Interesante será darnos cuenta que la primera mujer, Javá (Eva), fue llamada la “madre de todos los vivientes”, en tanto que jamás se hizo referencia a Adán como el padre de todos los seres vivientes. Se trata de un hecho significativo que, desde el comienzo mismo, establece las cualidades esenciales de la mujer como “madre”, dadora y perpetuadora de la vida.
La historia de la fe hebrea comienza con Abraham y Sará, unos dos mil anos después de la Creación. Al estudiar la vida de nuestros antepasados, tal como se relata en la Torah, vemos no sólo su grandeza, sino también el modo en que transmitieron esta grandeza a sus hijos. Son nuestros padres y madres quienes sentaron un precedente para nosotros. Es gracias a este precedente que pudimos, en generaciones pasadas, y presentes, hacer gala de gran fuerza espiritual, ya sea en nuestra fe bondad, justicia, o cualquier otra característica hebrea.
La sabiduría de la Torah siempre condujo a un hecho significativo en relación con la palabra Israel (nombre dado a Yaacov y por el que se conoce a todos los escogidos de mentalidad hebrea).
Cada letra del nombre “Israel” corresponde a uno de nuestros Patriarcas y Matriarcas. Veamos esto atentamente:
- la iud corresponde a Itzjak: y Yaakov,
- la shin corresponde a Sará,
- la reish a Rivká y Rajel,
- la alef a Abraham y
- la lamed a Leá.
Este detalle de codificación, significa que todo hebreo, es decir todo Israel, lleva dentro de sí las características y el potencial de grandeza de nuestros padres y madres. Por lo tanto, en el interior de cada hebreo vibra el potencial de ser tan grandes como fueron éstos en sus acciones mesiánicas.
Sará, la primera de nuestras madres, junto con Abraham, trabajaron para educar a las mujeres y los varones de su generación, ayudándolos a comprender la existencia del Solo y Único Dios. Cuán grandes fueron los logros de Sará dentro de la comunidad en general. Mayor aún fue su repercusión en el hogar. Sará estableció un hogar consagrado a los valores de la Torah. Un hogar en el que imperaban la paz, la bondad y la honestidad. En este hogar crió a su hijo Itzjak.
Sará se esmeró por educar a su hijo y luchó denodadamente por impedir que toda mala influencia penetrara en su hogar. Por esta razón Sará pidió a Abraham que echara a Hagar, su sirvienta, y a Ishmael, el hijo de ésta (un joven de hábitos salvajes y malos). El Eterno instruyó a Abraham en el sentido de que “todo lo que Sará te diga – has de escuchar su voz” (Génesis 21:12). Entonces Abraham echó a Hagar e Ishmael.
La Torah nos enseña que mientras Sará vivió, su hogar fue bendecido de varias formas. De acuerdo a los códigos hebreos del relato en el rollo de Bereshit (Génesis), siempre había una nube de gloria (la Presencia Divina) sobre su tienda (correspondiente al mitzvá de la Pureza de la Familia). Dicha nube se desvaneció cuando Sará murió. Pero volvió a aparecer cuando llegó Rivká, la esposa de Itzjak. Las Sagradas Escrituras dan a entender que en su tienda siempre brillaba una luz, desde erev Shabat. Cuando murió Sará, la luz se extinguió y volvió a brillar una vez más cuando Rivká entró en la tienda. Del mismo modo, la masa que preparaba estaba bendita.
Al elegir una esposa, Itzjak buscó una mujer realmente piadosa y recta que continuase la labor de Sará y contribuyese a sentar raíces firmes para el pueblo hebreo que de ellos surgiría. Halló esto en Rivká, nuestra segunda matriarca. Pese al medio ambiente maligno de Jarán, en el que ella se crió.
Rivká resultó ser una mujer virtuosa capaz de transmitir la Torah a sus hijos. Por eso es que era suficientemente sensible y perspicaz como para comprender la diferencia que mediaba entre sus dos hijos: Yaakov y Esav (Génesis 25:28). Era suficientemente valiente como para actuar conforme a esta diferencia y alentar a Yaakov a fin de que desarrollara su potencial pleno.
Yaakov, a su vez, contrajo matrimonio con Rajel y Leá (nuestras tercera y cuarta matriarcas), madres de las doce tribus de Israel. Ambas hermanas se dejaron procesar por el Eterno hasta alcanzar el nivel espiritual de Sará y Rivká. Por ello, los doce hijos que tuvieron fueron rectos y de ellos surgieron las seiscientas mil almas originales (Éxodo 12:37), el núcleo de nuestro pueblo, que saldrá de Mitzraim para entrar en Alianza Matrimonial con Yahvéh mismo, al pie del Monte Sinaí.