«Fortalecidos con todo poder, conforme a la potencia de su gloria,
obtendréis fortaleza y paciencia, y con gozo,
daréis gracias al Padre que nos hizo aptos para participar de la herencia de los santos en luz.»
Colosenses 1: 11-12
No darse por vencido ante una dura enfermedad, ayudar a otros padres que también perdieron a sus hijos, salir adelante luego de sobrevivir a una guerra, o superar la muerte de un ser querido son algunas de las circunstancias de la vida en la que todos desarrollamos una personalidad resiliente.
La resiliencia es la capacidad de afrontar momentos adversos superándolos de modo creativo y logrando aprendizajes a partir de las situaciones vividas. Es un proceso que se constituye a lo largo del tiempo y que permite la construcción de la capacidad subjetiva de enfrentar y sobreponernos a la adversidad, posibilitando tener una vida sana en un ambiente sano.
“Todos tenemos potencialidad para ser resilientes, pero cada uno tiene su propia capacidad, configurada por su base biológica cerebral, por el desarrollo de habilidades y por la oportunidad que tuvo en situaciones de estrés de estar acompañado por un adulto significativo que lo ayudó a sobreponerse de la adversidad. Las personas resilientes suelen ser equilibradas frente a las situaciones de incertidumbre y estrés, soportan mejor la presión y se enfrentan a los retos con mayor compromiso y proactividad, teniendo una fuerte sensación de control sobre los acontecimientos y fuerte autoestima que les permite estar más abiertos a los cambios, porque tienen la seguridad de que saldrán adelante”, explica Guillermo Fernández Dadam, director médico del Instituto de Neuropsiquiatría, Adicciones y Psicología Positiva de Bs. As. (INAPBA).
Una fuerte red de contención formada por familiares y amigos, como así también compartir las experiencias dolorosas entre pares, ayuda a potenciar la resiliencia. “Es fundamental apoyarse en la familia y grupos de pertenencia, fortaleciendo destrezas técnicas y humanísticas, valorando el ocio creativo, cultivando disciplinas artísticas, escritura o música, tomando con humor y esperanza las dificultades. También es positivo revalorizar nuestro lugar en la vida a partir de convicciones espirituales, morales, ideológicas o políticas y aprendiendo de las crisis”, sostiene Roberto Sivak, presidente del Capítulo Estrés y Trauma de la Asociación Argentina de Salud Mental y autor del prólogo del libro “Vidas que enseñan” de Alejandro Gorenstein, de editorial Del Nuevo Extremo.
También es fundamental darnos tiempo para procesar y metabolizar situaciones dolorosas o traumáticas e instalar mecanismos de acompañamiento, que permitan crear salidas novedosas ante dichas situaciones.
¿Los beneficios de ser resiliente?
“El gozar de una vida más sana, ya que cada experiencia procesada con el tamiz de las características resilientes permite nutrirse y conocer, lo cual aporta una visión más amplia y enriquecida de la vida. Permite establecer vínculos consigo mismo, con otros, con la historia, y con los proyectos, de un modo saludable, aumentando las posibilidades de disfrute”, concluye Elenora Novogrudsky, licenciada en psicología.
Rasgos positivos
El especialista en Psiquiatría y Adicciones Guillermo Fernández Dadam señala algunos rasgos de las personas que potencian la resilencia:
Introspección: capacidad de reflexionar, hacerse preguntas y darse una respuesta honesta.
Independencia: establecer límites entre uno mismo y los ambientes adversos.
Iniciativa: afrontar los problemas y ejercer el control.
Humor: conduce a encontrar el lado cómico en las situaciones adversas.
Creatividad: lleva a crear orden y belleza a partir del caos.
Moralidad: desear una vida personal satisfactoria, amplia y con riqueza interior.
Valores y la separación entre lo bueno y lo malo.
Habilidad para establecer lazos íntimos con los otros.
Fuente: Clarín.com