Por P.A. David Nesher
«Cuando alzó sus ojos y vio a las mujeres y a los niños, él preguntó: ¿Qué son éstos tuyos? Y él respondió: Son los niños que ’Elohim ha regalado a tu siervo. Entonces se acercaron las siervas con sus hijos, y se postraron. Igualmente se acercó Lea con sus hijos y se postraron, y finalmente se acercaron José con Raquel, y se postraron.»
(Génesis 33:5-7)
Nuestro padre en la fe Jacob (en hebreo: Yaakov) era un hombre diferente de lo que él era veinte años antes, pero también lo era Esaú. Dentro de él residía tanto lo bueno como lo malo, como en todas las personas. En el momento de este encuentro, el Eterno activó las emociones positivas que Esav (hebreo de Esaú) tenía hacia su hermano y el milagro del encuentro maravilloso entre los dos fue producido. Todo esto fue el resultado de la lucha que tuvo nuestro padre Yaakov la noche anterior en Peniel (Génesis 32: 24-32). Después de haberse humillado y reconocido su falta, fue levantado y bendecido. Fue así como el Eterno tomó control de la situación y produjo este encuentro divino entre los hermanos. Yaakov reconoce que no solamente había visto el rostro del Todopoderoso en el ángel que luchó con él, sino también en el rostro de su hermano que le recibió de esa manera maravillosa.
Después del encuentro reconciliador que el Eterno permitió milagrosamente entre Yaakov y su hermano gemelo Esav (hebreo de Esaú), este levantó su mirada alrededor y al ver a la familia del patriarca, pudo también apreciar los grandes rebaños y manadas de animales que todavía estaban con Yaakov. Esto le recordó a los cinco grupos de animales que había visto mientras se acercaba a Jacob el día anterior. Aunque los pastores le habían dicho que eran regalos de su hermano, preguntó: ¿Qué te propones con todos estos grupos que he encontrado? Y nuestro padre respondió: «Hallar gracia ante los ojos de mi señor» (33:8). Pero Esav también se había convertido en rico y no lo necesitaba, entonces dijo: «Yo tengo abundancia, hermano mío, sea para ti lo que es tuyo» (33:9). Los presentes que Jacob le había dado eran más grande que los que algunas ciudades daban a los reyes como homenaje y este regalo parecía que era mucho más grande. Esaú dijo: sea para ti lo que es tuyo.
Pero Jacob insistió. ¡No, por favor! Si he hallado ahora gracia delante de tus ojos, toma el presente de mi mano, pues he visto tu rostro benévolo, y es como ver el rostro de Elohim (33:10). El sabía que Esaú no lo necesitaba en sentido material, pero él declaró: toma el presente de mi mano, lo que significa, literalmente, mi bendición, que fue traído para ti. Esta fue una referencia a la bendición patriarcal ahora para ser compartida con Esaú. Y la razón fue: Acepta, te ruego, mi presente que fue traído para ti, pues ’Elohim me ha favorecido, porque tengo de todo. Y le rogó con insistencia, y él lo aceptó (33:11). En hebreo realmente dice: tengo todo. Esaú tenía mucho, pero Jacob tenía todo porque Dios lo había bendecido sin medida. Y debido a que Yaakov insistió, Esaú aceptó. La negativa a recibir un presente es, en todo el Oriente, interpretado como una evidencia de hostilidad. Es por esto que Jacob estaba ansioso para que Esaú aceptara estos regalos. Por eso Esaú lo tomó. Además, esto era muy importante para sellar legalmente la reconciliación. Cuando Yaakov dio regalos tan generosos, era su manera de pedir perdón y cuando Esaú recibió los regalos era su manera de aceptar a Jacob y decirle que había sido perdonado. En aquella cultura, uno nunca aceptaba un regalo de un enemigo; solo de un amigo. Aceptar el regalo era aceptar la amistad que generaba la esencia filial en los ámbitos espirituales.
Las Sagradas Escrituras, tanto en este relato, como a lo largo de todas sus líneas, enseñan que el odio produce muerte, mientras que el perdón otorga sanidad física, emocional y espiritual, especialmente a aquel que lo prodiga.
Cuanta falta hace hoy día la actitud que Esav tuvo hacia su hermano. El odio separa y mata. El perdón reconcilia y resucita a la vida. Una reconciliación sincera y un espíritu humilde pueden sanar incluso décadas de dolor, agravio y enojo.
A la luz de la revelación divina el perdón y la reconciliación no son una opción sino un mandato para la unidad de todos los hombres. Al perdonar al hermano y reconciliarse con él se puede en su cara el rostro del Señor.
Apreciado lector (lectora) ahora me veo obligado a preguntarte:
¿Necesitas perdonar a alguien hoy o pedir perdón? ¿Qué pasará si de repente te encuentras con la persona que te ha hecho daño? ¿Cómo vas a reaccionar?
Si necesita ayuda en esta área, sabes que puedes escribirme un mensaje privado y consultarme al respecto.
Sinceramente David Nesher