Hace tiempo leí acerca de la manera en que el hombre esquimal caza a los lobos para conseguir su piel y confeccionar así sus vestimentas. El relato me pareció muy oportuno para hacer una analogía espiritual.
Se dice que el cazador esquimal primero cubre un filoso cuchillo con la sangre de algún otro animal, y luego deja que se congele. Luego añade otra capa de sangre y lo vuelve a congelar, y así sucesivamente hasta cuatro o cinco veces. Entonces el cazador ártico toma el cuchillo ensangrentado y lo coloca en el suelo con el filo extendido hacia arriba.
Así, y sin sospechar, el lobo se acerca por el olor a sangre fresca, y comienza a lamer la sangre congelada. Lo cierto es que entre más lame, más crece su apetito hacia la sangre. Sin saber lo que está haciendo. De ese modo, el lobo empieza a cortar su propia lengua, y ya confundido, asocia su sed por la sangre cadavérica con su propia sangre. Su deseo perpetuo no se satisface hasta estar completamente muerto y desangrado.
REFLEXIÓN: Meditando en esto, me doy cuenta que así es de atractivo es el olor del pecado para mucha personas. A causa de esto, ellos mismos se convierten en víctimas mortales de sus propios pecados. Si no despiertan y piden ayuda, ni se arrepienten, terminan pereciendo como el mencionado lobo…
¡Sin embargo, el Eterno siempre te espera con los brazos abiertos!
«Volveos a mí, y yo me volveré a vosotros, ha dicho YHVH de los ejércitos.
Más dijisteis: ¿En qué hemos de volvernos?»
(Malaquías 3:7)