P.A. David Nesher
El valor de la verdadera amistad, de la que todos nosotros tenemos conciencia en las diversas etapas de nuestra existencia, es uno de los principales tesoros con los que nos podemos encontrar en la vida, pues todos necesitamos sentirnos reconocidos y valorados por otros, aunque para ello el mejor camino es tratar de superar mi egoísmo, reconociendo y valorando a los otros.
La amistad es una de las experiencias más fundantes y enriquecedoras en la vida de las personas. En este tiempo me he dado cuenta que es en la etapa de la juventud cuando se manifiesta con toda su fuerza y vigor y, justamente, es en este momento donde se suelen forjar las amistades que van a permanecer a lo largo de nuestra vida.
Por ello, si queremos tener amigos, es indudable que, como generalmente el otro piensa de mí lo que yo pienso de él, procuremos apreciar al otro u otros.
El Diccionario de la Lengua de la Real Academia Española define así la amistad: “Afecto personal, puro y desinteresado, ordinariamente recíproco, que nace y se fortalece con el trato”.
El escritor C.S. Lewis define a este afecto humano así:
“La amistad no es una recompensa por nuestra capacidad de elegir y por nuestro buen gusto de encontrarnos unos a otros, es el instrumento mediante el cual Dios revela a cada uno las bellezas de todos los demás, que no son mayores que las bellezas de miles de otros hombres; por medio de la amistad Dios nos abre los ojos ante ellas. Como todas las bellezas, éstas proceden de él, y luego en una buena amistad, las acrecienta por medio de la amistad misma, de modo que éste es su instrumento tanto para crear una amistad como para hacer que se manifieste.”
Nos damos cuenta que la amistad entre los seres humanos es un lazo de poder tan maravilloso que no sólo es uno de los grandes valores humanos, sino también permite a las Sagradas Escrituras (la Biblia) expresar lo que el Eterno Dios quiere ser para nosotros: un amigo. Sin duda el Eterno Dios nos revela su amor a través de la experiencia de la amistad. Jesús mismo, en su misión mesiánica terrena, llama a amigos (y ya no siervos) a los suyos, resaltando con ello, su vínculo de amor incondicional.
La amistad es una de nuestras mayores necesidades y el afecto que se dispensa a los amigos es uno de los mejores sentimientos humanos. Es tan así de fuerte e importante este valor que en las Sagradas Escrituras Abraham es llamado amigo por el Eterno mismo (Is 41:8), así como Moisés (Ex 33:11), e incluso el pueblo (Jer 2:2). También las Escrituras nos hablan de la profunda amistad desarrollada entre Jonatán y David (1 Sam. 18:1). Estos dos hombres se preocuparon realmente el uno por el otro y se tuvieron mucha confianza. David estaba huyendo del padre de Jonatán, Saúl. Jonatán reconocía que David era inocente. Debido a la amistad verdadera que compartieron, David sobrevivió los intentos de asesinato de Saúl y llegó a ser uno de los más grandes reyes de Israel. Estos detalles de verdadera amistad marcaron tanto a estos dos varones, que hicieron que David lamentara profundamente la muerte de su amigo (2 Sam. 1:25-26).
Pero la amistad, al mismo tiempo que importante y maravillosa, es algo difícil, raro y delicado. Difícil, porque no es una moneda que se encuentra por la calle y hay que buscarla tan apasionadamente como un tesoro. Rara porque no abunda: se pueden tener muchos compañeros, abundantes camaradas, pero nunca pueden ser muchos los amigos. Y delicada porque precisa de determinados ambientes para nacer, especiales cuidados para ser cultivada, minuciosas atenciones para que crezca y nunca se degrade.
Considerando todo lo dicho hasta aquí, conviene entonces hacernos algunas preguntas que nos permitan meditar este tema a la Luz misma de la Palabra de Dios. ¿Qué hace diferentes de los demás a los amigos? ¿Qué significa tener amigos? ¿Qué clase de amistades deberíamos buscar y cultivar?
Las Sagradas Escrituras, nos invitan a buscar los modelos de amistad y a descubrir en nosotros nuestras debilidades frente nuestros amigos, por ello, los invito a reflexionar al respecto, contemplando en la Escrituras lo que se nos ha revelado de este sentimiento de amor que llamamos amistad.
Hay algunas reglas de la amistad que debemos conocer y poner por obra si vamos a disfrutar de buenas amistades. La Biblia nos enseña como ser buenos amigos. “El hombre que tiene amigos ha de mostrarse amigo; Y amigo hay más unido que un hermano”. (Proverbios 18:29. La expresión «mostrarse amigo«da la idea de tener interés en el bienestar de los demás. Es tomar tiempo de escuchar a ellos relatar los asuntos de su vida. Es hacer preguntas sobre su pasado, presente y anhelos para el futuro.
“En todo tiempo ama el amigo, Y es como un hermano en tiempo de angustia” (Proverbios 17:17). Verdaderamente los tiempos de angustia sirven para manifestar quienes son nuestros verdaderos amigos. En todo tiempo ellos van a estar a nuestro lado. Si angustias vienen por causa de nuestra maldad, nuestros verdaderos amigos van a estar a nuestro lado, tal vez no para defendernos sino para corregirnos, ayudarnos en aprender de la experiencia y ayudarnos en reconciliarnos con la persona ofendida y dañada. A su vez, debemos saber respetar el consejo de nuestros amigos. Si ellos nos retan, es porque nos quieren y quieren lo mejor para nosotros.
Nos conviene formar amistades entre los sabios y aprender de ellos. “El que anda con sabios, sabio será; Mas el que se junta con necios será quebrantado” (Proverbios 13:20). «Anda» denota una dirección y destino comunes. Las amistades indican el rumbo que está tomando nuestra vida, y es el camino al reino de Dios el que debería determinar nuestras amistades. Nuestros amigos son para defendernos cuando sufrimos injusticias y para corregirnos cuando hacemos mal. Si no aceptamos su corrección es muy posible que perderemos su amistad. Debemos saber quienes son nuestros verdaderos amigos y aceptar su consejo aun cuando requiere que nos humillemos y que pidamos perdón.
“El ungüento y el perfume alegran el corazón, Y el cordial consejo del amigo, al hombre. No dejes a tu amigo, ni al amigo de tu padre; Ni vayas a la casa de tu hermano en el día de tu aflicción. Mejor es el vecino cerca que el hermano lejos” (Proverbios 27:9-10). Muchas veces hay tentación de dejar a un amigo si no nos gusta su consejo.
“Las riquezas traen muchos amigos; Mas el pobre es apartado de su amigo” (Proverbios 19:4). Jamás debemos abandonar un amigo si él cae en pobreza. ¡“Un amigo se ama en todo tiempo”!
“Muchos buscan el favor del generoso, y cada uno es amigo del hombre que da” (Proverbios 19:6). Si compramos a nuestros amigos, los perderemos cuando lleguemos al fin de nuestros recursos. Debemos estar dispuesto a compartir con nuestros amigos cuando tienen necesidades. A su vez, debemos rogar al Eterno Dios que él nos de discernimiento en saber quienes son nuestros amigos únicamente porque ellos quieren aprovecharse de nosotros, mientras estamos bien económicamente.
Evidentemente, hay personas cuya amistad no deberíamos cultivar, sin importarnos lo mucho que nos interesen en ciertos aspectos. Tales personas son descritas en forma detallada, por el apóstol Pablo, en la primera epístola a los Corintios:
«No erréis; ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los que se echan con varones, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los maldicientes, ni los estafadores, heredarán el reino de Dios.«
(1 Corintios 6:9,10)
Estos son amigos indeseables. Recordemos la prevención escritural: «Las malas conversaciones [amistades] corrompen las buenas costumbres» (1 Corintios 15:33). En otras palabras, nadie puede jugar con el fuego sin quemarse.
Proverbios 18:19 en la Traducción New Living dice: «Es más difícil reconciliarse con un amigo ofendido que capturar a una ciudad fortificada». Las contiendas separan a los amigos como una puerta asegurada con barras de hierro. Cuando hemos ofendido a un amigo verdadero – ya sea por traicionar su confianza o por hablar la verdad en amor – arriesgamos perder esa amistad. Debemos tener cuidado de no traicionar la confianza. Pero cuando el no decir la verdad va a causar más dolor en la vida de nuestro amigo, debemos estar dispuestos a sacrificar nuestras necesidades por las de nuestro amigo. Esta es la verdadera amistad.
Si a veces ofendemos a un amigo sin querer, la Palabra de Dios ofrece una solución. Se llama perdón. No hay mejor ejemplo que el amor de Dios por nosotros. Es tan grande, que dio a Su unigénito Hijo, Jesucristo, para que nuestra amistad con Dios pudiera ser restaurada. Lo hizo a pesar del hecho de que lo habíamos ofendido profundamente. Hemos desobedecido Sus mandamientos, le hemos dado la espalda, y buscado nuestro propio camino. Así que la pregunta permanece: ¿Qué tipo de amigo quiere ser? La verdadera amistad cristiana perdona.
Por todo esto, no queda la menor duda que la verdadera amistad mira el corazón, no sólo al «envoltorio.» La amistad verdadera ama por amar, no por lo que pueda recibir. La verdadera amistad es desafiante y emocionante al mismo tiempo. Se arriesga, pasa por alto los errores, y ama incondicionalmente, pero también involucra ser veraz, aunque duela. La amistad verdadera, también llamada amor «agape,» viene del Señor. El Señor Jesús nos llama Sus amigos y dio Su vida por nosotros (Juan 15).
La noche que iba ser entregado y después de lavarle los pies a cada uno de ellos, les dijo, entre otras cosas: «Ya no os llamaré siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; pero os he llamado amigos, porque todas las cosas que oí de mi Padre, os las he dado a conocer» (Juan 15:15). Estas palabras llevan toda la carga emotiva del momento en que fueron dichas. Casi al terminar su ministerio, el Señor les eleva considerándoles sus amigos, no sus siervos. Ellos nunca se hubiesen atrevido a pensar de sí mismos como amigos suyos, ni siquiera ahora después de tres años y medio de estar con él. Pero él, en su grandeza y magnanimidad, los acerca tanto a sí mismo, que los llama sus amigos.
¿Qué diferencia hay entre un amigo y un siervo? Mucha, sin duda. En los tiempos bíblicos había incluso más diferencia que hoy. El siervo llegaba a la puerta de la casa del amo, y recibía órdenes que luego se apresuraba a cumplir. El amigo, en cambio, entraba a la casa, se sentaba con el amo, y compartía con él la comida, la sobremesa, y, además, sus planes y proyectos.
De acuerdo a las palabras del Señor, la diferencia entre ambos está en el conocimiento. El siervo «no sabe lo que hace su señor»; en cambio, el amigo ha sido informado de todas las cosas.
Escribió el poeta francés Claude Mermet, «Los amigos son como melones, ¿Le diré por qué? Para encontrar uno bueno, debe probar cien.» Afortunadamente, no tenemos que buscar tanto para encontrar el mejor amigo. Su vida y amor se nos revelan en las páginas de los libros del Nuevo Pacto. Él nos será fiel en todas las circunstancias.
La pregunta es, ¿estamos nosotros dispuestos a mostrarle la misma devoción?
Si cada uno de nosotros, se da cuenta de que no ha sido el amigo de Jesús que necesita ser, ¡no es demasiado tarde cambiar! Recordemos que Jesús dijo: «Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando.» Por esto, me gustaría animar a cada uno de Uds. a que llegue a ser un verdadero amigo de Jesús, obedeciendo Sus condiciones par que sea salvo de sus pecados (Jn. 8:24; Hch. 17:30; Hch. 8:36,37; Mr. 16:16; 1 Co. 15:1,2).
«Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando» (vv. 13,14).
Es por eso que podemos afirmar con toda certeza que Jesucristo es nuestro mejor amigo, el único que fue capaz de dar su vida por nosotros, siendo aún pecadores. Sólo nos pide una condición: hacer su voluntad (v. 14). La verdadera amistad demanda amor y obediencia. No se puede amar sin que eso implique fidelidad, obediencia. El amor no debe ser fingido, éste debe ser sincero, sin hipocresías. De ahí que el fruto del verdadero amor es la verdadera amistad.
Amistad significa entrega, donación al otro. El amigo sabe dar gratuitamente, regalar su tiempo, su compañía, sus fuerzas, su vida entera. Los evangelistas describen a Jesús “desviviéndose” por los demás, entregando lo mejor de sí mismo a todos. No busca su éxito, su prestigio o bienestar; es el amor lo que anima su vida entera. “El Hijo del Hombre no ha venido a ser servido sino a servir y a dar su vida en rescate por todos” (Mc 10:45). Su crucifixión no es sino la culminación de esa entrega. “Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo” (Jn 13:1).
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