Autor Anónimo.
“Tener la verdad” es poseer un gran poder, pues implica la capacidad de influenciar a las millones de personas que buscan la verdad, sin lograr aun encontrarla. Es que, demasiado poder, puede corromper al mas humilde de todos los hombres. ¡Peor que eso! En manos de un líder sagaz, que ha perdido ya sus escrúpulos, «tener la verdad» puede convertirse en una poderosa excusa para justificar el culto a la personalidad humana, la altivez, la opresión, la injusticia, la discriminación racial, y toda suerte de perversión ética y moral.
¡Cuidado con cualquier movimiento (sea Judío, Cristiano, Islámico, etc.) cuya prioridad sea seguir ciegamente el dogma (o la doctrina teológica) de un fuerte líder, y no el compromiso con la vida ética y moral que demanda el Eterno de aquellos que reclaman ser su pueblo. Quien tal hace, renuncia a su propia vida, como en el pasado han demostrado los incidentes acaecidos en Masada (Israel), en Wacco (Texas), en Jonestown (Guyana), y en San Diego (California).
Cuidado con cualquier organización de carácter político, religioso, o aun científico, que prohíba cuestionar la moralidad de su ideología (esta es la definición de lo que significa ser una «secta«). Quien se somete ciegamente a alguna de estas organizaciones, corre el peligro de cometer «suicidio intelectual«. Y, el «suicidio intelectual», es siempre la triste antesala al suicidio físico
¡Cuidado con los falsos Mesías, y con quienes los veneran como a un ídolo! El hombre de carne, que sigue ciegamente a otro hombre de carne (y no al incorpóreo Creador del Universo), esta bajo maldición; y, quien tal hace, se arriesga a arder en Gehinnom, donde comerá su propia carne.
Es que, en el ultimo análisis, “tener la verdad” no es llevar dentro de nuestras cabezas la teología correcta; es llevar dentro de nuestro corazón la actitud correcta: la de hacer justicia, amar la práctica de la misericordia, y caminar de manera humilde ante el Eterno (Miqueas 6:8).