La idea de que naciones, etnias, culturas, o economías sea gobernada por una nación, etnia, cultura, o economía extranjera, es contraria a la Torah. La misma prescribe que el gobernante de un pueblo sea un nativo, de suerte que su inclinación natural sea defender el bienestar y los intereses (la etnia, cultura, los valores, y la economía) de su propio pueblo. Es decir, no hace sentido un extranjero (por ejemplo un católico italiano que fue criado y vive en el continente Europeo, en la ciudad de italiana de Roma), tenga el poder de decidir cuales han de ser los valores, la cultura, la moralidad, y la economía que deben regir la población (mayoritariamente musulmana) de Arabia Saudí; la población (mayoritariamente budista) de Tailandia; o la población (mayoritariamente hindi) de la India.
¿Donde enseña esto la Torah?… Pues en el pasaje que dice:
«… de entre tus hermanos pondrás rey sobre ti; no podrás poner sobre ti a hombre extranjero, que no sea tu hermano»
((Deuteronomio 17:15)
De hecho, el Eterno advirtió a Israel que, la consecuencia de abandonar la Torah (los diez mandamientos) seria ser vencidos por sus enemigos (paganos), siendo así subyugados por las naciones extranjeras:
«Y vendrán sobre ti todas estas maldiciones, y te perseguirán… por cuanto no habrás atendido a la voz de Yah tu Dios, para guardar sus mandamientos… servirás, por tanto, a tus enemigos (aquellos a quienes no les interesa realmente tu bienestar)»
(Deuteronomio 28:45-48)