y que vive en la desorientación más profunda. Le dio un día la espalda a Dios, y cuando creía que no le veía, se lanzó al ataque de sí misma. Así lo pensaba también Henry de Lubac, cuando decía que «no es verdad, como se dice en ocasiones, que el hombre no pueda organizar el mundo de espaldas a Dios. Lo que sí es verdad es que el hombre, si prescinde de Dios, lo único que puede organizar es un mundo contra el hombre».
Escrito desde un profundo conocimiento del hombre, esta obra es la demostración de que la tendencia laicista del siglo XX tiene un final claramente identificable: la manipulación y la cosificación del ser humano. Ahora, la pregunta es ¿hemos llegado ya a ese final? En la lectura de este libro encontrará la respuesta.
Tomado de: Alexandriae.org