Por P.A. David Nesher
La multitud mezclada que había entre ellos empezó a sentir un antojo y los Hijos de Israel lloraron una vez más, diciendo: ¿Quién nos dará de comer carne? Recordamos el pescado que comimos en Egipto sin pagar nada, y los pepinos, melones, puerros, cebollas y ajo, pero ahora nuestra vida está reseca, no hay nada; no tenemos nada por delante salvo el maná.»
(Números/Bamidbar 11: 4)
Lo normal del mecanismo psíquico de defensa de un ser humano es olvidarse de las emociones negativas, para sólo quedarse con las positivas conformando sus recuerdos. En este episodio los hijos de Israel ya no se acordaban de la esclavitud. Por eso, el planteo lógico-racional que surge de la literalidad del texto es: si habían estado trabajando duramente como esclavos, ¿cómo ahora dicen que comían gratis? El intérprete del hebreo Rashí asegura que aquí se refieren a que pudieron comer gratis en Egipto en cuanto a no tener que cumplir ningún mandamiento divino.
Por eso, los expertos en decodificar la Torah explican que con dicha queja, queriendo comer carne, en verdad pretendían sacarse el yugo de los mitzvot (preceptos), pretendiendo permitir, desde esta actitud negativa, las relaciones prohibidas. Como esclavos, los israelitas crecieron acostumbrados a vivir de la generosidad de Mitzraim (Egipto). Por ello, a un año de su liberación, hicieron escuchar su voz de protesta, porque a partir del momento en que ingresaran a la Tierra Prometida debían trabajar arduamente para obtener la bendición de lo Alto.
Así pues, descubrimos el secreto ontológico que este texto revela: detrás de cada queja prepotente que el ser humano realiza al Eterno, se esconden cuestiones de índole moral, ya que la persona plena está contenta con lo que tiene, no codiciando lo que tiene el prójimo.
El ser humano necesita variar el gusto de la comida para no fastidiarse. Ahora, los hijos de Israel estaban en una situación de tránsito y, por influencia de los extranjeros, consideraron que la Providencia divina les estaba dando una comida de emergencia, para que sobrevivieran durante el paso por el desierto que no debería durar tanto tiempo.
El Midrash explica que el maná cambiaba de sabor, según el deseo de cada uno de los israelitas. Esto lo hace combinando las dos enseñanzas que la Torah tiene al describir cómo era el sabor del maná, según lo que está escrito en Éxodo 16:31b: “su sabor era como de hojuelas con miel”; uniéndolo con lo que se expresa en Números 11:8: “tenía el sabor de tortas cocidas con aceite”.
Así notamos que el maná era un alimento muy refinado, de origen sobrenatural (cf. Salmo 78: 25), el maná adoptaba el gusto que cada uno quería, y verdaderamente podía asumir el gusto de la carne también. Pero el pueblo tenía un “antojo” en su naturaleza pecadora (Yetzer HaRá). Dicho antojo los llevó a exigir prepotentemente el querer comer carne, para caer en definitiva en adulterio espiritual y físico. Esto lo entendemos desde la expresión «empezó a sentir un antojo» o «tuvo un vivo deseo, se traduce de la palabra hebrea ta’avah; (es también usada en pasajes como Génesis 3:6, 1 Samuel 2:16, Job 33:20, Salmos 10:3) y hace referencia al fuerte deseo egoísta de algo placentero, pero quizás pecaminoso.
Esencialmente, sus quejas en contra del maná eran, “No es lo suficientemente emocionante. Es aburrido.” Esta espantosa falta de gratitud no era nada menos que haber menospreciado al Señor mismo (Números 11:20). Yahvéh es nuestro proveedor; el despreciar lo que Él provee es despreciarlo a Él. No es el trabajo del Eterno entretenernos, y nosotros deberíamos ser más que hijos que demandan ser entretenidos y entusiasmados.
Pedir es algo muy bueno, y de hecho es un precepto pedir por las necesidades (Mateo 7:7-11). Pero esta acción debe ser realizada siempre con humildad, y no de manera prepotente, ya que de está manera la persona demuestra faltante y carencia, no percibiendo de buena manera lo que uno ya tiene.
Exigir de mala manera opaca el alma, comenzando la persona a querer comer de más (en este caso carne), y engordar, conllevando a las bajezas más grandes de índole moral.
Cuando uno come de más, no es la cuestión la comida en sí, sino que con este comer de más la persona está manifestando insuficiencia, debiendo la persona trabajar sobre las satisfacción real y verdadera de estar en el camino correcto, sin tener luego que lamentarse por los excesos.
Cuando una persona no muestra agradecimiento por la comida que recibe, desata maldiciones sobre su vida. Por medio de las bendiciones que damos a Yahvéh antes y después de comer, estamos dándole culto por medio de las cosas materiales y somos liberados de todo tipo de codicia.
“Porque no quiero que ignoréis, hermanos, que nuestros padres todos estuvieron bajo la nube y todos pasaron por el mar; y en Moisés todos fueron sumergidos en la nube y en el mar; y todos comieron el mismo alimento espiritual; y todos bebieron la misma bebida espiritual, porque bebían de una roca espiritual que los seguía; y la roca era el Mesías. Sin embargo, Dios no se agradó de la mayor parte de ellos, pues quedaron tendidos en el desierto. Estas cosas sucedieron como ejemplo para nosotros, a fin de que no codiciemos lo malo, como ellos lo codiciaron.”
(1 Corintios 10:1-6)
En este texto se habla de un “alimento espiritual”, una “bebida espiritual” y una “roca espiritual”. Así que el maná y el agua que fueron dados en el desierto eran alimento y bebida espirituales. ¿Cómo es que la Sagrada Escritura llama estas cosas materiales “espirituales”?
Según la filosofía griega que domina a la cosmovisión occidental, algo espiritual no puede ser algo físico. Sin embargo, el maná sí era físico, el agua sí era física, así como la roca era física. Así que la expresión “espiritual” no puede ser entendida desde el punto de vista filosófico, sino tiene que ser entendido desde una mentalidad hebrea. Según el punto de vista de la cosmovisión yahvista, algo espiritual es algo que viene del mundo espiritual, o que tiene la aprobación del Cielo, y que tiene una relación y un punto de contacto con el mundo espiritual. Considerado así, una comida espiritual es una comida avalada, bendecida, entregada y santificada por el Eterno mismo. Nuestra misión sacerdotal mesiánica tiene, entre otras cosas, la función de elevar los elementos meramente naturales a un nivel espiritual para que así puedan rendir culto al Eterno. La comida se convierte en algo espiritual cuando es recibida con una bendición basada en la Palabra de Dios, como está escrito en
“Porque todo lo creado por Dios es bueno y nada se debe rechazar si se recibe con acción de gracias; porque es santificado mediante la palabra de Dios y la oración.”
(1 Timoteo 4:4-5)
En todo elemento de la creación, y por ende, en todo alimento que ingiere el ser humano, se halla presente un resplandor de la energía vital de Or EinSof (la Luz Infinita), que es en definitiva la que le da la que da existencia física a ese elemento en particular; incluso una mera roca inherente también tiene esa fuerza dentro de sí. De hecho, si Yahvéh quisiera hacer desaparecer algún elemento físico de la Tierra, no tendría más que quitarle la Energía divina que lo impregna y sustenta, y entonces aquel desaparecería como si jamás antes hubiera existido. Ahora bien, cuando tú, que perteneces al reino humano, ingieres elementos de los tres reinos inferiores de la naturaleza (mineral, vegetal y animal), lo haces parte de tu sangre y de tu carne, y así los elevas a un plano superior. En definitiva, ese es el objetivo de la existencia del ser humano: sublimar la materia. Y por eso los israelitas reclamaron ante Moshé por la falta de alimento acorde a sus deseos egoístas.
Israel tenía que rendirse a esta ansia intensa; no sería cumplida a menos que cooperaran con ello. Teniendo en cuenta esta tendencia hedonista en el alma humana, el apóstol Jacobo, hermano de nuestro Señor Yeshúa, enseñaba a las comunidades hebreas a su cargo, lo siguiente:
«…sino que cada uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido»
(Santiago 1:14)
Por todo lo expresado, debemos pues aceptar que la atracción al pecado está constantemente presente entre nosotros, sin embargo debemos evitar ceder a ella en eligiendo en humildad servir a Yahvéh y su propósito eterno en nosotros.