Escatología

La Plenitud de los Gentiles y la Verdadera Misión de Yeshúa.

Por P.A. David Nesher

 

Cuando Yosef vio que su padre había puesto su mano derecha sobre la cabeza de Efraim, esto le desagradó; y asió la mano de su padre para cambiarla de la cabeza de Efraim a la cabeza de Menashé. Mas su padre rehusó y dijo: Lo sé, hijo mío, lo sé; él también llegará a ser un pueblo, y él también será grande. Sin embargo, su hermano menor será más grande que él, y su descendencia llegará a ser plenitud de naciones.

(Bereshit/Génesis 48:17 – 19 _ LBLA)

Comenzaré esta bitácora solicitando un favor: ten presente en todo momento que en las dimensiones celestes, el orden profético siempre tiene preferencia sobre el orden natural.

El hijo mayor de Yosef (José), llamado Menashéh (Manasés), llegó a convertirse en una tribu grande dentro de Israel. Su territorio inmenso se distribuyó a los dos lados del río Yardén (Jordán).

Cuando leemos los datos  del censo que registra el libro de Badmibar (Números cap. 1), notamos que Menashéh era la tribu más pequeña de la nación que recién salía de Mitzraim (Egipto). Pero, según Números capítulo 26 vers. 34, ocurrió un aumento milagroso del 64 % de su población durante los 38 años en el desierto. De este modo, vemos que fue la tribu que más creció durante ese tiempo de proceso divino en el desierto. Sabemos que luego, instalada en Canaán, también llegó a ser una tribu grande debido a la influencia del juez Guidón (Gedeón) que surgió de Menashé (cf. Jueces 7-8) para liberar al pueblo escogido de la opresión madianita.

Sin embargo, vemos que fue Efraim quien recibió una bendición superior a la de Menashéh. La profecía que Yaakov avinu liberó en su bendición, aseguró que Efraim sería mayor. Justamente de esta tribu salió Yehoshúa, el sucesor de Moshé. La tribu de Efraim fue puesta como la principal de la nación norteña, la casa de Israel, y cuando los profetas hablan de Efraim están incluidas todas las diez tribus del norte.

Efraim recibe como palabra profética la promesa de que llegaría a ser una plenitud de naciones, en hebreo se dice meló ha-goyim, y puede ser entendida de varias maneras. La palabra ha-goyim –הגוים – es plural definido de goy ­–גוי – cuyo significado principal es nación. Esta palabra se usa tanto para la nación de Israel como las otras naciones. En la forma plural normalmente significa las naciones gentiles en el sentido de los no israelitas. De esa manera el término en su forma singular goy ­–גוי – llegó a significar gentil, en el sentido no hebreo/israelita/judío.

Yehoshúa (Josué), el sucesor de Moshé, era descendiente de Efraim. Por eso mismo, el sabio intérprete Rashí, basándose en los midrashim, asegura que la expresión plenitud de naciones (hbre. meló ha-goyim) significa que la descendencia de Efraim llenará los pueblos, en el sentido de que la fama de Yehoshúa (Josué) produciría un impacto entre las naciones por haber detenido el sol en Guivón (Gabaón) y la luna en el valle de Ayalón, (cf. Josué 10:12).

No obstante, la expresión meló ha-goyim (–מלא הגוים –) va mucho más allá de la fama de Yehoshúa, puesto que el texto hebreo dice que la simiente de Efraim sería la llenura de las naciones, o plenitud de los gentiles. Esto significa en primer lugar que por el rechazo del Eterno de las diez tribus los gentiles serían llenados de estos descendientes de manera que ya no se podrán contar por su gran cantidad (Os. 1:10). Las diez tribus, con Efraim a la cabeza, están hoy en día mezcladas entre todas las naciones de la tierra y son gentiles.

Por eso, la manera más simple de entender el texto de Bereshit (Génesis) que estamos analizando es que Efraim se convertiría en mucha gente. Sin embargo, la elección de términos que hay en el hebreo nos da a entender que aquí no se trata sólo de que Efraim se convertiría en mucha gente, sino de algo proféticamente más profundo.

Necesitamos tener en cuenta que la palabra hebrea meló –מלא – no significa simplemente multitud, montón o cantidad, sino más bien llenura, o plenitud. Viene de la raíz malé –מלא – que significa llenar. La expresión que usa nuestro padre Yaakov se traduce literalmente como “su descendencia será llenura de las naciones (gentiles)” lo que parece indicar que se dispersarían entre los pueblos gentiles, lo cual no es una bendición de acuerdo a lo revelado por la Torah misma.

Por todo lo dicho, debemos entender que el texto hebreo invita a una consideración mayor de lo que se lee a simple vista. Literalmente dice “y su descendencia será plenitud de las naciones (gentiles)”. Hay un lugar más en las Escrituras donde aparece la misma expresión. Se trata de la epístola a los romanos, en la que el apóstol Pablo expresó:

Porque no quiero, hermanos, que ignoréis este misterio, para que no seáis sabios en vuestra propia opinión: que a Israel le ha acontecido un endurecimiento parcial hasta que haya entrado la plenitud de los gentiles; y así, todo Israel será salvo; tal como está escrito: EL LIBERTADOR VENDRÁ DE TZIÓN; APARTARA LA IMPIEDAD DE YAAKOV.

(Romanos 11:25-26)

De este texto paulino podemos sacar varias conclusiones importantes:

  • Sólo una parte de Israel ha sido endurecida durante un tiempo limitado. No se trata de todo Israel ni para siempre.
  • Esto es un misterio, es decir, es parte del plan divino para la salvación del mundo que es difícil de entender.
  • La plenitud de los gentiles tiene que entrar en esa salvación que pertenece a Israel.
  • La salvación de todo Israel depende de la entrada de la plenitud de los gentiles.
  • Todo Israel incluye no solamente el pueblo judío, sino también la plenitud de los gentiles.
  • La impiedad será quitada de Yaakov, que son las doce tribus, no solamente los judíos que representan dos tribus de Israel, Yehudá y Binyamín y posiblemente Leví.

Este lineamiento perfecto de salvación del Eterno es uno de los misterios más maravillosos a los que un hijo primogénito de Dios puede acceder. Es tan profundo lo codificado en esta medida de fe, que es imposible explicarlo en un espacio como este. Intentaré trazarlo con pocas palabras, esperando en el Señor poder ser claro en la explicación, anhelando que Su Santo Espíritu lleve a cada lector a una mayor investigación de este asunto profético o escatológico.

En el capítulo 12 del primer libro de Reyes, se relata como el reino de Israel se dividió en dos naciones, posterior a la muerte del rey Salomón. Esto ocurrió por causa de una rebelión que se originó en el territorio de Efraim, en la ciudad de Shejem (Siquem), que fue entregado a Yosef (Génesis 48:22).

A partir de esta revuelta tribal, Efraim llegó a ser la tribu principal para el territorio que se conocería como «el Reino del Norte» o «Casa de Israel».  El primer rey de las diez tribus del norte fue Yeravam (Jeroboam), de la tribu de Efraim, (1 Reyes 11:26, 28). Desde ese día, y en adelante sólo hubo división entre las Dos Casas de Israel (1 Reyes 12:19; 2 Crónicas 10:19). Este desencuentro vino siempre controlado por la Providencia del Eterno (1 Reyes 12:24; 2 Crónicas 10:15). Este es uno de los misterios del proyecto divino de salvación para todo el mundo gentil.

El Reino del Norte se paganizó rápidamente con la introducción de una religión sincretista (1 Reyes 12:28-33). Por causa de esta abominación, los profetas Amós y Hoshea fueron enviados por Yahvéh al Reino del Norte para anunciar su pronta destrucción, sino no procedían a una teshuvá corporativa. El oráculo divino fue siempre bien claro: la Casa de Israel iba a ser enviada a las naciones y para mezclarse entre ellas. Así lo dejó documentado en su rollo profético el profeta Oseas:

“Efraim se mezcla con las naciones”
(Oseas 7:8a)

Esto ya había sido anunciado por Moshé en pleno proceso de entrenamiento, durante los treinta y ocho años en el desierto:

“A vosotros, sin embargo, os esparciré entre las naciones”
(Levítico 26:33)

Pero existe un hecho escatológico muy interesante en el mensaje del profeta Hoshea que permite entender mejor todo el movimiento profético que estamos protagonizando en estos días:

“Y el Eterno dijo a Hoshea: Ponle por nombre Yizreel, porque dentro de poco castigaré a la casa de Yehú por la sangre derramada en Yizreel, y pondré fin al reino de la casa de Israel. Y sucederá que en aquel día quebraré el arco de Israel en el valle de Yizreel.”
(Oseas 1:4-5 )

Este Yizreel aquí mencionado fue el primer hijo del profeta con su mujer, quien se había dedicado a ser lo que se conocía como «prostituta sagrada», involucrada en cultos sexuales en honor a Baal y Aserá.

Por eso, el matrimonio entre el profeta y esta mujer refleja el pacto entre la casa de Israel, es decir, las diez tribus del norte, y el Eterno. El primer hijo fue llamado Yizreel que significa “Dios sembrará”.  Así que los hijos de la casa de Efraim eran las semillas para la siembra que Yahvéh esparciría entre las naciones.  Teniendo en cuenta esto, podemos profundizar la interpretación de la parábola del Sembrador que Yeshúa dio a sus discípulos:

“He aquí, el sembrador salió a sembrar.”
(Mateo 13:3)

Esta siembra que nuestro Mesías describe dará un fruto en los últimos tiempos, tal cual Él mismo lo explica:

“…la siega es el fin del mundo, y los segadores son los ángeles.”
(Mateo 13:39)

Con esta cosmovisión profética en nuestra mente, podemos volver al oráculo del profeta Hoshea, y enfocarnos en el siguiente mensaje:

“Ella concibió otra vez y dio a luz una hija.
Y el Señor le dijo: Ponle por nombre Lo-Rujamá (ninguna compasión), porque ya no me compadeceré de la casa de Israel, pues no los perdonaré jamás. Pero me compadeceré de la casa de Yehudá (el pueblo judío) y los salvaré por el Eterno su Dios; y no los salvaré con arco, ni con espada, ni con batalla, ni con caballos ni jinetes.Después de haber destetado a Lo-Rujamá, ella concibió y dio a luz un hijo. Y el Señor dijo:
Ponle por nombre Lo-Amí, porque vosotros no sois mi pueblo y yo no soy vuestro Dios. Y el número de los hijos de Israel será como la arena del mar, que no se puede medir ni contar; y sucederá que en el lugar donde se les dice: No sois mi pueblo, se les dirá: Sois hijos del Dios viviente.
Y los hijos de Yehudá y los hijos de Israel se reunirán, y nombrarán para sí un solo jefe, y subirán de la tierra, porque grande será el día de Yizreel.”
(Oseas 1:6-11)

El profeta dibuja en su oráculo el desarrollo escatológico del Proyecto del Eterno para la Casa de Israel con unos pocos brochazos, que podemos describir así:

  • Primero, la casa de Israel será rechazada.
  • Segundo, se convertirá en una cantidad tan grande que no se puede contar, como la arena del mar, lo cual indica que están dentro de las naciones del mundo.
  • Tercero, se habla de una restauración de la identidad israelita en el mismo lugar donde fueron rechazados, en la tierra de Israel. Esto será el resultado de una unificación entre los hijos de Yehudá, los judíos, que nunca perdieron su identidad, y los hijos de Israel que hayan dejado su identidad gentil en los últimos tiempos. Juntos reconocerán a Yeshúa como el Mesías.
  • Por último, dice que subirán de la tierra lo cual es una alusión al arrebatamiento de todos los que son del Mesías. Como el día de Yizreel, el día de la siembra de Dios, era grande, los hijos de Israel están entre todas las naciones gentiles, y desde allí serán arrebatados para encontrarse con el Mesías cuando vuelva a la tierra.

En su oráculo el profeta también describe con líneas llenas de romanticismo el proceso mesiánico que la Casa de Israel viviría desde la deportación a Asiria hasta el regreso a la Tierra Prometida bajo el Mesías, según está escrito:

Por tanto, he aquí, la seduciré, la llevaré al desierto ( es decir, a las naciones gentiles), y le hablaré al corazón.
Le daré sus viñas desde allí, y el valle de Ajor por puerta de esperanza. Y allí cantará como en los días de su juventud, como en el día en que subió de la tierra de Egipto. 
Sucederá en aquel día–declara el Eterno– que me llamarás Ishí y no me llamarás más Baalí. Porque quitaré de su boca los nombres de los Baales, y nunca más serán mencionados por sus nombres.
En aquel día haré también un pacto por ellos con las bestias del campo, con las aves del cielo y con los reptiles de la tierra; quitaré de la tierra el arco, la espada y la guerra, y haré que ellos duerman seguros.
Te desposaré conmigo para siempre; sí, te desposaré conmigo en justicia y en derecho, en misericordia y en compasión; te desposaré conmigo en fidelidad, y tú conocerás al Eterno.  
Y sucederá que en aquel día yo responderé–declara el Eterno–, responderé a los cielos, y ellos responderán a la tierra, y la tierra responderá al trigo, al mosto y al aceite, y ellos responderán a Yizreel.
La sembraré para mí en la tierra, y tendré compasión de la que no recibió compasión, y diré al que no era mi pueblo: Tú eres mi pueblo, y él dirá: Tú eres mi Dios.
(Oseas 2:14-23)

Ahora bien, convengamos que para que todo este proceso sea una bendición, tiene que existir un proyecto divino con lineamientos perfectos que permitan la restauración de la simiente de estas diez tribus que ha sido sembrada entre las naciones gentiles. Todos entendemos bien que cuando hay una siembra, los granos mueren para luego dar fruto abundante. Ese es el Proyecto Emanuel con el que el Eterno tiene pensado dar salvación aún a los gentiles. Una semilla plantada esta escondida en el suelo con el propósito de salir para traer mucho fruto. El profeta Amós aseguró que Yahvéh zarandeará estas tribus entre todas las naciones, y aun así Él no perderá ningún grano en la tierra (Amós 9:9). ¡“José” algún día será reunido con Judá! (Ezeq. 37:15 y ss.)

Entonces, Efraim fue sembrado entre todas las naciones con el fin de producir un fruto para el Reino de los Cielos. Por lo tanto, los gentiles que van entrando en el reino representan algo de la vuelta de Efraim a casa. Para expresarlo de otra manera, cuando un gentil nace de nuevo y recibe la salvación, es injertado en Israel y de esa manera se cumple en parte las profecías que hablan de la vuelta de Efraim a su casa para ser llamado pueblo de nuevo (Os. 1:10; 2:1, 23; Rom. 9:24-26). El apóstol Pablo utiliza exactamente la misma expresión meló hagoyim en su epístola a los discípulos de Roma  (Romanos 11:25) que nuestro padre Yaakov en utilizó al bendecir al segundo hijo de Yosef (Génesis 48:19).

Sin embargo, todos los profetas hablan de algo aún más grande todavía. El oráculo completo asegura que será el Mesías quien tendrá como prioridad la misión de restaurar las doce tribus de Israel (Isa 49:6). Entiéndase bien, el Mesías fue enviado a las ovejas perdidas de la Casa de Israel (Mateo 15: 24) que se encuentran diseminados entre las naciones gentiles. Esto tira a tierra todo dogma que habla que el Mesías murió por todo el mundo. Evidentemente muchos cristianos, que incluso aseguran ser nacidos de nuevo, no han entendido la Misión de Yeshúa del mismo modo que sus primeros seguidores. Por lo tanto, debemos aceptar que entre todos los gentiles (el mundo) hay innumerables descendientes de Efraim que serán restaurados por completo dentro del pacto renovado de Yeshúa y todo lo que este implica, para luego ser unidos con el pueblo judío como un solo palo (Ezequiel 37:15-28).

El Eterno aseguró por su profeta:

«…hacedlo saber en las costas que están lejos, y decid; El que espació a Israel, lo reunirá y guardará, como el pastor a su rebaño.»
(Jeremías 31:10)

Este es el contexto escritural que permite entender a  Yeshúa cuando se identifica así mismo como el «Buen Pastor» (Juan 10:11, 14). Con esta cosmovisión profética logramos entonces comprender cuando Él dijo que tenía otras ovejas que «no eran de este redil» (Judá). Yeshúa se estaba haciendo cargo de ser el cumplimiento de la profecía de Jeremías y Ezequiel que anunciaron que llegaría un pastor para ambos reino, Judá e Israel (34:23). Por esto, tenemos que leer los libros del Pacto Renovado (mal llamado «Nuevo Testamento») a la luz de estas promesas escatológico-proféticas de recoger a Efraim. De no hacer esta re-lectura, perderemos una porción maravillosa de nuestra herencia en el Mundo Venidero, porqué Yeshúa vino a recoger las tribus de Israel esparcidas por las naciones en innumerables descendientes.

Ahora bien, no debemos confundir, ni mezclar, la entrada de los gentiles con la restauración de las diez tribus norteñas. Los gentiles que reciben la salvación no son la restauración de Efraim, ni son todos Efraim en su restauración total. La restauración de Efraim implicará la total vuelta al pacto de Avraham y el pacto de Sinaí junto con la renovación del pacto por la sangre del Mesías Yeshúa (Jer. 31:31, 33). Dicho en otras palabras, para que haya una restauración total, los restaurados efraimitas de entre las naciones tendrán que hacerse hebreos, en el sentido jurídico de la palabra. Por eso, esto no es para todos los gentiles que hoy aseguran haber nacido de nuevo.

En la profecía de Ezequiel del cap. 37 verso 19 se puede entender el texto hebreo de manera que Yahvéh dará al palo de Yehudá el papel de estar sobre el palo de Efraim y así se unirán los dos palos. El trabajo del Mesías Yeshúa es unir los dos pueblos. Entonces, un movimiento que los separe no puede jamás venir de Él. Y, como venimos dándonos cuenta, será la persona proveniente de la gentilidad la que tendrá que adaptar su estilo de vida con la mentalidad hebrea de la Torah, para así estar unido al judío. Nunca puede pretenderse que sea  al revés.

Clamemos día y noche para que  el Eterno cumpla su Proyecto de Salvación con todas las naciones y que podamos ver la restauración de las doce tribus de Israel pronto y en nuestros días. ¡Amén!

Shemitá y Yovel: Los Sellos Celestiales de Liberación

Por P.A. David Nesher

«Y le dijo el eterno a Moisés en el Monte Sinaí, Dile a los hijos de Israel: cuando lleguéis a la tierra que os di, la tierra descansara por el Eterno. Seis Años la Sembraras y seis años podaras sus viñas y recogerás su fruto, pero en el séptimo año será el Sábado del Eterno…» 
… Y contaras siete sábados de años, o sea siete veces siete años, cuarenta y nueve en total y el día diez del séptimo año, el mes quincuagésimo, día de expiación, harás resonar el Shofar en toda vuestra tierra. Santificareis el año cincuenta y proclamareis en toda la tierra la libertad de todos sus habitantes. Sera año de jubileo para vosotros, devolveréis a cada hombre lo que le pertenece y devolveréis cada hombre a su familia. Ese año no sembrareis, ni cosechareis lo que haya crecido espontáneamente, ni vendimiareis  las viñas silvestres. Por ser jubileo, ese año será sagrado para vosotros.  
…Y os preguntareis qué comeréis en el séptimo año en vista que no debéis sembrar, ni cosechar nada en el, os impartiré mi bendición en el sexto año para que la tierra rinda con hartura para tres años. Sembrareis en el octavo año y seguiréis comiendo los frutos añejos hasta el noveno año, es decir hasta que venga el producto del octavo»  

(Vayikrá/Levítico 25: 1-5; 8 – 12;  20 – 22)

 

En esta bitácora quiero invitarlos a que nos sumerjamos en la investigación de los códigos de la Torah que afirman el dominio absoluto del Eterno sobre la Tierra y todo lo que en ella hay (Salmo 24: 1).

 

La Torah ordena, por medio de esta mitzvá (mandamiento) el cese de la agricultura en la Tierra de Israel cada siete años. Este «Shabat» de la tierra se denomina Shemitá. Así como hay semanas de días, así también, en la cosmovisión de Yahvéh, existen semanas de años. Y como el séptimo día de la semana es un día de cese, así también Yahvéh ha establecido que cada séptimo año sea de cese y descanso para la tierra de Israel. Este mandamiento sólo se aplica en la tierra de Israel, no fuera de ella.

Estos mitzvot (mandamientos) revelaban los secretos de los Ciclos del Eterno como métodos poderosos para dominar el factor espacio-tiempo. El año del Señor está dividido en cincuenta y dos semanas, cada una perfectamente marcadas por el Shabat (séptimo día), y de acuerdo a la revelación que Él ha dado, cada semana trae consigo un tipo de energía la cual esta descrita dentro de la Torah, porción a porción. Esto nos revela la magnitud de la inteligencia y la sabiduría que esta detrás de este texto de Vayikrá y también nos deja claro que en este mundo la providencia divina esta constantemente dándonos oportunidades, eso es lo que se llama la espiral del tiempo profético. Es decir que cada vez que pasamos por un punto dentro de la espiral del tiempo la Torah nos dice como poder conectarnos con él para recibir lo que esta disponible en el Mesías. Solamente debemos aprender a recibir todos estos paquetes divinos.

Teniendo esta cosmovisión profética en mente, vemos que esta disciplina administrativa era una práctica entrenaba a los israelitas en la perfecta mayordomía de los recursos naturales y los mantenía conscientes que Yahvéh tiene el control total de la tierra y que por lo tanto Él es el verdadero proveedor de las necesidades de sus hijos.

 

La mitzvá de la Shemitá le ordena al Pueblo hebreo que deje de trabajar sus campos cada séptimo año, con la promesa de que, milagrosamente, Yahvéh les proporcionará todas sus necesidades. Así, como Shabat, Shemitá es un medio para reconectar todo a su fuente. Esta mitzvá implantaba la conciencia de que mientras un hebreo se aleja cada vez más del punto inicial de la creación, necesita de Shemitá para que ser regresado a él. Justamente cuando la creación parece un recuerdo borroso, la tentación es sentir que nuestra humanidad maneja el mundo y que nuestra inteligencia nos ha traído la recompensa de lo que ella ha logrado. Con Shemitá, nuestro Abba trae un Shabat a la tierra y cambia todo, ya que obliga al alma humana a ser consciente de que todo es del Eterno, por Él y para Él.

 

Toda la enseñanza de la Shemitá es que la naturaleza es una ilusión. El Eterno dirige el mundo y así como Él hace que no haya pérdida por no trabajar en Shabat, así también él asegura que nada va a ser perdido por cesar de trabajar la tierra todo un año. Esto es para enseñarnos a no convertirnos en esclavos de la «naturaleza», porque este mundo no es más que un corredor al verdadero mundo de la espiritualidad. Pero el ser humano no puede desasociarse a sí mismo del marco del mundo en el cual existe; la Torah claramente le ordena sembrar y cosechar por seis años, así como tiene que trabajar seis días por semana. Pero a través de contar los días de trabajo en relación al Shabat y los seis años de cultivo en relación al año de Shemitá, podemos conectar lo mundano y la rutina con lo sagrado y lo especial.

 

Sin embargo, el milagro de la Shemitá variaba de acuerdo con su nivel de emunábitajón (firme confianza y seguridad en Yahvéh). Tal es así, que estaba la promesa que cuando el pueblo hebreo tenía un nivel alto de emuná y bitajón, la cantidad de alimentos que se cosechaban en el sexto año no variaba de un año a otro; no obstante, alcanzaba para proveer nutrición durante tres años, en vez de uno (vv. 20 -22). El Eterno quiso que el pueblo de Israel no se comportara como lo hacía el resto de los agricultores de las naciones. Por eso les ordenó que trabajen la tierra durante seis años y en el sexto año incrementó la cosecha para que alcance para los siguientes tres años y de esta forma los ojos de los hebreos estarían dirigidos hacia Yahvéh, así como lo hicieron en el desierto cuando recibían el Maná diariamente. De la misma manera, la esencia del año sabático consistía que ellos no trabajen la tierra, no siembren y no cosechen, y sólo confíen en el milagro que Yahvéh les hará, haciendo que la cosecha del sexto año les alcance para tres años consecutivos.

Este cese para la agricultura en el año sabático no significa que no se puede trabajar la tierra sin el propósito de sembrar o plantar, por ejemplo para construir casas. La prohibición solamente tiene que ver con todo trabajo de agricultura y jardinería. Sólo está permitido regar las plantas para que no se mueran.

 

Con esta llave administrativa los israelitas comprendieron que hay una santidad especial en esta tierra y vivir en la Tierra Santa que Yahvéh les entregó era un gran mérito, y obviamente esto demandaba de ellos una serie de obligaciones. En el libro de Vayikrá, por ejemplo, vemos que del comportamiento de los hebreos depende la lluvia y el fruto de esta tierra:

«Si con mis leyes se encaminarán y Mis ordenanzas observarán y las cumplirán, Yo daré vuestras lluvias en su tiempo, y la tierra dará su producción y los árboles del campo darán su fruto»

(Vayikrá/Levítico – 26:3-4).

Además, Shemitá enseñaba que la paz en la tierra también depende del  comportamiento de los redimidos, como continúa diciendo la Torah en el siguiente capítulo:

«Y daré paz en la tierra, y se irán a dormir y no habrá quien os asuste, y erradicaré a las fieras salvajes de la tierra y la espada no pasará por vuestra tierra»

(Levítico/Vayikrá 26:6).

Más adelante, el Espíritu de Yahvé dice:

«Y comeréis de la vieja cosecha, y la vieja cosecha despejarán para dejarle lugar a la nueva»

(Levítico/ Vayikrá 26:10)

El gran exegeta judío Rashí explica este texto de la siguiente manera:

«Y comeréis de la vieja cosecha« explica Rashi: «los frutos se mantendrán y serán tan buenos para conservar, que la producción de tres años atrás será mejor para comer que la del año anterior«, y sobre «Y la vieja cosecha despejarán para dejarle lugar a la nueva» comenta: «pues los lugares de silos estarán llenos de la nueva cosecha y los lugares de almacenamiento estarán llenos de la vieja cosecha, y ustedes tendrán que despejarlos para poner allí la nueva cosecha«.

Para completar ese proceso, si los hebreos cumplían con sus obligaciones, la Torah concluye:

«Y pondré mi residencia entre ustedes y mi Ser no los despreciará a ustedes. Y me conduciré entre ustedes y seré vuestro Dios y ustedes serán mi pueblo»

(Levítico/Vaikrá 26:11-12)

 

Por eso, Israel entendía que todos los vegetales y los frutos que crecen en el año de shemitá son santos. Por eso hay que tratarlos de una manera digna. Durante ese año todos los productos que crecen en la tierra se quedan sin dueño, de modo que todos podrán comer de ellos libremente y llevar a su casa todo lo que necesiten para un día de comida. De acuerdo con la ley judía, los frutos que crecen durante este año especial en la tierra de Israel son de dominio público y nadie, pobre o rico, puede comerlos.

Sintetizando podemos decir que hay un triple propósito con el año sabático:

 

Hay tiene un triple propósito con el año sabático:

  1. Recordar a los hijos de Israel que la tierra no pertenece a ellos sino a Yahvéh, (cf. v. 23; Salmo 24:1).
  2. Obligar al agricultor a ejercer su fe confiando solamente en la providencia divina para su sustento.
  3. Dar tiempo al campesino a dedicarse al estudio de la Torah de una manera especial, y disfrutar del confort que es la compañía de su familia.

 

Año Yobel (Jubileo)
“Contarás también siete shabats de años para ti, siete veces siete años, para que tengas el tiempo de siete shabats de años, cuarenta y nueve años.”

(Levítico/Vayikrá 25:8)

Después del séptimo año de Shemitá, en el año número cincuenta, se anuncia que es año de Jubileo (Yovel), con el sonido del shofar en Yom Kipur. Y este año también es un año en el que la tierra permanece inactiva. El Eterno promete darles a los hebreos una cosecha abundante antes de los años de Shemitá y Yovel, para proveerle sustento al Pueblo comprado por la Sangre de Su Cordero.

Las mismas leyes que aplican sobre el año shemitá, también aplican sobre el año Yovel. En el año de Yovel, toda la tierra retorna a la división original que poseía en tiempos de Yehoshúa (Josué), y se liberan todos los sirvientes israelitas contratados, aunque no hayan completado seis años de servicio. Al sirviente hebreo contratado no se le puede encargar ninguna labor degradante, innecesaria o extremadamente difícil, y no se lo puede vender en el mercado. El precio de su labor debe calcularse de acuerdo con la cantidad de tiempo que reste hasta que quede libre automáticamente.

El precio de la tierra se calcula de un modo parecido. En caso de que alguien venda su tierra ancestral, tiene derecho a redimirla después de dos años. Si se vende una casa en una ciudad amurallada, el derecho de redención se extiende únicamente al primer año luego de la venta. Las ciudades de los levitas les pertenecen en forma permanente.

Se le prohíbe al pueblo hebreo aprovecharse los unos de los otros prestando o pidiendo prestado dinero a interés. Los miembros de la familia deben redimir a cualquier familiar que haya sido vendido como sirviente contratado, a causa de haber empobrecido.

Haciendo una síntesis podemos ver que la Torah nos enseña que hay siete cosas que deben suceder en el Año de Jubileo:

  1. Habrá libertad para todos los habitantes de la tierra, v. 10.
  2. Será un año de jubileo, con toques del shofar, v. 10.
  3. Cada uno volverá a la posesión original de la tierra, según el reparto que se hizo en el tiempo de Yehoshúa, v. 10.
  4. Cada uno volverá a su familia, v. 10. Se refiere al siervo hebreo que tiene la oreja perforada o uno cuyos seis años de servicio no hayan terminado desde que fue vendido como siervo. Así que la expresión “para siempre” en Éxodo 21:6 está limitada con el año de jubileo. El año de jubileo es por tanto también una señal del siglo venidero.
  5. No se puede sembrar, v. 11. 
  6. No se puede cosechar, v. 11.
  7. El año será santo, v. 12.

 

La Importancia de estos Tiempos en la Visión de Yahvéh.

 

Considerando todos estos lineamientos se nos revela la importancia que el Eterno da a este descanso de la tierra de Israel cada séptimo año. Si se quebranta este mandamiento hay graves consecuencias al igual que cuando se quebranta el mandamiento de descansar en el shabat semanal y en yom kipur, como está escrito:

“Y a los que habían escapado de la espada los llevó a Babilonia; y fueron siervos de él y de sus hijos hasta el dominio del reino de Persia, para que se cumpliera la palabra de Yahvéh por boca de Yirmeyahu, hasta que la tierra hubiera gozado de sus shabats. Todos los días de su desolación reposó hasta que se cumplieron los setenta años.” (2 Crónicas 36:20-21). Lastimosamente, las leyes no fueron observadas.

Veamos cómo fue este suceso negativo en la historia del Pueblo de Dios:
Israel celebró el primer año sabático, llamado Shemitá el año 21 después del inicio de la conquista y la distribución de la tierra bajo el general Yehoshúa (Josué). La conquista y la distribución de la tierra duró 14 (catorce) años. El año 15 (quince) fue el primer año del ciclo septo-anual y el año 21 (veintiuno) fue el séptimo. Según un cómputo, hubo 836 años desde el año 15 después de la entrada en la tierra hasta la deportación a Babilonia. Entre estos, los años sabáticos y de jubileo sólo fueron observados 400 años y durante los 436 años restantes no fueron respetados. Esto significa que durante 436 años hay 62 años sabáticos y 8 años de jubileo no guardados, los cuales suman 70 en total (62 + 8 = 70). De aquí entendemos que el cautiverio babilónico vino cuando el pueblo de Israel había dejado de guardar 70 años sabáticos, como está escrito:

“Durante todos los días de su desolación la tierra guardará el descanso que no guardó en vuestros shabats mientras habitabais en ella.”

(Levítico 26:35)

El cautiverio babilónico duró 70 años, como está escrito en el libro del profeta Jeremías:

“Pues así dice Yahvéh: «Cuando se le hayan cumplido a Babilonia setenta años, yo os visitaré y cumpliré mi buena palabra de haceros volver a este lugar.”

(Jeremías 29:10)

 

 

Para El Eterno estos años eran de suma importancia, pues en primer lugar, le permitían a los hebreos glorificar Su Nombre en Israel. De ese modo permitían que Él soltara provisión en abundancia, al ver que la nación cumplía con sus obligaciones de pacto y nación sacerdotal.
Los años de Shemitá y de Yovel aluden a la era mesiánica de igual manera que el Shabbat Semanal. El Shabbat semanal, con su reposo, dedicación al estudio de la Torah, alabanza a Yahvéh y sentido de paz es una sombra del milenio, la era mesiánica, el reino de los cielos. De igual manera, el año de Shemita presagia al reino mesiánico: Tal como en el año de Shemita, la tierra misma daba a comer a todos, en la era mesiánica, gran prosperidad de la tierra habrá para saciar el hambre de todos, tal como se dice:

“En aquel día, dice El Señor de los ejércitos, cada uno de vosotros convidará a su compañero, debajo de su vid y debajo de su higuera.”

(Zacarías 3:10)

 

El planeta Tierra volverá al estado óptimo y no se necesitarán grandes trabajos para hacerla producir; en un sentido “lo que nazca de sí”, nos alimentará a todos ¡Qué gran bendición ha preparado el Eterno en su Reino! ¡Cuán agradecidos y esperanzados debemos estar para alcanzar los días del Mesías y la renovación de la tierra!

 

Cuando un hijo primogénito del Monte Santo del Señor interioriza el sentido profundo de Shemitá y Yobel obtiene las herramientas para escapar de la monotonía de estímulos materialistas que sobrecargan nuestro día a día, en cada año de vida que peregrinamos. Una vez que contemplamos el significado de abandonar el dominio sobre la producción propia, entendemos que pidiendo a nuestro Creador por sustento, el significado de la sobrecarga sensorial que atestan nuestro día desaparece. Shemitá y Yobel y el mensaje de los patrones del Ciclo Séptuple (de siete) que penetran toda la mentalidad hebrea, nos proporcionan una oportunidad única de volver a la Fuente y desintoxicarnos del veneno reptiliano del sistema actual de cosas .

¿Jesús en el Cielo? o ¿Satanás disfrazado?

“¡Gloria a tí, Señor!”, es la expresión en común que se escucha decir entre la multitud agolpada. Es que ellos no podían creer lo que sucedía. Una luz apareció en el cielo y la gente comenzó a aplaudir, influenciándose los unos a los otros en que la misma era nada más ni nada menos que Jesús Misericordioso (una imagen idolátrica que se venera en la Gran Babilonia, revelada a la monja Faustina Kowalska  en 1931 y  que, según ella, Jesús mismo le pidió que se pintara y difundiera).

 

El insólito hecho ocurrió en Colombia, el 4 de mayo del corriente, en  la ciudad de Manizales, a sólo una semana de que diecisiete personas murieran en un trágico derrumbe ocasionado por un temporal.

Según comentó uno de los espectadores a un medio local, “la gente comenzó a rezar” al ver lo que sucedía. Y el hecho se propagó en video a través del Facebook de Marya de Iesus, donde ya tiene más de 10 millones de reproducciones y fue compartido más de 60 mil veces.

Fuente: TN

NOTA PROFÉTICA:

 

«Y no es de extrañar, pues aun Satanás se disfraza como ángel de luz…»

(2 Corintios 11: 14)

El Espíritu del Eterno se aseguró de inspirar a los santos de los primeros siglos desde los sagrados escritos apostólicos para que lograran discernir este tipo de cosas y no se dejaran lazar en el engaño de las tinieblas. Leemos que se nos dice que al final de los tiempos vendrá un gran engañador, y se hará pasar por Cristo, vestido como un ángel de luz. A este gran engañador, en la teología, se lo llama «Anticristo».

A la Luz de la revelación, todos los primogénitos conocemos que solo hay un falsificador con suficiente habilidad y experiencia como para forjar el gran engaño final. Por supuesto, estoy hablando del diablo, el falsificador consumado. No solo inventó la falsificación y el engaño, sino que lo ha estado perfeccionando durante miles de años. El anticristo será el engaño definitivo de parte del diablo o HaSatán. Esta falsificación será la mejor de todos los tiempos, de hecho Yeshúa anuncia que engañará, “si fuese posible, aun a los escogidos” (Marcos 13:22).

La Escritura Sagrada nos advierte que “Satanás se disfraza como ángel de luz” (2 Corintios 11:14). La expresión “ángel de luz” concuerda bastante con la idea de engañar.  Tiene que ver con algo impresionante, pero un tanto difuso.

Esta expresión da claramente a entender que para el adversario las palabras no serán suficientes en este ardid de sus últimos días. Los apóstoles advertían que el anti-diseño del anticristo desviará nuestra atención de sus mentiras con “señales y prodigios [milagros]” (Marcos 13:22).

El apóstol Juan, imbuido en el espíritu de la profecía, presenta a un falso profeta que obra milagros, que tiene las características del Cordero [es decir, de Cristo], pero habla “como un dragón”, refiriéndose a Satanás (Apocalipsis 13:11; 12:9). Y para ocultar sus mentiras, “también hace grandes señales, de tal manera que aun hace descender fuego del cielo a la tierra delante de los hombres. Y engaña a los moradores de la tierra con las señales que se le ha permitido hacer en presencia de la bestia, mandando a los moradores de la tierra que le hagan imagen a la bestia que tiene la herida de espada, y vivió” (Apocalipsis 13:13, 14).

Nuestro Mesías Yeshúa nos advirtió al respecto diciendo:

Si os dijeren: Mirad, está en el desierto, no salgáis; o mirad, está en los aposentos, no lo creáis. Porque como el relámpago que sale del oriente y se muestra hasta el occidente, así será también la venida del Hijo del Hombre

(Mateo 24:26, 27)

En estos versículos nos enteramos de dos cosas. En primer lugar, el anticristo aparentemente intentará falsificar la venida de Yeshúa apareciendo en diferentes partes de la Tierra. Pero, y este es el segundo punto, el regreso de Yeshúa el Mesías llamará la atención mundial. Él aparecerá en el cielo, visible desde un extremo de la Tierra al otro. Pablo nos dio otra descripción muy importante de la segunda venida de Cristo:

Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo

(1 Tesalonicenses 4:16)

Seguramente alguien se estará preguntando: «¿Cómo podemos discernir cuál es la luz de Dios y cuál es la luz de Satanás?» Nuestras mentes y nuestros corazones son fácilmente confundidos por mensajes contradictorios. ¿Cómo podemos asegurarnos de que estamos en el camino correcto?  El salmista escribió:

«Lámpara es a mis pies tu palabra, Y lumbrera a mi camino»

(Salmo 119: 105)

y

«La exposición de tus palabras alumbra; Hace entender a los simples»

(Salmo 119: 130)

La expresión hebrea traducida como «Palabras» se refiere a la Torah (Instrucción). En la mentalidad hebrea esta tienen mucho poder contra las tinieblas. Así como la Voz (Palabra) de Dios creó la luz física, también puede producir luz espiritual en nuestros corazones. La exposición a Su voz en Su Palabra, nos ayudará a reconocer la diferencia entre la buena luz de Dios y lo que es falso.

Satanás nos presenta el pecado como algo agradable y hermoso para ser deseado, y presenta la falsa enseñanza como algo que ilumina y que cambia vidas. Millones de personas siguen sus engaños a través de los dogmas religiosos, simplemente porque no conocen la verdad del Eterno. El profeta Isaías describe la oscuridad que viene como resultado de ignorar la Palabra de Dios. El pueblo de Israel ha estado buscando la verdad, consultando espiritistas, engañados por la mentira de Satanás:

«¡A la Torah (Instrucción) y al testimonio! Si no dijeren conforme a esto, es porque no les ha amanecido. Y pasarán por la tierra fatigados y hambrientos, y acontecerá que teniendo hambre, se enojarán y maldecirán a su rey y a su Dios, levantando el rostro en alto. Y mirarán a la tierra, y he aquí tribulación y tinieblas, oscuridad y angustia; y serán sumidos en las tinieblas».

(Isaías 8:20-22)

La expresión oscuridad en hebreo señala a todo resultado de intentar encontrar la verdad sin la Instrucción de Yahvéh. Lamentablemente, como dice Isaías, cuando a las personas no les ha «amanecido«, divagan en la oscuridad y con frecuencia se enojan con el Eterno, negándose a buscar Su ayuda. Es por eso que el disfraz de Satanás como un ángel de luz es tan eficaz. Convierte el blanco en negro y el negro en blanco, y nos hace creer que Dios es el mentiroso, que el Eterno es la fuente de la oscuridad. Entonces, en nuestra aflicción, enfocamos nuestro odio en Dios, quien es el único que puede salvarnos.

Para evitar ser influenciados por Satanás en esta gran labor de engaño, necesitamos estar seguros de que lo que creemos está firmemente basado en la Torah, y lo que desde ella se anuncia proféticamente.

Para concluir, regresará a lo que nuestro Señor dijo a sus discípulos y que quedó registrado en el evangelio de Mateo (24: 26-27). La trampa llamada anticristo ya se está manifestando en distintas partes de nuestro planeta, tal y como vemos en el video, pero recordemos que la segunda venida del Mesías, además de ser visible en todo el mundo, será sumamente audible. ¡El estruendo será imposible de ignorar!

 

En pocas palabras: Cuando Yeshúa regrese a la Tierra, ¡Todos lo sabremos!

 

Los Ciclos del Eterno

«Enséñanos de tal modo a contar nuestros días,
Que traigamos al corazón sabiduría.»

(Salmo 90: 12)

Vivir en esta denominada posmodernidad es ser testigo y protagonista de lo que el profeta Daniel describió como tiempos en los que «…mucha gente andará de acá para allá, buscando aumentar sus conocimientos” (Dn. 12: 4). Todos somos blanco de la propuesta cotidiana de ser personas multifacéticas, sobrecargadas de responsabilidades salidas, la gran mayoría de ellas, de la presión de las redes sociales y los smarphones. De este modo las cosas se nos imponen desde el sistema reptiliano, cosificándonos, y así presionándonos a tomar la escala de valores materialistas que la élite que gobierna necesita que adoptemos.

Por ello, te pido que ahora te imagines una pausa…

Permite, por un momento, que tu imaginación encuentre en este instante una forma de dejar toda esta vorágine bien atrás. ¿Qué harías? Puede ser que te desesperes y hasta comiences a aburrirte. Seguramente descubras que has sido programado para creer que sin toda la sobrecarga sensorial de los medios de comunicación actuales estamos totalmente solos. Que sin un smarphone, un periódico, una radio o una laptop, la vida se transforma en una pesadilla. Pero considera esta otra alternativa. Quizás esta pausa te ayudaría a elegir enfocarte en las cosas que estimas importantes. Podría ser tu oportunidad para preguntarte en que crees, o en que estas realmente interesado. En vez de dejar que empresas comerciales o sociales, con agendas sutiles u obvias, manejen tus pensamientos. Tu mente lograría expandir la conciencia, y así te darías cuenta que el tiempo está en tus manos para administrarlo y sacar de él lo mejor para tu propósito.

Pues bien, quiero decirte que ese espacio reflexivo sí existe. Esa pausa existencial ya fue diseñada para ti por tu Creador. Se trata del Ciclo Séptuplo del Eterno. Una metodología celestial para contar nuestros días que permite que la Luz primordial fluya de nuestro corazón y repare nuestro entorno.

La vida y el universo se mueven en el tiempo a través de ciclos. Las Sagradas Escrituras, desde Génesis hasta Revelación (Apocalípsis) nos muestra esta verdad, esta ley, tanto en el mundo físico como en el espiritual.

El Eterno opera en ciclos de siete tiempos, acciones o eventos. El número siete representa la integridad y terminación. El número siete (que significa plenitud, cumplimiento y perfección) representa el Tiempo de Yahvéh. Este principio o ley lo extraemos del momento de la creación cuando nuestro Dios decidió bendecir y apartar para Sí (santificar) el séptimo día (tiempo, era o ciclo). Después de siete días, el mundo estaba completo. Hay 6 direcciones en nuestro mundo: norte, sur, este, oeste, arriba y abajo. Agregue el lugar donde usted está, y usted tiene un total de 7 puntos de referencia.

 

Los ciclos fundamentales en la Torah se fundamentan en el número siete. Ya sea que se cuenten los días semanales, los meses, los años o las series de los milenios, siempre notaremos que en las Sagradas Escrituras aparecen una y otra vez los ciclos de siete. Muchos de los movimientos proféticos de Israel y de los eventos significativos son patrones de siete. Por consiguiente, el siete está conectado con los avances y el favor espiritual de Israel.

La revelación de la Torah enseña que en una correcta mentalidad hebrea debe existir la conciencia de siete periodos o ciclo de tiempo. Cada una de las siete unidades de tiempo (ciclo) consta de dos fases principales: mundanalidad (jol) y santidad (kedushá). Seis días de trabajo mundano vienen seguidas de un día de descanso espiritual, de seis años de trabajar la tierra, a un año de suspensión y abstención de la materia, seis milenios dedicados a la lucha con el desarrollo y el mundo físico, a un séptimo milenio en el que la única ocupación de todo el mundo va a ser el conocimiento del Eterno.

 

Sin embargo, a pesar de su trascendente naturaleza, el séptimo día, el séptimo año y el séptimo milenio son partes constitutivas de los ciclos de la creación. La materialidad y la espiritualidad pueden diferir en gran medida, hasta el punto de la exclusividad mutua, pero ambos son parte de la naturaleza: los dos se rigen por el marco de las leyes que definen la realidad creada.

 

El hecho de que la Santidad exige el cese y la suspensión de todas las cosas mundanas, indica que, también, tiene sus límites. Esto significa que así como existe una naturaleza física que define y delimita el alcance de las cosas físicas y de las fuerzas, así también el reino de lo espiritual tiene su “naturaleza”, su propio conjunto de leyes que definen lo que es y lo que no es, en el que puede existir y donde no, y cómo y de qué manera puede hacerse sentir más allá de sus fronteras inviolables. Así, mientras que el concepto de la trascendencia parece la antítesis de la definición, la trascendencia es en sí una definición, por lo que se define (y por lo tanto limita) a sí mismo como más allá, y distinto de lo material.

El primer ciclo está compuesto por los siete días de creación  que culminan con el Shabat (día sabático, conocido también como el día del descanso). El «día séptimo» o Shabat representa la esfera del Tiempo de Dios, pues simboliza Su reposo mesiánico. Yahvéh desea que nosotros moremos, reposemos y permanezcamos desde esa esfera de Tiempo, para crear y señorear sobre toda la creación (Gén. 2:1-3; Éxo. 20:8-11; Lev. 23:2-3; Mr. 2:23-28; 3:1-5; Mt. 12:9-13; Col. 2:16-3:4; Heb. 4:1-13). Sabemos, por lo que la Torah nos revela, que el séptimo día es importante, porque en él el Eterno subraya y enfatiza el SER, el estar en Él y con Él. En seis días trabajamos, HACEMOS; pero en el séptimo día descansamos, reposamos, sencillamente SOMOS. El diseño de Dios para Sus hijos es que trabajemos desde el descanso; primero somos (descanso), luego hacemos (trabajo).

 

La Torah no le da ningún nombre específico a cada uno de los seis días de la semana. En la cosmovisión de Yahvéh no existen domingo, lunes ni martes; tampoco miércoles, jueves o viernes. Desde la Torah Él nos ordena “recordar el día del Shabat”. Esto significa que debemos recordarlo desde el primer día de la semana. De esta manera nos referimos a los días de la semana sólo en términos de su lugar relativo al Shabat, como “el primer día desde el Shabat”, “el segundo día desde el Shabat”… y así en más, hasta el “sexto día desde el Shabat” o “la víspera del Shabat”. Es el Shabat quien define y une a los otros seis días de la semana.

El segundo ciclo se manifiesta en el período en el que se lleva la cuenta de las siete semanas entre la festividad de Pesaj  y Shavuot (la entrega del Espíritu de la Torah). El mero acto de tomarnos el tiempo de “contar” cada día, por siete semanas, en voz alta y con bendición, nos hace extremadamente conscientes de la importancia de este ciclo específicamente. Shavuot, que conmemora el surgimiento del Pueblo de Israel como una nación casada con el Eterno, por virtud de recibir y aceptar la Torah también marca una terminación. Tal vez es por eso que la festividad es llamada Shavuot, «Semanas». Por ello, es propicio identificar a esta festividad como una terminación del proceso de creación de la nación de Israel.

El tercer ciclo es el de las  festividades de peregrinaje: Pesaj, Shavuot y Sukkot que suceden en un período de 7 meses de intervalo, con siete fiestas del Eterno en total.

El cuarto ciclo está discernido en la cuenta de los años, el año de Shmitá que es el Año Sabático. El séptimo año del ciclo de los siete años de trabajo de la tierra, llamado en hebreo el año de la Shemitá, es decir, el año de descanso de la tierra de Israel. Es por eso que cada siete años rigen en la tierra de Israel, algunas leyes especiales relacionadas con los cultivos, con el producto agrícola el mantenimiento y cuidado de jardines y campos agrícolas (Bamidvar – Números – 34:1-2). Al igual que Shabat, Shmitá es un medio para reconectar todo a su fuente. Mientras nos alejamos cada vez más del punto inicial de la creación, necesitamos de Shmitá para que nos regrese a él. Justamente cuando la creación parece un recuerdo borroso, sentimos que la humanidad maneja el mundo y que nuestra inteligencia nos ha traído la recompensa de lo que ella ha logrado. Shmitá trae un Shabat a la tierra y cambia todo. Shmitá nos da la oportunidad de disolver la distancia entre nosotros y la creación, y devolver la tierra a su fuente, es decir, a Dios. Debido a que Israel no guardó el shmita, Dios los envió a cautividad durante setenta años para permitir que la tierra descansara (Levítico 26:32-35).

El quinto ciclo, relacionado con el anterior, está comprometido con el conteo de Yobel o Año Jubilar.  Este ciclo consiste en añadir siete ciclos anuales siete veces (o 7 x 7 = 49 años) y decretar un jubileo (Yobel) en el décimo año del séptimo mes, cada cincuenta años (Levítico 25: 3-10).  En hebreo, la palabra para “jubileo” es yovel (significa el sonar de trompeta), ya que esto representa el año de libertad. Una liberación sucedía en ciclos de cada cincuenta años, comenzando en el Día de Expiación, al hacer sonar las trompetas de plata. Este sistema para contar eventos importantes cada año cuarenta y nueve o cincuenta fue tan importante que se compiló todo un libro conocido hoy como «El libro de los Jubileos«.

El sexto ciclo cuenta los miles de años que dividen la existencia del mundo en siete mil (7.000) años; seis mil (6.000) años pre-mesiánicos (en los cuales estamos viviendo) que continuarán con el Mesías inaugurando, junto a sus santos, el séptimo milenio, un ciclo que se apoda “el tiempo de un eterno Shabat”. En este ciclo séptuplo la totalidad de la historia humana transcurre en una semana de siete milenios, que consta de seis mil (6.000) años de trabajo humano en el mundo desarrollando la creación de Dios, y el séptimo milenio, que es “totalmente Shabat y descanso, para la vida eterna”. Llamándose a este último la era del Mashíaj o El Milenio. Este ciclo constituirá la culminación de seis milenios de historia humana caída y destacará el esfuerzo para hacer de este mundo una «morada para el Eterno» por medio de la enseñanza de la Torah.

Y por último el séptimo ciclo, basado en tiempo que se llama los cincuenta mil (50.000) jubileos. El término que denota el infinito nivel de consciencia que atendremos con la Segunda Venida del Mesías, cuando experimentaremos la resurrección de los difuntos y el mundo venidero será completamente revelado. El término 50.000 jubileos simboliza un estado eterno de revelación continua y avance espiritual.

Todos estos ciclos de siete ocupan un lugar importante en nuestras vidas, y en realidad todos forman una concentración de energía que guían nuestra consciencia hacia esa plenitud mesiánica que Abba anhela que alcancemos.

Mientras más meditemos en ellos, más nos conectaremos y podremos orientarnos con los ciclos divinos que el Eterno puso en marcha en el momento de la creación.

Siete es no sólo el número elemental de tiempo, sino también de todo lo creado y de la realidad creada como un todo. Esto es especialmente verdad en el ser humano, que fue creado “a imagen de Dios” para poder conformarse a Su semejanza. Por eso, el carácter humano se compone de siete unidades (el amor, la moderación, la armonía, la ambición, la devoción, conexión y receptividad), reflejando los siete atributos o virtudes que el Eterno asume como creador del universo, y que quiere manifestar en sus hijos por medio de Su primogénito, Yeshúa HaMashiaj.

Habiendo alcanzado el entendimiento de estos secretos divinos, te invito a meditar en los días, fiestas y ciclos del Eterno… ¡Te animo a planificar según sus días, fiestas y ciclos que Yahvéh ha dispuesto para sus hijos! ¡Atrévete a cerrar y abrir ciclos según la buena y perfecta voluntad del Señor!

¡Sé que el Eterno, como Abba kadosh, te entregará la misma unción que le dio a los hijos de Isacar!

 «De los hijos de Isacar, doscientos principales, entendidos en los tiempos, y que sabían lo que Israel debía hacer, cuyo dicho seguían todos sus hermanos.»

(1 Crónicas 12:32)

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¡Que maravilloso es conocer los mensajes revelados en los códigos bíblicos! ¡Que bueno es ser guiados por el Consolador enviado a nuestras vidas: el Santo Espíritu de Yahvéh! Él es el mismo que inspiró a aquellos. Por lo tanto, solamente Él es quien puede guiarnos a toda verdad.

Fundamentados en estas certezas entendemos que el Eterno creó la Tierra para que fuera el hogar perfecto de la humanidad. Su Palabra asegura: “Los cielos le pertenecen al Señor, pero a la humanidad le ha dado la tierra” (Salmo 115:16 – NBD). Desde pasajes semejantes, toda la Escritura revela cuál es el propósito que Yahvéh tuvo para este planeta y que queda bien sintetizado en este oráculo de Isaías:

El creador del cielo, el que es Dios y Señor, el que hizo la tierra y la formó, el que la afirmó, el que la creó, no para que estuviera vacía sino para que tuviera habitantes, dice: «Yo soy el Señor, y no hay otro.”

(Isaías 45:18)

Por lo tanto, ante tanta ignorancia, apoyada en las teorías conspirativas, que aseguran que mañana, 30 de setiembre, posiblemente se acabe nuestro planeta, debemos levantar nuestros ánimos y continuar esperando la Venida de nuestro Mesías que ocurrirá en el tiempo y forma del Padre Eterno. Entendiendo además que él  regresa para acabar con un sistema de cosas que esclaviza a la humanidad y no con este hermosísimo habitáculo sideral que habitamos como hogar de propósito celestial.

Para aquellos que aún no entienden lo que estoy exponiendo, porque todavía no se han enterado, les informo que mañana viernes, desde el hemisferio occidental se podrá ver un extraño fenómeno astronómico conocido como “Luna negra”. Lo que sucede ante esto es que muchos obsesivos con la destrucción final planetaria lo asocian con el apocalipsis para nuestro planeta.

De acuerdo con los astrónomos, la espectacular luna negra se produce cuando la parte iluminada de la Luna se ve atrapada en la sombra de la Tierra, lo que hace prácticamente imposible verla. Los científicos han explicado que el fenómeno de la ‘Luna negra‘ es un evento que ocurre cada 32 meses aproximadamente, generado por el hecho de que el ciclo lunar de 29,5 días no coincide con los meses del calendario gregoriano. Por esta razón, cada cierto tiempo se pueden observar dos lunas nuevas en un solo mes, y esa segunda aparición ha recibido el nombre de ‘Luna negra‘. Lo curioso es que el fenómeno de mañana ha tomado un significado especial para los amantes de teorías conspirativas debido a otra actividad celestial que ocurrió dentro de este mes.

Resulta interesante señalar que el primer día de septiembre trajo consigo el eclipse solar ‘anillo de fuego‘, también conocido como eclipse anular del sol, donde la Luna se alinea con la Tierra y el Sol por encima de África, haciendo que parezca como si el sol se hubiera oscurecido. Este fenómeno, por su parte, junto con la luna negra, hace que muchos hoy lo asocien con lo peor.

 

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Así, los distintos teóricos de la conspiración, llenaron sus muros de Facebook con frases como esta: «Esas señales nos hacen saber que Jesús viene pronto. Nos aproximamos al final de nuestro mundo y el fin de la vida en la Tierra para todos los seres humanos. Todos los días, tenemos que acercarnos más a nuestro Salvador Jesucristo. Porque nadie puede escapar de lo que le espera a la Tierra«.

Este tipo de mensajes «intérpretes» de las dos señales han movilizados a incontables creyentes obsesivos por lo escatológico a descontextulizar pasajes de la Biblia para poder fundamentar estas interpretaciones con las Sagradas Escrituras. Lo más fuerte es que han tomado las profecías dadas por el mismo Mesías Yeshúa refiriéndose a su parusía para demostrar esta proclamación apocalíptica conspirativa.

Un ejemplo de estas exageraciones interpretativas lo encontramos en el sitio web ‘Signs Of The End Times‘ (Los signos del final de los tiempos),  que cita al libro de Mateo en el capítulo 24, verso 29, y al evangelio de Lucas (21:25-26) aduciendo que estas son las evidencias proféticas de lo que mañana ocurrirá.

Los invito pues a considerar dichos pasajes dentro del contexto citado por nuestro Dueño y Maestro.

«Pero inmediatamente después de la tribulación de esos días, EL SOL SE OSCURECERÁ, LA LUNA NO DARÁ SU LUZ, LAS ESTRELLAS CAERÁN del cielo y las potencias de los cielos serán sacudidas».

(Mateo 24: 29)

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«Habrá señales en el sol, la luna y las estrellas.

En la tierra, las naciones estarán angustiadas y perplejas por el bramido y la agitación del mar.

Se desmayarán de terror los hombres, temerosos por lo que va a sucederle al mundo, porque los cuerpos celestes serán sacudidos«.

(Lucas 21: 25-26)

Lo primero que vamos a considerar es que la única manera de entender la profecía bíblica, es abandonando lo dogmático y dejando de ser tan exageradamente fantasioso en lo referente a la escatología mesiánica. Luego, se debe aceptar que el lenguaje profético de la Biblia está perfectamente entrelazado, y que no hay razón suficiente para pensar que el significado que le dieron sus primeros destinatarios deba ser diferente al que nosotros queremos darle hoy, eso es simplemente inaudito. Pero, como es obvio que la tradición es mucho más fuerte que la Palabra misma de Dios, seguramente a algunos de ustedes les será muy difícil aceptar que hemos estado equivocados con respecto a la interpretación del mensaje escatológico de la Biblia, a no ser que tengamos la voluntad y valentía suficiente para despojarnos de esa teología futurista tan dañina que hemos heredado.

Necesitamos comprender que la manera tan espectacular como los evangelios sinópticos describen los sucesos inmediatos a la tribulación de aquellos días, llama la atención: “el sol se oscurecerá, y la luna no dará su resplandor, y las estrellas caerán del cielo, y las potencias de los cielos serán conmovidas”. Aun cuando existen documentos históricos que narran ciertos fenómenos espectaculares vistos en el cielo alrededor del año 70 d. C., lo más “razonable” podría ser que este tipo de descripción pictórica, obedezca sencillamente a la forma peculiar del idioma bíblico de querer expresar la grandeza de un acontecimiento por medio de figuras hiperbólicas: “las estrellas caerán del cielo”.

Marcos (13:24, 25) y el médico Lucas (21:25, 26) describen, de un modo muy similar, los sucesos descritos por Mateo, y remarcan lo mismo: estos fenómenos tienen lugar inmediatamente después de la tribulación de aquellos días. Ahora bien, si por “tribulación de aquellos días” ellos se estaban refiriendo a los indescriptibles estragos provocados por la desolación de la ciudad de Jerusalén en el año 70, entonces estamos estableciendo en la correcta interpretación que los eventos narrados a partir del verso 29 de Mateo, y confirmados por Marcos (cap. 13 y Lucas cap. 21), tuvieron su cumplimiento inmediatamente después de dicho desastre.

Por lo tanto, mientras que los religiosos más fervientes del fanatismo conspirativo están rezando con ahínco a fin de estar preparados para esta hecatombe apocalíptica, nuestras mentes y corazones reposan tranquilas en la fe de que mañana no será el fin del mundo.

¡Maranatha!… El suspiro que anhela el Regreso del Amado

“El que no amare al Señor Jesucristo, sea anatema. Maranatha.”

(1 Corintios 16:22 _RV 1909_)

Estamos viviendo días muy especiales. Son tiempos con especificidad profética en los que cada jornada se convierte en una sumatoria de señales del fin de este sistema. Día a día, el corazón de los escogidos se eleva en expectativa de fe, esperando ese Gran Día en el que el Señor, con voz de mando, con trompeta de Dios, establecerá el inicio de nuevos tiempos para esta Tierra. Por ello, he descubierto que en las naciones, el testimonio de las primeras comunidades de discípulos del Mesías acerca de la pasión con la que esperaban Su regreso, resuena hoy más sugestivo que nunca.

Es más, en el versículo final de la primera epístola a los corintios nos encontramos con la curiosidad de que el apóstol Pablo utilizó la palabra Maranatha en arameo, a pesar de que la epístola fue escrita en griego. El hecho se debe a que esta palabra ya había adquirido cierto crédito y peso de poder entre los creyentes de las primeras comunidades. La misma era utilizada como expresión de la esperanza de la Parusía de Cristo.

Muchos documentos antiguos testifican como las congregaciones de los primeros cinco siglos, en efecto, acompañaban las celebraciones y las oraciones con la aclamación Maranathà, una expresión formada por dos palabras arameas que, según como se silabeen, se pueden entender como una súplica: «¡Ven, Señor!», o bien como una certeza alimentada por la fe: «Sí, el Señor viene, el Señor está cerca».

Referente a la composición de ésta palabra, el diccionario VINE (en su versión electrónica para E-Sword) comenta:

“La primera parte, que finaliza en «n», significa «Señor»; en cuanto a la segunda parte, los «Padres» la consideraban como un tiempo pretérito, «ha venido». Los modernos expositores la toman como equivalente a un presente, «viene», o futuro, «vendrá».  Ciertos eruditos en arameo consideran que la última parte consiste en «tha», e interpretan la frase como una exclamación, «Ven, nuestro Señor», o «Oh, ven Señor». Sin embargo, el carácter del contexto indica que el apóstol está haciendo una declaración en lugar de expresar un deseo o de pronunciar una oración.”

Referente al motivo de su uso en los primeros cristianos, el citado diccionario dice:

“En cuanto a la razón de por qué se usaba esta expresión, lo más probable es que fuera una expresión corriente entre los cristianos primitivos, que incluía la consumación de sus deseos. «Al principio el título Marana o Maran, utilizado al dirigirse a Cristo y al referirse a Él, no era otra cosa que la respetuosa designación del Maestro por parte de los discípulos».

Esta expresión solamente aparece en 1ª Corintios 16:22 y parece ser que era usada como un saludo recordatorio con relación a la Segunda Venida del Señor:

  • Filipenses 4:5: “Vuestra gentileza sea conocida de todos los hombres. El Señor está cerca”.
  • Santiago 5:8: “Tened también vosotros paciencia, y afirmad vuestros corazones; porque la venida del Señor se acerca”. (Ver también Apocalipsis 1:7).

De acuerdo a Apocalipsis 3:11, el mismo Señor Jesús afirma Su venida, confirmando de esta manera muchos de los pasajes Bíblicos que hablan de Su regreso inminente, regreso que todo Cristiano no solamente deberá anhelar y amar sino también esperar: “He aquí, yo vengo pronto; retén lo que tienes, para que ninguno tome tu corona”.

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De allí que no haya que temer, porque será el momento de nuestra salvación definitiva. Será, además, el momento más espectacular y más importante de la historia de la humanidad: ¡Cristo viniendo en la plenitud de su gloria, de su poder, de su divinidad! Si hace dos mil años Él vino como un ser humano cualquiera, en su segunda venida lo veremos tal cual es, “cara a cara” (1 Cor. 13: 12).

Será el momento de nuestra definitiva liberación: nuestros cuerpos reunidos en la resurrección prometida para ese momento final. Es cierto que algunos “de los que duermen en el polvo despertarán para el eterno castigo” (Dn. 12: 1-3). Pero ésos serán los que no hayan cumplido la voluntad de YHVH en esta vida terrena, los que se hayan opuesto al Eterno Dios y a Su Instrucción (Torah). Aquellos que hayan buscado caminos distintos a los del Eterno. Es decir, ese castigo será para los enemigos de nuestro ios.

Pero los justos, los que hayan buscado cumplir la voluntad de Dios en esta vida, los que por esa razón “están escritos en el libro … despertarán para la vida eterna … brillarán como el esplendor del firmamento … y resplandecerán como estrellas por toda la eternidad” (Dn. 12: 1-3).

Es cierto, también, que ese momento será precedido por “un tiempo de angustia, como no lo hubo desde el principio del mundo”. Sin embargo, las pruebas y sufrimientos de esa tribulación serán la última llamada a conversión para los que se encuentren en estado de pecado y será la última purificación para los elegidos. En ese sentido, esa etapa de sufrimientos es fruto de la infinita misericordia de Dios que quiere que todos sus hijos sean salvados.

Será un momento en que “el universo entero se conmoverá”, pues veremos “al Hijo del hombre sobre las nubes con gran poder y majestad. Y El enviará a sus ángeles a congregar a sus elegidos desde los cuatro puntos cardinales y desde lo más profundo de la tierra a lo más alto del cielo” (Mc. 13: 24-32).

Con esta esperanza se comprende cómo desde el comienzo de la Iglesia los primeros discípulos del Mesías, deseosos de volver a ver el rostro glorioso de su Señor, se mantenían firmes y vigilantes siempre, esperando la Parusía.

Por toda esta manifestación gloriosa, el apóstol Juan, que da testimonio de todas las cosas escritas en Apocalipsis 22:20, recoge del Señor Jesús su frase de cierre: “Ciertamente vengo en breve.” Y apóstol de  acuerdo le responde: “Amén; sí, ven, Señor Jesús«.  Es la exclamación en la que culmina toda la Revelación de la Nueva Alianza, al término de la maravillosa contemplación que nos ofrece el Apocalipsis (Revelación) de Juan (Ap 22: 20). En ese caso, es la Iglesia-Esposa que, en nombre de toda la humanidad y como primicia, se dirige a Cristo, su esposo, no viendo la hora de ser envuelta por su abrazo: el abrazo de Jesús, que es plenitud de vida y plenitud de amor.