Por P.A. David Nesher
¡Y llegó el momento esperado! El instante en que el mundo sufriría un cambio histórico, al recibir cada ser humano, las raíces de comportamiento ontológico y moral, para la eternidad.
Por veintiséis generaciones, desde la creación de Adam HaRishón, el Eterno había esperado transmitir a la humanidad la preciosa Torah la cual había precedido la creación del universo. Su Intención eterna había sido que ésta vibre en sus códigos metafísicos en el corazón y la mente de cada ser humano.
Finalmente, Yahvéh había encontrado un pueblo dispuesto a aceptarla. El grandioso momento de su Revelación fue aguardado ansiosamente por el universo íntegro puesto que con ello se llevaría a cabo el objetivo espiritual de toda la Creación en cada uno de sus planos y dimensiones existenciales.
Cuando llega la hora de presentarse al pie de monte Sinaí para recibir la Torah, los israelitas experimentan un milagro mayor que el éxodo de Egipto y las diez plagas y más maravilloso que la división del Mar de Cañas.
Cuenta el Midrash que los hijos de Israel estaban reunidos al pie de Har Sinaí, varones y mujeres separadamente. Sin embargo, el Eterno provocó que en ese momentos fueran unidos por todas las millones de almas no nacidas aún de sus descendientes y por las almas de los guerim (prosélitos), es decir todos aquellos que aceptarían la Torah en generaciones futuras. Cuando Yahvéh descendió sobre el Har Sinaí en un estallido de fuego, rodeado por una multitud de 22.000 ángeles, la tierra se estremeció, y hubo tronar y relampagueo. Entonces los Benei Israel oyeron el sonido de un shofar tocándose continuamente, creciendo en intensidad hasta que alcanzó el más grande volumen que las personas podían soportar. El fuego de Har Sinai se elevó hasta los mismos cielos, y la montaña humeó como una caldera. Entonces el pueblo tembló de miedo.
El milagro que ocurre en el monte Sinaí fue la revelación de la Luz Infinita de Dios al género humano a través del pueblo de Israel. Este “tercer día” en el Monte es la fecha conocida como «Shavuot», (que en griego se denomina Pentecostés o Quincuagésimo). Este es asimismo un “Jubileo” en miniatura (jubileo de 50 días), ya que 50 días transcurrieron desde la salida de Egipto hasta la revelación del Sinaí. Por esta causa, notamos que en las conversaciones de los sabios del libro El Zohar se nombra a este tercer día, como el «Día del Amor«.
Tal y como hemos estudiado, en Rosh Jodesh Siván (primer día del mes de Siván) los Benei Israel (Hijos de Israel) arribaron al desierto de Horeb. Entonces surgen algunas cuestiones: ¿Por qué fue que YHVH no presentó a Su pueblo la Torah tan pronto como ellos abandonaron Egipto? ¿Por qué Él esperó siete semanas entre Yetziat Mitzraim (Salida de Egipto) y Matán Torah (entrega de la Torah)?
Leyendo el Talmud, descubro que los sabios intérpretes de todos los siglos están en concordancia en que la entrega de la Torah ocurrió en el primer Shabat del mes de Siván. Har (Monte) Sinaí estaba estremecido de excitación ante el trascendental evento a punto de tener lugar sobre él. Todas las montañas estaban en un estado de agitación junto con él hasta que Yahvéh les hizo recobrar la calma.
Sin embargo, los benei Israel fueron despertados por truenos y relámpagos sobre Har Sinaí y por Moshé llamándolos:
«¡El jatán (novio) está esperando que la Kaláh (novia) arribe a la Jupáh!«
Tras este llamado Moshé llevó al pueblo al Har Sinaí como el «amigo» que conduce a la kaláh a la boda. ¡Si así es! En el Monte Sinaí ocurrió una boda. Una especial boda. Una boda «extraterrestre«.
Por eso, y desde este sobrenatural evento, en Israel, la tradición de la «boda hebrea» está íntimamente ligada con el evento de la entrada en el Pacto y la entrega de la Torah. Así pues, Israel es “la novia” y YHVH es “el novio”. Moshé es el “amigo del novio”, mientras que los ángeles son los “testigos de la boda”. La densa nube manifestada sobre el Pueblo, es la “jupáh”, o dosel matrimonial.
De hecho, Tashbetz Katán (nº 467) enuncia lo siguiente:
«Sabed que todas las acciones y practicas de la novia y el novio en su boda son derivadas de matan Torá donde YHVH actúa coma un jatán hacia la kalá, K’Ial Israel.«
El proceso matrimonial tenía las características que ahora les describiré.
Ante la propuesta de matrimonio, se interpretaba que la “mujer” o doncella se encontraba ante una manifestación física de la Providencia divina que la redimía de su estado de esclavitud (ser soltera y dependiente de su padre y hermanos varones) para que se pueda casar y conformar una casa profética de bendición para las generaciones que desde esa vasija surgirían para transformar el mundo.
El varón le hacía una propuesta de matrimonio a través de su la presencia física de un “amigo”, que oficiaba como el mediador. Apenas la “mujer” aceptaba la propuesta voluntariamente y el “amigo” pasa la respuesta al “hombre”.
Al igual que el rito actual, Israel, la “mujer” celestial, recién había pasado por la mikvé o “tevilá” (baño ritual) en el cruce del Yam Suf (Mar Rojo), y las siete semanas de marcha, para así ingresar a un nuevo nivel.
El evento es anunciado con toques de Shofar. El «novio”, Yahvéh, sale de su lugar para ir al encuentro de “la novia” (Israel). La “novia” sale de su casa al encuentro del “novio”.
Los dos entran en el primer paso del pacto matrimonial hebreo, llamado «Kidushim» (o «santificaciones«), cuando los dos se consagran, se apartan el uno para el otro. Ya están atados él y ella, por eso este paso también es llamado «erusín», del verbo “aras” (atar). Así y tal cual, los dos están atados, ahora su trabajo será irse apegando en mente y corazón hasta hacerse totalmente Uno.
En ese momento se entrega un contrato matrimonial a la “novia”, llamado “Ketuváh” («Escritura de Alianza» o «Contrato Matrimonial»), donde están estipuladas las condiciones para el Pacto Matrimonial, y en las que queda comprometida la vida íntegra del «novio». Es que en ella el novio considerado a partir de ese momento como esposo, ponía por escrito su compromiso con la novia, sus promesas y aquellos aspectos sobre los cuales él habría de cumplir una vez que vivieran juntos. De no cumplir su nombre (reputación) quedaba seriamente afectado. Por su parte la novia al aceptar la Ketuváh, se comprometía a honrarle, obedecerlo y santificarse en exclusividad para él.
Por eso, la Ketuváh es propiedad pura y exclusiva de la kaláh (novia) y ella debe tener acceso a ella a través del matrimonio. Con este documento en sus manos, ella como esposa podrá meditar en su corazón cada vez que la lea y así fortalecerá sus pensamientos confiando que el pacto hecho con ese varón que la escogió no será por él roto.
En el Rollo de Devarim (Deuteronomio 20:7), vemos que hay un tiempo entre este primer paso de desposorio y el casamiento. Y allí mismo (Devarim/Deuter. 22:23-24), vemos que el primer paso del pacto matrimonial hace que ella sea llamada “la mujer de él”, aunque no hayan consumado el matrimonio todavía.
Después del primer paso (kidushim), la novia va a la casa de su padre para preparar su traje de boda y otras cosas. El “novio” va a la casa de su padre para preparar una vivienda digna para los dos.
Cuando el padre del novio ve que los dos están listos, da permiso a su hijo con un toque de shofar para que vaya a tomar a su esposa. El hijo se va a la casa de la novia y la arrebata para llevarla a la casa de su padre donde se efectuará el segundo paso matrimonial, llamado «Lakaj»que significa “tomar” (Gén 24:3). Inmediatamente comenzará la fiesta matrimonial denominada «Nisuín«, que viene de “nasáh” y signifiva «elevar» (2Crónicas 24:3), debido a que el novio entra al tálamo nupcial con su amada y la hace suya físicamente por medio del acto sexual aprobado por los Cielos para ello. Mientras tanto, los familiares y demás invitados festejan en los patios de la casa de la nueva familia.
Por eso, cuando leí el Pirké de Rabí Eliezer me encontré con este evento registrado del siguiente modo:
«…Y Moshé se puso en camino y llegó al campamento de los israelitas y los despertó de su sueño diciéndoles:
¡Despiértense de su sueño y contemplen. Su Dios desea entregarles la Torah. El Novio desea llevar a la Novia y entrar en la cámara nupcial. El Santísimo, Bendito Sea, fue a encontrarse con ellos para entregarles la Torah!…»
Así pues, en el momento de la entrega de las Tablas al pueblo de Israel interactuaron tres esencias:
- la esencia del Supremo,
- la esencia de la Torah y
- la esencia del pueblo de Israel.
Entonces, debemos aceptar que el objetivo final de la entrega de la Torah es asumir que la Esencia del Supremo se une con la esencia de Israel a través de la observancia de la esencia de la Torah (los 613 mitzvot contenidos en ella), los cuales constituyen la Esencia de Su Voluntad. Por ello es que en el Zohar se lee: «…Dios, la Torah e Israel, forman una Unidad…»
Con todo esto, podemos decir que la Ketuváh (contrato matrimonial) es un documento legal que protege a la mujer, la resguarda en caso de que el esposo falte a sus compromisos y asegura un bienestar para los hijos, además de ser una carga moral para el esposo en caso de que llegara a pensar en incumplir la parte de su pacto.
En otras palabras, un contrato matrimonial es un sinónimo de bendición, de formalidad del amor del varón hacia la mujer.
Cuántos varones no dicen amar a sus parejas, pero a la hora de pensar en un compromiso mayor, respaldado por un contrato matrimonial, simplemente desaparecen. La Torah es un prototipo de dicho contrato matrimonial, de acuerdo a Jer. 2:1-3:
«Vino a mí palabra de Yahvéh, diciendo:
Anda y clama a los oídos de Jerusalén, diciendo:
Así dice Yahvéh:
Me he acordado de ti, de la fidelidad de tu juventud, del amor de tu desposorio, cuando andabas en pos de mí en el desierto, en tierra no sembrada.
Santo era Israel a Yahvéh, primicias de sus nuevos frutos. Todos los que le devoraban eran culpables; mal venía sobre ellos, dice Yahvéh.»
(Jeremías 2:1-3)
Así es, el Eterno entregó a su pueblo una Ketuváh en el monte Sinaí. Aquel evento sobrenatural, fue nada más y nada menos que un contrato formal en el que Yahvéh se comprometía a ser su Dios, a protegerla, guardarla y preparar una habitación para que Él y ella se hicieran Uno (Ejad).
La historia nos dice que el pueblo a causa de aquel miedo paralizanta falló a la parte de su pacto al adorar el becerro de oro. No supo esperar la segunda parte del proceso matrimonial. Aún así Yahvéh se mantuvo siempre fiel aunque Israel no. Y de tal manera la amó que mandó a su Hijo a renovar dicho contrato para que en un futuro muy cercano, aquellos que somos sus hijos primogénitos, miembros de la Keiláh Santa (Israel) podamos consumar la boda y morar por siempre con Él.
En esto aprendemos que el Eterno todo lo hace a través de pactos, y dada la formalidad de este momento, Él mismo lo firmó (Ex. 31:18) sin intermediarios o mediadores, tal y como una boda lo requiere.
Es por todo lo anterior que no podemos considerar la Torah dada a Israel como abrogada, ya que es justamente el único documento que avala nuestra relación formal con Yahvéh, que consolida la «salida» de Israel del exilio de Mitzrayim (Egipto) y que además nos da un ejemplo muy claro para nuestros días: el verdadero amor espera hasta que se formalice por medio de un Pacto de compromiso matrimonial.