«Hagan el censo de toda la asamblea de Israel …»
(Bamidbar/Números 1: 2)
Esta semana hemos comenzado la lectura e investigación de la primera parashá (sección) del libro Bamidbar (Números), que también se conoce como «el Libro de los Números«. Los traductores primigenios le dieron también este nombre debido a que Yahvéh solicita el censar en Israel para darnos la bienvenida al número de integrantes que lo formaban en ese momento. Es usual que los derechos se ajustan a las necesidades de cada uno de los miembros que lo componen. ¿Acaso el Eterno necesita solicitar un conteo para recabar estos datos? ¡Es absurdo pensar que Yahvéh lo requiera! Entonces, ¿cuál es el objetivo de este censo?
Yahvéh, a través de Yeshúa HaMashiaj, es nuestro Padre. Todos sabemos cuánto cariño un padre dispensa a su hijo. Sin embargo, no conocemos a padres que para demostrarlo se dediquen a contar a sus hijos. Más aún, el Libro de Shemot (Éxodo) comienza a mencionar a los hijos de Yaacob Abinu (Shemot/Éxodo 1:1) Comenta Rashi: “aunque la Torá ya los había contado por Sus nombres en vida, vuelve a contarlos PESE una cola ya habían muerto con el propósito de dar a conocer el cariño que el Eterno les tiene, pues habían sido comparados con las estrellas a las que Yahvéh saca y mete por número y por sus nombres, como dice el versículo: Aquel que saca por número a Sus ejércitos, a todos llama con un nombre » [Yeshayá 40:26; Shemot Rabá 1:3].
La Torah revela que cada uno de los integrantes del Pueblo de Israel es como una piedra preciosa ante los ojos del Eterno. Es como alguien que posee un tesoro y no se cansa de contar y contemplar cada una de sus piezas, valorando desde la más pequeña hasta la más grande, ya que todas son valiosas. De igual forma, no hay diferencias ante los ojos de Yahvéh; todos sus hijos valemos por igual, todos somos parte de Su tesoro, no importa el cargo ni la posición social ni el coeficiente intelectual. Ni siquiera nuestro nivel espiritual cuenta a la hora de supervisar cada uno de nuestros movimientos. Amado es el Pueblo de Israel, pues ellos son llamados Hijos de Yahvéh.[Pirké Abot 3:14]
Él confirió a Israel las coronas de la Torah, del Sacerdocio y de la Realeza.[Rambam, Talmud Torá 3:1] Por eso, cuando ordenó contar al pueblo utilizó la palabra seú, que además del significado literal, que es “cuenten”, también significa “eleven”. Fuimos contados para que cada judío se percatara de que es un ser único y especial. El calificativo no sólo nos enorgullece, sino que nos obliga, nos compromete a vivir en forma honesta y bajo los lineamientos que el Eterno nos dio. Con esta expresión, Yahvéh quiere mostrarnos que cada uno posee características diferentes y que cada quien tiene un valor, un propósito y una misión determinados en el mundo.[R Shimshon Raphael Hirsch; Seforno]
Debes tener presente que nunca hubo una persona exactamente igual a ti, ni la habrá hasta el final de los días. Eres una persona singular, que posee una combinación precisa de talentos. El Eterno te colocó en un hogar en un determinado momento de la historia y en un lugar exacto. Yahvéh te asignó una tarea específica. Gozas de una porción especial en la Torah. El mundo, en su totalidad, te espera. No existe otra persona que pueda cumplir tu misión particular en la vida.
La palabra Adam, que es como nombró el Eterno al primer hombre, no tiene plural en hebreo, enseñándonos así que no existe suplente para lo que cada uno debe hacer.
Un rey fue hasta su jardín y descubrió que sus árboles, arbustos y flores estaban muriendo. El roble le dijo que se moría porque no podía ser tan alto como el pino.
El rey fue a observar al pino y lo halló caído, porque no podía dar uvas como la vid.
El rey se acercó a la vid y la encontró agonizante, argumentando que no podía florecer como la rosa.
La rosa lloraba porque no podía ser alta y sólida como el roble.
El rey caminaba cavilando sobre la deplorable situación en la que se encontraba su jardín. Entonces encontró una planta, una hermosa orquídea que florecía e irradiaba una belleza como nunca antes había visto. El monarca se alegró y le preguntó:
_ “¿Cómo es que creces tan saludable en medio de este jardín inconforme y sombrío?”.
_ “No lo sé, su majestad”, respondió la flor. “Quizás sea porque siempre supuse que cuando usted me plantó, quería una orquídea. Si su majestad hubiera querido un roble o una rosa, los habría plantado aquí. Por eso desde el momento en que me sembró, me dije: ‘¡Intentaré ser orquídea de la mejor manera que pueda…!”.
[Historias, cuentos y reflexiones, pág 45; Nelly Kaufman K. de Klein]
Debemos aceptar que cada uno de nosotros es una personalidad importante e insustituible. Por ello, hay que procurar ser auténticos y hacer lo que realmente nos corresponde. Si buscamos imitar a otros, nunca lo conseguiremos, pues no poseemos ni las virtudes ni el permiso del Cielo para ocupar su lugar. Así, debes mostrarte tal como eres. Ten presente que el Eterno te creó con características que sólo tú posees. No existe otro en el mundo como tú.
Esto debe hacerte sentir dichoso y seguro, mas no altivo. ¿Acaso existe alguien que pueda atestiguar sobre sí mismo que se comporta de acuerdo con todos los requerimientos que debe cumplir alguien querido por Yahvéh? La persona que se considera importante no puede vestir cualquier clase de ropa sólo porque todos los demás lo hacen, ni tampoco comer en cualquier lugar público o cometer errores que quizá otra persona sí podría cometer. Por el contrario, debe ser un ejemplo en toda su vida, ya que permanentemente es observado por todos para ver su proceder. *La persona que busca comportarse como Yahvéh desea, debe estudiar el Manual de Instrucciones (la Torá), donde se detalla cuál debe ser la conducta, el criterio y la forma en que cada hebreo logre su cometido, y cuando se presente delante del Rey de los reyes, podrá decir con orgullo: “¡Misión cumplida!”.
“Cada hebreo es hijo único del Eterno.”
© Autor anónimo (me llegó por Whatsapp)
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