Por P.A. David Nesher
Lech el-Par’oh baboker hineh yotse hamaymah venitsavta likrato al-sfat haYe’or vehamateh asher-nehepach lenachash tikach beyadecha.
«Por la mañana preséntate ante Paró, él saldrá hacia el río [Nilo] y tú ponte delante de él junto a la orilla del río.»
(Shemot/Éxodo 7:15)
Presumir, dice el diccionario de la RAE (Real Academia Española) que significa vanagloriarse, tenerse en alto concepto. Y justamente Paróh (Faraón) presumía de deidad, y como tal aparentaba no tener necesidades fisiológicas. A tal punto llegaba su presunción (y la de cada faraón egipcio) que a la madrugada, mientras el pueblo aún dormía, él iba al río a hacer sus necesidades. Sí, tal como lo han leído… ¡madrugaba para defecar! De ese modo, el rey preservaba su “imagen divina”, y mantenía la admiración de las masas que lo valoraban como la encarnación del dios Horus (hijo de Osiris e Isis) sobre la Tierra.
Así es. Faraón (y cada uno de los soberanos egipcios a lo largo de la historia, aseguraba que se había creado a sí mismo, y que luego había creado el río Nilo. Por eso él, al ser él un “dios”, no requería satisfacer necesidad alguna, sino solamente sumergirse en el Nilo en la madrugada, para permitir que el Sol (Ra) tuviera libre su camino para amanecer y brindar sus luz cada día. ¡Imagínense… con una mentira de tal magnitud vibrando en la cabeza ancestralmente, no había forma de que un corazón humano sea sensible al amor perfecto del Eterno!
Los Midrashim siguen relatando que Moshé cuestionó a faraón diciéndole que resultaba extraño que un dios defecara igual que un simple humano:
«… – ¿Quién ha dicho que soy divino? –Preguntó faraón-.
Moshé responde con pregunta: ¿No le dices eso a los egipcios?
–¿Y quiénes son los egipcios? –Replicó faraón-. ¡Esos tontos no son seres humanos, sino asnos! ¡Qué importa lo que yo les diga a ellos!…»
[Midrash, Pág 54]
En contraste con esta cosmovisión humana presuntuosa, nos encontramos con Moshé, un hombre muy humilde. En él nunca hubo ningún deseo de mostrar que era el mejor; los motivos de su corazón estaban muy por encima de esas actitudes de los carnales.
En la bitácora de ayer vimos que a pesar de que la vara (et) de Aharón tenía más fuerza que las varas/dragones de los magos egipcios y las devoró, no hubo cambio de actitud ni en los magos, ni en el Faraón. Moshé no ganó la batalla mostrando que su poder era superior al otro, ya que el corazón del faraón estaba endurecido. Este relato contiene la Intención divina de revelarnos un secreto importantísimo para ejercer con plenitud el liderazgo profético. Lo acontecido en esta historia es muy común en las discusiones; el que ha ganado la discusión ganó con su argumento, pero no ganó el corazón de su oponente, lo cual es lo más esencial.
No necesariamente se considera como ganador de una discusión a aquella persona que ofreció los argumentos más fuertes. Es posible que, en efecto, gane la discusión en sí, pero no ante el Eterno; el enfrentamiento de poderes entre Moshé y los magos de Egipto es un ejemplo de ello.
Por ello, es mejor perder una discusión que perder un corazón. Es mejor perder un argumento pero ganar el corazón y la apreciación del oponente cuando ve que no estás interesado en apoderarte de él ni tomar control sobre su mente ni jactarte y elevarte por encima de tu prójimo. Que el Eterno nos ayude a ser humildes en todo para no buscar nuestra propia exaltación en ninguna área de nuestra vida. “…Bienaventurados los humildes porque ellos heredarán la tierra…”, dijo un sabio de la Torah (Yeshúa Melej HaMashiaj – Mateo 5:5).
Ante estas consideraciones, logramos una mejor comprensión de por qué el Eterno hizo que Moshé pareciera «como Dios» al faraón (7:1), es decir, una persona poderosa que merecía ser escuchada. Al Paróh se lo consideraba un dios, así que Moshé estaría a su mismo nivel. Sin embargo, el hecho de que el Paróh se negara a ceder ante las demandas de Moshé demuestra que no estaba dispuesto a considerarse inferior en autoridad a nadie.
Entonces, el Eterno que mira lo que hay en los corazones de los hombres, sabiendo que el corazón de Paróh es pesado por naturaleza, pero que además se ha tornado más pesado y que permanece obstinado sin conmoverse ante lo que ven sus ojos, ordena a Moshé:
» y tú ponte delante de él junto a la orilla del río ,…»
El sabio intérprete Abarbanel dice que esto «quiere decir: «preséntate ante él de forma que no pueda escurrirse de ante ti, por acá o por allá …».
Por otra parte, Ibn Hezra sugiere que Paróh (además de hacer sus necesidades fisiológicas) aprovechaba para constatar en cuántas gradas había crecido el río Nilo. Cabe recalcar que la primera de las plagas consistirá en transformar el agua del Nilo en sangre, por lo que la idea parecería ser presionar a Paróh en su vulnerabilidad, ya que su economía era agrícola y, por ende, su país dependía exclusivamente de la calidad de las aguas del Nilo.
Moshé primeramente habría de tomar la misma vara que se había convertido en serpiente/cocodrilo, en sus manos, y luego se la habría de entregar a Aharón, para que viera Paróh que desde el mismo instante en que Aharón golpeara el río, éste se convertida en sangre. Así demostrarían a los testigos presenciales que hubiere allí, que es Yahvéh el que cambia la naturaleza, y maneja soberanamente todas las leyes físicas.
Así es como el Eterno habilitará la vara (et) que le otorgó a Moshé en Sinaí, como representante simbólica de su esencia redentora, con la siguiente orden:
«… he aquí, yo golpearé con la vara que tengo en mi mano… Toma tu vara, y extiende tu mano sobre las aguas de Egipto…»
(vv. 17, 19)
El sabio exegeta Ibn Hezra explicando estos versículos (pasukim) dice:
«De acuerdo con mi opinión, el sentido literal del versículo dice que Aharón extendió su mano y golpeó el río Nilo y tendió su mano hacia todos los puntos cardinales de la tierra de Egipto para trocar el agua en todo el país. »
En realidad, de acuerdo con el versículo 17, era Moshé quien había advertido a Paróh que él mismo golpearía las aguas del río, para trocarlas en sangre. Mientras que en el versículo 19 se le atribuye este acto a Aharón. Esto lleva a Rashí a decir:
«Ya que el río había protegido a Moshé cuando éste había sido arrojado al mismo y, por ende, le había salvado la vida, no será el mismo Moshé el que castigará a la fuente de su salvación. «
Entonces el sabio Rashbam, conciliando las dos opiniones, dice que Aharón golpeaba con su vara como emisario del mismo Moshé.
Es importante recordar aquí, que el río Nilo también era considerado un dios y por esto fue juzgado por el Dios de los hebreos. Yahvéh dice que Él golpeará las aguas del río, no Moshé. Es decir, que la vara de Moshé estaba también en la mano del Eterno. Vemos que hubo una colaboración íntima entre lo que estaba haciendo Moshé y lo que estaba haciendo el Eterno. El Eterno estaba golpeando las aguas del río por medio de su shalíaj, emisario, Moshé.
Por último, resulta muy interesante considerar lo que el Midrash cuenta acerca de la vara o bastón de Moshé. Parece ser que las plagas con las que el Eterno golpearía a Egipto estaban grabadas en el bastón de Moshé en forma de acróstico en tres palabras: Datzaj, Adash y Beajav.
Y este es su significado:
- DaTzaJ: (dam=sangre, tzefardea=rana y jinim=piojos).
- AdaSh: (arov=mezcla de animales, déber=epidemia, y shejin=llagas).
- BeAJaV: (barad=granizo, arvé=langosta, jóshej=oscuridad, vejorot=primogénitos).
Con ese poderoso instrumento, Moshé traería a Egipto la ira de Yahvéh Elokim.
Ahora, lo que queda es considerar el relato de las plagas con las cuales el Eterno Eloah arrasará a aquel Mitzrayim opresor. Cada una de ellas correspondería al castigo que los benei Israel sufrieron de parte de sus esclavizadores.