En 1845, Austen Henry Layard descubrió en el actual Irak los restos de la gran ciudad fundada por Assurnasirpal II en el siglo IX a.C.
Entre el otoño de 1839 y el invierno de 1840, Layard y un amigo recorrieron Asia Menor y Siria. En este último país contemplaron un paisaje salpicado por extrañas colinas artificiales, llamadas tell por los lugareños. Una de ellas llamó a especialmente la atención de Layard, por su gran tamaño y forma piramidal. Era conocida con el nombre de Nimrud, un personaje bíblico venerado también por los musulmanes y al que se atribuía la fundación de Nínive o Assur. Layard pensó que allí se podría encontrar una importante ciudad asiria.
Tras llegar a Mosul, Layard no reveló a nadie su propósito y marchó a la colina armado con una escopeta y una lanza, como si fuera a cazar jabalíes. Ya en la zona, se ganó el apoyo de un jefe beduino, que le dio protección y le proporcionó seis hombres como mano de obra.
Al día siguiente, nada más empezar a excavar, vio como eran satisfechas sus mejores expectativas. «Por todas partes aparecían cerámica rota y restos de ladrillos cubiertos de inscripciones cuneiformes –escribió más tarde–.
Al principio, Layard creyó que el yacimiento era la antigua Nínive. No fue hasta 1850 cuando el hallazgo de una inscripción revelaría que se trataba en realidad de Kalhu, una ciudad fundada en el siglo XIII a.C. y que se convirtió en capital de Asiria bajo Assurnasirpal II, en el año 879 a.C. Al inicio de las excavaciones, Layard había localizado el palacio de este rey, empezando por la primera habitación o Sala A. Enseguida aparecerían los restos de los palacios de Assurnasirpal II, Salmanasar III, Tiglatpileser III y Asarhadón, la ciudadela y la inmensa muralla de adobe que rodeaba la antigua Kalhu.
La guinda de la excavación de Layard fue el hallazgo de trece pares de leones y toros alados con cabeza humana, que custodiaban las puertas del palacio de Assurnasirpal II.
En 1847, los colosos fueron desmontados y llevados en balsa por el Tigris, para finalmente ser embarcados rumbo a Londres, donde quedaron expuestos en el Museo Británico junto con numerosos relieves. Al mismo tiempo que el francés Paul Émile Botta, que había descubierto los restos de Khorsabad, la capital de Sargón II, Layard había contribuido a revelar al mundo una civilización que había permanecido sepultada más de dos milenios.
Pudo haber sido magnífico todo, y de cómo y cuánto debió de idear un hombre para revelar lo que estuvo oculto. Pero la hazaña para todo arqueólogo acaba cuando en lugar de preservar la historia se adueña de ella cual vil botín de mercenario. Mi gran pregunta siempre ha sido: ¿Por qué se tienen que retirar las partes encontradas del lugar a otra nación? Académicamente, el deseo genuino de conservar la historia seria dejar las cosas tal cual son encontradas sin desmontar nada, pues sólo así es capaz de revelar la historia lo descubierto. Pero como sabemos, vale más sermonear la historia y sacar ganancia capital que conservarla en su estado natural. Arqueológicamente es una aberración contra la historia desmontar y trasladar lo que ha sido encontrado de su lugar exacto. Es una gran deuda que tenemos con los antiguos y que forma parte de los intereses económicos y capitalistas que muchas veces va contra lo que ha debido ser hecho para ser verdaderamente académico, arqueológico, sentido de preservar la historia.
Si para contemplarla debo entrar a un museo que las ha tomado y robado prefiero antes privarme de ello. Hasta el día que sean devueltas.
Crédito: Grupo Biblioteca Historia y Cultura