Por Moisés Franco
A todo ser viviente le agrada el amor, porque fue hecho por y para el amor (Rm. 11:36). A los seres humanos en particular nos impulsa la alegría de sabernos amados, pero debido a nuestra tendencia al mal, no nos gusta respetar las condiciones para preservar y madurar el amor en nosotros.
A un niño no le causa placer que su papá le niegue comer todo el tiempo comida chatarra, pero el amor de un buen padre jamás permitiría que la salud de su hijo se ponga en riesgo voluntariamente por ese capricho.
Pero, más allá de esa tendencia humana a buscar sólo nuestro placer, el mundo actual está fuertemente caracterizado por el hedonismo, es decir por la “actitud vital basada en la búsqueda de placer” (RAE).
Placer no es lo mismo que amor, éste puede ser placentero, pero no siempre. Hoy por hoy se busca el placer del sexo y el enamoramiento, pero no el rigor del compromiso.
En la fe también se da el hedonismo, donde hay gente que busca los beneficios del amor del Eterno sin querer pagar el precio que éste demanda; ¿y cuál es?
En Shemot 19:10 YHVH ordena a Moshé que le diga al pueblo que se purifique y abstenga de tener relaciones sexuales por tres días. Luego, le dice que establezca límites entorno al monte y que advirtiera que cualquier ser viviente (hombre o animal) que los sobrepasara moriría indefectiblemente.
Si Él ama a Israel y le ha transmitido su deseo de convertir a la asamblea en su “especial tesoro”, entonces ¿por qué límites tan rigurosos y que de ser traspasados traerán la muerte?
La relación que el Eterno le está proponiendo a Israel es semejante a la de un matrimonio (Jer. 31:32). Todo matrimonio desde el diseño divino, es una alianza basada en el amor; y por ende deben establecerse ciertos límites de respeto entre los cónyuges para preservar ese amor.
Por eso en distintas cartas apostólicas se habla de que la mujer respete a su esposo y que éste ame y respete a su esposa, incluso de la misma manera en que ama “a su propio cuerpo” (Ef. 5:28).
Sabemos que lo visible proviene de lo invisible (Heb. 11:3) y por ende, si en un matrimonio humano deben darse estas pautas, cuánto más entre Aquel que es el esposo por excelencia y su amada, es decir, Israel.
Proverbios 15:32 dice: “El que rechaza la corrección se desprecia a sí mismo; el que la atiende gana entendimiento” (NVI).
Si entendemos que YHVH es amor (1 Jn. 4:8), entonces debemos confiar en que cada límite que nos marca será para nuestro bien; para que nuestra relación desde lo personal hacia lo comunitario pueda crecer en amor. De esta manera, cada individuo conectado con los límites de su instrucción nos establece, no sólo crece en entendimiento, sino que lo hacen también sus vínculos, y especialmente la familia de la fe que conforma (Ef. 2: 19).
Por eso es tan importante erradicar el pecado de nosotros mismos y de nuestras asambleas. Porque así como la obediencia desde lo individual bendice a todo el cuerpo del Mesías; el pecado contamina las asambleas y estorba su crecimiento.
Justamente, esta es la razón por la cual estamos llamados a ser guardas de nuestros hermanos, conduciéndolos a cumplir los límites que en amor nos ha dado nuestro Dios. “Asegúrense de que a nadie le falte el amor de Dios; de que ninguna raíz amarga brote y cause problemas y envenene a muchos” (Heb. 11:15 | NBV)
A decir verdad, como dije al principio, a nadie le gusta obedecer todo el tiempo naturalmente y menos ser disciplinado, pero la disciplina aunque genere aflicción en un principio, es un entrenamiento que “…después produce una cosecha de justicia y paz para quienes han sido entrenados por ella” (Heb. 12:11 | NVI)
En conclusión, el precio que demanda YHVH para disfrutar de su amor es la obediencia (1 Sm. 15:22). Por ende, tengamos perseverancia en obedecer los límites de amor que nuestro amado nos da, porque son para preservar nuestra vida, son la muestra más clara de cuánto nos ama. Y en caso de pecar, sabemos que tenemos un abogado que nos redime mediante su sangre (1 Jn. 2:1), Yeshúa el Mesías, dado por el mismo Padre, por amor a nosotros.