En un día de mucho calor tres picapedreros se encuentran rompiendo piedras en una cantera. Los tres están ensimismados en la misma tarea, pero descargan con diferentes intensidades el peso de la maza y el punzón sobre las rocas. Las expresiones de sus rostros manifiestan distintos grados de concentración en su trabajo.
Entonces, un caminante que por allí pasaba atento de la situación, supuso que todos eran empleados y que poseían una misma finalidad. Pero la diferente actitud de cada uno lo confundía. Pensó que tal diferencia se debe a las distintas reacciones ante el calor. Decide, entonces, romper su curiosidad abandonando su supuesto, acercarse y preguntarle a cada picapedrero para qué o por qué pica las piedras.
Preguntó al primer obrero y este le respondió muy malhumorado: “¿No ves? Es evidente. Pico piedras”.
No conforme con la respuesta, interrogó al segundo albañil y este dijo con sinceridad: “Me gano el pan. Necesito ganar dinero y alimentar a mi familia y cuantas más horas trabajo, más dinero llevaré a mi casa ”.
Por último, decidió preguntar al tercer trabajador y este dijo con una gran sonrisa: “Construyo una catedral”.
(Autor Anónimo)
Conclusión:
Así, de forma simple, con una respuesta diáfana, evidenció como un sencillo y humilde trabajo puede proyectarse e integrarse dentro de una gran obra. Muchos de nosotros estamos llamados, cada día durante muchos años, a ser como este último picapedrero.
La vida de los seres humanos está hecha para pequeños momentos tejidos en el Gran Tapiz divino de la vida cotidiana. Por ello, debemos aceptar que para vivir plenamente feliz no hacen falta grandes momentos llenos de anécdotas heroicas. Debemos procurar ser felices en la fugacidad del instante, único e irrepetible, que se nos presenta como sucesión de hechos encadenados a lo largo de un día,. No hay que esperar grandes acontecimientos para ser nosotros mismos y mostrar la fuerza interior que da sentido a la vida. Todos nosotros nos encontramos cada día ante acontecimientos sencillos, de aquellos que no salen en las crónicas, pero que son esenciales para explicar la propia existencia anexándola al propósito eterno de Dios. Cada uno de nosotros, como seres humanos, somos los protagonistas silenciosos de las pequeñas historias que sumadas hacen la Gran Historia que revelará finalmente al Mesías sobre las naciones.
Asumir que desde la pequeñez se pueden conseguir grandes transformaciones en la existencia humana es la gran proclamación sobre el sentido de sencillez. Creo que este es el sentido de la alabanza que se desprende del Salterio:
«… la piedra que rechazaban los constructores, ahora corona el edificio»
(Salmo 118: 2)
En amistad y amor en servicio: P.A. David Nesher