En el Primer Templo, había diez milagros constantes que todos podían ver. Uno de ellos era que sin importar cómo soplara el viento, el humo del altar siempre ascendía en forma recta hacia el cielo, y sin importar cuánta gente hubiera, en el momento del servicio que todos debían postrarse, siempre había suficiente espacio para todos. Cualquiera que visitara el Templo podía ver estos milagros, estas desviaciones en las leyes de la física, simplemente al entrar al recinto del Templo.
Mientras el primer Templo (y el Tabernáculo antes que él) estuvieron en pie, la profecía (escuchar la voz de Dios dentro de uno mismo) era algo común. El Talmud testifica que en el Israel antiguo, algo así como 3.000.000 de judíos fueron privilegiados con el más alto nivel espiritual posible. Abundaban las escuelas de profecía. Tan abundante era la revelación Divina que el Talmud pudo afirmar que todos los judíos eran profetas o hijos de profetas.
La inmanencia de la Presencia Divina durante los tiempos del Templo, no significaba que todos escogían elevación espiritual. Incluso cuando Dios está presente, los humanos pueden (y de hecho lo hicieron) ir en Su contra. El Talmud cuenta la historia de Yerovoam ben Navat, quien luego de la muerte del Rey Salomón, dividió el reino, usurpó el trono de la mitad del norte y puso dos becerros de oro para adorar. Dios se le apareció y le dijo, “Arrepiéntete, y (de esta manera) tú, yo y Ben Ishai (el Rey David) vamos a caminar juntos en el Paraíso”. Yerovoam tuvo el descaro de responder: “¿Quién va a ir primero?”. Cuando escuchó que David le precedería, Yerovoam rechazó la oferta divina. El aspecto más destacable de esta conversación es que Dios se le apareció a alguien tan malvado como Yerovoam. La Presencia Divina durante la era del Templo era tan penetrante y aparente que cualquiera que se molestara en abrir sus ojos podía percibirla.
¡Cuán diferente es el mundo en el que nosotros vivimos! Cuando el Templo fue destruido, la persistente ilusión de ausencia Divina se asentó sobre nuestro mundo como una neblina perpetua. En este mundo donde el encubrimiento divino ha reemplazado a la revelación divina, nosotros andamos a tientas buscando pruebas de la existencia de Dios, como peces que debaten sobre la existencia del agua. Estamos relegados a “creer” que una vez simplemente sabíamos. Luchamos, a través de los rezos y la meditación, para experimentar un indicio momentáneo de Presencia Divina cuando alguna vez simplemente gozábamos de ella. Somos como amnésicos que tienen vagos y fugaces recuerdos de una vida diferente, de una verdadera identidad, pero el verdadero entendimiento se nos escapa.
Tishá B’Av (9 de Av) nos convirtió a todos los seres humanos en huérfanos.
Tomado de Aish Latino