Estamos ante dos pasajes bíblicos que, desde la cosmovisión cristiana, son muy complicados de comprender, por lo que la mayoría de los teólogos y hermenéutas (intérpretes) del cristianismo aseguran que es un texto oscuro. Otros, más rápidos para despegarse de la responsabilidad de investigar, salen al paso, asegurando que estamos simplemente ante unas normas higiénicas que el Eterno dio a Israel para procesar una dolencia física en la piel que en aquellos días no sabían tratar médicamente. Ya lo he enseñado en otras bitácoras: la “lepra bíblica” (hebreo tzaráat) no es la misma enfermedad de la lepra de hoy, pero sí comparten algunas afinidades. Es más, según la Torah de Dios, contraer aquella lepra hacía a una persona inmunda. Dicha inmundicia le impedía participar en los rituales del Mishkán (Tabernáculo), y después, el Templo. Así mismo, la persona afectada por tzaraat no podía comer de los sacrificios , y estaba obligado a vivir fuera de la comunidad hasta que dichas manchas desaparecieran y un sacerdote declarara su restauración e reintegración al campamento. Ahora, y continuando con lo planteado más arriba, de todos los títulos y nombres aplicados al Mesías, uno de los más extraños es el título del Talmud: “El Mesías Leproso”. Dicho título se deriva del oráculo del profeta Isaías que dice: “Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores; y nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido” ( Isaías 53:4)
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La parashá (porción) que estudiaremos esta semana se llama Metzorá, que significa: el Leproso. La misma trata de las leyes que deben aplicarse a una persona enferma y afectada por manchas en su piel, la que debe ser apartada de todos los asentamientos del campamento.
Ahora bien, tremenda sorpresa me llevé al leer una porción del Talmud en la que se pregunta por el nombre de Mashíaj (el redentor del pueblo divino), pues allí se contesta de inmediato que su nombre es ¡“Metzorá”!
«Rabí Yehoshua ben Leví encontró a Elías de pie junto a la tumba de Rabi Shimon bar Yojai – le preguntó a Elías: “¿Cuándo vendrá el Mesías ? ” -“Ve y pregúntale “, respondió Elías. “¿Dónde está sentado?” Preguntó el rabino Yehoshua, respondiendole Elías: ” En la entrada a la ciudad de Roma.” – “¿Cómo voy a reconocerlo? ” Preguntó el rabino Yehoshua. Elías respondió: “Él está sentado entre los pobres leprosos , todos aquellos que se vendan sus heridas …”
(Sanhedrin 98b)
Ya lo he enseñado en otras bitácoras: la «lepra bíblica» (hebreo tzaráat) no es la misma enfermedad de la lepra de hoy, pero sí comparten algunas afinidades. Es más, según la Torah de Dios, contraer aquella lepra hacía a una persona inmunda. Dicha inmundicia le impedía participar en los rituales del Mishkán (Tabernáculo), y después, el Templo. Así mismo, la persona afectada por tzaráat no podía comer de los sacrificios , y estaba obligado a vivir fuera de la comunidad hasta que dichas manchas desaparecieran y un sacerdote declarara su restauración e reintegración al campamento.
Ahora, y continuando con lo planteado más arriba, de todos los títulos y nombres aplicados al Mesías, uno de los más extraños es el título del Talmud: “El Mesías Leproso”. Dicho título se deriva del oráculo del profeta Isaías que dice:
“Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores; y nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido” ( Isaías 53:4)
Al realizar la lectura de la profecía de Isaías 53, un buen números de sabios del idioma hebreo entendieron que el tal «Siervo Sufriente» descrito aquí, presenta las características de carácter para ser el Mesías. Así mismo, dichos sabios interpretaron que la frase “…ciertamente llevó él nuestras enfermedades…” está siendo usada por el profeta para referirse a la lepra.
Esto último, se los explicará así: los sabios del Talmud, al citar Isaías 53:4 y llamar al «Siervo Sufriente» como «El Leproso«, aseguran que el profeta Isaías usa la misma palabra para describir la aflicción del siervo sufriente. Ellos enseñan que existe una asociación de palabras entre el leproso y el siervo sufriente que implica al verbo hebreo negá(נגע) que significa “herir”, y que en la Torah se utiliza este verbo para referirse a la condición de la lepra (tzaráat) con la forma sustantiva de la misma palabra que significa plaga, y aflicción.
Para comprender bien lo dicho en el párrafo anterior, es interesante notar que la palabra «herido«, o mejor traducido, “plagado” se traduce del hebreo “nagúa“, que también puede traducirse como “llagado“. Y tiene como raíz hebrea la palabra “nagá“, que también es raíz de la palabra “negá“, la que se traduce como “llaga” o “plaga“. Y en el pasaje de leemos:
«Cuando un hombre tenga en la piel de su carne hinchazón, o erupción, o mancha blanca, y se convierta en llaga de lepra en la piel de su carne, será llevado al sacerdote Aarón, o a uno de sus hijos los sacerdotes.» – (Levítico 13:2 – BTX)
La traducción de “llaga de lepra” se hace del hebreo “negá tzaráat“, y era la señal de una persona que será considerada por el sacerdote como “leprosa” o “metzorá“; la cual debía ser puesta a vivir en cuarentena fuera del campamento de Israel para su sanamiento.
Ahora bien, si el Mashíaj soporta enfermedades y sufrimientos: ¿cómo sabemos que se trata de tzaráat?
La respuesta a esto reside en el significado profundo de las manchas de tzaráat. Ya hemos aprendido que la tzaráat de la Torah no es una enfermedad natural, sino un castigo específico del cielo (por hablar Lashon HaRá – la mala lengua). Es decir que la mancha de tzaráat es la revelación del poder del juicio celestial, que encuentra expresión en el mundo terrenal en forma de mancha.
Es por eso que la mancha en sí misma no indicaba impureza, sino que debía ser mostrada al kohen y sólo cuando éste la identificaba como una mancha de tzaráat, recaía la impureza sobre la persona manchada. Cuando el kohen establecía que se trataba de una mancha pura, no se trataba de una negación de impureza, sino de una revelación de la severidad celestial de santidad, un nivel espiritual muy elevado. El significado de que la mancha puede ser impura es que, en su descenso desde los niveles espirituales más elevados, algo negativo puede desencadenarse de la severidad celestial, hasta llegar a una mancha de tzaráat.
Con todo lo explicado en el párrafo anterior, debemos aceptar que el significado de la severidad celestial, en su fuente, no es impartir castigo o evitar dar flujo de energía a las creaciones. Al contrario, como su nombre lo indica Guevuráh, no significa solamente “severidad” o «rigor», sino también “poder” e “intensidad”. Es decir que la Guevuráh es esencialmentela poderosa intensidad con la que el Eterno envía su energía al mundo. El problema está en el hecho de que cuando el receptor de energía con tamaña fuerza no está listo para recibirla, la Guevuráh se expresa en juicios y dificultades para el tal.
Este es exactamente el significado de la mancha de tzaráat. En su sentido espiritual, se trata de la intensidad de la santidad de YHVH. De aquí se desencadenan los “juicios duros” en los mundos espirituales que posteriormente se manifestarán en el plano físico. En este caso, con la aparición de las manchas impuras.
Esta es la razón por la que Mashíaj es llamado metzorá. En Él, el Eterno quiere expresar el elevado nivel de santidad que anhela revelar a través la humanidad. Una santidad de una intensidad poderosísima, que supera toda medida y límite. Esta santidad se revelará a través de nuestro Justo Mashíaj, quien soportó en su cuerpo los juicios que los seres humanos deberían haber recibido a fin de que todo aquel que en Él crea tenga vida eterna (Juan 3:16).
Este nivel de santidad será el que se irradiará durante el Milenio, desde el Tercer Templo, porque en dichos tiempos de la Redención ya no existirá impedimentos humanos para obstaculizarla. La santidad se revelará en el mundo terrenal tal y cual es en su fuente espiritual.
Esto se logrará a través de nuestra confianza puesta en que “nuestras enfermedades» él (Mashíaj) cargó. Con esto él refina al último de los israelitas en la época actual de los “Talones de Mashíaj”, hasta que todos se vuelven recipientes adecuados para las “luces Divinas” de la Redención verdadera y completa, rápido en nuestros días.
Sobre la base de todas estas asociaciones, los sabios se refieren al Mesías hijo sufriente de José como “El Leproso” (Metzorá). El Mesías Ben Yosef (hijo de José) lleva el sufrimiento del exilio y el castigo del pueblo de Israel (especialmente las 10 tribus perdidas) como un leproso lleva su aflicción.
Los sabios entendieron que el versículo significaba que el Mesías tomó la lepra de la nación, no literalmente, sino figurativamente. El título “El Mesías Leproso” suena como una depreciación, y contradice la propia descripción que las Sagradas Escrituras (la Biblia) hacen del Mesías:
“He aquí, mi siervo prosperará, será enaltecido, levantado y en gran manera exaltado” (Isaías 52:13 LBLA).
Todas las Sagradas Escrituras, en sus pasajes mesiánicos, indican que el Mesías será el más sabio de todos los hombres, exaltado por encima de Abraham, Isaac, Jacob, Moisés, e incluso los ángeles. Su estatura excederá la de todos los grandes hombres y reyes de la tierra.
Por lo tanto, la enseñanza jasídica concluye que el Talmud sugiere un significado más profundo cuando se refiere al Mesías como “El Leproso”. Esto indica que el redentor sufre las agonías y aflicciones del exilio de Israel. Él impacientemente espera la redención final cuando Él pueda purificar a la nación, pero hasta entonces, Él personalmente sufre el dolor de la aflicción leprosa-como de Israel, la agonía del exilio en curso.
Mientras el exilio persista, el Mesías se llama El Leproso. Él mismo es esencialmente puro y perfecto. Su aflicción sólo refleja la condición del exilio. El “día de su purificación” se refiere al momento de la redención, cuando el Mesías será revelado y Su verdadera persona y justicia se manifestarán a todos.
Esta es una de las razones de que el ministerio de nuestro Maestro Yeshúa se centró en la curación de leprosos. Es más, al leer el evangelio de Mateo, en el cap. 10 vers. 8, Él dice a sus discípulos que la curación de los enfermos y de limpieza leprosos son signos más certeros del Evangelio del Reino de los Cielos. Cuando Yeshúa sanó leprosos, les dio instrucciones de que presentarán los sacrificios prescritos en la Torah para su ritual de purificación.
Así mismo, Mateo escribe el siguiente relato:
«Cuando bajó del monte, le siguió mucha gente. Y vino un leproso y se postró ante él diciendo:
“Maestro, si quieres, puedes limpiarme”.
Jesús extendió la mano y lo tocó diciendo:
“Quiero. Queda limpio”.
Y al instante quedó limpio de la lepra. Entonces Jesús le dijo:
“Mira, no se lo digas a nadie; pero ve, muéstrate al sacerdote y presenta la ofrenda que mandó Moisés, para testimonio a ellos”. –
(Mat.8:1-4 – VIN)
Aquí está la señal para los sacerdotes de que él era el Mesías, mandándole al sanado que cumpliera con los requerimientos de la Torah, ya que estaba el Templo en pie y oficiaban los sacerdotes; y por esto muchos creyeron en él. Aquí está la prueba de lo que dijeron los rabinos en el Talmud, sobre que el Mesías sería llamado “el Estudioso Leproso“. Y “estudioso” es porque nadie tuvo, como humano, mayor conocimiento que Él, pues nadie tuvo una relación tan cercana con Yahvéh que Yeshúa.
Ahora bien, agregaré un comentario más. Por un lado, vemos que la tzaráat era una enfermedad real, una aflicción temible equivalente a una especie de caminar muerto. Por otro lado, la tzaráat puede ser entendida como un arquetipo para todas las enfermedades humana, tanto del cuerpo, como así también del alma. Con esto último, se entiende que es el símbolo de la corrupción de nuestra carne humana.
Por ello, los invito a poner su atención en el hecho que el Evangelio dice que el leproso es limpiado, más que sanado de la tzaráat. ¿Limpio de qué? De sus pecados. Esto significa que sus pecados son perdonados para que continúe el proceso de purificación creyendo en él, e imitándole.
En todos los casos anteriores, Yeshúa ofrece la respuesta. Él es el Siervo Sufriente del pasaje de Isaías. A través de su ministerio, Él cumplió este pasaje exactamente como el Talmud interpreta. Tomó la impureza de la condición humana, haciéndose Metzorá, con el fin de sanar a todos los hombres. Así está escrito en Isaías:
“Mas El fue herido por nuestras transgresiones, molido por nuestras iniquidades. El castigo, por nuestra paz, cayó sobre El, y por sus heridas hemos sido sanados”
(Isaías 53:5).
Seguramente te interesa sumergirte en el trabajo pedagógico-práctico de esta enseñanza, por ello te invito a la. siguiente lección virtual:
«…vendrá aquel de quien fuere la casa y dará aviso al sacerdote, diciendo: Algo como plaga ha aparecido en mi casa.
Entonces el sacerdote mandará desocupar la casa antes que entre a mirar la plaga, para que no sea contaminado todo lo que estuviere en la casa; y después el sacerdote entrará a examinarla.»
(Levítico 14:35-36)
Ayer un discípulo de Yeshúa me consultó lo siguiente: «¿Es posible que cada uno de nosotros hablemos mal de nosotros mismos? Esto lo digo por cada ocasión en que nos decimos: “no puedo” , “no tengo”, etc., no valorando como Abba nos ve. ¿Estamos entonces practicando lashon hará (mal hablar) contra nosotros, y también nos alcance esta impureza?»
Para responder a esto, diré que el texto que encabeza nuestra meditación recalca el idioma cauto y prudente con el cual debía expresarse el dueño de la casa presuntamente afectada. Aquí vemos que la tendencia de la Toráh es evitar el daño, incluso el material que pudiera ser causado al dueño de la casa, a causa de la declaración de tzaraat que este haga. En verdad, lo que la Torah quiere evitar aquí es la pérdida de utensilios de «arcilla» cuya impureza es irreparable; quiere decir que, si la Torah cuida aun este daño material insignificante, con mucha mayor razón habrá de cuidarse cuando se trata de daños materiales grandes, y especialmente los que se hagan a vidas humanas.
La enseñanza que deriva de este hecho es que el ser humano tiene que cuidarse mucho en la forma de expresar lo que está ocurriendo en su intimidad personal y familiar antes de «impurificar las cosas». A veces se causan grandes y graves daños por declaraciones o afirmaciones apresuradas.
Preguntan los sabios intérpretes de la Torah: ¿Por qué debe decir la persona: “Ha aparecido algo parecido a una afección”, y no “ha aparecido una afección”?
Ellos mismos responden: Es sabido que la Torah revela que no sólo no se puede hablar mal de los demás, sino que tampoco se puede hablar mal de uno mismo.
Si la persona dice “Estoy afectada”, de manera contundente, sin ver sus puntos de luz, le será muy difícil hacer teshuvá y lograr una verdadera reparación (tikún).
Pero si dice: “Ha aparecido algo parecido a una afección”, no está siendo tan drástica consigo misma, y se somete al análisis objetivo del kohen (sacerdote), su líder espiritual.
Una de las bases de la teshuvá es saber que, a pesar de todas las “manchas”, existen en el interior de todo ser humano puntos de luz, capaces de iluminar todos los puntos oscuros que le han producido caos en su vida y entorno.
El texto sugiere que la persona no debía decir al kohen (el sabio que lo instruye y lidera) toda la oscuridad que considera que tiene, ya que de esta manera se puede estar sentenciando a sí misma, desde su autoagresión y/o su autocompasión. Más bien, debe dar a insinuar sus errores, y será el sabio quien, por medio de preguntas, encontrará el camino para que la persona encuentre los puntos de luz de su interior y así pueda hacer teshuvá de la manera correcta.
Espero que esta respuesta ayuda a cada uno de ustedes a tener el concepto correcto de sí que demanda nuestro amado Señor:
«Digo, pues, por la gracia que me es dada, a cada cual que está entre vosotros, que no tenga más alto concepto de sí que el que debe tener, sino que piense de sí con cordura, conforme a la medida de fe que Dios repartió a cada uno.»
En la parashá anterior (Tazría), la Torah nos había relatado minuciosamente las distintas afecciones y erupciones cutáneas, y el consiguiente aislamiento de la persona afectada.
Insistiré aquí en un importante detalle, el kohén (sacerdote) en modo alguno era médico, ni usaba prácticas médicas en su diario ministrar. Él sólo se limitaba a declarar impuro al afectado y hacerlo recluir, o declararlo puro y devolverlo a su sociedad y a su familia.
Ahora, la parashá que iniciamos hoy (Metzorá), se enfoca en mostrar por qué el pecado de Lashón HaRá (lengua perversa) era la causal única y principal de adquirir “lepra” (Tzaarat).
En primer lugar, les mencionará que algunos exégetas (intérpretes), basándose en el sentido literal de las palabras » en el día de su purificación» (léase: cuando el afectado ha sanado), insiste en que nadie cura al enfermo (en este caso el leproso) sino su propia decisión de curarse. Esto se lograba ya que, en su período de reclusión, el enfermo debía pensar, meditar y decidir un cambio de rumbo en sus actitudes esenciales hacia la vida, y por consiguiente, modificaba su comportamiento. Si eso ocurría, el metzorá (“leproso”) sanaba.
Por eso la Torah habla del «hish hamítaher«, que se debería traducir “el hombre que se está autopurificando”, y que está decidiendo ser otra vez el ser humano que tiene lugar en la sociedad.
Cuando leemos nuestro capítulo en lectura simple, tenemos la sensación de encontramos frente a un texto casi intrascendente, que está usando un lenguaje que nos parece poco elocuente para nuestra generación. Es por eso por lo que se debe entender la Torah, no solamente en su sentido literal, sino también en sus parábolas y alegorías. Este capítulo necesariamente debe ser entendido captando el lenguaje simbólico usado por el mismo. Es decir, que habrá de usar el sistema exegético llamado » Parshanút HaRémez», es decir, la interpretación alegórica. De este modo, veremos que los elementos intervinientes en la purificación del leproso que permitían su reincorporación a la sociedad están llenos de códigos celestiales que permiten conocer el obra de la Gracia divina a favor del ser humano. Dichos elementos o herramientas cósmicas son los siguientes:
✔ madera de cedro,
✔ hisopo,
✔ dos pájaros puros, vivos,
✔ púrpura escarlata y
✔ aguas surgentes.
Esta ceremonia de purificación se realizaba de la siguiente manera: un ave era sacrificada en un recipiente de barro sobre agua que fluye. Su sangre era aplicada sobre el ave viva, a algo de madera de cedro, a algo de tela escarlata, y a algo de hisopo. Luego, usando estas cosas, la sangre era rociada en aquel que había sido limpiado de la lepra. Finalmente, el ave viva se dejaba en libertad.
Ahora veamos las analogías de estos instrumentos cósmicos, a fin de entender la codificación de Luz Infinita escondida en esta terapia celestial:
El cedro, cuando es usado simbólicamente representa la fuerza metal y corporal del hombre, y por lo tanto, la soberbia que desde ellos se desarrolla. Es innecesario citar los múltiples textos que hablan de los cedros del Líbano en este sentido.
Mientras que el «ezob» («אזב «) que aquí se traduce como «hisopo«, pero que quiere decir también «musgo que crece entre las piedras y en las paredes», representa, en el mundo de los símbolos, el punto más bajo en la escala social; o sea, a la persona carente de fuerza material, y por supuesto no afectada por el orgullo ni la soberbia. Es la humildad que puede alcanzar el alma contrita.
Por lo tanto, el «metzorah» (“leproso”) que había sido afectado en la misma piel de su cuerpo por incurrir en calumnia, soberbia, maledicencia…, para curarse debía quebrar su rigidez en pedazos, y pensar en «la modestia del hisopo o del musgo que crece en las paredes«. Entonces, el metzorah se obligaba a pensar que él, en esta vida, es sólo un trocito de madera de cedro, y no el cedro mismo. Influenciado por estas ideas, el rey David, cuando invoca a Yahvéh por su purificación, dice: «Rocíame con hisopo y quedaré purificado» (Salmos 51:9).
La púrpura escarlata simboliza, por su color, la perfidia (o deslealtad) y la mala conducta, mientras que las aguas surgentes (aguas vivas) representan la vida continua, natural y las nuevas ideas vivificantes que deben surgir de nuestra mente para curar «nuestra piel» de nuestras afecciones «cutáneas». Pero para que ello ocurra, es decir, para que encontremos esas fuentes benefactoras de aguas surgentes, habrá que «soltar el pájaro vivo para que vuele en el campo abierto». En pocas palabras tenemos que deshacemos definitivamente de nuestros hábitos corruptos, producto de nuestra mente y «nuestra lengua».
Por eso, los dos pájaros representan, la palabra irresponsable e irrestricta. Esto es porque los pájaros trinan constantemente, y este hombre fue afectado por la lepra por hablar constante e indiscriminadamente de su sociedad. Por eso, según este autor, los dos pájaros representan los lados positivos y negativos de la palabra. Por eso uno de los dos pájaros tendrá que ser inmolado, queriendo significar que habrá que desarraigar de nosotros la palabra calumniadora y destructiva.
Esta terapia penitencial demandaba grandes esfuerzos. Es que al mismo tiempo que causaba dolor por el hecho de admitir que se había dañado con la lengua, también se debía aceptar que se había incurrido en «derramamiento de sangre» (hebreo: Shefijút Damím), que en el lenguaje hebreo quiere decir también denigrar a nuestro prójimo en público y causar vergüenza u oprobio por medio del Lashón HaRá (Mal Hablar).
Esta última idea estaba representada por la sangre de uno de los pájaros que el kohen había inmolado y con el cual rociaba al pájaro vivo.
Todo lo ocurrido en este rito de purificación ritual es una tipología de la muerte de Yeshúa y su aplicación espiritual sobre nuestras vidas. Un ser “celestial” (así como un ave es “de los cielos”) muere en un recipiente de barro, mientras que permanece limpio (debido al agua que fluye). La muerte del ave está asociada con sangre y agua: la sangre está conectada con la vida (aplicada al ave viva), y luego aplicada a aquel que fue hecho limpio.
Por otro lado, el cedro es extremadamente resistente a la enfermedad y a pudrirse, y estas cualidades pueden ser la razón por la que se incluye aquí – así como una referencia simbólica a la madera de la cruz. Distintos historiadores aseguran que la cruz donde fue crucificado Yeshúa estaba hecha de cedro de acuerdo con la usanza romana.
La conexión con el hisopo es también importante. A Jesús se le ofreció beber de una rama de hisopo en la cruz (Mateo 27:48).
Después de la ceremonia de sacrificio con las aves, el leproso purificado debía de lavar sus prendas y tenía que rasurarse todo el pelo, a fin de quedar como un bebé recién nacido. Así estaba listo para comenzar de nuevo, como si fueran un bebé recién nacido. Así, por medio de este ritual, los hebreos aprendieron el concepto de ser “nacido de nuevo” para poder participar del Reino de Dios.
¡Bendito es el Nombre de Abba nuestro por las maravillas reveladas en Su Instrucción! Elevo mis plegarias para que cada uno de ustedes esté disfrutando de estas ascensiones en la emunah (fe) que hemos recibido al nacer de nuevo en Yeshúa, nuestro Dueño.
«Entonces el sacerdote tomará de la sangre de la ofrenda por la culpa, y la pondrá el sacerdote sobre el lóbulo de la oreja derecha del que ha de ser purificado, sobre el pulgar de su mano derecha y sobre el pulgar de su pie derecho… y lo que quede del aceite que está en la mano del sacerdote, lo pondrá sobre la cabeza del que ha de ser purificado. Así el sacerdote hará expiación por él delante del SEÑOR.»
(Vayikrá/Levítico 14:14, 18)
La sección de hoy comienza a describir el proceso a través del cual el metzorá (mal traducido leproso) recuperado es purificado por el Cohen (sacerdote) con un procedimiento especial que incluye dos palomas, agua de un manantial, una vasija de barro, un pedazo de madera de cedro, una cinta de color púrpura y un ramo de mirto.
Al leer los detalles de esta ceremonia de purificación discernimos que en ella se esconde una codificación celestial primordial para la perfecta comunicación con el Eterno.
Después de que el sacerdote ve que el leproso (metzorá) ha sanado físicamente, ahora debe ser sanado espiritualmente. Por y para ello, se realizaba este ritual, en el que un ave era muerta en un recipiente de barro sobre agua que fluye, y su sangre era aplicada sobre el ave viva, a algo de madera de cedro, a algo de tela escarlata, y a algo de hisopo. Luego, usando estas cosas, la sangre era rociada en aquel que había sido limpiado de la lepra. Finalmente, el ave viva se dejaba en libertad.
¿Cuál es el secreto y la alusión de estos cuatro elementos, ingredientes en el proceso de la purificación espiritual?
Bueno, las aves se toman porque, recordemos que, una de las razones más importantes del volverse enfermo en tzaraat (lepra), es que se ha hablado lashón hará (lengua perversa), es decir que se han dicho cosas malas sobre otra personas, especialmente otros hermanos de la congregación (puntualmente líderes). Y como las aves siempre están trinando y volando de un lado a otro, representan perfectamente a aquel que le gusta andar hablando y llevando de aquí para allá, es así que esto representa el mal hablar (lashón hará) de una persona impura. Entonces, las aves tienen que tomarse para poder expiar las malas lenguas que ocasionan tanto mal en el mundo.
¿Qué pasa con el segundo ingrediente, el trozo de madera de cedro? Pues bien, los cedros son los árboles más altos y poderosos. por lo que representan la arrogancia del alma; y por la arrogancia se debe expiar. La arrogancia, en las Sagradas Escrituras, también es llamada gasut ruaj (espíritu burdo), y este también es un gran motivo para la enfermedad, incluso tal vez mayor que hablar mal, pues el hablar mal viene de una arrogancia interior del alma. De esta manera, eso simboliza la altanería, la altivez de espíritu, que en consecuencia vive usando mal su lengua.
Pero, a decir verdad, y profundizando en el texto, todo este ritual es una imagen de la muerte de Yeshúa y su aplicación espiritual a favor de nuestras vidas.
Veamos con atención el significado simbólico de esto: un ser “celestial” (así como un ave es “de los cielos”) muere en un recipiente de barro (cuerpo humano), mientras que permanece limpio (debido al agua que fluye). La muerte del ave está asociado con sangre y agua: la sangre está conectada con la vida (aplicada al ave viva), y luego aplicada a aquel que fue hecho limpio (comparar con Juan 19: 34). Así mismo, el cedro es una referencia simbólica a la madera de la cruz, ya que se cree que la cruz donde fue crucificado Yeshúa estaba hecha de cedro.
Considerando esto último, agregaré que el cedro es un árbol extremadamente resistente a la enfermedad y a podrirse , y estas cualidades pueden ser la razón por la que también se lo incluye aquí. Es el símbolo de que el metzorá se ha humillado, es decir, ha decidido dejar de mirar desde arriba a su prójimo (el cedro es un árbol muy alto), y desde esa errada posición hablar mal (lashón hará) de su hermano. Entonces, una vez humillado, el Eterno le devuelve sus propias capacidades inmunológicas psico-físicas para defenderse de todo tipo de plaga. Todo esto hoy es posible gracias a Yeshúa HaMashiaj que tomó, como sacerdote, nuestro lugar, haciéndose metzorá, presentándose ante Abba como el holocausto de purificación que nuestra alma necesita.
Después de la ceremonia de sacrificio con las aves, el leproso purificado debía de lavar sus prendas y debía de rasurarse todo el pelo. Comenzaban de nuevo, como si fueran un bebé recién nacido.
Nuevamente encontramos una ilustración del maravilloso “ nuevo nacimiento ” mesiánico que el Eterno, desde la misma Instrucción (Torah) revela a sus escogidos como el secreto para comenzar una nueva vida. Ser “nacido de nuevo”, según el Eterno, es un comienzo totalmente nuevo, que re-conecta con la Fuente de la Vida, y purifica el alma para crecer plenamente en el cumplimiento de Su propósito en el Mesías.
Y la más grande iniciativa es que nosotros, los redimidos en Yeshúa, podemos traer redención al mundo, proclamando al Mashíaj a las naciones (Mt. 28: 18-20) y podemos traer sanación a toda la humanidad. Justamente este es el proceso de sanación que esta descripto al inicio de la lección que nuestro Abba hoy nos deja en nuestra mente y en nuestro corazón.