Espacio-Tiempo

El Rosh Jodesh: Regalo Divino para los Primogénitos…(Mandamiento de Lunas Nuevas).

Por P.A. David Nesher

*“ _Este mes será para vosotros el principio de los meses; será el primer mes del año para vosotros_.”*

(Shemot/Éxodo 12:2)

El primer mandamiento (mitzváh) que el Eterno le entregó a los hebreos para que se destacaran como pueblo escogido fue el de Rosh Jodesh, traducido como «Cabeza de Mes«, “Nuevo Mes” o «Luna Nueva«.

De ese modo, el mes del Aviv, (cf. 13:4), quedó establecido por el Eterno como el primero de los meses del año hebreo. Desde entonces, los israelitas tendrían una responsabilidad nacional de contar los meses y de crear un calendario que estuviese basado en el año lunar según la cosmovisión mesiánica que YHVH ahora les otorgaba.

Ese mes coincide más o menos con la última mitad de marzo y la primera mitad de abril, según el calendario romano. La palabra aviv [Dicc. Strong H24] significa “espigas verdes”. En la Edad Media tomó el significado de “primavera” y así es usada en el hebreo moderno. En el mes de las espigas verdes, el de la primavera, el pueblo de Israel salió de Egipto. Es el mes de la redención.

Este mes también tiene el nombre babilónico de Nisán (cf. Nehemías 2:1; Ester 3:7), nombre con el que se lo ha llamado después del regreso del cautiverio en Babilonia y Persia hasta hoy.

Ahora bien, más allá de estos detalles técnicos, ocurre que al estudiar este mitzváh, surgen en la mente de todo investigador el siguiente planteo: ¿acaso no es éste un extraño primer mandamiento?

Uno pensaría que el desarrollo de un calendario vendría sólo después de que fuesen establecidos los fundamentos básicos, como los Aseret HaDibrot (Decálogo). Entonces, se suman otras preguntas más:

  • ¿Por qué la Torah considera el proceso de establecer el nuevo mes como un gran avance en la creación de una nación?
  • ¿Qué tenía de malo el calendario solar que todos los demás habían estado usando?
  • ¿Y cuál es la importancia de basar el Calendario Hebreo en la luna?
El Derecho Humano de Ser Dueño del Tiempo.

Nuestro calendario determina en qué día se celebrará cada festividad del Eterno. Hemos aprendido que cada fiesta en particular trae consigo una realidad espiritual concreta que está disponible en ese día específico que se convierte en una zona de tiempo en el que el Mundo de Arriba se une al Mundo de Abajo por medio de portales cósmicos que se abren en dichas jornadas. Pesaj, por ejemplo, contiene la oportunidad de alcanzar la libertad espiritual; Yom Teruáh es el momento del juicio.

De este modo, y con esta perspectiva divina, la determinación de este calendario es puesta directamente por el Eterno en manos humanas. Entonces, si la luna apareciese un lunes pero nadie la ve realmente sino hasta el martes, «ver es creer» y la corte decidiría que el primero del mes fue el martes. Como resultado, Yahvéh, por así decirlo, seguiría la decisión de la corte y actuaría de acuerdo a ella, por lo que en el caso de Yom Teruáh, ¡Él pospondría Su juicio a nivel mundial por un día!

Con este mandamiento, el Eterno pretendía darle un fortalecedor mensaje a Su Pueblo. Hasta ahora, ellos habían sido esclavos de los egipcios. Su tiempo no era propio. Pero ahora, el Eterno les está diciendo: «Ustedes se convertirán en amos de su propio tiempo. Pero no solamente de su propio tiempo, ¡sino que también de Mi tiempo!«

Así el Eterno entregó por medio de este mandamiento su propio sistema de medición del tiempo. Dicho sistema, si seguía incondicionalmente este mandamiento, permitiría a cada israelita hacerse cargo de su responsabilidad de dar forma a la realidad física con la energía de la innovavión (hbr. jidush), que permitiría renovar ciclos y así llegar a las distintas festividades evitando el ritualismo tradicional que encapsula a los hombres en el sistema dogmático de la religión.

Es decir que el Eterno entregó en este mandamiento una herramienta cósmica que permitiera el control sobre la naturaleza en sus distintos niveles.

¡Aleluya!…. Mientras que el tiempo avanza constantemente, sin nunca detenerse, marchando en un espiral cíclico y repetitivo, a nosotros, los primogénitos del Padre, nos ha sido entregado el poder de detener o iniciar el tiempo a voluntad, con lo cual se nos permitió «compartir» con Yahvéh esa creatividad especial de determinar la renovación de la realidad, y la ascensión de todas las cosas.

Pero, ¿Por qué la Luna?

En el Salterio leemos lo siguiente:

Él hizo la luna para medir los meses.”

(Salmo 104:19a)

Como parte de este fortalecedor mensaje, era esencial que la Luna fuese nuestro factor determinante para fundar nuestro calendario en vez del Sol. La característica única del satélite terrestre (la Luna) es que siempre aparece ante nuestros ojos aumentando y disminuyendo, despareciendo y reapareciendo, para crecer, decrecer y crecer nuevamente. Es también la más pequeña de las dos luminarias.

Así entonces, mientras nuestra estrella regia (el Sol) es el símbolo de la invariable naturaleza, saliendo por el este y poniéndose por el oeste día tras día, cada día del año; la Luna cambia constantemente a través de un ciclo de fases. Esto es lo que esconde un mensaje ontológico muy importante para la conciencia de Israel. La Luna, en ciclo de fases, parece estar diciéndonos: «puedes ser pequeño y puedes disminuir hasta casi desaparecer, pero entonces, cuando las cosas se ven sumamente oscuras, brota la eterna esperanza. Puedes comenzar a mirar hacia arriba nuevamente. Puedes cambiar una situación y a ti mismo para mejor, sin importar cuán malo parezca. Nada es estático o inamovible«.

Con esto, cualquiera de los hijos primogénitos del Eterno, acepta el hecho de que los seres humanos tenemos libre albedrío y en ello radica nuestro poder de renovación; una siempre presente lucha contra la constante, cíclica, repetitiva y predecible marcha del tiempo y la naturaleza.

¿Cuándo comienza entonces el Año del Eterno y cómo se organizan sus meses?

La Torah dice que en primer lugar hay que basarse en la Luna para medir los meses. Sin embargo, el Sol también fue creado para mostrar los años, a través de las estaciones como está escrito en el libro de Génesis:

Entonces dijo Dios: Haya lumbreras en la expansión de los cielos para separar el día de la noche, y sean para señales y para estaciones y para días y para años.”
(Génesis 1:14)

Como vemos el Creador ha establecido que el sistema de medición solar determine el año (en hebreo «shaná«), que viene de la misma raíz que «repetir«, «repasar» e indica el inicio de las estaciones a través de los solsticios (primavera – otoño) y equinoccios (verano – invierno).

En cambio, la lumbrera menor, la luna, por otro lado, es la que indica los meses que en hebreo se dice «jodesh«, palabra que que viene de la raíz hebrea «jadash«, que significa «nuevo», «cambio», «algo diferente». Es interesante aportar aquí que jadash es también la raíz que da origen a la palabra «jidush» que significa «renovación» o «innovación», señalando así la energía que se esconde en cada rosh jodesh. En pocas palabras: cada jodesh (mes) contiene la energía de jidush (innovación o renovación), trayendo una nueva y nunca antes vista revelación de la luz divina al mundo.

La luna comienza a iluminar el primer día del mes (luna nueva), y su luz se va haciendo cada vez más intensa hasta el día quince, cuando se completa su disco (luna llena). Desde el día quince en adelante, la luz comienza a menguar, y el treinta ya no es visible.

Así mismo como la luna respeta un ciclo: nace, crece, declina y desaparece para luego volver a renovarse, el alma de un hebreo está en permanente cambio y transformación. De esta manera, el hecho de guardar el mandamiento de la luna nueva (rosh jodesh) fomenta en el alma redimida la importancia de renovarse y establecer un orden en la vida usando la energía de la innovación que permite un uso efectivo de la creatividad.

Por ello es que el pueblo de Israel es comparado a la luna. A pesar de que son pequeños y de que el sufrimiento ha sido parte integral de su historia entre las naciones, el israelita sabe que nunca debe darse por vencido. Como individuo y como nación, él se levantará nuevamente e iluminará la noche.

Cada miembro de Israel vive con esta creencia en el poder de los milagros, en que el Eterno supervisa el mundo y que éste no depende de predecibles leyes de la naturaleza. La nación Israel tiene una relación especial con Dios e incluso cuando ha estado en los escalones espirituales más bajos, a punto de asimilarse y desaparecer, el Eterno ha mantenido Su amor constante, al igual que un padre ama a su hijo.

Relación aproximada entre el Calendario Romano y el Calendario Hebreo.

Es interesante saber que, hasta este momento histórico, el ciclo de los meses comenzaba en Tishrei. Pero observamos que cuando Israel estaba a punto de salir de Egipto, el Eterno ordenó que el primero de los meses, a los efectos del cálculo de las festividades, fuese Aviv (Nisán), el mes del éxodo, para que así tuviésemos siempre presente la gran epopeya, pues entonces los meses quedarían vinculados a tal episodio. Por ejemplo decir: El primer mes desde el éxodo, el segundo mes desde el éxodo, etc. El calendario hebreo es básicamente lunar, pero ajustado con el Calendario solar para que la Festividad de Pésaj siempre tenga lugar en la primavera boreal [Torat Emet].

Veamos cómo quedan distribuidos estos meses lunares en relación al calendario solar actual:

1. Nisán (Aviv) … Marzo/Abril
2. Iyar … Abril/Mayo
3. Sivan … Mayo/Junio
4. Tamúz … Junio/Julio
5. Av … Julio/Agosto
6. Elul … Agosto/Septiembre
7. Tishrei (Etanim) … Septiembre/Octubre
8. Jeshván (Bul) … Octubre/Noviembre
9. Kislev … Noviembre/Diciembre
10. Tevet … Diciembre/Enero
11. Sh´vat … Enero/Febrero
12. Adar … Febrero/Marzo
13. Adar II … Marzo.

(NOTA: Los nombres de los meses que aparecen entre paréntesis son los que aparecen en la Biblia)

Los nombres de los meses romanos septiembre hasta diciembre nos muestran que había una relación antigua entre el cómputo bíblico y el romano. Septiembre corresponde al séptimo mes Tishrei, octubre corresponde al octavo mes Jeshván, noviembre corresponde al noveno mes Kislev, y diciembre corresponde al décimo mes Tevet. Luego hubo cambios en el calendario romano y estos meses ya no corresponden al nombre que llevan. Septiembre ahora es el noveno mes del año romano.

He dicho más arriba que el calendario hebreo es una combinación entre la Luna y el Sol. El año lunar tiene aproximadamente 354,36 días y el año solar aproximadamente 365,25 días. Por esta razón, si se sigue solamente la Luna, van a faltar 11 días al año para llegar al año solar, que es la que rige en la naturaleza. El calendario árabe sigue solamente la Luna y el calendario romano sigue solamente el Sol. Ninguno de los dos cumplen los requisitos de la Torah. Tanto el Sol como la Luna tienen que ser la base para medir los años.

Un mes bíblico siempre empieza con la luna nueva. Según la Torah, el primer mes, aviv, tiene que caer en la primavera, cuando la cebada está lista para ser cosechada en la tierra de Israel. Si nos regimos sólo por el año lunar, (con 354 días), que no sigue el ciclo de la naturaleza, la primavera no caería en el mismo mes cada año. Y si seguimos solamente el año solar, no podríamos celebrar las fiestas según la luna nueva, como manda la Torá. Tenemos que tener una combinación entre la luna y el sol.

Para ajustar la diferencia entre el año lunar y el año solar, en tiempos bíblicos se añadía un mes extra al final del año en el caso de que la cebada no estuviera lista para ser cosechada. Para la fiesta del primer mes hacía falta un sacrificio de harina de cebada y si no había cebada no se podía celebrar la fiesta. Así que hasta el siglo IV de la Era Común. La misma naturaleza de Israel decidía cuando iba a ser el primer mes de cada año. Si la primavera venía tarde un año, se añadía un mes extra a los doce meses del año. Si la cebada estaba madura, no se añadía. Más adelante se estableció un calendario fijo, que es el que se usa en la actualidad, elaborado por el sabio Hillel HaShení (Hilel II) en el año 358 (E.C.). En el mismo se añade por reglas matemáticas un mes extra (Adar II) cada dos o tres años. En total son añadidos 7 meses durante un periodo de 19 años.

Antes de que el Calendario hebreo fuera elaborado por Hillel II, las autoridades del Culto en Jerusalem, fijaban las neomenias con el nacimiento de la luna.

Hombres de confianza observaban la luna en determinados lugares, y de acuerdo con su informe, el Gran Senado Judaico (Sanhedrín) fijaba los principios de los meses y las fiestas. Es por lo que en Jerusalem, donde la noticia de la luna nueva se publicaba inmediatamente, se celebraba la fiesta en el día fijado. Pero en las provincias, donde la proclamación de la neomenia por las autoridades religiosas de Jerusalem no llegaba a tiempo, se celebraba por preocupación un día más. Por ejemplo, si la fiesta de Pésaj era de siete días en Jerusalem, en las comunidades distantes de la capital duraba ocho días. Esta costumbre se sigue hasta hoy, y por eso, en la diáspora, tenemos un día festivo más que los judíos de Israel.

Cambios Cósmicos en el Movimiento del Eje Terrestre.

Ahora bien, si leemos las Sagradas Escrituras, notaremos que el año bíblico es de 360 días (cf. Daniel 7:25; Revelación 13:5; 11:2-3; 12:6, 14). No hay ningún testimonio bíblico de que hay que añadir un mes extra cada dos o tres años. La Torah no lo contempla (cf. Génesis 7:11, 24; 8:3-4; Ester 1:4). Esto nos da pie a pensar que al principio no hubo diferencia entre el año solar y el año lunar. El mes lunar tendría exactamente 30 días y así los 12 meses darían un año de 360 días. Esto significa que la tierra sólo necesitaría 360 días para dar una vuelta alrededor del sol. ¿Cómo puede ser esto?¿Qué pasó en la historia para que el año solar llegara a tener 365 días?

Existe una gran cantidad de documentos arqueológicos e históricos de varias culturas antiguas que muestran que hubo un cambio en el sistema solar en el siglo VIII a.E.C., cuando fueron añadidos 5 (cinco) días al año solar.

Parece que algo pasó en nuestro sistema solar que causó un desajuste entre el año lunar y el año solar. La tierra se alejó del Sol y la Luna se acercó a la Tierra.

Existe un acontecimiento relatado en las Escrituras que coincide con la fecha dada en las culturas antiguas, y que nos da pie a pensar que fue en ese momento cuando sucedió este desajuste en nuestro sistema solar, según está escrito en 2 Reyes 20:8-11; Isaías 38:7-8.

Este cambio causó que la Luna Nueva a partir de entonces ya no se podía saber con exactitud, puesto que el mes lunar llegó a tener 29 ½ días, en lugar de 30 que probablemente había tenido antes. En tiempos del rey Shaúl se sabía con exactitud cuándo iba a ser la luna nueva (cf. 1 Samuel 20:5).

Por este acontecimiento fue que más adelante se necesitaban dos testigos cada mes para saber cuándo celebrar la fiesta de la luna nueva. Entonces ya no se podía saber con antelación cuándo iba a ser la fiesta anual de Yom Teruáh, que cae el primer día del séptimo mes. Nadie sabe el día ni la hora cuando se verá la luna nueva de Yom Teruáh. Esto nos enseña que el regreso del Mesías será en el primer día del séptimo mes (cf. Mateo 25:13).

El Calendario del Proyecto Cósmico llamado Emanuel.

Ahora hay algo aún más hermoso y maravilloso que destacar. Aún con todas las consideraciones que hemos visto más arriba respecto a los secretos cósmicos que esconde el mitzváh del Rosh Jodesh, debo decir que en verdad que esta forma de contar los tiempos apunta al mover divino de Su Proyecto de Redención.

La redención es el inicio del proyecto de salvación del Eterno que se convertirá con el transcurrir de los tiempos en el Proyecto Emanuel.

Sabemos que todo empieza con el sacrificio del cordero, cuya sangre libera de la muerte. Después viene la libertad de la esclavitud. Todo el programa redentivo está revelado en las Fiestas del Eterno, y por esto el rosh jodesh primero (Aviv o Nisán) tiene que ser el primero del año, para que el programa esté en el orden correcto. Al alterar el orden de los meses se altera el plan de redención del Eterno y no se entenderá.

La redención, en la mentalidad hebrea, representa el emerger de la oscuridad a la luz admirable; por eso, quien nunca padeció la opresión de la esclavitud, no valorará la redención.

La esencia misma de la redención es la libertad que resulta de la sumisión misma. Si el pueblo de Israel no hubiera sido esclavizado, nunca habría experimentado la verdadera libertad; pero una vez que lo fue, esa misma esclavitud dio origen a su redención. De en medio de esa oscuridad (y de ningún otro lugar) surgió la luz.

«Será…la cabeza de los meses«, dijo el Eterno, pues todo conteo que realicen deberán hacerlo desde Aviv/Nisán. ¿Por qué? Pues el día de la redención es más significativo que el día del nacimiento, y la redención es en sí misma más trascendente que cualquier otro acontecimiento o evento.

Hasta antes de salir de Mitsrayim (Egipto) el pueblo de Israel calculaba los meses y años en base a la Creación, o desde la época en que el mundo se renovó luego del Diluvio, como declara el versículo «dos años después del Diluvio» (Génesis 11:10), o desde el nacimiento de Avraham, o desde “el pacto de las mitades” entre Dios y Avraham (Génesis 15:13), al cual alude el versículo: «Y fue al cabo de cuatrocientos treinta años«… (Exodo 12:41). Sin embargo, tan pronto como la nación redimida salió de Egipto, dejó de lado todos estos cálculos y comenzó a contar únicamente a partir de la redención: Este mes será para vosotros la cabeza de los meses.

En el Talmud [Rosh HaShaná 10a-11b] existe una discusión entre dos rabinos si el mundo fue creado en el mes de Nisán o  Tishrei. La última tuvo más fuerza y por esto la Casa de Judá ha establecido que el cómputo de los años desde la creación del mundo es a partir del 1 de Tishrei, que es el séptimo mes en el anuario bíblico. Hay una fiesta anual establecida en la Torah para ese día, llamada Yom Teruah, («Día del Clamor» o «Día de Alarma»), pero el rabinato judío decidió cambiarle el nombre que el Eterno puso por el de Rosh HaShanáCabeza de Año» o «Año Nuevo«)

«Este mes será…» En el Talmud existe una analogía que comienza con la pregunta: «¿Con qué puede compararse ello?» Inmediatamente la respuesta es: «con un rey que al nacer su hijo fijó esa fecha como día de fiesta y alegría. Años más tarde, el hijo fue tomado prisionero y mantenido en cautiverio durante largo tiempo. Cuando finalmente fue rescatado, el rey estableció el día de su liberación como la fecha de celebración más importante del año [por encima de la primera].

Asimismo, antes de que los hebreos descendieran a Egipto, calculaban los años en base al “decreto de esclavitud”, es decir, cuántos años habían transcurrido desde “el pacto de las mitades” entre Yahvéh y Avraham cuando se selló el decreto de cuatrocientos años de esclavitud que debían soportar en tierra extranjera (Génesis: 15:13). Pero luego de que descendieran a Egipto y fueran esclavizados allí, y el Eterno realizara grandes milagros en su favor y los liberara, comenzaron a contar los meses desde el momento de ese magno acontecimiento, como declara el versículo: Este mes será para vosotros cabeza de meses (Shemot Rabá 15).

Estudiando la historia de Israel, observamos que todas las dificultades y sufrimientos padecidos por la descendencia de Yaakov a lo largo de los tiempos se transformaron en luz y salvación; cuanto mayor fue la oscuridad, tanto mayor fue la luz resultante. De igual forma sucederá con la redención final: su luz surgirá de entre la oscuridad; en el mismo momento en que los corazones se estremecen con desesperanza, brillará la gloria de Yahvéh. ¿Y cuándo acontecerá esto? En el mes de Nisán, que el Eterno estableció como período de redención para todas las generaciones. Toda tribulación o desgracia que se abate sobre Israel durante este mes no es más que una afirmación del florecimiento de la redención que está a punto de comenzar.

Así explicaron nuestros Sabios en el Midrash: «El versículo Este mes será para vosotros… (Exodo 12:2) guarda una estrecha relación con los siguientes dos: El consejo de Dios se yergue para siempre (Salmo 33:11) y Afortunada es la nación cuyo Dios es YHVH (Salmo 33:12). Cuando el Santo, bendito sea, escogió Su mundo, estableció los comienzos de meses y los años —éste es el consejo que se yergue para siempre—; y cuando eligió a Yaakov y a sus hijos, fijó un mes de redención — un mes en el cual serían redimidos de Egipto y lo serán en el futuro. En ese mismo mes nació Itzjak, en ese mes fue atado como ofrenda sobre el altar, en ese mes Yaakov recibió las bendiciones de su padre, y en ese mes Dios insinuó a los Hijos de Israel que el mismo sería el comienzo de su redención, como expresa el versículo (Éxodo 2:2): …el primero de los meses del año para vosotros. Respecto de ello fue dicho: Afortunada es la nación cuyo Dios es YHVH«(Shemot Rabá 15).

Con estas consideraciones, los sabios expertos en toralogía señalan al mes de Aviv (Nisán) com el mes de la redención, y aseguran que debe ser considerado aún más grandioso que Tishrei, el mes en el que el mundo material fue creado. Ellos dicen que el mundo fue creado con un propósito, que es que nosotros, los humanos, lo insuflemos de significado, rectificándonos de esa forma tanto en un nivel individual como en un nivel global (Tikun Olam). Así pues, ellos aseguran que para lograr esa misión, el Eterno otorgó al mes de Aviv (Nisán) como el tiempo en que nuestro Israel emergió redimido como un pueblo sacerdotal con este objetivo como su definición de propósito nacional.

¿Qué podrían representar para un pueblo esclavo los días, las estaciones y las Festividades? Para un sirviente el tiempo no tiene un curso, y su existencia es como una noche eterna. Abarbanel explica que la Torah no viene precisamente para establecer las bases de un calendario hebraico sino para pedir en nombre de Dios, que con el fin de recordar la liberación de Egipto se conceda la primacía a este mes, que habrá de ser el primero de todos los meses del año, y a partir del mismo habrán de contar los meses, a saber: segundo, tercero, etc. Esa es la esencia de esta mitzvá, la primera que recibe el pueblo de Israel como nación a ser constituida.

Por eso, y de acuerdo a la revelación de la Torah, el mes de Aviv (Nisán) es el mes de la liberación del pueblo israelita por cuya razón celebramos Pésaj, es decir el inicio del Programa de Redención del Eterno a través del korbán Pesaj: un cordero sacrificado por el padre de familia que evitó el exterminio del Ángel de la Muerte.

¡El mes de Aviv es el comienzo del Año de YHVH!

Un Método Cósmico Para Controlar al Tiempo Exclusivo para Hijos Primogénitos.

Yahvéh le dijo a Moshé un mensaje para que él le diera al faraón y al pueblo de Israel antes de que las diez plagas comenzaran: «Mi hijo primogénito es Israel» (Éxodo 4:22). Los Israelitas estaban en su punto más bajo en este momento; no eran merecedores de ningún milagro por su propio derecho. Y sin embargo, ese momento fue justamente cuando el Eterno nos elevó, sacándonos de la oscuridad de Egipto, iniciando el proceso de movimiento ascendente hasta 50 días después, cuando fuimos merecedores de recibir la Torah y de convertirnos en una nación.

Qué momento y lugar tan perfectos para entregarle al pueblo judío aquel alentador mensaje en el mandamiento de santificar la luna nueva cada mes y de determinar nuestro calendario de esta forma:

«Y Dios le dijo a Moshé… en la tierra de Egipto, dile al pueblo judío: Este mes es para vosotros el comiendo de los meses…«
(Éxodo 12:1-2).

La Torah dice que “para vosotros”, es decir, para los hijos de Israel, el mes del Aviv es el primero del año.

El Eterno nos había dado el poder de la renovación y del cambio, es decir, el regalo de expandirnos, iluminarnos y crecer nuevamente después de haber sido disminuidos.

Es necesario aceptar que esta capacidad de renovación es exclusiva del pueblo de Israel y ella lo distingue de todas las demás naciones. Por este motivo les fue concedido el mes lunar, que representa la renovación constante: para que lo bendigan, siempre se guíen por él, y sean bendecidos con esta cualidad. Aunque su luz parezca totalmente ausente, Israel ha sido bendecido con la capacidad perpetua de renovación.

En esta característica única radica el secreto de la existencia y la eternidad del pueblo redimido por Yahvéh en Mitsrayim (Egipto).

La expresión “para vosotros” nos da a entender que no es así para otros. Desde el principio los pueblos de las naciones contaron los meses desde el día de la creación de Adam, el primer día del primer mes. Cuando Adam fue creado el sexto día de la semana, él empezó a contar el tiempo. Para él fue el primer día del primer mes. Esto nos enseña que Adam probablemente fue creado el día de la luna nueva. Desde entonces sus descendientes contaron los meses y los años según marcaba el sol y la luna (cf. Génesis 1:14).

Ahora el Eterno dice “para vosotros”, dando a entender que para otros no lo es. Ellos seguirán contando de otra manera. Antes de la salida de Egipto, los hijos de Israel no celebraban el mes del Aviv como el primero del año. Pero cuando el Eterno empieza su programa de redención, cambia todo. El mes que antes fue el primero, de repente es considerado como el séptimo. Tishrei, que antes era el primer mes, llegó a ser el séptimo. “Para vosotros” es así, pero los demás no lo van a ver así, porque no son parte de la gran redención, y por lo tanto no tiene parte en el Olam HaVá (Mundo Venidero).

El Midrash, explicando esta expresión, señala lo siguiente:

Corresponde que los grandes [pueblos gentiles] lleven la cuenta según lo grande [el sol], y los pequeños [Israel] lo hagan según lo pequeño [la luna]. Esav [Roma] se guía por el sol que es prominente; así como el sol gobierna durante el día y no durante la noche, del mismo modo Esav tiene una porción en este mundo pero no en el Mundo Venidero. Yaakov (Israel) se basa en la luna que es pequeña; así como la luna gobierna en el día y en la noche, del mismo modo Israel tiene una porción en este mundo y en el Mundo Venidero. Siempre que la luz del más grande brilla en el mundo, la del más pequeño no se destaca. Pero cuando la luz del más grande se oculta, la del más pequeño gana prominencia. De igual modo, mientras la luz de Esav brilla, la luz de Iaacov no se apaga. Pero cuando la luz de Esav se oculta, la luz de Iaacov se difunde. A ello alude el versículo (Isaías 60:1-2) «Levántate, resplandece, porque ha venido tu luz y la gloria de Dios brilla sobre ti. Pues he aquí que tinieblas cubren la tierra…».

(Bereshit Rabá 6)

Las naciones del mundo se comparan al Sol, en tanto que el pueblo de Israel se asemeja a la Luna. Pese a que Israel es la nación más débil y numéricamente mas pequeña, está destinada a inmensa gloria luego de que el dominio del mal sea erradicado por el Eterno de la faz de la tierra.

Esta capacidad de renovación es exclusiva del pueblo de Israel y ella lo distingue de todas las demás naciones. Por este motivo les fue concedido el mes lunar, que representa la renovación constante: para que lo bendigan, siempre se guíen por él, y sean bendecidos con esta cualidad. Aunque su luz parezca totalmente ausente, Israel ha sido bendecido con la capacidad perpetua de la renovación (jidush).

En esta característica única radica el secreto de la existencia y la eternidad del pueblo de Israel.

Puesto que Rosh Jodesh constituye la base de la que dependen todas las Festividades que distinguen la santidad de Israel de la vida de cualquier otro pueblo, la mitzvá de consagrar el nuevo mes (hbr. Kidush HaJódesh) le fue entregada antes que las demás.

Mientras que el pueblo de Israel todavía se encontraba en Egipto, antes de que se le encomendaran otras mitzvot, se le entregó precepto de fijar los meses. El versículo expresa:

 «Y habló Dios a Moshé y a Aharón en la tierra de Egipto, diciendo: este mes será para vosotros el primero de los meses (Nisán-Aries), primero es él para los meses del año
(Exodo 12:12)

«Este mes será para vosotros»: esta renovación es vuestra fuerza y vuestra gloria por siempre.

Lectura Recomendada para Profundizar este Tema:

Iyar: Tiempo para la Introspección que permite la Autosuperación

Por P.A. David Nesher

 

Hemos aprendido que el segundo mes escritural, llamado con su nombre sumerio de Iyar, esta íntimamente relacionado con el atributo de la meditación e introspección de pensamiento.

Esta es una época de estrechez en la claridad y la percepción del amor divino, y la función del hombre en este mes es la búsqueda y el reconocimiento de la verdad, que, basada en el pensamiento viene como consecuencia de la fe que se ha establecido en el corazón de cada uno durante el mes de Nisan, por medio de su Pesaj.

El trabajo durante este mes, de búsqueda de la verdad y perfeccionamiento del pensamiento, se manifiesta claramente en el trabajo del Conteo del Omer que permite purificarnos de nuestras toxicidades

La introspección en la búsqueda de la Verdad, junto con el temor de Yahvéh, son dos cualidades esenciales en el inicio del individuo por el sendero espiritual.

El mes de Iyar es conocido desde la antigüedad como el mes característico de la curación tal como lo manifiesta el acrónimo de la letras que componen la palabra Iyar: Alef-Yod-Yod-Resh con la siguiente frase simbólica: «Ani Yahvéh Rofeja: «Yo soy Yahvéh Tu curador» (Éxodo 15:6). Esta relación también se expresa en el mismo valor numérico de las palabras Iyar y Aruj (remedio).

Se reconoce que las enfermedades del hombre vienen primordialmente como consecuencia de una inadecuada alimentación o una mala disciplina y asimilación de la digestión. En relación con esto, la trama bíblica nos indica que el Maná, el alimento celestial de los hebreos en el desierto, comenzó a caer durante este mes, al igual que la provisión de la fuente de agua.

Iyar representa claramente el trabajo básico del mes que es la conquista y el fortalecimiento interno del individuo.

Shemitá y Yovel: Los Sellos Celestiales de Liberación

Por P.A. David Nesher

«Y le dijo el eterno a Moisés en el Monte Sinaí, Dile a los hijos de Israel: cuando lleguéis a la tierra que os di, la tierra descansara por el Eterno. Seis Años la Sembraras y seis años podaras sus viñas y recogerás su fruto, pero en el séptimo año será el Sábado del Eterno…» 
… Y contaras siete sábados de años, o sea siete veces siete años, cuarenta y nueve en total y el día diez del séptimo año, el mes quincuagésimo, día de expiación, harás resonar el Shofar en toda vuestra tierra. Santificareis el año cincuenta y proclamareis en toda la tierra la libertad de todos sus habitantes. Sera año de jubileo para vosotros, devolveréis a cada hombre lo que le pertenece y devolveréis cada hombre a su familia. Ese año no sembrareis, ni cosechareis lo que haya crecido espontáneamente, ni vendimiareis  las viñas silvestres. Por ser jubileo, ese año será sagrado para vosotros.  
…Y os preguntareis qué comeréis en el séptimo año en vista que no debéis sembrar, ni cosechar nada en el, os impartiré mi bendición en el sexto año para que la tierra rinda con hartura para tres años. Sembrareis en el octavo año y seguiréis comiendo los frutos añejos hasta el noveno año, es decir hasta que venga el producto del octavo»  

(Vayikrá/Levítico 25: 1-5; 8 – 12;  20 – 22)

 

En esta bitácora quiero invitarlos a que nos sumerjamos en la investigación de los códigos de la Torah que afirman el dominio absoluto del Eterno sobre la Tierra y todo lo que en ella hay (Salmo 24: 1).

 

La Torah ordena, por medio de esta mitzvá (mandamiento) el cese de la agricultura en la Tierra de Israel cada siete años. Este «Shabat» de la tierra se denomina Shemitá. Así como hay semanas de días, así también, en la cosmovisión de Yahvéh, existen semanas de años. Y como el séptimo día de la semana es un día de cese, así también Yahvéh ha establecido que cada séptimo año sea de cese y descanso para la tierra de Israel. Este mandamiento sólo se aplica en la tierra de Israel, no fuera de ella.

Estos mitzvot (mandamientos) revelaban los secretos de los Ciclos del Eterno como métodos poderosos para dominar el factor espacio-tiempo. El año del Señor está dividido en cincuenta y dos semanas, cada una perfectamente marcadas por el Shabat (séptimo día), y de acuerdo a la revelación que Él ha dado, cada semana trae consigo un tipo de energía la cual esta descrita dentro de la Torah, porción a porción. Esto nos revela la magnitud de la inteligencia y la sabiduría que esta detrás de este texto de Vayikrá y también nos deja claro que en este mundo la providencia divina esta constantemente dándonos oportunidades, eso es lo que se llama la espiral del tiempo profético. Es decir que cada vez que pasamos por un punto dentro de la espiral del tiempo la Torah nos dice como poder conectarnos con él para recibir lo que esta disponible en el Mesías. Solamente debemos aprender a recibir todos estos paquetes divinos.

Teniendo esta cosmovisión profética en mente, vemos que esta disciplina administrativa era una práctica entrenaba a los israelitas en la perfecta mayordomía de los recursos naturales y los mantenía conscientes que Yahvéh tiene el control total de la tierra y que por lo tanto Él es el verdadero proveedor de las necesidades de sus hijos.

 

La mitzvá de la Shemitá le ordena al Pueblo hebreo que deje de trabajar sus campos cada séptimo año, con la promesa de que, milagrosamente, Yahvéh les proporcionará todas sus necesidades. Así, como Shabat, Shemitá es un medio para reconectar todo a su fuente. Esta mitzvá implantaba la conciencia de que mientras un hebreo se aleja cada vez más del punto inicial de la creación, necesita de Shemitá para que ser regresado a él. Justamente cuando la creación parece un recuerdo borroso, la tentación es sentir que nuestra humanidad maneja el mundo y que nuestra inteligencia nos ha traído la recompensa de lo que ella ha logrado. Con Shemitá, nuestro Abba trae un Shabat a la tierra y cambia todo, ya que obliga al alma humana a ser consciente de que todo es del Eterno, por Él y para Él.

 

Toda la enseñanza de la Shemitá es que la naturaleza es una ilusión. El Eterno dirige el mundo y así como Él hace que no haya pérdida por no trabajar en Shabat, así también él asegura que nada va a ser perdido por cesar de trabajar la tierra todo un año. Esto es para enseñarnos a no convertirnos en esclavos de la «naturaleza», porque este mundo no es más que un corredor al verdadero mundo de la espiritualidad. Pero el ser humano no puede desasociarse a sí mismo del marco del mundo en el cual existe; la Torah claramente le ordena sembrar y cosechar por seis años, así como tiene que trabajar seis días por semana. Pero a través de contar los días de trabajo en relación al Shabat y los seis años de cultivo en relación al año de Shemitá, podemos conectar lo mundano y la rutina con lo sagrado y lo especial.

 

Sin embargo, el milagro de la Shemitá variaba de acuerdo con su nivel de emunábitajón (firme confianza y seguridad en Yahvéh). Tal es así, que estaba la promesa que cuando el pueblo hebreo tenía un nivel alto de emuná y bitajón, la cantidad de alimentos que se cosechaban en el sexto año no variaba de un año a otro; no obstante, alcanzaba para proveer nutrición durante tres años, en vez de uno (vv. 20 -22). El Eterno quiso que el pueblo de Israel no se comportara como lo hacía el resto de los agricultores de las naciones. Por eso les ordenó que trabajen la tierra durante seis años y en el sexto año incrementó la cosecha para que alcance para los siguientes tres años y de esta forma los ojos de los hebreos estarían dirigidos hacia Yahvéh, así como lo hicieron en el desierto cuando recibían el Maná diariamente. De la misma manera, la esencia del año sabático consistía que ellos no trabajen la tierra, no siembren y no cosechen, y sólo confíen en el milagro que Yahvéh les hará, haciendo que la cosecha del sexto año les alcance para tres años consecutivos.

Este cese para la agricultura en el año sabático no significa que no se puede trabajar la tierra sin el propósito de sembrar o plantar, por ejemplo para construir casas. La prohibición solamente tiene que ver con todo trabajo de agricultura y jardinería. Sólo está permitido regar las plantas para que no se mueran.

 

Con esta llave administrativa los israelitas comprendieron que hay una santidad especial en esta tierra y vivir en la Tierra Santa que Yahvéh les entregó era un gran mérito, y obviamente esto demandaba de ellos una serie de obligaciones. En el libro de Vayikrá, por ejemplo, vemos que del comportamiento de los hebreos depende la lluvia y el fruto de esta tierra:

«Si con mis leyes se encaminarán y Mis ordenanzas observarán y las cumplirán, Yo daré vuestras lluvias en su tiempo, y la tierra dará su producción y los árboles del campo darán su fruto»

(Vayikrá/Levítico – 26:3-4).

Además, Shemitá enseñaba que la paz en la tierra también depende del  comportamiento de los redimidos, como continúa diciendo la Torah en el siguiente capítulo:

«Y daré paz en la tierra, y se irán a dormir y no habrá quien os asuste, y erradicaré a las fieras salvajes de la tierra y la espada no pasará por vuestra tierra»

(Levítico/Vayikrá 26:6).

Más adelante, el Espíritu de Yahvé dice:

«Y comeréis de la vieja cosecha, y la vieja cosecha despejarán para dejarle lugar a la nueva»

(Levítico/ Vayikrá 26:10)

El gran exegeta judío Rashí explica este texto de la siguiente manera:

«Y comeréis de la vieja cosecha« explica Rashi: «los frutos se mantendrán y serán tan buenos para conservar, que la producción de tres años atrás será mejor para comer que la del año anterior«, y sobre «Y la vieja cosecha despejarán para dejarle lugar a la nueva» comenta: «pues los lugares de silos estarán llenos de la nueva cosecha y los lugares de almacenamiento estarán llenos de la vieja cosecha, y ustedes tendrán que despejarlos para poner allí la nueva cosecha«.

Para completar ese proceso, si los hebreos cumplían con sus obligaciones, la Torah concluye:

«Y pondré mi residencia entre ustedes y mi Ser no los despreciará a ustedes. Y me conduciré entre ustedes y seré vuestro Dios y ustedes serán mi pueblo»

(Levítico/Vaikrá 26:11-12)

 

Por eso, Israel entendía que todos los vegetales y los frutos que crecen en el año de shemitá son santos. Por eso hay que tratarlos de una manera digna. Durante ese año todos los productos que crecen en la tierra se quedan sin dueño, de modo que todos podrán comer de ellos libremente y llevar a su casa todo lo que necesiten para un día de comida. De acuerdo con la ley judía, los frutos que crecen durante este año especial en la tierra de Israel son de dominio público y nadie, pobre o rico, puede comerlos.

Sintetizando podemos decir que hay un triple propósito con el año sabático:

 

Hay tiene un triple propósito con el año sabático:

  1. Recordar a los hijos de Israel que la tierra no pertenece a ellos sino a Yahvéh, (cf. v. 23; Salmo 24:1).
  2. Obligar al agricultor a ejercer su fe confiando solamente en la providencia divina para su sustento.
  3. Dar tiempo al campesino a dedicarse al estudio de la Torah de una manera especial, y disfrutar del confort que es la compañía de su familia.

 

Año Yobel (Jubileo)
“Contarás también siete shabats de años para ti, siete veces siete años, para que tengas el tiempo de siete shabats de años, cuarenta y nueve años.”

(Levítico/Vayikrá 25:8)

Después del séptimo año de Shemitá, en el año número cincuenta, se anuncia que es año de Jubileo (Yovel), con el sonido del shofar en Yom Kipur. Y este año también es un año en el que la tierra permanece inactiva. El Eterno promete darles a los hebreos una cosecha abundante antes de los años de Shemitá y Yovel, para proveerle sustento al Pueblo comprado por la Sangre de Su Cordero.

Las mismas leyes que aplican sobre el año shemitá, también aplican sobre el año Yovel. En el año de Yovel, toda la tierra retorna a la división original que poseía en tiempos de Yehoshúa (Josué), y se liberan todos los sirvientes israelitas contratados, aunque no hayan completado seis años de servicio. Al sirviente hebreo contratado no se le puede encargar ninguna labor degradante, innecesaria o extremadamente difícil, y no se lo puede vender en el mercado. El precio de su labor debe calcularse de acuerdo con la cantidad de tiempo que reste hasta que quede libre automáticamente.

El precio de la tierra se calcula de un modo parecido. En caso de que alguien venda su tierra ancestral, tiene derecho a redimirla después de dos años. Si se vende una casa en una ciudad amurallada, el derecho de redención se extiende únicamente al primer año luego de la venta. Las ciudades de los levitas les pertenecen en forma permanente.

Se le prohíbe al pueblo hebreo aprovecharse los unos de los otros prestando o pidiendo prestado dinero a interés. Los miembros de la familia deben redimir a cualquier familiar que haya sido vendido como sirviente contratado, a causa de haber empobrecido.

Haciendo una síntesis podemos ver que la Torah nos enseña que hay siete cosas que deben suceder en el Año de Jubileo:

  1. Habrá libertad para todos los habitantes de la tierra, v. 10.
  2. Será un año de jubileo, con toques del shofar, v. 10.
  3. Cada uno volverá a la posesión original de la tierra, según el reparto que se hizo en el tiempo de Yehoshúa, v. 10.
  4. Cada uno volverá a su familia, v. 10. Se refiere al siervo hebreo que tiene la oreja perforada o uno cuyos seis años de servicio no hayan terminado desde que fue vendido como siervo. Así que la expresión “para siempre” en Éxodo 21:6 está limitada con el año de jubileo. El año de jubileo es por tanto también una señal del siglo venidero.
  5. No se puede sembrar, v. 11. 
  6. No se puede cosechar, v. 11.
  7. El año será santo, v. 12.

 

La Importancia de estos Tiempos en la Visión de Yahvéh.

 

Considerando todos estos lineamientos se nos revela la importancia que el Eterno da a este descanso de la tierra de Israel cada séptimo año. Si se quebranta este mandamiento hay graves consecuencias al igual que cuando se quebranta el mandamiento de descansar en el shabat semanal y en yom kipur, como está escrito:

“Y a los que habían escapado de la espada los llevó a Babilonia; y fueron siervos de él y de sus hijos hasta el dominio del reino de Persia, para que se cumpliera la palabra de Yahvéh por boca de Yirmeyahu, hasta que la tierra hubiera gozado de sus shabats. Todos los días de su desolación reposó hasta que se cumplieron los setenta años.” (2 Crónicas 36:20-21). Lastimosamente, las leyes no fueron observadas.

Veamos cómo fue este suceso negativo en la historia del Pueblo de Dios:
Israel celebró el primer año sabático, llamado Shemitá el año 21 después del inicio de la conquista y la distribución de la tierra bajo el general Yehoshúa (Josué). La conquista y la distribución de la tierra duró 14 (catorce) años. El año 15 (quince) fue el primer año del ciclo septo-anual y el año 21 (veintiuno) fue el séptimo. Según un cómputo, hubo 836 años desde el año 15 después de la entrada en la tierra hasta la deportación a Babilonia. Entre estos, los años sabáticos y de jubileo sólo fueron observados 400 años y durante los 436 años restantes no fueron respetados. Esto significa que durante 436 años hay 62 años sabáticos y 8 años de jubileo no guardados, los cuales suman 70 en total (62 + 8 = 70). De aquí entendemos que el cautiverio babilónico vino cuando el pueblo de Israel había dejado de guardar 70 años sabáticos, como está escrito:

“Durante todos los días de su desolación la tierra guardará el descanso que no guardó en vuestros shabats mientras habitabais en ella.”

(Levítico 26:35)

El cautiverio babilónico duró 70 años, como está escrito en el libro del profeta Jeremías:

“Pues así dice Yahvéh: «Cuando se le hayan cumplido a Babilonia setenta años, yo os visitaré y cumpliré mi buena palabra de haceros volver a este lugar.”

(Jeremías 29:10)

 

 

Para El Eterno estos años eran de suma importancia, pues en primer lugar, le permitían a los hebreos glorificar Su Nombre en Israel. De ese modo permitían que Él soltara provisión en abundancia, al ver que la nación cumplía con sus obligaciones de pacto y nación sacerdotal.
Los años de Shemitá y de Yovel aluden a la era mesiánica de igual manera que el Shabbat Semanal. El Shabbat semanal, con su reposo, dedicación al estudio de la Torah, alabanza a Yahvéh y sentido de paz es una sombra del milenio, la era mesiánica, el reino de los cielos. De igual manera, el año de Shemita presagia al reino mesiánico: Tal como en el año de Shemita, la tierra misma daba a comer a todos, en la era mesiánica, gran prosperidad de la tierra habrá para saciar el hambre de todos, tal como se dice:

“En aquel día, dice El Señor de los ejércitos, cada uno de vosotros convidará a su compañero, debajo de su vid y debajo de su higuera.”

(Zacarías 3:10)

 

El planeta Tierra volverá al estado óptimo y no se necesitarán grandes trabajos para hacerla producir; en un sentido “lo que nazca de sí”, nos alimentará a todos ¡Qué gran bendición ha preparado el Eterno en su Reino! ¡Cuán agradecidos y esperanzados debemos estar para alcanzar los días del Mesías y la renovación de la tierra!

 

Cuando un hijo primogénito del Monte Santo del Señor interioriza el sentido profundo de Shemitá y Yobel obtiene las herramientas para escapar de la monotonía de estímulos materialistas que sobrecargan nuestro día a día, en cada año de vida que peregrinamos. Una vez que contemplamos el significado de abandonar el dominio sobre la producción propia, entendemos que pidiendo a nuestro Creador por sustento, el significado de la sobrecarga sensorial que atestan nuestro día desaparece. Shemitá y Yobel y el mensaje de los patrones del Ciclo Séptuple (de siete) que penetran toda la mentalidad hebrea, nos proporcionan una oportunidad única de volver a la Fuente y desintoxicarnos del veneno reptiliano del sistema actual de cosas .

Los Ciclos del Eterno

«Enséñanos de tal modo a contar nuestros días,
Que traigamos al corazón sabiduría.»

(Salmo 90: 12)

Vivir en esta denominada posmodernidad es ser testigo y protagonista de lo que el profeta Daniel describió como tiempos en los que «…mucha gente andará de acá para allá, buscando aumentar sus conocimientos” (Dn. 12: 4). Todos somos blanco de la propuesta cotidiana de ser personas multifacéticas, sobrecargadas de responsabilidades salidas, la gran mayoría de ellas, de la presión de las redes sociales y los smarphones. De este modo las cosas se nos imponen desde el sistema reptiliano, cosificándonos, y así presionándonos a tomar la escala de valores materialistas que la élite que gobierna necesita que adoptemos.

Por ello, te pido que ahora te imagines una pausa…

Permite, por un momento, que tu imaginación encuentre en este instante una forma de dejar toda esta vorágine bien atrás. ¿Qué harías? Puede ser que te desesperes y hasta comiences a aburrirte. Seguramente descubras que has sido programado para creer que sin toda la sobrecarga sensorial de los medios de comunicación actuales estamos totalmente solos. Que sin un smarphone, un periódico, una radio o una laptop, la vida se transforma en una pesadilla. Pero considera esta otra alternativa. Quizás esta pausa te ayudaría a elegir enfocarte en las cosas que estimas importantes. Podría ser tu oportunidad para preguntarte en que crees, o en que estas realmente interesado. En vez de dejar que empresas comerciales o sociales, con agendas sutiles u obvias, manejen tus pensamientos. Tu mente lograría expandir la conciencia, y así te darías cuenta que el tiempo está en tus manos para administrarlo y sacar de él lo mejor para tu propósito.

Pues bien, quiero decirte que ese espacio reflexivo sí existe. Esa pausa existencial ya fue diseñada para ti por tu Creador. Se trata del Ciclo Séptuplo del Eterno. Una metodología celestial para contar nuestros días que permite que la Luz primordial fluya de nuestro corazón y repare nuestro entorno.

La vida y el universo se mueven en el tiempo a través de ciclos. Las Sagradas Escrituras, desde Génesis hasta Revelación (Apocalípsis) nos muestra esta verdad, esta ley, tanto en el mundo físico como en el espiritual.

El Eterno opera en ciclos de siete tiempos, acciones o eventos. El número siete representa la integridad y terminación. El número siete (que significa plenitud, cumplimiento y perfección) representa el Tiempo de Yahvéh. Este principio o ley lo extraemos del momento de la creación cuando nuestro Dios decidió bendecir y apartar para Sí (santificar) el séptimo día (tiempo, era o ciclo). Después de siete días, el mundo estaba completo. Hay 6 direcciones en nuestro mundo: norte, sur, este, oeste, arriba y abajo. Agregue el lugar donde usted está, y usted tiene un total de 7 puntos de referencia.

 

Los ciclos fundamentales en la Torah se fundamentan en el número siete. Ya sea que se cuenten los días semanales, los meses, los años o las series de los milenios, siempre notaremos que en las Sagradas Escrituras aparecen una y otra vez los ciclos de siete. Muchos de los movimientos proféticos de Israel y de los eventos significativos son patrones de siete. Por consiguiente, el siete está conectado con los avances y el favor espiritual de Israel.

La revelación de la Torah enseña que en una correcta mentalidad hebrea debe existir la conciencia de siete periodos o ciclo de tiempo. Cada una de las siete unidades de tiempo (ciclo) consta de dos fases principales: mundanalidad (jol) y santidad (kedushá). Seis días de trabajo mundano vienen seguidas de un día de descanso espiritual, de seis años de trabajar la tierra, a un año de suspensión y abstención de la materia, seis milenios dedicados a la lucha con el desarrollo y el mundo físico, a un séptimo milenio en el que la única ocupación de todo el mundo va a ser el conocimiento del Eterno.

 

Sin embargo, a pesar de su trascendente naturaleza, el séptimo día, el séptimo año y el séptimo milenio son partes constitutivas de los ciclos de la creación. La materialidad y la espiritualidad pueden diferir en gran medida, hasta el punto de la exclusividad mutua, pero ambos son parte de la naturaleza: los dos se rigen por el marco de las leyes que definen la realidad creada.

 

El hecho de que la Santidad exige el cese y la suspensión de todas las cosas mundanas, indica que, también, tiene sus límites. Esto significa que así como existe una naturaleza física que define y delimita el alcance de las cosas físicas y de las fuerzas, así también el reino de lo espiritual tiene su “naturaleza”, su propio conjunto de leyes que definen lo que es y lo que no es, en el que puede existir y donde no, y cómo y de qué manera puede hacerse sentir más allá de sus fronteras inviolables. Así, mientras que el concepto de la trascendencia parece la antítesis de la definición, la trascendencia es en sí una definición, por lo que se define (y por lo tanto limita) a sí mismo como más allá, y distinto de lo material.

El primer ciclo está compuesto por los siete días de creación  que culminan con el Shabat (día sabático, conocido también como el día del descanso). El «día séptimo» o Shabat representa la esfera del Tiempo de Dios, pues simboliza Su reposo mesiánico. Yahvéh desea que nosotros moremos, reposemos y permanezcamos desde esa esfera de Tiempo, para crear y señorear sobre toda la creación (Gén. 2:1-3; Éxo. 20:8-11; Lev. 23:2-3; Mr. 2:23-28; 3:1-5; Mt. 12:9-13; Col. 2:16-3:4; Heb. 4:1-13). Sabemos, por lo que la Torah nos revela, que el séptimo día es importante, porque en él el Eterno subraya y enfatiza el SER, el estar en Él y con Él. En seis días trabajamos, HACEMOS; pero en el séptimo día descansamos, reposamos, sencillamente SOMOS. El diseño de Dios para Sus hijos es que trabajemos desde el descanso; primero somos (descanso), luego hacemos (trabajo).

 

La Torah no le da ningún nombre específico a cada uno de los seis días de la semana. En la cosmovisión de Yahvéh no existen domingo, lunes ni martes; tampoco miércoles, jueves o viernes. Desde la Torah Él nos ordena “recordar el día del Shabat”. Esto significa que debemos recordarlo desde el primer día de la semana. De esta manera nos referimos a los días de la semana sólo en términos de su lugar relativo al Shabat, como “el primer día desde el Shabat”, “el segundo día desde el Shabat”… y así en más, hasta el “sexto día desde el Shabat” o “la víspera del Shabat”. Es el Shabat quien define y une a los otros seis días de la semana.

El segundo ciclo se manifiesta en el período en el que se lleva la cuenta de las siete semanas entre la festividad de Pesaj  y Shavuot (la entrega del Espíritu de la Torah). El mero acto de tomarnos el tiempo de “contar” cada día, por siete semanas, en voz alta y con bendición, nos hace extremadamente conscientes de la importancia de este ciclo específicamente. Shavuot, que conmemora el surgimiento del Pueblo de Israel como una nación casada con el Eterno, por virtud de recibir y aceptar la Torah también marca una terminación. Tal vez es por eso que la festividad es llamada Shavuot, «Semanas». Por ello, es propicio identificar a esta festividad como una terminación del proceso de creación de la nación de Israel.

El tercer ciclo es el de las  festividades de peregrinaje: Pesaj, Shavuot y Sukkot que suceden en un período de 7 meses de intervalo, con siete fiestas del Eterno en total.

El cuarto ciclo está discernido en la cuenta de los años, el año de Shmitá que es el Año Sabático. El séptimo año del ciclo de los siete años de trabajo de la tierra, llamado en hebreo el año de la Shemitá, es decir, el año de descanso de la tierra de Israel. Es por eso que cada siete años rigen en la tierra de Israel, algunas leyes especiales relacionadas con los cultivos, con el producto agrícola el mantenimiento y cuidado de jardines y campos agrícolas (Bamidvar – Números – 34:1-2). Al igual que Shabat, Shmitá es un medio para reconectar todo a su fuente. Mientras nos alejamos cada vez más del punto inicial de la creación, necesitamos de Shmitá para que nos regrese a él. Justamente cuando la creación parece un recuerdo borroso, sentimos que la humanidad maneja el mundo y que nuestra inteligencia nos ha traído la recompensa de lo que ella ha logrado. Shmitá trae un Shabat a la tierra y cambia todo. Shmitá nos da la oportunidad de disolver la distancia entre nosotros y la creación, y devolver la tierra a su fuente, es decir, a Dios. Debido a que Israel no guardó el shmita, Dios los envió a cautividad durante setenta años para permitir que la tierra descansara (Levítico 26:32-35).

El quinto ciclo, relacionado con el anterior, está comprometido con el conteo de Yobel o Año Jubilar.  Este ciclo consiste en añadir siete ciclos anuales siete veces (o 7 x 7 = 49 años) y decretar un jubileo (Yobel) en el décimo año del séptimo mes, cada cincuenta años (Levítico 25: 3-10).  En hebreo, la palabra para “jubileo” es yovel (significa el sonar de trompeta), ya que esto representa el año de libertad. Una liberación sucedía en ciclos de cada cincuenta años, comenzando en el Día de Expiación, al hacer sonar las trompetas de plata. Este sistema para contar eventos importantes cada año cuarenta y nueve o cincuenta fue tan importante que se compiló todo un libro conocido hoy como «El libro de los Jubileos«.

El sexto ciclo cuenta los miles de años que dividen la existencia del mundo en siete mil (7.000) años; seis mil (6.000) años pre-mesiánicos (en los cuales estamos viviendo) que continuarán con el Mesías inaugurando, junto a sus santos, el séptimo milenio, un ciclo que se apoda “el tiempo de un eterno Shabat”. En este ciclo séptuplo la totalidad de la historia humana transcurre en una semana de siete milenios, que consta de seis mil (6.000) años de trabajo humano en el mundo desarrollando la creación de Dios, y el séptimo milenio, que es “totalmente Shabat y descanso, para la vida eterna”. Llamándose a este último la era del Mashíaj o El Milenio. Este ciclo constituirá la culminación de seis milenios de historia humana caída y destacará el esfuerzo para hacer de este mundo una «morada para el Eterno» por medio de la enseñanza de la Torah.

Y por último el séptimo ciclo, basado en tiempo que se llama los cincuenta mil (50.000) jubileos. El término que denota el infinito nivel de consciencia que atendremos con la Segunda Venida del Mesías, cuando experimentaremos la resurrección de los difuntos y el mundo venidero será completamente revelado. El término 50.000 jubileos simboliza un estado eterno de revelación continua y avance espiritual.

Todos estos ciclos de siete ocupan un lugar importante en nuestras vidas, y en realidad todos forman una concentración de energía que guían nuestra consciencia hacia esa plenitud mesiánica que Abba anhela que alcancemos.

Mientras más meditemos en ellos, más nos conectaremos y podremos orientarnos con los ciclos divinos que el Eterno puso en marcha en el momento de la creación.

Siete es no sólo el número elemental de tiempo, sino también de todo lo creado y de la realidad creada como un todo. Esto es especialmente verdad en el ser humano, que fue creado “a imagen de Dios” para poder conformarse a Su semejanza. Por eso, el carácter humano se compone de siete unidades (el amor, la moderación, la armonía, la ambición, la devoción, conexión y receptividad), reflejando los siete atributos o virtudes que el Eterno asume como creador del universo, y que quiere manifestar en sus hijos por medio de Su primogénito, Yeshúa HaMashiaj.

Habiendo alcanzado el entendimiento de estos secretos divinos, te invito a meditar en los días, fiestas y ciclos del Eterno… ¡Te animo a planificar según sus días, fiestas y ciclos que Yahvéh ha dispuesto para sus hijos! ¡Atrévete a cerrar y abrir ciclos según la buena y perfecta voluntad del Señor!

¡Sé que el Eterno, como Abba kadosh, te entregará la misma unción que le dio a los hijos de Isacar!

 «De los hijos de Isacar, doscientos principales, entendidos en los tiempos, y que sabían lo que Israel debía hacer, cuyo dicho seguían todos sus hermanos.»

(1 Crónicas 12:32)

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La manera divina de enumerar los días
Sabemos que el Eterno Dios en la creación solo dio números a los días. El primer día, el segundo día, el tercer día… y así sucesivamente hasta el séptimo día (Gén. 1:5, 8, 13, 19, 23, 31; 2:1-3). 

Solamente el séptimo día recibió tres atributos divinos de parte del Creador: 

  • reposo,
  • bendición y
  • santificación (Gén. 2:1-3). 

Fue tan solo ese día especial que recibió más tarde un nombre distintivo. Llegó a llamarse sábado (shabbat en hebreo) que significa «día de reposo» o «día de descanso«. Éxodo 20:8-11.


El origen babilónico de nombrar los días de la semana y el origen de la adoración del sol.
Babilonia fue la civilización que comenzó la astronomía como ciencia sujeta a un sistema de creencias que daría base a todas las religiones: la astrología. 
Los babilónicos vieron 7 astros moverse por el cielo. El sol, la luna y 5 planetas (Marte, Mercurio, Júpiter, Venus y Saturno). Ellos les asignaron un orden de importancia, según su influencia sobre los hombres para adorarlos. Entonces asignaron a cada astro un día de la semana en ese mismo orden de importancia.
El sol era su divinidad mayor, por lo tanto el primer día de la semana llegó a ser el día del sol, lo cual se puede observar todavía hoy en decenas de idiomas contemporáneos como por ejemplo en inglés, alemán, quechua, guaraní, japonés, hindi, latín, chino, etc.. El segundo día de la semana llegó a ser el día de la luna (lunes). El tercer día de la semana fue consagrado a Marte (martes). El cuarto a Mercurio (miércoles). El quinto a Júpiter (jueves). El sexto a Venus (viernes). Y el séptimo a Saturno (día de Saturno) como también lo hicieron los romanos y otras culturas.
Adoración del sol en Babilonia. 
El detalle que hay que subrayar y destacar es el hecho que el día del dios sol fue puesto en oposición al día del Dios Creador, en el primer lugar de la semana. Es por eso que al ver el sol vemos tan solo 1 color, pues su día fue puesto en el primer lugar
Al ver el arco iris vemos 7 colores (pues el día de reposo del Creador está en 7º lugar, ya que la creación se completó en el 7º día). El dios sol escogió para sí y su culto contrario al verdadero, el día más opuesto posible. 

Aquí vemos nuevamente la esencia del anticristo de oponerse lo más posible al Creador.

Bitácora para consultar sobre este tema:
La palabra sábado tiene etimología hebrea y no mitología latina

El Origen del Calendario Actual y el Poder para Redimirlo

Por P.A. David Nesher

«Los que emplean mal su tiempo son los primeros en quejarse de su brevedad»

(Jean de la Bruyere)    

   

Medir el paso del tiempo lineal, más específicamente el paso de las estaciones y los grandes ciclos cósmicos, ha sido una constante, compleja e ingeniosa tarea a la que la humanidad se abocó, por orden misma del Creador e incluso hasta el día de hoy.  

Un calendario es el instrumento que le permite al ser humano unirse con el tiempo, es decir, sincronizarse con el cosmos y con las leyes que rigen su naturaleza.

¿Qué pasaría si no ocupáramos calendarios?

Simplemente nuestra mente tendría que estar en el aquí y ahora, siempre en tiempo de eterno presente. La propuesta divina, del diseño original, que al final de los siglos la humanidad redimida podrá vivir en la Presencia del Eterno.

¿Cómo apareció el Calendario Actual?

Los calendarios (del griego Kalendas: el primer día de cada mes para los romanos) tal como los conocemos alrededor del mundo, se basan en los ciclos de la Luna y el Sol. La convención común de los pueblos paganos ha sido que un mes lunar es el tiempo entre dos lunas llenas, y un mes solar, es el intervalo que separa dos pasos del Sol por el equinoccio de primavera.

Los historiadores relatan que en el Antiguo Egipto, aparecieron los primeros calendarios solares, que medían el tiempo guiados por el movimiento aparente del Sol. Esta innovación permitía fechar el momento exacto de la crecida del río Nilo, fundamental para una sociedad que vivía de la agricultura. Los astrónomos egipcios sabían que el año duraba 365 días, pero no consideraron esas pocas horas adicionales que no completan un día. El calendario egipcio cargaba por tanto con siglos de desfase, y la oposición religiosa frenaba cualquier atisbo de reforma.

Calendario primitivo de Rómulo.

Durante el reinado de Rómulo (el primer monarca de la recién fundada ciudad de Roma) quedó establecido un calendario lunar que estaba dividido en 10 meses y que contaba con un total de 304 días. Esto ocasionaba problemas, puesto que cada año las estaciones, las tareas agrícolas y las épocas dedicadas a distintas actividades comerciales caían en distinta fecha.

El desfase del calendario oficial respecto al calendario natural (es decir, el de las estaciones, etc.) era de cerca de 51 días.

Calendario de Numa Pompilio.

El sucesor de Rómulo, Numa Pompilio se conoce por ser quien puso orden a las bases de la religión romana, y eso incluye a los calendarios, pues eran esenciales para contar el tiempo y los días de los sacrificios, los cultos y las festividades religiosas. Los romanos eran muy supersticiosos, y creían que los números impares daban más suerte que los pares, así que Numa Pompilio restó un día a cada mes de 30 días, reduciendo el número de días del calendario a 298.

Sin embargo, pronto se dieron cuenta de que existía un ligero desajuste entre el calendario oficial y el año solar, por lo que decidieron modificar la duración del año. Februarius era un mes peculiar, puesto que constaba de dos partes, una que acababa el vigesimotercer día, denominado Terminalia, que era considerado el día que marcaba el final del año religioso. La segunda parte del mes duraba cinco días. Para ajustar el calendario al año solar, cada cuatro años los romanos añadían entre las dos partes de Februarius, después de la fiesta de Terminalia, un mes llamado Mensis Intercalaris, también conocido como Mercedonius.

Con todas estas impresiciones en su forma de medir el tiempo solar y así manipular las masas que iban conquistando, los romanos esperaban el «toque celestial» que les permitiera hacer los arreglos necesarios para sus fines imperialistas. Fue así como un científico pagano egipcio, Sosigenes de Alejandría, le sugirió,  al emperador Julio Cesar, su sistema reptiliano de medir el tiempo solar como un plan ideal para manipular las masas. Convencido Julio César de este bien materialista, ordenó que fuera puesto en efecto a través del Imperio Romano en el año 45 a. de J.C.

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Este calendario, conocido como juliano, tenía una duración de 365 días y un día adicional añadido cada tres años para compensar el desfase natural por la rotación no sincrónica de la tierra en torno al sol. Fue posteriormente César Augusto (Roma, 23 de septiembre del año 63 a. C. – Nola, 19 de agosto del año 14 d. C.) el que realizó una mejora en el calendario romano corrigiendo los cálculos, sumando este día adicional cada cuatro años y añadiéndolo como año bisiesto.     Mientras fue adoptado indicó su origen pagano por los nombres de los meses del año—nombrados por Janus, Maia, Juno, etc. Los meses tenían una gran importancia pues todas las actividades de la ciudad (la agricultura, las fiestas, la economía y la vida pública en general) giraba en torno a estas fechas concretas.    

El primer día de cada mes se consagraba a Jano. Éste era uno de los dioses de la mitología romana que se caracterizado por tener dos caras, una mirando hacia un lado y la otra girada 180º.    

Jano era el dios de las puertas, de las entradas y salidas, de los comienzos y los finales, por eso en su honor le fue consagrado el primer mes del año que del latín Ianuarius pasó como Janeiro y Janero para finalmente terminar siendo Enero. 

Es importante también subrayar la condición de “vigilante” (el que todo lo ve) que se concedía al dios en la antigüedad. Jano se erige como dios en el punto de parada obligada entre dos lugares. Es la línea divisoria entre el pasado y el futuro, principio y fin. Él está situado en la posición que la humanidad le ha concedido: el portal del tiempo donde el pasado y presente confluyen. Desde aquí Jano puede ver en ambo y tras un juicio acusatorio (es el acusador) negociar mediante ofrendas lascivas un destino con garantías beneficiosas.    

Interesante resultará considerar la opinión que un sacerdote ortodoxo del estado de Georgia (USA) expresa al enseñar sobre esta fiesta:  

“La celebración de Año Nuevo tiene sus orígenes en varias fiestas paganas de la antigua Roma. El 1 de enero era un día dedicado al dios pagano Jano, y el mes de enero [en latín, Januarius] debe su nombre a esa deidad. A Jano se le representaba con dos caras opuestas, lo que significaba que veía tanto el pasado como el presente. Se decía que quien recibiera el 1 de enero con diversión, risa y abundante comida y bebida gozaría todo el año de felicidad y bienestar. La misma superstición acompaña la celebración del Año Nuevo por parte de muchos de nuestros compatriotas […]. Durante ciertas fiestas paganas se ofrecían literalmente sacrificios humanos a un ídolo. Algunas eran famosas por las orgías, el adulterio y la fornicación. En otras ocasiones, por ejemplo durante la fiesta de Jano, se comía y se bebía en exceso, había borracheras y se practicaba toda clase de inmundicia. Si recordamos cómo hemos celebrado nosotros mismos el Año Nuevo en tiempos pasados, entonces tenemos que admitir que todos hemos participado en esta celebración pagana”.   (Periódico de la república de Georgia.)  

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 Fueron los romanos quienes interpretaron a este dios (la serpiente antigua) en su instancia de opuestos del ciclo solar y de esa manera lo representaron como dos rostros antropomorfos, opuestos y alineados meridionalmente de Norte a Sur.    

«Jano, con mayor frecuencia, porta dos llaves; son las de las dos puertas solsticiales, Ia nua Caeli (puerta del cielo) y Ianua Inferni (puerta del infierno), correspondientes respectivamente al solsticio de invierno y al de verano, es decir, a los dos puntos extremos del curso del sol en el ciclo anual; pues Jano, en cuanto «Señor de los tiempos» es el Iánitor [o «portero»] que abre y cierra ese ciclo» (René Guénon).

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 Los días no fueron nombrados sino numerados en un sistema complicado que involucraba Ides (los días 15 de los meses Marzo, Mayo, Julio y Octubre y los días 13 de los otros meses), Nones (la novena hora después de la salida del sol, o 3:00 p.m.) y Calends (primer día de todos los meses).

Basándose en el calendario solar egipcio, el emperador Julio César ordenó dividir el año en 365 días. También ordenó que definitivamente el año comenzara en enero, en lugar de en marzo.

Además, ordenó que cada cuatro años se le sumara un día a febrero para reajustar un desfase de 6 horas que había cada año. Al año en el que febrero tenía un día de más, se le llamó bisiesto.

La causa de que febrero tiene menos días que otros meses, se debe a la tradición de ajustar las incidencias que se produjeran en el calendario con febrero, porque había sido el último mes del año. La última vez que sucedió un ajuste en el mes de febrero, fue para que el mes dedicado al emperador Augusto (agosto) tuviera la misma importancia que el mes dedicado a Julio César (mes de julio). Así, para sumarle un día a agosto y que tuviera 31 días, como julio, se le quitó un día a febrero. Entonces, febrero, que tenía 29 días, quedó definitivamente con 28 días. Esta es la explicación por la que el mes de febrero sólo tiene 28 días; y por la que hay dos meses seguidos con 31 días: julio y agosto.  

No fue hasta el 321 de E.C. que los nombres de la semana de siete días fueron añadidos, cuando el Emperador Constantino (supuestamente) adoptó la fe de Cristo, y fundó el Cristianismo. De manera extraña para sus días el escogió nombres paganos que son usados todavía.  

Ahora bien, aunque el calendario juliano era bastante preciso cada 130 años se perdía un día por eso el 4 de octubre de 1582 el Papa Gregorio XIII llevó a cabo otra reforma dando lugar a lo que hoy conocemos como el Calendario Gregoriano. Este nuevo calendario solucionó el problema que planteaba el hecho de que el año juliano tuviera 11 minutos y 14 segundos más que el año solar.

Gregorio XIII, asesorado por el astrónomo jesuita Christopher Clavius promulgó el 24 de febrero de 1582 la bula Inter Gravissimas en la que establecía que al jueves 4 de octubre de 1582 le seguiría el viernes 15 de octubre de 1582. Con la eliminación de estos diez días desaparecía el desfase con respecto al año solar y así se propuso que aquellos años bisiestos que son múltiplos de 100 sólo sumasen un día si también son múltiplos de 400 para evitar que hubiese demasiados años bisiestos.  

Para inaugurar esta nueva etapa babilónica de manipulación y opresión de masas, el Año Nuevo comenzó a festejarse el 1 de enero a fin de que quedara bien diferenciado del juliano que iniciaba el nuevo año en coincidencia con la primera luna nueva (1 de marzo o 1 de abril).  

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Para entenderlo bien, en esta encíclica se fijaba que habría un año bisiesto cuando el año en cuestión fuera múltiplo de 4, con excepción de los años múltiplos de 100 (exceptuando a su vez los múltiplos de 400, que sí serían bisiestos). En total, el calendario gregoriano fijaba 97 años bisiestos cada 400 años, en lugar de los 100 que marcaba el calendario juliano.

Esta reforma gregoriana no llegó a todas partes por igual ya que por aquel entonces la fe dividía Europa. Si bien los católicos implantaron el nuevo anuario en 1582, los protestantes continuaron con el calendario juliano hasta el siglo XVIII y los ortodoxos no aceptaron la nueva fórmula hasta el siglo XX.

El calendario gregoriano, considerado como oficial a nivel global, no logra tampoco una concordancia perfecta entre año civil y año astronómico, ya que la velocidad de rotación y de traslación de la Tierra se va ralentizando y obliga a revisar las fechas una vez cada 3.000 años.

Redimiendo el tiempo se consigue libertad.

Teniendo en cuenta este proceso histórico que nos legó el calendario actual, debemos tomar una actitud correcta frente a cada año solar que comienza el primer día de enero. Entendiendo que un calendario solar persigue desde sus principios encarcelar las voluntades y los esfuerzos humanos, nosotros, los redimidos deberemos discernir este ante-diseño a fin de someterlo al poder transformador del Eterno Dios, nuestro Abba.

Por lo tanto, será muy importante captar que la exhortación apostólica que hace el apóstol Pablo cuando le dice a los santos de Éfeso, «redimiendo el tiempo, porque los días son malos…» , se obedecía en el sentido más verdadero y práctico de dicha exhortación: ser entendido en los tiempos. La expresión «los días son malos» se refiere, no tanto a la maldad humana manifestada en esas épocas, sino a la forma de conteo de los días que usaba la élite del sistema de cosas imperante.

El mismo sentido tenían las comunidades de fe residentes en Colosas, ya que el apóstol Pablo les recuerda cómo deben andar delante de los incrédulos en el tema de celebrar y guardar el calendario solar. Leemos lo siguiente:

«Andad sabiamente para con los de afuera, redimiendo el tiempo. Sea vuestra palabra siempre con gracia, sazonada con sal, para que sepáis cómo debéis responder a cada uno».(Colosenses 4:5-6)

El punto importante en que las comunidades mesiánicas primigenias pensaban ante la expresión redimir el tiempo, era la idea de aprovechar bien y ganarle a la forma solar de contar bien los días en el Imperio Romano. El verbo redimir en la mentalidad hebrea significa  rescatar pagando un alto precio. Redimir el tiempo implicaba en los primeros discípulos la idea de esforzarse en no sujetarse a las costumbres y tradiciones solares que los incrédulos usaban para el conteo de los días. Aprovechar o redimir el tiempo era su responsabilidad cotidiana en el testimonio que debían presentar ante aquellos que aún estaban adormecidos en la esclavitud temporal que imponía el sistema.

Ellos tenían en sus oraciones el paradigma que dejó Moisés a Israel cuando él estaba en el final de su vida: «Enséñanos de tal modo a contar nuestros días, que traigamos al corazón sabiduría» (Sal. 90:12). Este lineamiento los desafía a confrontar el calendario solar con las festividades de rosh jodesh (cabeza de mes) en cada luna nueva. Ellos sabían que por medio de dicho mandamiento Yahvéh había permitido al pueblo de Israel romper toda cautividad mental adquirida por someterse al calendario solar egipcio, que como vimos luego tomará Roma, primeramente con Julio César y luego con el papa católico Gregorio.

Tanto la Iglesia de Éfeso, como en la de Colosas y en todas y cada una de las comunidades de los primeros siglos, comprendían el secreto de controlar los años solares siguiendo los ciclos temporales marcados por el Eterno Dios y no por el sistema de cosas inspirado por el adversario (HaSatán). Los miembros de aquellas comunidades gozaban del privilegio que da el Mesías por medio de la Torah: ser verdaderamente libre de todo tipo de opresión.

Transitar el calendario lunar del Eterno, permite a los escogidos ser entendidos en los tiempos. Esta posición otorga la bendición de transicionar cada año nuevo solar realizando un encuentro familiar de declaración profética en la última noche de diciembre. Esto permite confrontar a los principados y las potestades de tinieblas que se liberan en cada fiesta pagana de Año Nuevo, logrando, por medio de la fe, declarar a esos 365 días solares esclavos del propósito eterno de Dios.

Redimir el tiempo consiste en aprovechar cada oportunidad favorable para ministrar vida. Esto significa ser sabio en nuestro andar, no contando los días como Babilonia la Grande lo impone, sino haciéndolo en el modo del Eterno Dios.

En esta era maligna, cada día es un día malo, lleno de cosas perniciosas que destruyen, corrompen y desperdician nuestro tiempo. Por lo tanto, tenemos que andar sabiamente con el fin de redimir el tiempo, aprovechando cada oportunidad disponible.


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