«Abraham respondió:
–Dije para mí:
“Ciertamente no hay temor de Dios en este lugar, y me matarán por causa de mi mujer”
(Génesis 20:11 RV-1995)
Abraham acampó como forastero en el país de Gerar (v.1).
El rey Abimelec había tomado a Sara por mujer porque Abrahán había dicho que ella era su hermana. Abrahán sabía que si sólo faltaba un ingrediente importante en el alma de esas personas, él correría el riesgo de ser asesinado por causa de su mujer tan hermosa. Ese ingrediente era el temor del Altísimo.
En el texto hebreo está escrito: rak ein yirat Elokim ba makom haze (רק אין יראת אלקים במקום הזה) – “sólo no hay temor del Todopoderoso en este lugar”. Al dar esta respuesta, nuestro padre en la fe está enseñando que sólo una cosa es necesaria para que una sociedad no se entregue al pecado ilimitado: temor del Cielo o “Yirat Yahvéh” (el Temor de Yahvéh). Es la «actitud» con la que una persona reconoce el poder y la condición de la persona a la que se «reverencia»y se rinde debido respeto. Es la disposición común que el Espíritu Santo pone en el alma para que se porte con respeto delante de la majestad de Dios y para que, sometiéndose a su voluntad, se aleje de todo lo que pueda desagradarle.
Las Sagradas Escrituras enseñan que el Eterno revela al hombre sus características o virtudes por medio de la acción. Dos de Sus más prominentes virtudes son Jesed (amor benevolente) y Guevurá (fuerza, rigor y disciplina). Esos, son los dos actos fundamentales del Eterno, e invariablemente provocan una reacción por parte del ser humano. Las personas responden, con ahavá Yahvéh (amor a Dios) y Yirat Yahvéh (temor de Dios). Debido a Su gran amor por nosotros, El Eterno compasivamente nos da todo lo que tenemos. Pero en Su fuerza, exige que seamos confiables y justos. Mientras contemplamos Su bondad, nuestro corazón se llena de amor hacia Dios y el deseo de tener una más profunda relación con Él. Cuando somos confrontados por Su guevurá, reconocemos Su soberanía y somos llevados a una humilde sumisión. La tradición judía dice que ahavá y yirá son las dos alas con las que la Torah trasciende el cielo.
Estoy seguro que a esta altura, podría parecer contradictorio que podamos amar y temer a Dios a la misma vez, hasta que analicemos el concepto a la luz de las Escrituras y del carácter de Dios. Entonces nos podemos dar cuenta que el temor al que somos llamados es como cuando un niño reconoce lo que sus padres le permiten y no le permiten hacer, y está consciente de las consecuencias si les desobedece. El niño sabe que sus padres le aman y que sólo procuran lo mejor para él. Lo disciplinan cuando sea necesario para que discierna lo bueno de lo malo. Aunque no lo reconozca del todo, el niño comprende que los parámetros que sus padres le han impuesto realmente le dan libertad para que experimente el mundo en que vive. Por lo tanto, el niño tendrá un saludable temor hacia sus padres y, a la vez, les amará y confiará en ellos porque sabe que ellos le aman.
Los buenos padres no solo hablan de amor sino que también ayudan a sus hijos a comprender los peligros. Y, como saben que la comprensión de los pequeños es muy limitada, inculcan un sano temor al castigo. Se trata del sano temor, la justa medicina. No el temor excesivo que quita la confianza y traumatiza. Recordemos que Dios es el Padre perfecto, modelo de todo padre. El sano temor es parte de su pedagogía divina para que nos mantengamos en guardia contra el grave peligro que acecha a todo hombre en la batalla espiritual contra el mundo, la carne y el demonio.
Es decir que “Yirat Yahvéh” es tener una reverencia filial, una conciencia de la realidad inconcebible de ser hijos e hijas de Dios, confiados en el amor incondicional del Padre.
Este es el concepto que el autor de la carta a los Hebreos rescataba al decir:
¿Acaso olvidaron las palabras de aliento con que Dios les habló a ustedes como a hijos? Él dijo:
«Hijo mío, no tomes a la ligera la disciplina del Señor
y no te des por vencido cuando te corrige.
Pues el Señor disciplina a los que ama
y castiga a todo el que recibe como hijo».
Al soportar esta disciplina divina, recuerden que Dios los trata como a sus propios hijos. ¿Acaso alguien oyó hablar de un hijo que nunca fue disciplinado por su padre?
(Hebreos 12: 5-7)
Así logramos ver que para un creyente verdadero, el temor de Dios es el reverenciar al Eterno. Hebreos 12:28-29 es una buena descripción de esto, “Así que, recibiendo nosotros un reino inconmovible, tengamos gratitud, y mediante ella sirvamos a Dios agradándole con temor y reverencia; porque nuestro Dios es fuego consumidor.” Esta reverencia y admiración es exactamente lo que significa el temor de Dios para los discípulos de Yeshúa en la fe de Abrahán. Este es el factor que nos motiva a rendirnos al Creador del Universo.
Por todo esto, nuestro padre Abraham entendía que el temor del cielo (o Yirat Yahvéh) es el freno de excelentísima eficacia contra el pecado en el ser humano. La historia humana es la que registra las más claras evidencias que donde no hay temor del cielo el pecado libertad para correr y multiplicarse libremente.
En esta idea se enfocaba Moshé (Moisés) cuando escribió:
“Y respondió Moisés al pueblo:
No temáis, porque Dios ha venido para poneros a prueba, y para que su temor permanezca en vosotros, y para que no pequéis.”
(Éxodo 20:20)
Moshé deja la clara revelación de que el temor del Señor (Yirat Yahvéh) es el arma espiritual que derrota la fuerza reptiliana del ego: la tendencia a pecar.
Referente a esto podemos leer lo que el profeta Jeremías aseguraba y dejó escrito:
“Haré con ellos un pacto eterno, por el que no me apartaré de ellos, para hacerles bien, e infundiré mi temor en sus corazones para que no se aparten de mí, y en verdad me regocijaré de hacerles bien. Con todo mi corazón y con toda mi alma los plantaré en esta tierra.”
(Jeremías 32:40-41)
El profeta está anunciando la maravillosa ventaja que otorgaría al Pueblo del Eterno el establecimiento de la Era Mesiánica al revelar que el Señor mismo infundiría su temor en el corazón de sus escogidos a fin de que ya no se apartasen de Él y su perfecta voluntad.
Y en está escrito:
“Y ahora, Israel, ¿qué requiere de ti YHVH tu Dios, sino que temas a YHVH tu Dios, que andes en todos sus caminos, que le ames y que sirvas a YHVH tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma, y que guardes los mandamientos de YHVH y sus estatutos que yo te ordeno hoy para tu bien?”
(Deuteronomio 10:12-13)
El Eterno intervino en la situación crítica hablando al rey filisteo en un sueño de noche diciendo que si no devolvía a la mujer de Abrahán moriría él y todo su pueblo. Esto causó mucho temor en él y en sus hombres.
El que entiende que el Todopoderoso, que está en el cielo, todo lo puede, todo lo ve y todo lo juzga, cobra conciencia de que si no se comporta correctamente, estará en peligro de muerte y destrucción.
El que no sabe que “la ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres, que con injusticia restringen la verdad” (Romanos 1:18) y el que no sabe que “El Señor es un juez justo, un Dios que en todo tiempo manifiesta su enojo” (Sal. 7:11 NVI) no cuida sus pensamientos, no frena su lengua y no retiene su mano de hacer el mal.
El que sabe que “no hay cosa creada oculta a su vista, sino que todas las cosas están al descubierto y desnudas ante los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta.” (Hebreos 4:13) tiene temor de pecar.
¡El que sabe que hay consecuencias graves por el pecado, diariamente se cuida!
Cuando los hombres de Gerar supieron que el Eterno estaba vigilando todo y reprendió la conducta del rey, aunque había actuado con inocencia, confiando en la media verdad que Abrahán y Sara le habían dicho, tuvieron mucho temor. Un hecho aparentemente inocente contra uno de los ungidos profetas del Eterno causó la esterilidad de todo su pueblo y el riesgo de morir antes de tiempo.
En el Salmo 147:11 está escrito:
“YHVH favorece a los que le temen, a los que esperan en su misericordia.”
Abrahán conocía que el primer paso en el camino del Eterno, es la huida del mal, que es lo que consigue este don o valor (midot) y lo que le hace ser la base y el fundamento de todos los demás. Por el temor se llega al sublime don de la sabiduría. Se empieza a gustar de Dios cuando se le empieza a temer, y la sabiduría perfecciona recíprocamente este temor. El gusto de Dios hace que nuestro temor sea amoroso, puro y libre de todo interés personal.
Este “Yirat Yahvéh” es el valor que consigue inspirar al alma redimida en los siguientes efectos:
- Primero, una continua moderación, un santo temor y un profundo anonadamiento delante del Eterno Dios ;
- Segundo un gran horror de todo lo que pueda ofender a Yahvéh y una firme resolución de evitarlo aun en las cosas más pequeñas;
- Tercero, cuándo se cae en una falta, una humilde confusión;
- Cuarto una cuidadosa vigilancia sobre las inclinaciones desordenadas, con frecuentes vueltas sobre nosotros mismos para conocer el estado de nuestro interior y ver lo que allí sucede contra la fidelidad del perfecto servicio de Dios.
Amar a Yahvéh es temerlo y vivir constantemente en reverencia ante Él como Dios perfecto, poderoso y justo.
«No envidie tu corazón a los pecadores,
antes vive siempre en el temor del Señor;»
(Proverbios 23: 17)
Aconsejo a todos mis lectores, que cada día al despertar, sabiendo que sus misericordias se han renovado una jornada más, elevemos nuestra petición de que el Espíritu del YHVH inunde inmediatamente nuestras mentes y corazones a fin de servir al Eterno con temor y temblor.
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