Por: P.A. David Nesher
«¿Cómo decís: «Somos sabios, y la ley del SEÑOR está con nosotros?, cuando he aquí, la ha cambiado en mentira la pluma mentirosa de los escribas.»
(Jeremías 8: 8)
La curiosidad con la que comenzaré esta bitácora es destacar que la Biblia es, a nuestra fecha, el libro más traducido de la historia, pues puede leerse entera o en parte en más de dos mil quinientos idiomas. Y en algunos de estos no hay una sola traducción, sino muchas.
El tema crítico es que, puesto que la Biblia fue escrita originalmente en hebreo, arameo y griego, la mayoría de las personas que desean leerla dependen de una traducción. Si en su idioma usted tiene la posibilidad de elegir, sin lugar a dudas querrá emplear la mejor traducción existente. Pero, a la hora de responder la pregunta que muchos nuevos creyentes me hacen acerca de cuál es la versión bíblica más fiel a los originales, debo contestar lo mismo de siempre: «la mejor versión es el texto hebreo y griego«.
Es más, debo también decir que las versiones más modernas son más fieles que las antiguas, en tanto que tienen más manuscritos disponibles para hacer las comparaciones. Hasta el siglo XIX, los traductores tenías muy pocos trabajos en sus manos para cotejar y traducir fielmente. A fines de aquel siglo surgió la denominada «critica textual» que consiste en ofrecer las las reglas con las que trabajan traductores e intérpretes, con las diferentes variantes del texto bíblico en los manuscritos hebreos, y particularmente griegos. Reglas que permiten identificar errores de los copistas, inserciones tardías, e incluso alteraciones intencionales sobre todo por parte de algunos papas. Un ejemplo de ello, lo hallamos en la versión del Nuevo Testamento Griego de Sociedades Bíblicas que incluye un aparato critico que explica las diferentes variantes del texto tal cual aparece en cada códice o papiro.
Sintetizando la historia, sabemos que en el año 382 d. E.C., en el Concilio de Roma, se estableció el canon del Nuevo Testamento. Es decir que cuatro siglos después de la muerte de Jesús, el Cristo, la recién instituida Iglesia Católica proclamaba tener una colección de escritos que representaban el mensaje, vida y obra del fundador de lo que ellos denominaron el movimiento cristiano o cristianismo.
Convengamos que a esta altura de la marcha, el texto original de varios de los escritos cristianos había sido alterado por los escribas. La autoría de la mayoría de estos textos no era fácil de determinar y los manuscritos incluidos en el canon no eran necesariamente los más populares o los más utilizados por las diferentes comunidades de discípulos. Esto se debía, a que hasta ese momento, el centro de toda pedagogía apostólica era la interpretación de la Instrucción (Torah) desde la cosmovisión del Mesías (su Yugo como se lo denominaba).
Además, para ese entonces, se habían perdido los textos originales de muchos evangelios. Las traducciones hechas del griego al latín en el siglo IV habían modificado los textos, ya que las autoridades eclesiásticas romanas no querían matices hebreos en los mismos Por ello, y la recopilación encargada por el Papa Dámaso I a San Jerónimo en el 382 d.C. para tratar de corregir estos problemas no había sido realizada con la rigurosidad necesaria para remediar el caos reinante.
Todo esto sin tomar en cuenta que la comunidad cristiana, aquella con base en Roma, que se convirtió en la Iglesia Católica, no representaba un consenso entre las diferentes comunidades cristianas de la época. La mayoría de las mismas tenían una interpretación particular del mensaje de Jesús y el Reinado de Yahvéh. Sin embargo, la posición greco-mitraica de Roma se impuso gracias a sus influencias políticas y capacidad organizativa. Gracias a esta imposición, la cosmovisión babilónica de Roma logró convertirse en la religión oficial del imperio. La comunidad de cristianos de Roma estableció, mediante decreto imperial, que ellos eran los únicos que tenían la opinión correcta sobre el mensaje de Jesús. Todos los demás eran herejes.
En un párrafo anterior, mencioné que en un intento por detener la alteración que sufrían los textos de los libros del canon al ser traducidos improvisadamente del griego al latín, el Papa Dámaso I (304 – 384 d.C.) le encargó al intelectual Jerónimo de Estridón en el 382 d. E.C., que recopilara los manuscritos griegos y hebreos más antiguos para producir un texto único en latín capaz de erigirse como el texto oficial aceptado por la Iglesia Católica. Este monje usó la Septuaginta como base del Antiguo Testamento, y traduciendo los libros neotestamentarios canonizados por las comunidades sujetas a Roma, obtuvo su fruto literario conocido como La Vulgata. Pese a los errores, la Vulgata Latina fue la Biblia del mundo occidental por más de 1000 años, hasta que llegó la imprenta.
Alrededor de 1.439, Johannes Guttenberg (1398-1468) empezó a desarrollar técnicas de impresión mecánica y cambió para siempre la forma en la que se reproducían los libros. El difícil trabajo que habían realizado los escribas copiando manuscritos letra por letra fue reemplazado por un sistema mecánico, que al margen de la producción masiva, permitía tener un control casi absoluto sobre la fidelidad de las copias.
La primera impresión masiva realizada por Johannes Guttenberg fue la reproducción de una edición de lujo de La Vulgata Latina que tomó seis años en completarse, desde el 1.450 a 1.456.
Al inicio del siglo XVI, un cardenal español llamado Francisco Jiménez de Cisneros (1437-1517) decidió producir una versión del Nuevo Testamento en griego. Al mando de un equipo de eruditos, Jiménez de Cisneros produjo una edición políglota de la Biblia. El Antiguo Testamento se presentó, recurriendo a los textos originales, en tres columnas: hebreo, latín y griego. El Nuevo Testamento se editó en griego porque la mayoría de manuscritos antiguos y/o originales de los textos estaban en griego.
Esta Biblia fue producida en Alcalá, España. El nombre latino antiguo de la ciudad era “Complutum”; por eso esta obra es conocida como la Biblia Políglota Complutense. Constaba de seis volúmenes y se terminó de imprimir alrededor del 1514. Su publicación fue retrasada hasta 1520 ya que siendo una producción oficial de la Iglesia Católica necesitaba la aprobación del Papa Leo X (1475 – 1521).
Después de este trabajo de traducción, e influenciado por él en gran parte aparecerá en Europa el denominado Textus Receptus.
El Textus Receptus es un término en latín que significa Texto Recibido. Dicha expresión latina hace alusión al texto griego del Nuevo Testamento editado por Erasmo de Rotterdam (Desiderius Erasmus) en el siglo XVI. Este texto representa a un conjunto de manuscritos en lengua griega del Nuevo Testamento, de los cuales los más antiguos datan aproximadamente del siglo X, y son la base de muchas traducciones clásicas de la Biblia tanto al español como a otros idiomas (versiones anteriores a 1881). Existen más de cinco mil (5.000 manuscritos) griegos del Nuevo Testamento, y casi todos ellos apoyan la lectura del Textus Receptus. Algunos de estos manuscritos disponibles en el tiempo de la Reforma fueron la base textual que utilizaron algunos eruditos para desarrollar sus diferentes ediciones griegas.
El Textus Receptus tiene su inicio en la crítica textual conservadora de parte de Erasmo, quien escogió la lectura final para su edición de 1516 entre algunos manuscritos generalmente representativos del texto Bizantino (Texto Bizantino se refiere a la mayoría de los manuscritos en los cuales se basó el Textus Receptus).
Erasmo de Rotterdam había publicado en 1522 una compilación crítica del Nuevo Testamento Griego y Latino, que sirvió como base preferencial de traducción desde el S. XVI al S. XIX. Él usó seis manuscritos. Éstos estaban muy dañados y todos databan su procedencia entre los siglos XII y XV, o sea, apenas eran antiguos.
En cuanto al inicio de la frase “Textus Receptus”, en la edición del Nuevo Testamento griego de los hermanos Elzevir del año 1633, el prefacio incluyó la siguiente oración en latín: «Textum ergo habes nunc ab omnibus receptum» (por tanto tenéis ahora el texto recibido por todos).
En la siguiente recta histórica representamos solo algunos de los nombres más conocidos de aquellos eruditos que elaboraron ediciones del Texto Recibido Griego:
Observamos que desde la Políglota Complutense de 1514 hasta la quinta edición de Teodoro de Beza de 1598, comprenden aquellas ediciones del Texto Recibido Griego que eran contemporáneas a la traducción que hizo Casiodoro de Reina en 1569 y la posterior revisión de Cipriano de Valera del año 1602. Vemos, por lo tanto, en la recta histórica, dos ediciones posteriores a 1602 que son las de los hermanos Elzevir (1624 – 1633) y la última la de F. H. A. Scrivener en las décadas de 1870 y 1880. Podemos concluir, por lo tanto, que estas dos ediciones (dadas las fechas en que se generaron), no pudieron ser fuentes consultadas por Reina y Valera.
A partir del siglo XIX, los eruditos especializados en el campo de la crítica textual, comenzaron a descubrir otros manuscritos, muchos más antiguos que los que se habían utilizado hasta el momento. Incluso copias de la Biblia del siglo IV, por ejemplo. A partir de entonces, desde luego, se han descubierto copia tras copia, muchas más antiguas que nunca. Dice Daniel Wallace, uno de los líderes en el campo:
“Tenemos ahora hasta dieciocho manuscritos del Nuevo Testamento (todos fragmentarios) del siglo II, y uno incluso del primer siglo . El 40% del Nuevo Testamento se encuentra en estos dieciocho textos.”
Por todo esto, es evidente que el Textus Receptus está hoy desacreditado y ninguna traducción seria moderna de las Escrituras lo usa, porque está fatalmente desactualizado y ha sido superado, según los hallazgos e investigaciones de las ciencias bíblicas y la crítica textual, por el el Textus Criticus, que es fruto del estudio de más de cinco mil quinientos (5.500) manuscritos del A.T. y otros tantos del N.T. que se han encontrado en los últimos siglos.
Como dije anteriormente el Textus Receptus está basado en una docena de manuscritos tardíos de los siglos XII a XIV D.C., muchos de los cuales hoy carecen de autoridad por las muchas interpolaciones, añadiduras y vacíos que presentan.
Hoy tenemos manuscritos de la Biblia completa de los siglos IV y V D.C. y en Qumrán se hallaron manuscritos de todos los libros del A.T. Muchos de estos manuscritos son del siglo II y III a. E.C. es decir, diez a doce siglos anteriores a los que constituyen el Textus Receptus. Los versículos o palabras que dicen faltan en el Textus Criticus y en las versiones modernas de la Biblia como la NVI debieron salir del texto bíblico porque no aparecen en los miles de manuscritos anteriores a los siglos VII al XII; y si solo están en los manuscritos tardíos posteriores al siglo X y no aparecen en manuscritos anteriores, es porque nunca estuvieron en el texto original y fueron añadidos posteriormente.
El problema es que las versiones tradicionales se basaron en el Textus Receptus que, como ya dijimos, hoy está superado. El texto depurado de las Escrituras más cercano a los originales es el Textus Criticus, que es el usado por las buenas versiones actuales de las Escrituras.
Entonces, y para concluir, volveré al planteo que dio inicio a esta bitácora: ¿cuál es LA versión perfecta? Sin duda, y ante estos hechos históricos es una pregunta mal formulada. Sin embargo, puedo arriesgarme a responder que las versiones más confiables, son aquellas que están basadas en el texto griego crítico y expresan bien lo que el original dice en español. Este tipo de versiones nos permite escuchar el Evangelio del Reino con un filtro especial. Así y por medio de ellas el Espíritu Santo se comunica con nuestro espíritu provocando fe al escuchar la Palabra de Dios (Romans 10: 17).
Evidentemente si desconocemos la Historia se nos escapa la explicación de muchos acontecimientos actuales ya que, éstos son a raíz de hechos históricos que ignoramos.
Qué bueno entonces es disponerse a «lo aburrido» (como nos dice el sistema de esta Ciencia) y así descubrir que nuestro diario andar como individuos y como sociedad deriva de los hechos que sucedieron antes que nosotros. Gracias apóstol!