Por P.A. David Nesher
Comenzaré dando el dato de que, de acuerdo a la halajáh, existen algunos shabatot (sábados) que además de llevar el nombre de la Parashá (sección) de la Torah que en él se lee, llevan el nombre de su Haftará (conexión) que se lee ese día para conectar con la semana siguiente. Este es el caso del Shabat pasado, denominado “Shabat Jazón” («Sábado de Visión«), porque su Haftará narra la dura visión del profeta Yeshayahu en sus primeros capítulos.
Así pue, resulta que el Shabat posterior a Tishá Beav (9 deAv – día en que recordamos las dos destrucciones de los Templos de Jerusalén), se lo designa con el nombre de Shabat Najamú debido a que la Haftará especial que se lee en ese día bendito comienza diciendo:
«Najamú, Najamú amí…«,
(«Consolad, consolad a mi pueblo…»)
(Isaías 40:1).
Así pues, desde este Shabat hasta el Shabat anterior a la fiesta de Yom Teruáh, nuestra almas tomarán fuerza en un período de siete semanas en las que en cada Shabat, se lee una profecía del profeta Yeshayahu (Isaías). Este ciclo de Haftarot (conexiones) es llamado «Shivá denejamatáh«, que significa: «las siete (semanas) de consuelo«, las que hablan del consuelo que el Eterno proveerá paulatinamente al pueblo de Israel.
Para que logremos entender el poder mesiánico de consolación que se libera a partir de este Shabat, y durante siete semanas, les diré primeramente lo que el rabí Mordekai Yafé (1535 – 1612) explica en su libro conocido llamado el «Levush«, donde dice que estas siete haftarot han sido seleccionadas buscando el objetivo de consolar al pueblo de Israel por la destrucción del Templo de Jerusalem.
Por otro lado, el Midrash recuerda que existen siete clases de consuelo divino, proveniente de los siete espíritus del Eterno, y compara al exilio del pueblo de Israel entre los pueblos del mundo, con un rey que fue tomado prisionero junto con sus hijos, sus yernos y todo su pueblo, quedando la reina sola por muchos años. Después de algún tiempo le informaron a la reina que ellos retornarían, y de esta manera, la reina obtuvo consuelo de su sufrimiento.
La pregunta que hace el mismo Midrash es: «¿Quién es la reina?» La reina es Yerushalayim (Jerusalem) que será notificada prontamente (con la ayuda de Dios), de que la Divinidad será «liberada«, así como también el pueblo de Israel, y esto representa siete consuelos: el retorno de los hijos, las hijas, las nueras, los yernos, sus hermanos, sus hermanas, y finalmente el retorno del rey, es decir del Rey de Reyes: el Mashiaj.
Por eso, el Midrash afirma que el Eterno designará a Abraham como Su emisario para consolar a Yerushalayim, pero la Santa Ciudad no tendrá consuelo. Entonces enviará a Itzjak, pero el resultado será el mismo. Tampoco podrán lograrlo ni Yaakov, ni Moshé. Cuando el Eterno note que Yerushalayim se niega a hallar consuelo por medio de los patriarcas, decidirá hacerlo Él mismo manifestando finalmente a Su Vasija Arquetípica: Mashiaj.
Por ello, a partir de este Shabat y hasta Yom Teruáh, leeremos un total de siete Haftarot las cuales contienen profecías que infundieron en el pueblo consuelo y esperanza posterior a la destrucción del Beit HaMikdash.
Esta es la esperanza y el consuelo de la Ciudad de Yerushalayim; el saber que el Rey de todos los reyes acompañado de Sus hijos, retornarán a ella:
«…¡«Consuelen, consuelen a Mi pueblo!, ha dicho vuestro Elokim. Hablen al corazón de Jerusalem y díganle a ella que se ha completado su tiempo (de exilio), que ha sido perdonado su pecado…»
(Isaías 40:1-4)
Aquí el profeta Yeshayahu le dice al pueblo de Israel que el Eterno ha ordenado a todos los profetas que consuelen al pueblo de Israel y lo reconforten, así como también a la ciudad de Yerushalayim.
Ahora bien, nos corresponde prestar mucha atención a la repetición de la palabra «consuelen». Para ello, encontré que el famoso mefarshim (comentarista) «maguid» de Duvna (Rabí Iaacov Krantz, 1741 – 1804), en el libro «Cojav Miiaacov», nos explica esta repetición mediante un cuento muy ilustrativo:
«Esto se asemeja a dos mujeres cuyos maridos viajaron a un país lejano, al otro lado del mar. Uno viajó a causa de la pobreza, para ver si allí podría conseguir sustento para su familia, y el otro que era un gran millonario a quien no le faltaba nada, viajó para alejarse de su esposa – que le hacía la vida imposible.
Con el transcurso de los días, sus esposas no recibieron ninguna noticia de ellos, y fueron a preguntarle a los comerciantes que acostumbraban viajar a esas tierras distantes, si ellos sabían algo de sus respectivos maridos. Uno de esos vendedores les dijo que él estuvo con sus respectivos esposos, quienes le dieron cartas para ellas.
Cuando las esposas le pidieron a él si les podía entregar las cartas que había traído con él, el mercader les dijo que en ese momento él no tenía tiempo para buscar las cartas, pero que las buscaría a la mañana siguiente y se las entregaría. Al escuchar esto, la esposa del adinerado retornó a su hogar feliz y tranquila sin decirle nada al comerciante, mas la esposa del hombre pobre no se movió de ese lugar y le insistió mucho al hombre para que tenga la amabilidad de buscar la carta de su marido en ese momento y entregársela a ella.
Al ver esta actitud, el hombre le preguntó a la mujer por qué es que ella estaba más apresurada en leer la carta que la otra mujer que aceptó felizmente lo que él les propuso sin decir nada – pues sabía que mañana tendría noticias de su esposo.
Ella le respondió angustiada: Debes saber que hay una gran diferencia entre esa mujer y yo. Esa mujer vive en su casa tranquilamente pues la riqueza reside en su hogar y su marido se fue a esas tierras lejanas, solamente por las peleas y las discusiones entre ellos. Es por eso que ella no tenía ninguna preocupación más que la de saber si a su esposo se le fue el enojo que tenía con ella, pues ella temía que su esposo no volvería más y su destino sería quedarse sola por el resto de sus días. Pero ahora que ella escuchó que su esposo te ha pedido a ti que la consueles a ella dándole una carta, ya no existe para ella ningún consuelo más grande que ese, y es por eso que a esa mujer le alcanza saber que todavía su marido la desea a ella por esposa, y retornó a su casa sin necesitar leer la carta.
Pero eso no es lo que ocurre conmigo, puesto que yo soy una mujer pobre, carente de todo y espero con mucha ansiedad saber si D’os se ha apiadado de mi esposo enviándole sustento, para que así podamos alimentar a nuestra familia. Entonces, ¿cómo puedo yo ahora estar satisfecha sabiendo que mi esposo me ha enviado una carta si no la podré leer? ¿Quién me dirá ahora si mi marido ha logrado cumplir su objetivo o no? Yo no puedo esperar hasta mañana, soportando esas largas horas de espera, hasta saber qué es lo que está escrito en la carta!«
Con este relato metafórico el «maguid» de Duvna explica que lo mismo ocurre con el pueblo de Israel hoy: así como le ocurrió a la esposa del hombre adinerado que por portarse mal con su marido ella provocó que él se aleje de ella, el pueblo de Israel a través de sus pecados provocó que YHVH se aleje de ellos. La única preocupación que esa mujer tenía era saber si su esposo sigue amándola y volverá a su hogar algún día. Ella no necesitaba leer la carta, pues le alcanzaba con saber que su esposo todavía se preocupaba por ella.
Con el pueblo de Israel ocurre lo mismo. Toda nuestra preocupación y nuestro duelo, es porque hay quienes dicen que el Eterno nos ha abandonado para siempre y nunca más retornará hacia nosotros. Por eso, para consolarnos, nos alcanza con lo que nos dijo el profeta Yeshaiahu, que el Santo , bendito es Él, le pidió a él que nos diga que si nosotros estamos sufriendo, Él también sufre. Para nosotros no existe un consuelo más grande que ese, ya que de esa manera sabemos que YHVH no dejó de tener clemencia por Su pueblo y Su amor todavía está con nosotros, y entonces ¿qué necesidad tenemos de escuchar las palabras de consuelo? Y esto es lo que quiso expresarnos el profeta Yeshaiahu al decir: «Consuelen, consuelen a Mi pueblo!, ha dicho vuestro Dios«. Él quiso decirnos que nosotros deberíamos consolarnos incluso sólo con la noticia de que YHVH le ha ordenado a él que venga a consolarnos, para que sepamos que nunca más volveremos a ver a los que se ríen de nuestra situación actual, que contradice nuestra esperanza y nuestro anhelo. Esta buena noticia nos tiene que alcanzar para provocarnos que esperemos con calma, paciencia y felices el gran momento en el que el Eterno, nuestro Av, retorné hacia Su pueblo.
Con todo esto en nuestra mente, ahora podemos entender por qué el mes hebreo en el cual ocurrieron tantas desgracias a nuestro pueblo se lo denomina “Menajem Av”, (algo así como «¡Consuélanos Padre!«). Posiblemente, el mensaje sea el mismo que aquel que acabamos de enunciar. Nuestro aliento radica en el hecho que sabemos que existe un Padre en los Cielos, quien decide que nos sucedan determinadas cosas y que todo eso es parte de Su gran diseño de propósito para los distintos objetivos de la historia humana. Quiénes mejor que los yehudím (judíos) saben que el mundo es como una rueda: en ciertos momentos está arriba, mientras que en otros está abajo, pero que volverá a subir. Es esta la razón primordial por lo que al pueblo de Israel se lo compara con la Luna. Este, nuestra satélite, sigue constantemente esa dinámica cíclica: crece y mengua para volver a aparecer al mes siguiente. Así mismo, «el verdadero yehudí (judío) reconoce que los pesares que le suceden o que le han acontecido en el pasado nunca ocurren en forma fortuita. Si bien, puede no conocer o admitir en dónde radica su falta para con Dios sabe que la hay y que en cualquier punto de su vida, debe retornar hacia la Fuente de la que siempre está aún distante. Desdichado aquel que no sabe hacia dónde dirigirse. Esa persona está inexorablemente en continuo desconsuelo» [comentario del Rab Daniel Oppenheimer].
Acabamos de evocar el día más triste del calendario hebreo, para comenzar ahora el período de consuelo (siete semanas) que supera en duración a la etapa de tres semanas de luto anual y que culmina con el propio anuncio divino de un próximo año nuevo que podría ser el Jubilar definitivo.
Así pues, el Shabat Najamú es el primer Shabat después de Tishá Be Av, desde el que las palabras del profeta reverberan a través de las semanas siguientes, las siete semanas de la Consolación. Es un tiempo especialmente dado al regocijo con cánticos y danzas y manjares hasta que suene el Shofar anunciando Yom Teruáh.
Para finalizar, les compartiré una anécdota que la historia nos deja. Se cuenta que en una oportunidad, en Tish beav, aniversario de ese nefasto hecho, el emperador Napoleón de Francia pasó a través de una aldea judía, en momentos en que sus habitantes estaban sentados en la tierra a modo de duelo conmemorando la destrucción, llorando y leyendo el Séfer (libro) de Lamentaciones. Preguntó Napoleón la causa de semejante conducta, y le respondieron que para ellos era día de luto por la destrucción de su tierra unos 2000 años atrás. Esto impresionó sobremanera a Napoleón, y reflexionó: “…Un pueblo que se resiste a olvidar y lamenta la desolación de su Tierra ocurrida hace tanto tiempo, jamás será destruido y puede estar plenamente confiado de que finalmente la recuperará…”.