Un programa secreto de armas nucleares es como una especie de fantasma en la maquinaria, detectable tan sólo cuando el sistema del control de la información falla o se rompe. Es necesario que dirijamos una mirada cuidadosa a las disparidades entre el relato oficial y los inesperados sucesos.
Informes contradictorios
TEPCO, el operador de energía nuclear de Japón, informó inicialmente que había tres reactores funcionando en el momento en que se produjo el terremoto de Tohoku y el tsunami del 11 de marzo. Después, una explosión de hidrógeno agrietó la Unidad 3, provocando que hubiera escapes de óxido mezclado con uranio-plutonio (o MOX). La Unidad 6 desapareció inmediatamente de la lista de reactores operativos, a la vez que de la Unidad 3 empezaban a escaparse partículas enormemente letales de plutonio. El plutonio es el elemento del que se componen las ojivas nucleares más pequeñas, que se libera con mayor facilidad.
Un incendio estalló dentro de la dañada vasija de contención del reactor de la Unidad 4, al parecer debido al sobrecalentamiento de las barras desechadas de combustible de uranio depositadas en una piscina de enfriamiento en seco. Pero las dimensiones del fuego indican que este reactor se mantenía encendido para algún objetivo que no era la generación de electricidad. Su omisión de la lista de operaciones generadoras de electricidad plantea la pregunta de si la Unidad 4 estaría utilizándose para enriquecer uranio, el primer paso del proceso que conduce a la extracción de material fisionable al nivel necesario para construir armas nucleares.
La aparición de agua de mar irradiada en el Pacífico supone otra pieza del puzzle, porque es imposible rastrear su fuente subterránea (o quizá porque es inconfesable). El laberinto de tuberías inundadas, donde se encontraron los cuerpos desaparecidos de dos trabajadores de la central –desaparición que no se había comentado ante los medios con anterioridad-, bien podía contener la respuesta al misterio: un laboratorio que nadie se atreve a nombrar.
Guerra política
En reacción a la demanda del Primer Ministro Naoto Kan de una pronta información sobre los problemas, el lobby pro-nuclear cerró filas, negándole información vital a la oficina del Primer Ministro. La gran alianza de los partidarios de la energía nuclear incluye a TEPCO, al diseñador de la planta de General Electric, al MECI, al anterior partido gobernante, el Partido Demócrata-Liberal y, según todos los indicios, a la Casa Blanca.
Los ministros del gabinete encargados de las comunicaciones y de las emergencias nacionales arremetieron recientemente contra Banri Kaeda, el jefe del MECI, por actuar a la vez como promotor y regulador nuclear encargado de la ahora amordazada Comisión por la Seguridad Industrial y Nuclear. TEPCO contraatacó con toda rapidez culpando al sobrevuelo del helicóptero del Primer Ministro de haber retrasado la ventilación de los gases volátiles, provocando así una explosión en el Reactor 2. Por “razones de salud”, el presidente de TEPCO se retiró a una sala de hospital, cortándole a Kan la línea de comunicación con la compañía y desautorizando su visita a Fukushima 1.
La enemistad que Kan mantiene con su rival en el Partido Democrático Ichiro Ozawa ha acabado perjudicándole, porque era el único aliado potencial de peso con quien habría podido enfrentarse a la formidable coalición a favor de la energía nuclear.
El jefe de los Demócratas Liberales, que promovió la energía nuclear en sus casi 54 años de trayectoria, acaba de mantener conversaciones confidenciales con el Embajador de EEUU, John Roos, mientras el Presidente Obama hacía declaraciones en apoyo de las nuevas plantas de energía nuclear por todo EEUU.
Corte en las comunicaciones
El contenido no revelado de las conversaciones entre Tokio y Washington puede deducirse a partir de las interrupciones a las recientes llamadas telefónicas que le hice a un colega periodista japonés. Cuando estaba dentro de zona caliente radioactiva, su número de móvil se desconectaba, al igual que los móviles de los trabajadores nucleares de Fuskushima, a los que se negaba el acceso telefónico con el mundo exterior. La suspensión del servicio no se debe a fallos de diseño. Al ayudar en la preparación del plan de respuesta a la crisis de Tohoku en 1996, mis esfuerzos se centraron en garantizar que las estaciones base de los móviles tuvieran suficiente energía como para poder recargarse con toda rapidez.
Una llamada telefónica posterior cuando mi colega regresó a Tokio se cortó de inmediato en cuanto mencioné “GE” [General Electric]. Ese incidente ocurrió el día en que el director ejecutivo de GE, Jeff Immelt, aterrizaba en Tokio con la promesa de reconstruir la planta nuclear de Fukushima 1. Tales supuestas escuchas son sólo posibles si el operador de la telefonía nacional, NTT, está cooperando con el programa para interceptar señales de la Agencia Nacional de Seguridad estadounidense (NSA, por sus siglas en inglés).
El acuerdo de Manchuria
La cadena de sucesos detrás de esta inmensa fabricación de mentiras se remonta a muchas décadas atrás.
Durante la ocupación militar japonesa del noreste de China en los años de la década de 1930, el estado-títere de Manchukuo se fue forjando como potencia económica totalmente moderna en apoyo de un superpoblado Japón y su maquinaria militar. Un planificador de la economía de alto rango llamado Nobusuke Kishi trabajó estrechamente con el entonces comandante de la división ocupante de Kanto, conocido por los chinos como el General Hideki Tojo, del Ejército de Kwantung.
Los estrechos vínculos entre el ejército y los economistas coloniales produjeron sorprendentes logros tecnológicos, incluido el prototipo del tren bala (o Shinkasen) y el comienzo del proyecto de bomba atómica de Japón en el norte de Corea. Cuando Tojo se convirtió en Primer Ministro de Japón durante la época bélica, Kishi fue designado Ministro de Comercio y Economía, planeándose entonces una guerra total a escala global.
Después de la derrota de Japón en 1945, tanto Tojo como Kishi fueron declarados culpables como criminales de guerra de Clase A, pero Kishi se libró de la horca por razones desconocidas, posiblemente por sus útiles conocimientos para una nación devastada por la guerra. La concepción del escuálido economista de una economía controlada a nivel central proporcionó el anteproyecto para el MCII (Ministerio de Comercio Internacional e Industria), predecesor del MECI, que creó el milagro económico que transformó el Japón de la posguerra en una superpotencia económica.
Después de abrirse paso a empujones para caerle en gracia al Guerrero del Frío John Foster Dulles, el secretario de estado de Eisenhower, Kishi fue elegido Primer Ministro en 1957. Su protegido Yashuhiro Nakasone, ex oficial naval y futuro Primer Ministro, encabezó la campaña de Japón para convertirse en potencia nuclear bajo la cobertura de la Ley Básica de la Energía Atómica.
Complicidad estadounidense
Kishi negoció en secreto un acuerdo con la Casa Blanca que permitía que el ejército de EEUU almacenara bombas atómicas en Okinawa y en la estación naval-aérea de Atsugi, en los alrededores de Tokio. (El cabo de marines Lee Harvey Oseald sirvió como guardia en el arsenal subterráneo de ojivas nucleares de Atsugi). A cambio, EEUU dio su visto bueno para que Japón emprendiera un programa nuclear para uso “civil”.
Fue necesaria toda una diplomacia secreta debido al abrumador sentimiento del pueblo japonés en contra de la energía nuclear tras los bombardeos atómicos de Hiroshima y Nagasaki. Hace dos años, Katsuya Okada, Ministro de Asuntos Exteriores en el gabinete del Primer Ministro del Partido Democrático Yukio Hatoyama (que desempeñó ese puesto durante nueve meses de 2009 a 2010), sacó a la luz el texto del acuerdo secreto.
De ese documento, que había estado encerrado dentro de los archivos del Ministerio de Asuntos Exteriores, habían desaparecido muchos detalles clave. El veterano diplomático jubilado Kazuhiko Togo reveló que los asuntos más sensibles se recogieron en breves documentos adjuntos, algunos de los cuales se guardaban en una mansión frecuentada por el hermanastro de Kishi, el difunto Primer Ministro Eisaku Sato (que estuvo en el poder desde 1964 a 1972). Esas notas diplomáticas, mucho más importantes, añadió Togo, se habían eliminado y consiguientemente desaparecido.
En Japón, estas revelaciones se consideraron de especial importancia, sin embargo, los medios occidentales las ignoraron en gran medida. Con la planta nuclear de Fukushima cada vez más llena de humo, el mundo está pagando ahora el precio de esa negligencia periodística.
En su visita a Gran Bretaña del año 1959, un helicóptero militar trasladó a Kishi hasta la planta nuclear de Bradwell en Essex. Al año siguiente, se firmó el primer anteproyecto de seguridad entre EEUU y Japón, a pesar de las protestas masivas celebradas en Tokio. Un par de años después, la firma británica GEC construía el primer reactor nuclear en Tokaimura, en la Prefectura de Ibaragi. Al mismo tiempo, inmediatamente después de las Olimpiadas de Tokio de 1964, el recién inaugurado tren bala deslizante Shinkansen atravesando la ladera del Monte Fuji proporcionaba la racionalidad perfecta para promover la electricidad de origen nuclear.
Kishi pronunció la famosa declaración de que “las armas nucleares no están expresamente prohibidas” en función del artículo 9 de la Constitución de la posguerra que prohibía la energía con fines bélicos. Su nieto, el entonces Primer Ministro Shinzo Abe, repitió dos años después esas palabras. La “crisis” en curso con Corea del Norte sirvió de pretexto para que esta progenie de tercera generación de la elite política pusiera a flote la idea de un Japón dotado de armas nucleares. Muchos periodistas y expertos de inteligencia japoneses asumen que el programa secreto ha avanzado lo suficiente como para conseguir el montaje rápido de un arsenal de ojivas nucleares, y que se han llevado a cabo pruebas subterráneas a niveles subcríticos con bolitas pequeñas de plutonio.
Saboteando las fuentes de energías alternativas
La cínica actitud del lobby nuclear se extiende hacia el futuro lejano, estrangulando de raíz la única fuente viable de energía alternativa del archipiélago japonés: la energía eólica costera. A pesar de décadas de investigación, Japón tiene sólo el 5% de la producción energética eólica de China, una economía (al menos de momento) de tamaño comparable. La industria pesada de Mitsubishi, socio en la energía nuclear de Westinghouse, fabrica turbinas de viento pero sólo para el mercado de exportación.
La zona de Siberia, con sus altas presiones, asegura un flujo de viento fuerte y constante sobre el norte de Japón, pero las compañías del servicio público de la región no aprovechan ese recurso de energía natural. La razón es que TEPCO, que tiene su sede en Tokio y controla el mayor mercado energético, actúa en gran medida como un shogun sobre las nueve compañías energéticas regionales y la red nacional. Sus burócratas, ejecutivos y políticos de alto rango, grandes influencias y bolsillos profundos, como el gobernador de Tokio Shintaro Ishihara, aunque con ambiciones nucleares, mantienen a los contratistas y generales de la defensa de su lado. Pero TEPCO no es el mandamás aquí. Su socio principal en esta mega-empresa es la creación de Kishi, el Ministerio de Economía, Comercio e Industria (MECI).
El lugar para las pruebas nacionales para calibrar el viento marino costero no está, lamentablemente, situado en Hokkaido o Niigata, tan azotados por el viento, sino mucho más hacia el sureste, en la Prefectura de Chiba. Los resultados de estas pruebas, que decidirán el destino de la energía eólica, no van a hacerse públicas hasta 2015. El patrocinador de un proyecto de tan lento recorrido es TEPCO.
La muerte de la disuasión
Aunque en 2009, la Agencia Internacional de la Energía Atómica (AIEA) emitió una apagada advertencia acerca de la reforzada deriva de Japón hacia una bomba nuclear, no hizo nada más. La Casa Blanca tiene que hacer la vista gorda ante la radiación que pasa por los cielos estadounidenses o exponerse al riesgo de un vergonzoso doble rasero en cuanto a la proliferación nuclear de un aliado. Además, la callada aprobación de Washington de una bomba japonesa no casa muy bien con el recuerdo tanto de Pearl Harbor como de Hiroshima.
En sí misma, una capacidad de disuasión nuclear no sería ni objetable ni ilegal en el improbable caso de que la mayoría de los japoneses votaran a favor de una enmienda constitucional del Artículo 9. La tenencia legalizada requeriría inspecciones de seguridad, controles estrictos y transparencia, de forma tal que se podría haber acelerado una respuesta de emergencia en Fukushima. En cambio, un desarrollo secreto armamentístico no hace sino crear una total abundancia de problemas. En el caso de una emergencia, como la que está desarrollándose en este momento, es el secreto lo que se impone a toda costa, incluso aunque suponga innumerables hibakusha, o víctimas nucleares.
En lugar de habilitar un sistema de disuasión regional y un regreso al estatus de gran potencia, el acuerdo de Manchuria sembró las bombas de relojería que están ahora vomitando radiación alrededor del mundo. El nihilismo en el corazón de esta amenaza nuclear para la humanidad no se esconde en el interior de Fukushima 1, sino dentro de la mentalidad de la seguridad nacional. Sólo derogando el tratado de seguridad entre EEUU y Japón podrá liquidarse el espectro de autodestrucción existente, la causa raíz del secretismo que retrasó fatalmente la lucha de los trabajadores nucleares contra la fusión del reactor nuclear.
Autor:Yoichi Shimatsu
Yoichi Shimatsu es editor especial de 4th Media y escritor medioambientalista. Vive en Hong Kong. Es antiguo editor del Japan Times Weekly y colaborador frecuente también de Global Research.
Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández