Por P.A. David Nesher
«Después se le apareció YHVH en el encinar de Mamre estando él sentado a la puerta de la tienda en el más intenso calor del día«
(Génesis 18:1)
El Talmud explica que esto ocurrió tres días después de la circuncisión, cuando el dolor de la herida era mayor (17:9-14). El Eterno vino a visitar a Abrahán mientras se estaba recuperando de la circuncisión. Esto es un testimonio del placer que siente Yahvéh ante la conducta del patriarca en su nueva relación con Él, después del nuevo nacimiento que ha experimentado, simbolizada con la obediencia de la circuncisión.
El lugar de este encuentro fue el encinar de Mamré, un lugar en el que Abrahán había erigido un altar para adorar el Nombre bendito del Santo Dios. Es decir que allí el patriarca también había fundado una Yeshivah para capacitar en los códigos de la benevolencia ilimitada (Jesed) del Eterno. Seguramente llegaron mientras el patriarca estaba sentado, al parecer, en oración y meditación, en la puerta de su tienda en el más intenso calor del día, o al principio de la tarde.
Abraham salió a recibir a los tres visitantes, aún antes de saber quiénes eran. Como extranjero, él sabía lo que significaba ser recibido y atendido en medio de una larga travesía, especialmente en el desierto. El hizo con otros lo que toda persona desearía que hicieran con él.
En los tiempos antiguos del Medio Oriente, la reputación de una persona estaba muy relacionada con su hospitalidad, con brindar casa y comida. Bajo este pensamiento, aún los extraños debían ser tratados como huéspedes distinguidos. Nuestro padre Abraham tenía la virtud de la hospitalidad, y estaba impaciente por mostrarla a estos tres peregrinos. El libro del Zohar comentando este incidente dice:
«…Y aunque estaba sufriendo a causa de la circuncisión, corrió a saludarlos, de modo que no fallara en nada y se condujese de forma diferente a como era antes de la circuncisión, cuando siempre aceptaba y daba la bienvenida a nuevos huéspedes…»,
[Zohar, Vayerá, 7:95]
Por todo esto, la Sagradas Escrituras promueven a lo largo de sus libros el ejercicio espiritual de la hospitalidad resumido en esta pauta apostólica:
«No os olvidéis de mostrar hospitalidad, porque por ella algunos, sin saberlo, hospedaron ángeles«
(Hebreos 13:2)
Efectivamente, Abraham hospedó a ángeles sin saberlo. Él los recibió, los atendió y les dio de comer.
«Que se traiga ahora un poco de agua y lavaos los pies, y reposad bajo el árbol; y yo traeré un pedazo de pan para que os alimentéis, y después sigáis adelante, puesto que habéis visitado a vuestro siervo. Y ellos dijeron: Haz así como has dicho. Entonces Abraham fue de prisa a la tienda donde estaba Sara, y dijo: Apresúrate a preparar tres medidas de flor de harina, amásala y haz tortas de pan. Corrió también Abraham a la vacada y tomó un becerro tierno y bueno, y se lo dio al criado, que se apresuró a prepararlo. Tomó también cuajada y leche y el becerro que había preparado, y lo puso delante de ellos; y él se quedó de pie junto a ellos bajo el árbol mientras comían«.
(Gen. 18:4-8)
En la antigüedad no era frecuente que la gente comiera carne. Por lo general, lo hacían sólo para eventos especiales. No sólo era un alimento caro, sino que debía comerse de inmediato porque no contaban con refrigeración. Pero Abraham no escatimó y trató a los visitantes con mucho honra.
Luego de comer, los visitantes anunciaron a Abraham la razón de su visita. Pero antes preguntaron por Sara porque lo que ellos tenían para anunciar la incluía a ella.
(Génesis 18:9) Entonces ellos le dijeron: ¿Dónde está Sara tu mujer? Y él respondió: Allí en la tienda.
Luego el Señor le explicó el propósito de la visita, informándole a Abraham que en un año su esposa daría a luz un varón:
» Y aquél dijo: Ciertamente volveré a ti por este tiempo el año próximo; y he aquí, Sara tu mujer tendrá un hijo. Y Sara estaba escuchando a la puerta de la tienda que estaba detrás de él«.
(Gen. 18:10)
El Señor confirmó nuevamente el Pacto que había hecho con Abraham. Volvió a garantizarle que el hijo de la promesa lo iba a tener con Sara, su mujer. Abraham lo sabía, porque el Señor se lo había dicho unos días antes. Pero también Sara lo debía saber. El propósito de esta visita divina era llamar a Sara a tomar plena posesión de las promesas del pacto. Tal vez Abrahán no le había dicho nada a su mujer. Pero en esta ocasión Sara estaba escuchando.
“Y Sara estaba escuchando a la puerta de la tienda que estaba detrás de él. Abraham y Sara eran ancianos, entrados en años; y a Sara le había cesado ya la costumbre de las mujeres. Y Sara se rió para sus adentros, diciendo: ¿Tendré placer después de haber envejecido, siendo también viejo mi señor?”
(Génesis 18: 10-12)
Sara, que tenía ya casi 90 años, por lo que rió al escuchar esta aparentemente increíble noticia. Este sentimiento de duda en cuanto a la capacidad de Yahvéh ocasionó una reprimenda por parte de Él:
“Y YHVH dijo a Abraham: ¿Por qué se rió Sara, diciendo:
«¿Concebiré en verdad siendo yo tan vieja?»
¿Hay algo demasiado difícil para YHVH?»
(Génesis 18:13 y 14a)
La palabra que fue traducida como “demasiado difícil” es yipalé (יפלא) cuya raíz tiene que ver con algo oculto, encubierto. En Deuteronomio 30:11 se usa como algo oculto de la comprensión, algo inalcanzable. Aquí se trata de algo que va más allá de lo común. El Targum lo traduce como: “¿Es que hay algo demasiado maravilloso, distante y oculto de Mí para que Yo haga Mi voluntad?”
Esto nos enseña que el ángel desafió las mentes cerradas de nuestros padres Avraham y Sarah. Avraham y Sarah ya llevaban casi 100 años de vida. Sus mentes estaban trabajando con mucha rutina por lo que habían aprendido. Aunque sus mentes habían sido considerablemente abiertas por todas las experiencias que habían tenido al salir de su pequeño mundo para irse a otros países, sus pensamientos estaban todavía limitados para lo que quería hacer el Eterno en sus vidas.
Cuando el ángel vino a anunciar el nacimiento de su hijo no podían recibir tan maravilloso mensaje. Su reacción fue común a muchos hombres con la mente limitada y cerrada, lo tomaron como una broma. El mensaje divino causó un confrontación con lo que habían aprendido en sus vidas, y eso les causó la risa.
En el capítulo anterior, el Eterno había sido muy específico; fue Sara, quien daría a luz al hijo de la promesa (17: 16, 19, 21). La respuesta de Abraham, tal como la de Sara aquí, había sido la risa (17: 17). Por eso, como recordatorio de sus risas, mezcla de gozo y duda, los nuevos padres nombrarían el niño Isaac (en hebreo: Yitz’hak), o «el que ríe» mostrando que el Eterno ríe último y mejor.
Yahvéh reafirma su promesa declarando y luego demostrando efectivamente que para Él nada es difícil, y mucho menos imposible. La realidad de esta clase de nacimientos milagrosos la veremos repetirse a lo largo de la historia del Pueblo del Señor varias veces y con la misma intención: mostrar el asombroso poder del Eterno a favor de sus escogidos. El nacimiento de Sansón (Jueces 13); el de Samuel (1Samuel 1); y el nacimiento de Juan el bautista (Lucas 1: 13-20), han sido posible solamente por la intervención benevolente del Eterno, y siempre para el bien de su propósito eterno.
Sarah debió inmediatamente haber creído con fervor en la capacidad de Yahvéh de hacerla procrear. Por eso fue confrontada por su reacción por el mismo Abrahán. Por eso, y gracias a ello, aunque en el Bereshit (Génesis) no se registra, sabemos que Sara finalmente aceptó con fe participar en el proyecto mesiánico de Yahvéh:
«También por la fe Sara misma recibió fuerza para concebir, aun pasada ya la edad propicia, pues consideró fiel al que lo había prometido. Por lo cual también nació de uno (y éste casi muerto con respecto a esto) una descendencia como las estrellas del cielo en número, e innumerable como la arena que está a la orilla del mar«.
(Hebreos 11: 11-12)
Por ello, aunque era humanamente imposible, el Eterno cumplió su promesa.
«Entonces el SEÑOR visitó a Sara como había dicho, e hizo el SEÑOR por Sara como había prometido.
Y Sara concibió y dio a luz un hijo a Abraham en su vejez, en el tiempo señalado que Dios le había dicho. Y Abraham le puso el nombre de Isaac al hijo que le nació, que le dio a luz Sara.
Y circuncidó Abraham a su hijo Isaac a los ocho días, como Dios le había mandado.
Abraham tenía cien años cuando le nació su hijo Isaac.
Y dijo Sara:
Dios me ha hecho reír; cualquiera que lo oiga se reirá conmigo.
Y añadió:
¿Quién le hubiera dicho a Abraham que Sara amamantaría hijos? Pues bien, le he dado a luz un hijo en su vejez«.
(Génesis 21:1-7)
De igual modo, este cuestionamiento divino se realiza hoy a nuestros corazones: ¿Por qué resultaba tan difícil de creer? ¿Existe acaso algo que el Señor no sea capaz de hacer?
Cuando se trata del Eterno, no debemos limitar con nuestras mentes nuestra percepción de su poder, su conocimiento y sus posibilidades para intervenir de manera más sorprendente y maravillosa. El Eterno puede hacer mucho más de lo que pedimos o pensamos, según el poder que actúa en nosotros (Efesios 3:20), así que tengamos cuidado de no obstaculizarlo con nuestras mentes y no nos riamos con incredulidad cuando se presenta una idea sobrenatural que rompe con nuestro esquema mental.
Mediante los estudios que venimos peregrinando juntos estoy convencido que cada uno de ustedes ha llegado a comprender que más allá de toda circunstancia difícil o imposible, está presente el Eterno, nuestro Abba (Papá) celestial, el Creador y Sustentador de todo el universo.
Jamás olvides que Dios te ama y que todas sus promesas son dignas de confianza, síguelo sirviendo y cumpliendo fielmente sus mandamientos, porque Él te sorprenderá, hará realidad aquello que crees que es imposible y cumplirá todo aquello que te prometió. No permitas que los afanes te este mundo te aparten de Él y te desenfoquen de la misión que te encomendó. Su amor constante y su fidelidad son promesas a las que puedes aferrarte cada día.
¿Más allá de lo que perciben tus sentidos, está Yahvéh, tu Padre Celestial, quien sacó todo de donde no había absolutamente nada… Por lo tanto, respóndete esta pregunta:
«¿Hay para Dios alguna cosa difícil?»
Génesis 18:14
¡NO! ¡NO LO HAY!
Además, permítele al Espíritu Santo implantarte en lo más profundo de tu interior la siguiente verdad irrefutable:
«Porque nada hay imposible para Dios«.
Lucas 1:37
Y ahora, canta conmigo esta canción: