(Este cuento está extraído del libro Atrévete a decir no y refuerza tu autoestima, de Xavier Guix, Ed. La esfera de los libros.)
Un maestro oriental de sabiduría deseaba enseñarle a uno de sus discípulos los secretos para vivir una vida bienaventurada, y llena de prosperidad.
El maestro, sabiendo los muchos obstáculos que enfrentan los seres humanos en esa búsqueda, pensó que la primera lección debía conducir al discípulo a entender la razón por la que muchas personas viven atadas a una vida de conformismo y mediocridad, que les impide alcanzar el éxito de su propósito y terminan viviendo vidas apenas tolerables.
El maestro sabía que para que el joven discípulo pudiera entender claramente esta lección debía ver por sí mismo qué sucede cuando permitimos que la mediocridad gobierne nuestra vida.
Un día paseaban por un bosque con su fiel discípulo, cuando vio a lo lejos un sitio de apariencia pobre, y decidió hacer una breve visita al lugar. Durante la caminata le comentó al aprendiz sobre la importancia de realizar visitas, conocer personas y las oportunidades de aprendizaje que obtenemos de estas experiencias. Llegando al lugar constató la pobreza del sitio: los habitantes, una pareja y tres hijos, vestidos con ropas sucias, rasgadas y sin calzado; la casa, poco más que un cobertizo de madera…
Se aproximó al señor, aparentemente el padre de familia y le preguntó:
– En este lugar donde no existen posibilidades de trabajo ni tampoco puntos de comercio, ¿cómo hacen para sobrevivir?
El señor respondió:
– Amigo mío, nosotros tenemos una vaquita que da varios litros de leche todos los días. Una parte del producto la vendemos o lo cambiamos por otros géneros alimenticios en la ciudad vecina y con la otra parte producimos queso, cuajada, etc., para nuestro consumo. Así es como vamos sobreviviendo.
El sabio agradeció la información, contempló el lugar por un momento, se despidió y se fue. A mitad de camino, se volvió hacia su discípulo y le ordenó:
– Busca la vaca, llévala al precipicio que hay allá enfrente y empújala por el barranco.
El joven, espantado, miró al maestro y le respondió que la vaquita era el único medio de subsistencia de aquella familia. El maestro permaneció en silencio y el discípulo cabizbajo fue a cumplir la orden.
Empujó la vaca por el precipicio y la vio morir. Aquella escena quedó grabada en la memoria de aquel joven durante muchos años.
Un bello día, el joven agobiado por la culpa decidió abandonar todo lo que había aprendido y regresar a aquel lugar. Quería confesar a la familia lo que había sucedido, pedirles perdón y ayudarlos.
Así lo hizo. A medida que se aproximaba al lugar, veía todo muy bonito, árboles floridos, una bonita casa con un auto en la puerta y algunos niños jugando en el jardín. El joven se sintió triste y desesperado imaginando que aquella humilde familia hubiese tenido que vender el terreno para sobrevivir.
Aceleró el paso y fue recibido por un hombre muy simpático.
El joven preguntó por la familia que vivía allí hacia unos cuatro años. El señor le respondió que seguían viviendo allí. Espantado, el joven entró corriendo en la casa y confirmó que era la misma familia que visitó hacia algunos años con el maestro.
Elogió el lugar y le preguntó al señor (el dueño de la vaquita):
– ¿Cómo hizo para mejorar este lugar y cambiar de vida?
El señor entusiasmado le respondió:
_ Resulta que después que ustedes estuvieron por aquí sucedió algo inesperado: la vaquita se escapó y cayó por el precipicio. Nos quedamos sin ella y sin sustento. Después del susto inicial no nos desanimamos y entre toda la familia buscamos la manera de seguir adelante. Nos vimos en la necesidad de hacer otras cosas y desarrollar otras habilidades que no sabíamos que teníamos. Se nos ocurrió hacer unas cestas y venderlas en el mercado del pueblo. Tuvimos mucho éxito y desde entonces no paramos, y además hemos diversificado el negocio y también plantamos flores y hortalizas. Aunque parezca mentira, suerte tuvimos de que la vaca desapareciera. De no ser así, aún estaríamos viviendo sólo de la leche de la vaca. Aprendimos una buena lección. Así alcanzamos el éxito que puedes ver ahora.
Sin duda alguna, todos tenemos «alguna vaquita» que nos da alguna cosa básica para nuestra supervivencia, pero que nos lleva a la rutina y nos hace dependientes de ella. Nuestro mundo se limita a lo que «la vaquita» nos brinda.
Muchas veces nos conformamos con tener algo seguro, aunque sea limitado y no nos produzca satisfacción.
Todos tenemos un talento oculto por descubrir, expresar y compartir. Si lo encontramos y nos atrevemos a llevarlo a la ACCIÓN, entonces encontraremos nuestra prosperidad.
Debemos ser valientes y tener confianza en nosotros mismos.
No te autolimites. No permitas que nadie te limite.
Tu no naciste para estar derrotado, tu estas aquí por un propósito. El Eterno tiene algo grande para tu vida. Entonces no creas que puedes. Aférrate a la certeza que puedes.
Preguntas para ti mism@:
•¿Cuál es «tu vaquita»
•¿Qué te imaginas que ocurriría si te deshaces de «tu vaquita»?
•¿Qué tan dispuesto estás a sacar a «tu vaquita» de tu vida?
•¿Qué te impide deshacerte de «tu vaquita»?