Por P.A. David Nesher
Estudiar los códigos de la sabiduría de la Torah divina resulta ser una tarea maravillosa. Justamente, abordar a la porción Tazría con hambre de sabiduría de lo alto no conducirá a descubrir que ella habla sobre la importancia de las palabras que decimos. Esto lo realizará revelando lo peligroso que resulta practicar la negatividad que es creada a través del habla maliciosa (la lashón hará).
Por medio de esta parasháh (porción) de Tazría, el Eterno nos enseña que la lashón hará (la mala lengua) es la peor forma de oscuridad que existe. La mala lengua es más comúnmente entendida como hablar de manera negativa sobre alguien más, el cual es el nivel más obvio y la peor forma de lashón hará.
Así pues, la lashón hará es la fuente de muchos males sociales. A tal punto que ha causado la disolución de amistades, el término de incontables matrimonios generando un sufrimiento inconmensurable. Ellas es la matriz de odios, celos y disputas los cuales se esparcen tal y como las enfermedades, y los gérmenes que la provocan, se esparcen a través de la suciedad.
La carta del judío Yaakovo (conocido como Santiago), hermano y emisario (apóstol) de Yeshúa, ofrece un planteamiento lleno de sabiduría. Leamos con mucha atención:
“…Porque todos ofendemos muchas veces. Si alguno no ofende de palabra, éste es un varón perfeccionado, capaz de poner en sujeción todo el cuerpo. He aquí que ponemos frenos en las bocas de los caballos para que nos obedezcan y dirigimos así todo su cuerpo, para un lado y para el otro. Observad también los barcos, aunque tan grandes y llevados por vientos imponentes, son gobernados por un pequeño timón y dirigidos por donde el timonel desea. De la misma manera, la lengua es un miembro pequeño, pero se jacta de grandes cosas. ¡Mirad cómo un fuego que se inicia tan pequeño, incendia un bosque tan grande! Y la lengua es un fuego, un mundo de iniquidad como un bosque; la lengua está ubicada entre nuestros miembros y contamina todo el cuerpo e inflama el curso de nuestra existencia de generación en generación y es inflamada por el infierno. Porque toda naturaleza de bestias, así como de aves, de reptiles y también de criaturas marinas, puede y de hecho ha sido domesticada por la naturaleza humana. Pero ningún hombre puede tener absoluto dominio de su lengua; un mal que no puede ser controlado, llena de veneno letal. Con ella bendecimos al Eterno y Padre y con ella maldecimos a los hombres creados a semejanza de Di-os. (10) De la misma boca sale bendición y maldición. Hermanos míos, no conviene que esto suceda. ¿Acaso puede una higuera, hermanos míos, producir aceitunas o una vid higos? La fuente de agua salada no produce agua dulce. ¿Quién es sabio y entendido entre vosotros? Muestre por su buena conducta sus obras en sabiduría humilde. Pero si tenéis celos amargos y rivalidades en vuestros corazones, ni os jactéis ni mintáis contra la verdad. No es ésta la sabiduría que desciende de lo alto, sino terrenal, sensual, de espíritus bajos y corruptos. Porque donde hay celos y pleitos, allí hay divisiones y toda obra perversa. Mas la sabiduría que desciende de lo alto, primeramente, es en verdad, pura, en shalom, comprensiva, dispuesta a razonar, repleta de misericordia, sincera, imparcial y que produce buenos frutos. Y para los que son pacificadores, el fruto de la Justicia se siembra en Shalom…”
[Santiago 3:2-18 – Código Real del NT].
De este modo, los discípulos de la primeras comunidades aprendían y aceptaban que los seres humanos tienen la responsabilidad intrínseca de darse cuenta de que, una vez que uno pronuncia una palabra, ésta no se evapora en el aire sin dejar rastro, sino que produce efectos muy graves.
Sobre la maledicencia encontré en un libro de sabiduría hebrea la siguiente anécdota:
«…Cierta vez, Rabi Shimon ben Gamaliel pidió a su asistente que le trajera algo bueno del mercado.
El asistente fue, compró lengua y regresó.
Rabi Shimon ben Gamliel le pidió entonces que le trajera algo malo del mercado. Fue y retornó con otra lengua.
Rabi Shimon ben Gamliel le planteó:
“¡Cuando te pedí algo bueno me trajiste lengua, y cuando te pedí algo malo nuevamente me trajiste lengua!, ¿Cómo puede ser?”
El asistente respondió: “De la lengua proviene lo bueno y lo malo. Cuando de ella proviene lo bueno, no hay nada mejor que ella, pero cuando de ella proviene lo malo, no hay nada peor que ella…».
El único miembro del cuerpo que parece no se cansa es la lengua. Cada uno de nosotros puede hablar 24 horas y seguir y seguir… y si esta activa tanto tiempo hay que tener cuidado. Por algo, es una boca contra dos oídos y dos ojos Por ello, la enseñanza de nuestro Maestro Yeshúa se enfocará en este órgano corporal, tan pequeño y a las vez tan poderoso. Él mismo se encargó de enseñar el paradigma de que cada palabra que uno pronuncia graba una marca que queda eternamente y es imposible de borrar (Mateo 12:26-37).
La persona que habla Lashon Hará provoca daño y muertes en su comunidad de muchas maneras, tanto de quien hablaste, quien hablo y también a quien se lo comento.
La Sabiduría escondida en los códigos de la Torah considera que una expresión es lashón hará cuando los argumentos son verdaderos, aunque desconocidos públicamente, y no se persigue intención de reparar una situación negativa.
Constituye el mismo pecado independientemente del medio utilizado (comunicación cara a cara, reuniones, redes sociales, teléfono, o correo electrónico).
Por otro lado, se llama Hotzaat shem rá al acto de difamar a otra persona utilizando mentiras, y consiste un pecado muy grave que deriva de aquellos que se acostumbran a la práctica del lashón hará.
Los chismes (contar cosas de la intimidad de otro aunque no sea algo negativo), que son la forma práctica del lashón hará, reciben el nombre de rejilut y están también prohibidos por las halajot que se desprenden de la Torah (Levítico 19:16 .
La gravedad del pecado de lashón hará y sus derivados está demostrado por el hecho de que el Talmud reconoce a “quienes hablan lashon hará constantemente” como un grupo que no merece la Shekináh (Divina presencia).
El rey David compara las palabras con flechas (Salmos 64:4) . Una explicación es que son similares en que ambas, antes de largardas uno es el dueño sobre ellas; después de largarlas, son ellas las dueñas sobre uno.
Según el Midrash (Vaikrá Rabá, 26:2), el Lashon Hará, o hablar mal del prójimo, se denomina el «Triple Asesino» ya que mata a quien habla, al que escucha y a la persona de quien están hablando.
No sé quién dijo «la diferencia entre el sabio y el necio es un instante; el sabio piensa un instante antes de hablar mientras que el necio piensa un instante después de haber hablado«… pero que oportuna me resulta esta frase para hablar al corazón de cada uno de ustedes.
Obviamente se infiere que, así como la Torah nos prohíbe hablar lashon hará, así también nos prohíbe escucharlo. Esto tiene mucho sentido ya que si yo no puedo escuchar lashon hará, ¡entonces tú no puedes hablarlo!. Sucede que al escuchar palabras negativas sólo alimentamos nuestro lado negativo y nos hacemos insensibles al efecto que tienen sobre los demás.
Una ley interesante para aplicar es que si alguien te dice algo personal, está prohibido divulgarlo hasta que no te autorice hacerlo. Mucha gente piensa al revés, “si no me dijo que no lo repita, ¿por qué no repetirlo?” La halajáh determina que hasta no tener autorización para divulgarlo, debe permanecer en reserva.
Encontré que el Talmud, explicando todo lo referente al «mal hablar» o «lengua perversa» que legisla Sefer Vayikrá (Libro de Levítico) dice que el cuerpo humano fue construido para ayudar a que la persona se abstenga de hablar lashon hará. Los dientes y los labios sirven como «puertas» para regular lo que sale de nuestra boca, mientras que la lengua se encuentra en una posición horizontal de descanso. Además, si bien los seres humanos tienen dos ojos, dos oídos y dos fosas nasales y sólo tenemos una boca para recordarnos que debemos minimizar la charla. Y dice también el Talmud, ¿con qué finalidad creó Dios los lóbulos de las orejas? Por si nos encontramos en una situación en la que se habla lashon hará, ¡podamos convenientemente doblarlos hacia arriba como tapones para los oídos!