‘‘No teman… YHVH, que va delante de ustedes, Él combatirá… así como has visto, que te ha llevado YHVH como un hombre a su hijo, por todo el camino…’’
(Deuteronomio 1: 29-31)
Encontré un cuento que puede hacernos captar la esencia de lo que aquí Yahvéh nuestro Dios quiere que aprendamos:
En un país lejano había un excelente médico. No había enfermedad que no pudiera curar ni medicamento que no conociera. Esto provocó la envidia de los demás doctores. Lo calumniaron hasta que consiguieron encerrarlo en la prisión. Lo encerraron en una celda, lo encadenaron junto a los peores criminales y de cuando en cuando les arrojaban una miserable ración de pan y agua. El gobernador encargó al guardia que registrara todos sus movimientos y que le reportara cualquier cosa extraña que observara en el reo. Pasaron varios días y el prisionero se mantenía imperturbable; no conversaba con nadie. El gobernador estaba sumamente extrañado debido a que no recibía noticias del celador, así que acudió al presidio y observó al condenado. Se le veía radiante, sereno. El ministro se acercó e intentó conversar con él. Sus palabras fluían con sabiduría y tranquilidad; a pesar de las terribles condiciones del entorno, el hombre se veía como si nada estuviera sucediendo allí.
El ministro no pudo ocultar más su curiosidad y le preguntó: “¿Cómo logras conservar esa actitud ante condiciones tan deprimentes?”. El hombre respondió: “Su señoría, ¿acaso usted desconoce que yo soy médico? Si soy capaz de curar a otras personas, también puedo curarme a mí mismo. Fabriqué un medicamento con cinco ingredientes y diariamente ingiero una pequeña dosis. Esto me mantiene estable y tranquilo”. Los ojos del ministro brillaron y dijo: “¡Qué interesante! Te propongo un trato: tú me das esa receta y yo te otorgo la libertad. Por la naturaleza de mi investidura, en varias ocasiones me encuentro enredado en circunstancias estresantes en las que quisiera salir corriendo. Por lo que veo contigo, no dudo que tu receta va a cambiar mi vida. Entonces, ¿qué dices? ¿Cerramos el trato?”.
El médico le extendió la mano y comenzó a hablar: “El primer ingrediente que lleva mi fórmula es confianza en el Creador. El segundo, conciencia de que mis pecados causaron mi infortunio y, por tanto, ¿por qué he de quejarme? El tercero, el conocimiento de que el Eterno me manda todo para mi bienestar y para que corrija mis actos. El cuarto, soy consciente de que hay mayores desgracias que la que estoy viviendo ahora. El quinto, sé que la ayuda del Todopoderoso puede llegar en el parpadeo de un ojo”. El ministro cumplió su palabra y ambos vivieron libres por el resto de su vida. (Cuentos tomado de Menorat Hamaor, del autor medieval Yishac Aboab)
Nos encontramos aquí con Moshé exhortando al pueblo a confiar en el Eterno, ya que para conquistar la Tierra Prometida debían librar varias batallas. Entonces les dijo: Yahvéh ha marchado delante y detrás de ustedes, al igual que un padre que viaja por el camino junto con su hijo (Shemot/Éxodo 14:20) El exégeta hebreo Rashí explica esto así: “Cuando vinieron asaltantes, el padre lo tomó de delante de él y lo colocó detrás. Cuando vino un lobo por detrás, el padre lo puso frente a él. Cuando vinieron asaltantes por delante y lobos por detrás, el padre lo tomó en sus brazos y peleó contra ellos”. Rashí, por medio de esta metáfora, explica que Moshé está en este discurso haciendo referencia a la columna de nubes que viajaba con Am Israel en el desierto.
Ahora bien, la lectura de esta parashá generalmente se lee cerca del día de Tishá BeAv (9 de Av). Refiriéndose a la espiritualidad negativa que tiene este día, Moshé profetizó que 852 (ochocientos cincuenta y dos) años después del Éxodo de Egipto, los hebreos pecarían tanto que merecerían la aniquilación. Al ver la historia de Israel notamos que el Eterno, en Su Misericordia, prefirió destruir el Bet HaMikdash (Templo Santo) en lugar de Klal Israel [1], quienes al sufrir el exilio pudieron sobrevivir. Moshé aseguró en sus palabras lo siguiente: si requieren a Yahvéh aun en el exilio, lo encontrarán, sólo si lo buscan con todo su corazón y alma (y no con sus labios). Por momentos la Presencia de Yahvéh es visible y, por otros momentos, no. A veces nos responde de inmediato y otras no. A veces puede ser encontrado y otras está oculto. A veces se encuentra cerca y a veces se aleja. Durante el exilio, el Eterno está más lejos que nunca; sin embargo, la Torah nos asegura que Él puede ser alcanzado a pesar de todo. Lo encontrarán sólo si lo buscan con todo su corazón.
Así vemos que aunque en todas las generaciones han surgido enemigos que buscan borrar a Israel de la faz de la Tierra, nunca han logrado acabar con el Pueblo de Yahvéh, pues Él, como un padre piadoso, los ha protegido de todo mal. Para nosotros hoy esto es algo maravilloso, ya que el Eterno mantiene vigente su promesa de que nunca nos abandonará.
Yahvéh es misericordioso; no te soltará y no te exterminará, y no olvidará el pacto con nuestros padres Abraham, Itzajk y Yaakov, el cual les juró a ellos (Deuteronomio 4:31). Es cierto que Israel ha tenido infortunios a lo largo de la historia, todos provocados por el terrible exilio. Por todo eso, ansiamos la redención final. El hecho de que la Klal Israel esté aún intacta en las naciones, es un vivo testimonio que el Pueblo de Dios es eterno y que nada ni nadie podrá aniquilarnos. Yahvéh siempre será nuestro Padre protector.
Pero esa no es la vida a la que aspiramos. Queremos que la Presencia Divina esté tan cerca de nosotros como lo estuvo en los gloriosos días de Am Israel, durante su peregrinación en el desierto.
La redención (Gueulá) depende, en esencia, de la fe (emunah) de arriba. Pues la raíz del exilio es simplemente la falta de emunah. ¿Qué podemos hacer nosotros para traer la redención en su etapa final? El problema radica en que no la deseamos con toda el alma.
«Alegraos con Jerusalén, y gozaos con ella, todos los que la amáis; llenaos con ella de gozo, todos los que os enlutáis por ella;»
(Isaías/Yeshayá 66:10)
De este versículo se entiende que todo el que se enluta por Yerushaláim verá su pronta reconstrucción. El rabino Arié Leib de Gur explicando este versículo profético decía: “Sentir lo amargo del exilio es el principio de la redención.”
Pero surge la pregunta: si en las generaciones anteriores, en que había grandes justos que entregaron su vida al servicio de Yahvéh, la Gueulá (redención) no llegó en su tiempo, una generación huérfana como la nuestra, ¿qué esperanza tiene de que llegue ahora?
Esta es una idea proveniente del instinto maligno. Aunque hayan pasado generaciones de tzadikim (justos) y no se haya hecho presente Yeshúa Mashíaj en su Segunda Venida, no debemos bajar los brazos. Porque nosotros somos como un niño que está subido en los hombros de un hombre alto, y a pesar de que nuestra estatura es muy baja, nos encontramos “más alto que aquellos que nos están sosteniendo”.
¡Entonces retornemos a Yahvéh! La teshuvah sincera atraviesa todas las barreras y alcanza el Trono Celestial. Cumplamos con nuestra misión en el mundo: destacarnos entre los paganos por nuestras leyes justas y por nuestro gran nivel ético y moral, el cual está fundamentado en nuestra Sagrada Torah. Para ello, debemos estudiarla, entenderla, meditarla y cumplirla. Así lograremos unir el Cielo y la Tierra, evitando el dominio del caos.
Elevemos nuestras plegarias hacia el Eterno para que este día de Tishá BeAb que se aproxima se convierta en una fecha festiva, llena de gozo, alegría tal como lo anunciara el profeta (Zacarías 8:19). Así habremos logrado que la Verdad sea absorvida por nuestra mente, y amemos sólo la paz entre los hombres.
[1] Klal Israel: Término rabínico que denota el «cuerpo general de hebreos«, es decir el Pueblo de Israel en su totalidad (Efraím y Yehudah); incluye el sentido de unión nacional y destino, de responsabilidades comunes, de «fe comunitaria» y del rol de pueblo elegido.