Filosofía

«La Escuela es un centro de adoctrinamiento que impide la difusión de la Verdad»

«Si no se sabe lo que se está buscando, si no se tiene idea de lo que es relevante, dispuestos a cuestionarse esta idea, si no se tiene eso, explorar en internet es sólo tomar al azar hechos no verificables que no significan nada.» 

– Noam Chomsky

Entrevista al filósofo y Lingüista Noam Chomsky,  realizada por el teórico critico y lingüista  Donaldo Malcedo y publicada en el libro  «Chomsky on MisEducation» . 


DONALDO MACEDO: Hace algunos años, me sentí intrigado por el caso de David Spritzier, un estudiante de la Escuela Latina de Boston, de tan solo doce años, quien tuvo que afrontar un expediente disciplinario por haberse negado a pronunciar el Juramento de Fidelidad . A Spritzier le parecía «una exhortación hipócrita al patriotismo», puesto que no hay «libertad y justicia para todos». Quería preguntarte por qué crees que un niño de doce años pudo detectar la evidente hipocresía del Juramento y, en cambio, no lo hicieron sus maestros y administradores. Me deja pasmado que los maestros, que —por la misma naturaleza de su trabajo— deberían considerarse a sí mismos intelectuales, sean incapaces de ver lo que le resulta evidente a un niño, o incluso se nieguen a aceptarlo.

NOAM CHOMSKY: No es difícil de entender. Lo que acabas de mencionar demuestra la profundidad del adoctrinamiento tendencioso que se lleva a cabo en nuestras escuelas, e incapacita a las personas instruidas para comprender siquiera las ideas más elementales, al alcance de cualquier niño de doce años.

De acuerdo, pero me sorprende que un maestro —que ha recibido una formación superior— o un director de escuela sacrifiquen el mensaje del Juramento de Fidelidad a la imposición de la obediencia, y exijan a sus estudiantes que lo pronuncien.

A mí no me extraña, en absoluto. De hecho, lo que le sucedió a David Spritzler es lo que se espera de las escuelas, que son centros de adoctrinamiento y obediencia impuesta. Lejos de favorecer el pensamiento independiente, la escuela, a lo largo de la historia, no ha dejado de interpretar un papel institucional dentro de un sistema de control y coerción. Una vez que se te ha educado, se te ha socializado ya de una manera que respalda las estructuras de poder que, a su vez, te recompensan generosamente. Pensemos en Harvard, por ejemplo. En Harvard no aprendes solo matemáticas; aprendes, además, qué se espera de ti por ser un graduado de Harvard, qué conducta has de seguir y qué preguntas no tienes que hacer jamás. Aprendes las gollerías propias de un cóctel, cómo debes vestirle, cómo se imposta el acento de Harvard.

Y también cómo relacionarte con una determinada estructura de clase, y cómo conocer las metas, los objetivos y los intereses de esta clase, la clase dominante.

Así es. En este caso, hay una diferencia abrumadora entre Harvard y el MIT [Instituto de Tecnología de Massachusetts]. Aunque sería razonable definir el MIT como una institución más de derechas, es, en cambio, mucho más abierto que Harvard. En Cambridge tienen un dicho que refleja bien esta diferencia: Harvard forma a la gente que gobierna el mundo; el MIT forma a los que lo hacen funcionar. Como consecuencia, en el MIT hay mucha menos preocupación por el control ideológico y mucho más espacio para el pensamiento independiente. Mi situación aquí es una buena muestra de ello, pues nadie ha puesto obstáculos a mi acción política ni mi activismo. Ahora bien, no pretendo decir con eso que el MIT sea un foco de activismo político. No ha dejado de desarrollar la función institucional que le corresponde: ocultar la mayor parte de la verdad sobre nuestro mundo y nuestra sociedad. De no haber sido así, si se hubiera dedicado a enseñar la verdad, tampoco habría podido sobrevivir demasiado.
Y precisamente porque no enseñan la verdad sobre el mundo, las escuelas estadounidenses no tienen más recurso que el bombardeo propagandístico constante a favor de la democracia. Si la escuela fuera en verdad democrática, no sería necesario machacar a los estudiantes con tópicos sobre la democracia. Simplemente, la acción y la conducta serían democráticas; pero sabemos que no es así. En principio, cuanto más necesario resulte hablar sobre los ideales de la democracia, menos democrático será el sistema.

Esto es bien conocido por los que se dedican a la política y, a veces, ni siquiera se molestan en ocultarlo. La Comisión Trilateral se refería a las escuelas como las «instituciones» responsables del «adoctrinamiento de los jóvenes». Este adoctrinamiento tendencioso es imprescindible, porque las escuelas fueron diseñadas —hablando a grandes rasgos— para apoyar los intereses del sector social dominante, la gente de mayor riqueza y bienestar. Desde muy temprano, en la educación se nos socializa para que comprendamos la necesidad de prestar respaldo a las estructuras del poder, sobre todo a las grandes empresas, a los hombres de negocios. La lección que uno saca de esta educación socializadora es que, como no apoyes los intereses de los más ricos y poderosos, lo tendrás crudo: sencillamente, se te expulsa del sistema o se te marginaliza. Y la escuela cumple con éxito este programa de «adoctrinamiento de los jóvenes» —por decirlo con las mismas palabras de la Trilateral— gracias a que opera dentro de un marco de propaganda cuyo efecto es deformar o suprimir las ideas y la información no deseadas.

¿Cómo es posible que estos intelectuales, que propagan falsedades al servicio de los intereses de los más poderosos, sin atreverse a salir de dentro del marco propagandístico, salgan impunes de su complicidad?

Lo cierto es que no salen impunes de nada. De hecho, están prestando el servicio que se espera de ellos; lo esperan así las instituciones para las que trabajan, y ellos cumplen los requerimientos del sistema doctrinal, ya sea voluntaria o quizá inconscientemente. Es como si contrataras a un carpintero y, una vez realizado el trabajo para el que lo contrataste, te preguntaras cómo ha podido hacerlo. Bueno, ha hecho lo que se esperaba de él; y los intelectuales ofrecen un servicio muy parecido. Se comportan tal como se espera de ellos en la medida en que presentan una descripción de la realidad mínimamente ajustada, pero sobre todo adecuada a los intereses de los que tienen más poder y más riqueza, es decir, de la gente que posee esas instituciones que solemos llamar escuelas y que, en el fondo, vienen a poseer la sociedad entera.

Está claro que, históricamente, los intelectuales han interpretado un papel vergonzoso con su apoyo al sistema doctrinal. Vista esta postura —no demasiado honrosa—, ¿crees que pueden ser tenidos por intelectuales, en el sentido más genuino del término? En varias ocasiones te has referido a algunos profesores de la universidad de Harvard como «comisarios», al estilo soviético. Personalmente, creo que ese término los describe mejor que el de «intelectuales», pues son cómplices de la estructura del poder; además, desarrollan un rol funcionarial, puesto que defienden los supuestos «valores de la civilización», aun cuando estos, en muchos casos, han generado justamente el efecto contrario: miseria, genocidio, esclavitud y explotación en gran escala de la masa de trabajadores.

A lo largo de la historia, efectivamente, esa es una imagen casi exacta de lo que ha sucedido. Si te retrotraes al tiempo de la Biblia, verás que los intelectuales que más tarde fueron denominados «falsos profetas» trabajaban en pro de los intereses de los poderosos. Sabemos que había intelectuales disidentes con una concepción alternativa del mundo: los que después fueron llamados «profetas» (que es una traducción dudosa de un término confuso). Pues bien, estos fueron preteridos, torturados u obligados a exiliarse. Y las cosas no son muy diferentes en nuestros días: la mayoría de las sociedades marginan a los intelectuales disidentes y, en lugares como El Salvador, se los quitan de en medio brutalmente. Eso es lo que les pasó al arzobispo Romero y los seis jesuitas: fueron asesinados por tropas de élite, entrenadas y armadas por nosotros |los Estados Unidos] y costeadas con nuestros impuestos. Un jesuita salvadoreño observó acertadamente en su diario que, en su país, un Václav Havel, por poner un ejemplo (el antiguo prisionero político que terminó siendo presidente de Checoslovaquia) no habría ido a la prisión, sino que lo hubieran destazado y abandonado en la vereda. Pero a Václav Havel, que se convirtió en el ojito derecho de Occidente, no se le puede acusar de cicatero, sino que agradeció cumplidamente este apoyo, dirigiéndose al congreso de los Estados Unidos —muy pocas semanas después del asesinato de los seis jesuitas en El Salvador— sin mostrar ninguna solidaridad con sus compañeros de la disidencia salvadoreña; antes al contrario, elogió y bendijo al congreso como «el defensor de la libertad». El escándalo es tan mayúsculo que sobran los comentarios.

Pero bastará una simple prueba para demostrar su magnitud. Imagina, por ejemplo, lo siguiente: Un comunista estadounidense y de color se presenta en lo que entonces era la Unión Soviética, poco después de que seis destacados intelectuales checos hayan sido asesinados por fuerzas entrenadas y armadas por los rusos. Se dirige a la Duma y la ensalza como «la defensora de la libertad». ¿Qué reacción se hubiera producido en los Estados Unidos, entre los políticos e intelectuales? Sin duda, habría sido rápida y predecible: se le denunciaría por apoyar a un régimen criminal. Los intelectuales estadounidenses deberían preguntarse por qué se sintieron arrobados por la espléndida actuación de Havel, que es equiparable a esta historia imaginaria.

¿Cuántos intelectuales de nuestro país han leído algo —siquiera una página— de lo escrito por los intelectuales centroamericanos asesinados por los varios ejércitos que actúan como delegados nuestros? ¿Cuántos saben de la existencia de Dom Helder Cámara, el obispo brasileño que se distinguió en la defensa de los pobres de Brasil? La mayoría tendrían problemas incluso para dar el nombre de algún disidente de las brutales tiranías latinoamericanas —o de otras zonas— a las que apoyamos, además de entrenar a sus ejércitos; creo que solo eso ya basta para describir el estado de nuestra cultura intelectual. Los hechos que no convienen al sistema doctrinal se despachan con rapidez, como si no existieran; simplemente, se eliminan.

Esta construcción intelectual del «no ver» caracteriza a algunos intelectuales, descritos por Paulo Freire como educadores que afirman adoptar un enfoque científico y «pueden estar intentando esconderse en lo que consideran la neutralidad de los objetivos científicos, sin atender al modo en que se vayan a usar sus descubrimientos, sin molestarse a pensar siquiera para quién o para qué intereses están trabajando» . En el nombre de la objetividad, según Freire, estos intelectuales «parecen analizar la sociedad que estudian como si no participaran en ella. En su celebrada imparcialidad, [parecen] acercarse al mundo como si llevaran guantes y mascarilla, para no contaminarlo ni resultar contaminados» . Personalmente, añadiría que no solo llevan «guantes y mascarilla», sino anteojeras, que les impiden ver lo evidente. 

Creo que no estoy demasiado de acuerdo con esa crítica posmoderna en contra de la objetividad. No debemos desdeñar la objetividad; al contrario, en nuestra persecución de la verdad tenemos que esforzarnos por ser objetivos.

Me parece razonable. Con mi crítica no pretendía rechazar la objetividad. Lo que sí resulta imprescindible es analizar la cobertura de objetividad que utilizan numerosos intelectuales para no incorporar en sus análisis una serie de factores poco convenientes, y que probablemente revela su complicidad con la eliminación de la verdad al servicio de la ideología dominante.
Así es. Hay que condenar sin tapujos la pretensión de objetividad, cuando funciona como un medio de distorsión y. desinformación al servicio del sistema doctrinal. Esa postura es mucho más frecuente en las ciencias sociales, debido a que, en ellas, el mundo exterior impone unas constricciones especialmente débiles sobre los investigadores; la capacidad de comprensión es más reducida, y los problemas que se afrontan son mucho más oscuros y complejos. Como consecuencia, resulta mucho más sencillo ignorar todo lo que no interesa oír. Hay, por tanto, una diferencia muy marcada entre las ciencias naturales y las ciencias sociales. En el primer caso, los hechos se atestiguan en la naturaleza de una forma verificable, lo que dificulta que un investigador pueda ignorar los datos que contradicen sus hipótesis favoritas; es por ello que los errores no suelen perpetuarse. Como en las ciencias naturales pueden repetirse los experimentos, los posibles errores se descubren sin mayores problemas. Además, hay una disciplina interna que rige esa tarea intelectual. Aun así, está claro que ninguna investigación, por seria que sea, nos conducirá forzosamente a la verdad.

Pero volvamos al punto inicial: la escuela impide la difusión de verdades esenciales. Es la responsabilidad intelectual de los maestros —o de cualquier otra persona que se mueva en ese ámbito— intentar decir la verdad. Eso me parece indiscutible. Es un imperativo moral: averiguar la verdad sobre las cuestiones más importantes, y difundirla lo mejor que uno pueda, y siempre al auditorio más adecuado. Porque ponerse a decirle la verdad al poderes malgastar el tiempo, literalmente, y ese intento puede ser, con frecuencia, una forma de cubrirse las espaldas. A mi modo de ver, desde luego, es una pérdida de tiempo irle con la verdad a Henry Kissinger o al director general de AT&T, o a otros que ejercen el poder en instituciones coercitivas: en la mayoría de los casos, ya la conocen, la verdad. Permíteme precisar lo que acabo de decir: cuando los que están en el poder se apartan de sus circunstancias institucionales —si es que lo hacen— y se convierten en seres humanos, en agentes morales, en ese caso podemos dirigirnos a ellos como al resto de las personas. Pero en su función como dirigentes, prácticamente no vale la pena, es una pérdida de tiempo. No es más útil comunicarle la verdad al poder que a los peores tiranos o criminales, que no dejan de ser personas, independientemente de lo terrible de sus actos. Así que decirle la verdad al poder no es ninguna tarea honrosa.

Lo que debemos procurarnos es un auditorio que importe. En el caso de la enseñanza, se trata de los estudiantes; no hay que verlos como un simple auditorio, sino como elemento integrante de una comunidad con preocupaciones compartidas, en la que uno espera poder participar constructivamente. Es-decir, no debemos hablar a, sino hablar con. Eso es ya instintivo en los buenos maestros, y debería serlo en cualquier escritor o intelectual. Los estudiantes no aprenden por una mera trasferencia de conocimientos, que se engulla con el aprendizaje memorístico y después se vomite. El aprendizaje verdadero, en efecto, tiene que ver con descubrir la verdad, no con la imposición de una verdad oficial; esta última opción no conduce al desarrollo de un pensamiento crítico e independiente. La obligación de cualquier maestro es ayudar a sus estudiantes a descubrir la verdad por sí mismos, sin eliminar, por tanto, la información y las ideas que puedan resultar embarazosas para los más ricos y poderosos: los que crean, diseñan e imponen la política escolar.

Consideremos con más detalle qué significa enseñar la verdad y que todo el mundo aprenda a distinguir las verdades de las mentiras. Me parece que no requiere más que sentido común, el mismo sentido común que nos hace adoptar una postura crítica hacia los sistemas propagandísticos de las naciones que consideramos como enemigas. Antes sugerí que los más señeros intelectuales de nuestro país serían incapaces de nombrar ni uno solo de los bien conocidos disidentes de las tiranías controladas por los Estados Unidos, como por ejemplo la de El Salvador. Sin embargo, estos mismos intelectuales sabrían proporcionarte una larga lista de disidentes de la antigua Unión Soviética. Y tampoco les supondría ningún problema el distinguir las mentiras, deformaciones e incongruencias que sirven para evitar que la población de los regímenes enemigos conozca la verdad. Pero esa capacidad crítica que utilizan para desenmascarar las falsedades difundidas en los estados «delincuentes» se esfuma cuando se trata de criticar a nuestro propio gobierno o a las tiranías que apoyamos. En el trascurso de la historia, las clases mejor formadas han respaldado mayoritariamente a los aparatos propagandísticos y, cuando se minimizan o se eliminan las desviaciones de la pureza doctrinal, la máquina de la propaganda suele lograr éxitos apabullantes. Hitler y Stalin lo sabían muy bien y, hasta el día de hoy, tanto las sociedades abiertas como las cerradas han procurado y recompensado la complicidad de la clase instruida.
Esta clase instruida ha sido considerada una «clase especializada», ya que es un grupo reducido de personas que analizan, ejecutan, toman las decisiones y mueven los hilos en el sistema político, económico e ideológico. Esta clase especializada suele representar un porcentaje ínfimo de la población, que tiene que recibir protección frente a la gran masa a la que Walter Lippmann dio el nombre de «rebaño desconcertado». Es una clase que desarrolla las «funciones ejecutivas», lo que significa que realizan la función de examinar, planear y establecer el «interés común» (ahora bien, con esta fórmula se refieren a los intereses de la clase de los hombres de negocios). A la gran mayoría de la población, esto es, al «rebaño desconcertado», le corresponde en nuestra democracia el rol de «espectadores», no el de «participantes en la acción», según el credo democrático liberal que Lippmann supo articular perfectamente. En nuestra democracia, cada cierto tiempo los miembros del «rebaño» tienen la posibilidad de participar en la aprobación de uno u otro líder, mediante un proceso conocido como «elecciones». Una vez han aprobado a este o a aquel miembro de la clase especializada, deben retirarse y convertirse de nuevo en espectadores.

Cuando el «rebaño desconcertado» intenta ampliar su papel como mero espectador, cuando la gente intenta participar en la acción democrática, la clase especializada reacciona en contra de lo que se pasa a denominar una «crisis de la democracia». Esa es la razón de que nuestras élites sientan tanto odio hacia los años sesenta, cuando varios grupos de personas históricamente marginadas empezaron a organizarse y cuestionar la política de la clase de los especialistas, sobre todo la relativa a la guerra de Vietnam, pero también, en el ámbito interior, la política social. 

Una de las posibles maneras de mantener el control sobre el «rebaño desconcertado» es adoptar la concepción de escuela que hemos visto antes, la que propuso la Comisión Trilateral: las escuelas son las instituciones responsables del adoctrinamiento de los jóvenes. Los miembros del «rebaño» tienen que ser rigurosamente adoctrinados en los valores e intereses de tipo privado y estatal-corporativo. Los que asimilen mejor esta educación en los valores de la ideología dominante y demuestren su lealtad al sistema doctrinal podrán, a la postre, entrar a formar parte de la clase especializada. El resto del «rebaño desconcertado», por el contrario, ha de ser mantenido a raya, de forma que no creen problemas, sean simples espectadores del desarrollo de la acción y no reflexionen sobre aquellos aspectos de la realidad que son de veras importantes. La clase instruida considera que es imprescindible para el «rebaño», porque este es demasiado estúpido como para gobernar sus asuntos por sí mismo y lo haría mal, actuaría de acuerdo con sus «concepciones erróneas». Cerca del 70 por 100 de los estadounidenses cree que la guerra de Vietnam no era correcta desde un punto de vista moral, pero, según la clase dominante, es necesario protegerlos de sus «concepciones erróneas», que los han llevado a oponerse a la guerra; tienen que acabar creyendo en la versión oficial, que indica que la guerra fue, sencillamente, un error. 

Con miras a proteger al «rebaño desconcertado» de sí mismo y de sus «concepciones erróneas», las clases especializadas de las sociedades abiertas deben girar la vista sobre todo hacia las técnicas de propaganda, denominadas eufemísticamente «relaciones públicas». En los estados totalitarios, en cambio, controlas al «rebaño» colgando un martillo sobre sus cabezas: al que se mueva de su lugar, le chafas la cabeza. Pero en las sociedades democráticas no se puede confiar en la fuerza bruta para mantener la población a raya, así que, para controlar la opinión pública, hay que optar principalmente por la propaganda. En esta tarea de control de la opinión, la clase instruida resulta indispensable, y la escuela desarrolla una función crucial.

Tus afirmaciones sugieren —y, por mi parte, estoy de acuerdo— que en las sociedades abiertas la censura es un componente esencial de la estructura de soporte de la propaganda, como intento de «controlar la opinión pública». Desde mi ¡yunto de vista, no obstante, la censura de las sociedades abiertas difiere sustancialmente de la que se ejerce en las sociedades totalitarias. Y lo que he observado en los Estados Unidos es que la censura no solo se manifiesta bajo una forma diferente, sino que también depende, en cierta medida, de una especie de autocensura. ¿Qué papel desempeñan la educación y los medios de comunicación en este proceso?

Eso que has denominado «autocensura» empieza, en realidad, a una edad muy temprana, mediante un proceso de socialización que es, a su vez, una forma de adoctrinamiento; el objetivo es promover la obediencia en sustitución del pensamiento independiente. La escuela funciona como un mecanismo más de esta socialización, y su meta es evitar que la gente haga preguntas importantes sobre las cuestiones importantes que les afectan directamente a ellos o bien a los demás. Es decir, en la escuela no se aprenden solo contenidos. Como te decía antes, si quieres convertirte en un profesor de matemáticas, no te limitas a aprender un montón de nociones matemáticas, sino que, además, aprendes cómo has de comportarte, cómo vestirte adecuadamente, qué tipo de preguntas puedes hacer, cómo encajar (en el sentido de amoldarte), etc. A la que seas demasiado independiente, o cuestiones demasiado a menudo el código de tu profesión, lo más probable es que te expulsen del orden de los privilegiados. De modo que uno se da cuenta muy rápido de que, para triunfar, hay que servir a los intereses del sistema doctrinal. Hay que estarse callado e instilar en los alumnos las creencias y los dogmas más útiles para los intereses de los que están de verdad en el poder. La clase de los hombres de negocios y sus intereses privados tienen un representante en las redes del estado corporativo. Y es que la escuela no es el único de tales sistemas de adoctrinamiento; hay otras instituciones que colaboran para reforzar el proceso. Piensa en los programas que nos echan por la televisión, por ejemplo: se nos propone que contemplemos una retahíla de shows que no nos exigen el esfuerzo de pensar, que deberían distraernos; pero su función, en realidad, es impedir que los espectadores comprendan sus verdaderos problemas o identifiquen sus verdaderas causas. Una de las maneras de afrontar una vida poco plena es comprar sin parar; pues bien, estos programas se dedican a explotar las necesidades emocionales de los espectadores y los mantienen desconectados de las necesidades de los demás. A medida que se van desmantelando los espacios públicos, las escuelas y los relativamente pocos espacios públicos que quedan trabajan para convertirnos en buenos consumidores.

Capitalismo y Deuda: El Mensaje detrás del «Juego del Calamar».

Por Dante Augusto Palma

Cuatrocientos cincuenta y seis (456) participantes por un premio cercano a los 40 millones de U$S (dólares). Un solo ganador que deberá salir airoso de la competencia en seis juegos infantiles. El único detalle es que cada uno de los 455 derrotados será asesinado inmediatamente por los organizadores. Ese es el núcleo de la trama de la exitosa serie coreana llamada «El Juego del Calamar» («Squid Game«) que se encuentra disponible en Netflix. Con una estética muy atractiva, aunque exageradamente violenta, al igual que sucediera con Parasite, ganadora del Oscar, el cine surcoreano vuelve a ofrecernos la posibilidad de conocer algo más de una sociedad que a los ojos de occidente parece distante.

Si en Parasite se exponía el modo en que las diferencias de clases eran cada vez más grandes, el trasfondo de «El Juego del Calamar» es la enorme crisis de las deudas familiares en Corea del Sur. De hecho, en el último capítulo, utilizando el recurso de darle lugar a un informativo mientras el protagonista pasa por la peluquería, se logra escuchar que Corea del Sur es el segundo país del mundo con más deudas familiares y que la razón entre PIB y deuda familiar es del 96.9%. Si la situación ya era dramática, la pandemia no hizo más que agudizarla. Una nota de Nemo Kim y Justin McCarry para The Guardian, por ejemplo, toma el caso de un ingeniero informático que trabajaba en el Silicon Valley surcoreano hasta que junto a su mujer decidió abandonar el empleo y abrir un bar con la única intención “de poder dormir una hora más”. Sin embargo, llegó la pandemia y los clientes desaparecieron. Para sostenerse tuvo que pedir préstamos a los cinco principales bancos a tasas de 4% y, como la deuda seguía aumentando, terminó acudiendo a prestamistas usureros que ofrecían dinero a un 17% anual.

Si bien como indica la profesora de estudios coreanos de la Universidad de Scheffield, Sarah Son (en una nota en www.infobae.com), no se puede decir que se trate de una práctica masiva, la mafia de los prestamistas llega a tal extremo que los deudores acaban renunciando a su autonomía física y se comprometen a pagar sus deudas, eventualmente, con alguno de sus órganos. De hecho la serie refiere a esto contadas veces y, aunque resulte paradójico, este fenómeno de los prestamistas apareció justamente en la medida en que el propio gobierno empezó a poner restricciones a las deudas que los clientes tomaban con los bancos con el fin de proteger a los propios clientes. En la serie, los protagonistas son, entre otros, un adicto al juego, una mujer que escapó de Corea del Norte, un mafioso, un inmigrante paquistaní y un profesional que se recibió con todos los honores pero que cayó en desgracia por una mala inversión en fondos financieros. Lo que tienen en común es que todos tienen deudas y una enorme culpa por ello, a tal punto que consideran que vale la pena jugarse la vida antes que seguir viviendo como lo hacían.

A propósito, en este mismo espacio, en la nota titulada “Capitalismo, control y victimismo acreedor”, recuperábamos a  Friedrich Nietzsche quien, en su «Genealogía de la moral«, nos advierte que el concepto “Shuld” (culpa), fundamental para la moral, está íntimamente relacionado con el concepto “Shulden”, esto es, “deudas”, cuyo sentido es más económico y “material”.

Pero para no salirnos de Corea, se puede apelar a Byung-Chul Han quien, sin ir más lejos, diera una entrevista apenas días atrás, al diario El País, donde refiere a «El juego del Calamar» interpretándola como símbolo de un capitalismo que explota la pulsión humana por el juego. De hecho, indica que la aceleración de la digitalización generará enormes problemas para el empleo y se pregunta si, tal como se dejaría ver, en parte, en la serie, la sociedad que viene no será una sociedad a la que se mantenga entretenida con juegos online mientras el Estado otorga una Renta Básica Universal para garantizar la subsistencia. Algo así como “pan y circo” aunque con el coliseo en tu propia casa para evitar las multitudes.

Pero el propio Byung-Chul Han, en textos como Psicopolítica, da en la tecla cuando afirma que ha sido el capitalismo, y no el comunismo, el que ha borrado las diferencias entre clases sociales en tanto hoy todos somos trabajadores que nos explotamos a nosotros mismos. En este sentido, afirma:

Quien fracasa en la sociedad neoliberal del rendimiento se hace a sí mismo responsable y se avergüenza, en lugar de poner en duda a la sociedad o al sistema. En esto consiste la especial inteligencia del régimen neoliberal. No deja que surja resistencia alguna contra el sistema. En el régimen de la explotación ajena, por el contrario, es posible que los explotados se solidaricen y juntos se alcen contra el explotador (…) En el régimen neoliberal de la auto-explotación uno dirige la agresión hacia sí mismo. Esta auto-agresividad no convierte al explotado en revolucionario sino en depresivo”.

Esta culpa introyectada que no impulsa hacia la transformación de la realidad sino que nos acaba sumiendo en la depresión o, como podría leerse a partir de la serie, en conductas temerarias donde la vida no vale nada, puede relacionarse con el hecho de que Corea del Sur sea el país con mayor tasa de suicidios entre los países de la OCDE y que el suicidio sea la primera causa de muerte entre jóvenes de entre 10 y 25 años. A su vez, si de juegos se trata, se calcula que en Corea del Sur hay al menos 140.000 adictos a Internet y videojuegos, muchos de los cuales están asistiendo a Centros de Rehabilitación que ha dispuesto el gobierno.

Para finalizar, aunque resulte obvio, cabría aclarar que más allá de las particularidades del caso de Corea del Sur, esta tendencia se observa en buena parte de los países occidentales y es de esperar que se profundice más allá de que en paralelo convive con otra tendencia que dice ser anticapitalista y se conforma por determinados grupos que no solo no introyectan ninguna culpa, sino que consideran que todos sus fracasos responden a condiciones estructurales digitadas por sectores privilegiados. Entre los que asumen toda la responsabilidad sin observar que hay condiciones estructurales que influyen y los que no asumen ninguna responsabilidad echando culpas a las condiciones estructurales, el escenario dista mucho de ser alentador. Imposibilitados de poder pensar una salida intermedia en medio de tanta información, luces y estímulos, una serie que no ahorra sangre y golpes bajos puede ser un buen entretenimiento. Si no va a haber pan, que al menos haya circo.

Tomado de: Disidenta.com


Acerca del Autor:

Dante Augusto Palma Soy Profesor de Filosofía y Doctor en Ciencia Política. Como docente e investigador trabajo temáticas vinculadas a la Filosofía política, la Filosofía del derecho y la Filosofía de la comunicación. En la última década he participado de los debates públicos desde mis artículos en diarios y revistas y mis participaciones en Radio y Televisión. Actualmente conduzco un programa de cultura y política en una de las principales radios de Argentina y mis libros más reconocidos son Borges.com (Biblos, 2010), Quinto poder (Planeta, 2014) y El gobierno de los cínicos (Ciccus, 2016).

«Dime cuánto consumes y te diré cuánto vales»

Por: Eduardo Galeano


La explosión del consumo en el mundo actual mete más ruido que todas las guerras y arma más alboroto que todos los carnavales. Como dice un viejo proverbio turco, quien bebe a cuenta, se emborracha el doble.

La parranda aturde y nubla la mirada; esta gran borrachera universal parece no tener límites en el tiempo ni en el espacio. Pero la cultura de consumo suena mucho, como el tambor, porque está vacía; y a la hora de la verdad, cuando el estrépito cesa y se acaba la fiesta, el borracho despierta, solo, acompañado por su sombra y por los platos rotos que debe pagar.

La expansión de la demanda choca con las fronteras que le impone el mismo sistema que la genera. El sistema necesita mercados cada vez más abiertos y más amplios, como los pulmones necesitan el aire, y a la vez necesita que anden por los suelos, como andan, los precios de las materias primas y de la fuerza humana de trabajo. El sistema habla en nombre de todos, a todos dirige sus imperiosas órdenes de consumo, entre todos difunde la fiebre compradora; pero ni modo: para casi todos esta aventura comienza y termina en la pantalla del televisor. La mayoría, que se endeuda para tener cosas, termina teniendo nada más que deudas para pagar deudas que generan nuevas deudas, y acaba consumiendo fantasías que a veces materializa delinquiendo.

El derecho al derroche, privilegio de pocos, dice ser la libertad de todos. Dime cuánto consumes y te diré cuánto vales. Esta civilización no deja dormir a las flores, ni a las gallinas, ni a la gente. En los invernaderos, las flores están sometidas a luz continua, para que crezcan más rápido. En la fábricas de huevos, las gallinas también tienen prohibida la noche. Y la gente está condenada al insomnio, por la ansiedad de comprar y la angustia de pagar. Este modo de vida no es muy bueno para la gente, pero es muy bueno para la industria farmacéutica.

EE.UU. consume la mitad de los sedantes, ansiolíticos y demás drogas químicas que se venden legalmente en el mundo, y más de la mitad de las drogas prohibidas que se venden ilegalmente, lo que no es moco de pavo si se tiene en cuenta que EE.UU. apenas suma el cinco por ciento de la población mundial.

«Gente infeliz, la que vive comparándose», lamenta una mujer en el barrio del Buceo, en Montevideo. El dolor de ya no ser, que otrora cantara el tango, ha dejado paso a la vergüenza de no tener. Un hombre pobre es un pobre hombre. «Cuando no tenés nada, pensás que no valés nada», dice un muchacho en el barrio Villa Fiorito, de Buenos Aires. Y otro comprueba, en la ciudad dominicana de San Francisco de Macorís: «Mis hermanos trabajan para las marcas. Viven comprando etiquetas, y viven sudando la gota gorda para pagar las cuotas».

Invisible violencia del mercado: la diversidad es enemiga de la rentabilidad, y la uniformidad manda. La producción en serie, en escala gigantesca, impone en todas partes sus obligatorias pautas de consumo. Esta dictadura de la uniformización obligatoria es más devastadora que cualquier dictadura del partido único: impone, en el mundo entero, un modo de vida que reproduce a los seres humanos como fotocopias del consumidor ejemplar.

El consumidor ejemplar es el hombre quieto. Esta civilización, que confunde la cantidad con la calidad, confunde la gordura con la buena alimentación. Según la revista científica The Lancet, en la última década la «obesidad severa» ha crecido casi un 30 % entre la población joven de los países más desarrollados. Entre los niños norteamericanos, la obesidad aumentó en un 40% en los últimos dieciséis años, según la investigación reciente del Centro de Ciencias de la Salud de la Universidad de Colorado. El país que inventó las comidas y bebidas light, los diet food y los alimentos fat free, tiene la mayor cantidad de gordos del mundo. El consumidor ejemplar sólo se baja del automóvil para trabajar y para mirar televisión. Sentado ante la pantalla chica, pasa cuatro horas diarias devorando comida de plástico.

Triunfa la basura disfrazada de comida: esta industria está conquistando los paladares del mundo y está haciendo trizas las tradiciones de la cocina local. Las costumbres del buen comer, que vienen de lejos, tienen, en algunos países, miles de años de refinamiento y diversidad, y son un patrimonio colectivo que de alguna manera está en los fogones de todos y no sólo en la mesa de los ricos. Esas tradiciones, esas señas de identidad cultural, esas fiestas de la vida, están siendo apabulladas, de manera fulminante, por la imposición del saber químico y único: la globalización de la hamburguesa, la dictadura de la fast food. La plastificación de la comida en escala mundial, obra de McDonald’s, Burger King y otras fábricas, viola exitosamente el derecho a la autodeterminación de la cocina: sagrado derecho, porque en la boca tiene el alma una de sus puertas.

El campeonato mundial de fútbol del 98 nos confirmó, entre otras cosas, que la tarjeta MasterCard tonifica los músculos, que la Coca-Cola brinda eterna juventud y que el menú de McDonald’s no puede faltar en la barriga de un buen atleta. El inmenso ejército de McDonald’s dispara hamburguesas a las bocas de los niños y de los adultos en el planeta entero. El doble arco de esa M sirvió de estandarte, durante la reciente conquista de los países del Este de Europa. Las colas ante el McDonald’s de Moscú, inaugurado en 1990 con bombos y platillos, simbolizaron la victoria de Occidente con tanta elocuencia como el desmoronamiento del Muro de Berlín.

Un signo de los tiempos: esta empresa, que encarna las virtudes del mundo libre, niega a sus empleados la libertad de afiliarse a ningún sindicato. McDonald’s viola, así, un derecho legalmente consagrado en los muchos países donde opera. En 1997, algunos trabajadores, miembros de eso que la empresa llama la Macfamilia, intentaron sindicalizarse en un restorán de Montreal en Canadá: el restorán cerró. Pero en el 98, otros empleados e McDonald’s, en una pequeña ciudad cercana a Vancouver, lograron esa conquista, digna de la Guía Guinness.

Las masas consumidoras reciben órdenes en un idioma universal: la publicidad ha logrado lo que el esperanto quiso y no pudo. Cualquiera entiende, en cualquier lugar, los mensajes que el televisor transmite. En el último cuarto de siglo, los gastos de publicidad se han duplicado en el mundo. Gracias a ellos, los niños pobres toman cada vez más Coca-Cola y cada vez menos leche, y el tiempo de ocio se va haciendo tiempo de consumo obligatorio. Tiempo libre, tiempo prisionero: las casas muy pobres no tienen cama, pero tienen televisor, y el televisor tiene la palabra. Comprado a plazos, ese animalito prueba la vocación democrática del progreso: a nadie escucha, pero habla para todos. Pobres y ricos conocen, así, las virtudes de los automóviles último modelo, y pobres y ricos se enteran de las ventajosas tasas de interés que tal o cual banco ofrece.

Los expertos saben convertir a las mercancías en mágicos conjuntos contra la soledad. Las cosas tienen atributos humanos: acarician, acompañan, comprenden, ayudan, el perfume te besa y el auto es el amigo que nunca falla. La cultura del consumo ha hecho de la soledad el más lucrativo de los mercados. Los agujeros del pecho se llenan atiborrándolos de cosas, o soñando con hacerlo. Y las cosas no solamente pueden abrazar: ellas también pueden ser símbolos de ascenso social, salvoconductos para atravesar las aduanas de la sociedad de clases, llaves que abren las puertas prohibidas. Cuanto más exclusivas, mejor: las cosas te eligen y te salvan del anonimato multitudinario. La publicidad no informa sobre el producto que vende, o rara vez lo hace. Eso es lo de menos. Su función primordial consiste en compensar frustraciones y alimentar fantasías: ¿En quién quiere usted convertirse comprando esta loción de afeitar?

El criminólogo Anthony Platt ha observado que los delitos de la calle no son solamente fruto de la pobreza extrema. También son fruto de la ética individualista. La obsesión social del éxito, dice Platt, incide decisivamente sobre la apropiación ilegal de las cosas. Yo siempre he escuchado decir que el dinero no produce la felicidad; pero cualquier televidente pobre tiene motivos de sobra para creer que el dinero produce algo tan parecido, que la diferencia es asunto de especialistas.

Según el historiador Eric Hobsbawm, el siglo XX puso fin a siete mil años de vida humana centrada en la agricultura desde que aparecieron los primeros cultivos, a fines del paleolítico. La población mundial se urbaniza, los campesinos se hacen ciudadanos. En América Latina tenemos campos sin nadie y enormes hormigueros urbanos: las mayores ciudades del mundo, y las más injustas. Expulsados por la agricultura moderna de exportación, y por la erosión de sus tierras, los campesinos invaden los suburbios. Ellos creen que Dios está en todas partes, pero por experiencia saben que atiene den las grandes urbes. Las ciudades prometen trabajo, prosperidad, un porvenir para los hijos. En los campos, los esperadores miran pasar la vida, y mueren bostezando; en las ciudades, la vida ocurre, y llama. Hacinados en tugurios, lo primero que descubren los recién llegados es que el trabajo falta y los brazos sobran, que nada es gratis y que los más caros artículos de lujo son el aire y el silencio.

Mientras nacía el siglo XIV, fray Giordano da Rivalto pronunció en Florencia un elogio de las ciudades. Dijo que las ciudades crecían «porque la gente tiene el gusto de juntarse». Juntarse, encontrarse. Ahora, ¿quién se encuentra con quién? ¿Se encuentra la esperanza con la realidad? El deseo, ¿se encuentra con el mundo? Y la gente, ¿se encuentra con la gente? Si las relaciones humanas han sido reducidas a relaciones entre cosas, ¿cuánta gente se encuentra con las cosas?

El mundo entero tiende a convertirse en una gran pantalla de televisión, donde las cosas se miran pero no se tocan. Las mercancías en oferta invaden y privatizan los espacios públicos. Las estaciones de autobuses y de trenes, que hasta hace poco eran espacios de encuentro entre personas, se están convirtiendo ahora en espacios de exhibición comercial.

El shopping center, o shopping mall, vidriera de todas las vidrieras, impone su presencia avasallante. Las multitudes acuden, en peregrinación, a este templo mayor de las misas del consumo. La mayoría de los devotos contempla, en éxtasis, las cosas que sus bolsillos no pueden pagar, mientras la minoría compradora se somete al bombardeo de la oferta incesante y extenuante. El gentío, que sube y baja por las escaleras mecánicas, viaja por el mundo: los maniquíes visten como en Milán o París y las máquinas suenan como en Chicago, y para ver y oír no es preciso pagar pasaje. Los turistas venidos de los pueblos del interior, o de las ciudades que aún no han merecido estas bendiciones de la felicidad moderna, posan para la foto, al pie de las marcas internacionales más famosas, como antes posaban al pie de la estatua del prócer en la plaza. Beatriz Solano ha observado que los habitantes de los barrios suburbanos acuden al center, al shopping center, como antes acudían al centro. El tradicional paseo del fin de semana al centro de la ciudad, tiende a ser sustituido por la excursión a estos centros urbanos. Lavados y planchados y peinados, vestidos con sus mejores galas, los visitantes vienen a una fiesta donde no son convidados, pero pueden ser mirones. Familias enteras emprenden el viaje en la cápsula espacial que recorre el universo del consumo, donde la estética del mercado ha diseñado un paisaje alucinante de modelos, marcas y etiquetas.

La cultura del consumo, cultura de lo efímero, condena todo al desuso mediático. Todo cambia al ritmo vertiginoso de la moda, puesta al servicio de la necesidad de vender. Las cosas envejecen en un parpadeo, para ser reemplazadas por otras cosas de vida fugaz. Hoy que lo único que permanece es la inseguridad, las mercancías, fabricadas para no durar, resultan tan volátiles como el capital que las financia y el trabajo que las genera. El dinero vuela a la velocidad de la luz: ayer estaba allá, hoy está aquí, mañana quién sabe, y todo trabajador es un desempleado en potencia. Paradójicamente, los shoppings centers, reinos de la fugacidad, ofrecen la más exitosa ilusión de seguridad. Ellos resisten fuera del tiempo, sin edad y sin raíz, sin noche y sin día y sin memoria, y existen fuera del espacio, más allá de las turbulencias de la peligrosa realidad del mundo.

Los dueños del mundo usan al mundo como si fuera descartable: una mercancía de vida efímera, que se agota como se agotan, a poco de nacer, las imágenes que dispara la ametralladora de la televisión y las modas y los ídolos que la publicidad lanza, sin tregua, al mercado. Pero, ¿a qué otro mundo vamos a mudarnos? ¿Estamos todos obligados a creernos el cuento de que Dios ha vendido el planeta unas cuantas empresas, porque estando de mal humor decidió privatizar el universo? La sociedad de consumo es una trampa cazabobos. Los que tienen la manija simulan ignorarlo, pero cualquiera que tenga ojos en la cara puede ver que la gran mayoría de la gente consume poco, poquito y nada necesariamente, para garantizar la existencia de la poca naturaleza que nos queda. La injusticia social no es un error a corregir, ni un defecto a superar: es una necesidad esencial. No hay naturaleza capaz de alimentar a un shopping center del tamaño del planeta. 


Texto del escritor Uruguayo, Eduardo Galeano, publicado el 25 de Enero del 2007

La Filosofía de la Amistad de Aristóteles todavía importa Hoy

Autor: Zat Rana

Aristóteles es considerado uno de los más brillantes y prolíficos de los filósofos occidentales. Es imposible decir cuánto escribió, pero la fracción de su trabajo aún hoy en día tiene un alcance impresionante. Cada campo, desde la astronomía y la física hasta la ética y la economía, ha sido influenciado por su pensamiento. Durante más de 2.000 años, ha sido uno de los pensadores más leídos y citados de la historia.

Si bien el impacto de Aristóteles todavía se puede sentir en muchas disciplinas, una de sus observaciones más duraderas se relaciona con la amistad. Vio la amistad como una de las verdaderas alegrías de la vida, y sintió que una vida bien vivida debe incluir amistades verdaderamente significativas y duraderas. En sus palabras:

Tanto en la pobreza como en otras desgracias, las personas suponen que los amigos son su único refugio. Y la amistad es una ayuda para los jóvenes, para salvarlos del error, como lo es también para los ancianos, con vistas a la atención que requieren y su capacidad de acción disminuida derivada de su debilidad; es también una ayuda para aquellos en su mejor momento en la realización de acciones nobles, ya que «dos yendo juntos» es más capaz de pensar y actuar.

Las amistades accidentales.

Aristóteles esbozó dos tipos comunes de amistades que son más accidentales que intencionales. A menudo caemos en este tipo de amistades sin darnos cuenta.

La primera es una amistad de utilidad. En esta relación, dos partes no están en ella por afecto. Más bien, están en esto para el beneficio que cada uno recibe del otro. Estas relaciones son temporales: siempre que el beneficio finaliza, también lo hace la relación. Aristóteles observó que estas relaciones de utilidad eran más comunes entre las personas mayores.

Piense en una relación de negocios o de trabajo, por ejemplo. Puede disfrutar del tiempo que pasan juntos, pero una vez que la situación cambia, también lo hace la naturaleza de su conexión.

El segundo tipo de amistad accidental de Aristóteles se basa en el placer. Encontró que este tipo de relación era más común entre las personas más jóvenes. Piensa en tus amigos de la universidad o en las personas que juegan en la misma liga deportiva. Su relación se basa en la emoción que sienten en un momento dado o durante una determinada actividad.

Estas amistades son a menudo las relaciones más efímeras de nuestras vidas. Y eso está bien, siempre y cuando las dos partes disfruten a través de un interés mutuo en algo externo. Pero estas amistades terminan inevitablemente cuando cambian los gustos o preferencias de cualquiera de las personas. Muchos jóvenes pasan por fases en lo que disfrutan. Muy a menudo, sus amigos cambian en el camino.

La mayoría de las amistades caen en estas dos categorías accidentales, y si bien Aristóteles no las veía necesariamente como malas, sentía que su falta en profundidad limitaba su calidad. Está bien, e incluso es necesario, tener amistades accidentales, pero hay mucho más por ahí.

La amistad del bien.

La forma final de amistad de Aristóteles parece ser la más preferible. En lugar de utilidad o placer, este tipo de relación se basa en una apreciación mutua de las virtudes que la otra persona aprecia. En este tipo de amistad, las personas mismas y las cualidades que representan proporcionan el incentivo para que las dos partes estén en la vida del otro.

En lugar de ser de corta duración, tal relación perdura en el tiempo, y en general, existe un nivel básico de bondad requerido en cada persona para que exista en primer lugar.

Las personas que carecen de empatía y la capacidad de cuidar a los demás rara vez desarrollan este tipo de relaciones porque sus preferencias tienden hacia el placer o la utilidad. Lo que es más, las amistades de la virtud toman tiempo y confianza para construir. Dependen del crecimiento mutuo.

Es mucho más probable que nos conectemos a este nivel con alguien cuando los hemos visto en su peor momento y los hemos visto crecer, o si hemos sufrido dificultades mutuas con ellos.

Más allá de su profundidad e intimidad, la belleza de estas relaciones está en cómo incluyen las recompensas de los otros dos tipos. Son beneficiosos y placenteros. Cuando respetas a una persona y te preocupas por ella, ganas la alegría de pasar tiempo con ella. Si son una persona lo suficientemente buena como para justificar esa relación, para empezar, también hay utilidad allí. Ayudan a mantener su salud mental y emocional.

Estas relaciones requieren tiempo e intención, pero cuando florecen, lo hacen con confianza, admiración y asombro. Traen con ellos algunas de las alegrías más dulces que la vida tiene para ofrecer.

El legado de Aristóteles.

Hay una buena razón por la que el trabajo de Aristóteles se sigue leyendo unos 2,000 años después de su muerte. No todo lo que escribió es relevante hoy, por supuesto, y muchas de sus suposiciones han sido argumentadas en contra. Nos enseñó a examinar el mundo empíricamente e inspiró a generaciones de pensadores y filósofos a considerar el papel y el valor de la ética en la vida cotidiana de nuestras vidas, incluidas nuestras relaciones.

Si bien vio el valor de las amistades accidentales basadas en el placer y la utilidad, sintió que su impermanencia disminuía su potencial. Carecían de profundidad y de una base sólida.

En cambio, defendió el cultivo de amistades virtuosas construidas con intención y basadas en una apreciación mutua del carácter y la bondad. Sabía que estas amistades solo podían fortalecerse con el tiempo, y si prosperaban, durarían toda la vida.

Somos, y vivimos, las personas con las que pasamos el tiempo. Los lazos que forjamos con quienes están cerca de nosotros determinan directamente la calidad de nuestras vidas. La vida es demasiado corta para las amistades superficiales.

Tomado y traducido de: Medium.com_Filosofía

Diferencia entre Servidumbre y Servicio.

Por P.A. David Nesher

Ki tikneh eved ivri shesh shanim ya’avod uvashvi’it yetse lajofshi jinam.

Si compras un siervo hebreo, te servirá seis años, pero al séptimo saldrá libre sin pagar nada.”


(Shemot/Éxodo 21:2)

Si hay algo que amo cada día más de los lineamientos y pautas que encuentro en la Torah (Instrucción) divina es el hecho de no dar calce a que el ser humano que a ella se acerca se tentado a quedarse filosofando en lo que ellos revelan. Por el contrario, los códigos de la Torah son pragmáticos. La Torah enseña solamente a actuar.

Si el Eterno nos quiere libres, pues su Instrucción nos enseña cómo se realiza la libertad.

En cada letra de la Torah brilla una certeza: el portador de la libertad es Yahvéh y Su Emet (Verdad) absoluta (torat). Es así como Él mismo se presenta al iniciar el Decálogo (Azeret HaDivrot):

«Yo soy YHVH tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto, de casa de servidumbre.«
(Éxodo 20:2)

Este momento histórico de Redención es perpetuado y celebrado por el pueblo de Israel, de generación en generación por medio de la Festividad de Pesaj (Pascua), celebración que también es definida como “tzemán jerutenu” (el “Tiempo de nuestra Libertad”).

Ahora bien, hay un paradigma que necesito enseñarles. La Torah también me ha sorprendido en el hecho de que en la cosmovisión divina se es libre de y para.

Sí, así es como funciona en el diseño mismo de la verdadera libertad. Liberarse de conlleva la idea de quitarse un yugo de encima (en el caso de Israel, el yugo egipcio).

Así queda expresada la libertad en su enfoque negativo: negación de un yugo. Pero, una vez obtenida esa negación es necesario transitar al lado positivo (o afirmativo). Eso se logra preguntándose: ¿qué hacer ahora con la libertad? Ser libres, sí, pero ¿para qué?

Israel tenía que aprender que la convivencia, y la existencia misma, requieren vivir conforme a normas, leyes. Salidos de Mitzrayim (Egipto), en Pesaj, el Camino conduce a Sinaí, para celebrar Shavuot (Pentecostés). El cese de la esclavitud era solamente un prerrequisito para el cumplimiento de la voluntad Divina que sería revelada en el monte Sinaí siete semanas después del Éxodo de Egipto.

Es decir que los israelitas serían conducidos por la Shekinah (Presencia) divina a tomar conciencia que habían dejado de servir al Paróh (Faraón) para comenzar a servir al propósito mesiánico del Eterno, a través de la obediencia a su mitzvot (mandamientos). Por eso, el mismo Yahvéh usará la misma palabra servir al decirle al Faraón: «mis siervos son«.

En el idioma hebreo no hay diferencia entre esclavo y siervo. Los hijos de Israel fueron esclavos en Egipto en el sentido de que no tenían el derecho ni la libertad para dirigir sus propias vidas.

Entonces, ¿en qué se diferencia una servidumbre de otra?

En que se sirve al Faraón para el benefició del Faraón. Servidumbre.

En cambio, se sirve al Eterno para beneficio del servidor y su entorno socio-económico. Servicio.

Las leyes del Faraón velan por los intereses exclusivos del Faraón y su poderío.

Los mitzvot de Yahvéh velan por los intereses humanos y sus derechos.

Sin embargo, tenemos que entender que el concepto de siervo o esclavo en la sociedad hebrea era muy diferente al concepto de esclavitud que se ha vivido en la edad media, especialmente con las ventas de los esclavos de África para América. En esta Parashá vemos como un esclavo en la sociedad hebrea tenía que ser tratado con respeto y tenía sus derechos legales, a diferencia de los esclavos de los gentiles. El versículo 21:5 muestra que un siervo hebreo podía tener el deseo de seguir siendo propiedad parcial de otro, porque le beneficiaba, en lugar de querer ser libre. Esto nos muestra cómo fue tratado un siervo hebreo y un esclavo en la sociedad israelita. Como siervo no tenía la responsabilidad de su propio sostén económico y para algunas personas era preferible, antes que tener que buscarse la vida. Para él era una situación cómoda.

La única manera para que un hombre hebreo pueda ser vendido como siervo es si ha robado algo y no tiene con qué pagar para restituir el robo. Entonces el tribunal, beit din, tiene la obligación de venderle como siervo por el valor de su robo (cf. 22:3). Este mandamiento no aplica a las mujeres.

Leyendo a muchos detractores de la Vedad que creemos, veo que la impresión que a primera vista ellos tienen, los conduce a pensar que el Decálogo esculpido por el dedo del Eterno en las dos tablas, sería restrictivo, y pondría límites a la libertad humana.

Pensando cómo responder a estos sincero enemigos de la Verdad, encontré una interesante explicación en la Midrash, explicando cómo debe decodificarse el versículo 17 del cap. 32 del Sefer Shemot. Leamos esto:

Las tablas fueron trabajo de Dios, y la escritura fue escritura de Dios, grabada sobre las tablas” (Éxodo 32:17). No leas “grabada” (jarut), lee más bien “libertad” (jerut) pues ninguna persona es verdaderamente libre excepto aquella que labora en Torah.»

Mishná Pirke Avot 6:2

Como podemos ver los eruditos y exégetas de las Sagradas Escrituras comprendieron muy bien que siempre existirán aquellos deseosos de manipular la libertad para adecuarla a sus intereses. Expresaron este concepto al señalar que la palabra “jarut” utilizada al describir las Diez Palabras o Decálogo (Aseret HaDibrot) que fueron “jarut”: grabados, de manera permanente, sobre Dos Tablas de piedra, al hacer un cambio de las vocales, que en hebreo no están explícitos en el texto escrito, se puede dar un nuevo sentido a este vocablo. Así formularon, “al tikrá jarut ela jerut”, no leas en el texto la palabra como “jarut” sino “jerut”. Al descubrir esta codificación de la Torah propusieron entonces que la palabra “jarut” que quiere decir “grabado” también alude a la noción de “jerut” que significa libertad. Entonces descifraron la revelación mesiánica de que a través del cumplimiento de las Diez Declaraciones (Aseret HaDibrot) que están grabados de manera permanente, el ser humano adquiere la verdadera libertad, la posibilidad de expresar su propia personalidad pero siempre dentro de un marco que respete el derecho de libertad del prójimo.

Pues bien, contrario a lo que intuimos, los sabios argumentan en esta enseñanza que la verdadera libertad solamente se alcanza a través de un compromiso sine qua non con la Torah. Entonces me pregunto: ¿Cómo puede el “laborar en Torah” y vivir una vida de acuerdo a las exigencias de la Torah producir libertad?

Es que esta Instrucción (Torah) con sus mandamientos, lejos de esclavizar, siempre libera. En otros términos: sólo siendo siervos de Yahvéh y Su Instrucción, se alcanza la verdadera libertad. Puesto que, según Yahvéh, este beneficio es exclusivamente para el servidor, su propia vida: obra a favor e sí y no de otro; sus intereses y no los de otros; y eso es la libertad en términos pragmáticos y reales.

Así pues, en la cosmovisión celestial (hebrea), la libertad tiene un valor intrínseco pero que es insuficiente por sí solo. En realidad la libertad tiene que estar acoplada a una conducta que persiga hacer el bien en la sociedad.

El filósofo y psicoanalista judío Erich Fromm, influenciado por su educación en la Torah, sostiene que el hombre y su sociedad no son factores separados. Él asegura que los humanos somos sujetos históricos: hay seres individuales, pero su comportamiento en conjunto es el que otorga el impulso que provoca cambio sociales en la historia. Así pues, existe una retroalimentación entre hombre y sociedad, el uno afecta a lo otro, en ambas direcciones. En este contexto, ¿qué es la libertad?: una búsqueda constante y turbadora de ser uno mismo, en su relación con los otros componentes de su mundo sociopolítico, hasta que de éste surjan, tanto un hombre como una sociedad nueva.

Por ello, el conjunto de ordenanzas contenidas en las Sagradas Escrituras, especialmente en el texto de la Torah, constituyen un recetario para la aplicación perfecta de la libertad a las actividades humanas.

Recordar Mi Esclavitud Me Asegura la Libertad

Es muy interesante notar que el tema de la libertad perseguirá a todo miembro de Israel a lo largo de toda la Torah:

«Recordarás que tú fuiste esclavo en la tierra de Egipto; por tanto, yo te mando que hagas esto.«
(Devarim/Deuteronomio 24:22)

¿Por qué este trabajo memorístico? ¿Para qué revivir este recuerdo? ¿No conviene más bien cultivar la tendencia a recordar lo positivo y bueno y olvidar lo malo?

Sucede que si bien ese recuerdo tiene un ancla en el pasado, en verdad alude al presente y al futuro. El Eterno ordena ejercitar la memoria en este recuerdo, para que nosotros como hebreos, entendamos que se puede recaer en esa esclavitud en cualquier momento. Por otra parte el que siempre recuerda que fue alguna vez (él o sus antepasados) esclavo sabrá visualizar la esclavitud en torno de su persona, en sí y en los otros, y sabrá comportarse con esclavos.

Así, la propuesta divina para Su Pueblo es que en los momentos más festivos de su vida debe recordar aquella esclavitud, como cuando bendice sobre el vino (kidush) en noche de fiesta. Pareciera que siempre estamos ante esa gran alternativa:

Dios / Faraón

Entendiendo por Faraón un símbolo de cualquier régimen donde factores de poder imponen sus normas, sus valores, que están al servicio de… los mismos que legislan y ejecutan las leyes de ese sistema de cosas.

Desarrollando un Servicio Anti-Faraónico.

En la sección (parashá) Mishpatim, queda bien claro que Yahvéh es lo anti-faraónico. El que saca a cada israelita de Mitzrayim (Egipto) y de su maneras de ser y conducirse para establecer la vida sobre los fundamentos de la Torah que tiene como única finalidad el mejoramiento de la propia humanidad en su vocación a la equidad. Es por eso, que cuando el Eterno se pone a legislar por medio de Su Instrucción, empieza justamente con la ley relativa a los esclavos.

El realismo de esta porción dice: hay esclavos, hubo esclavos, y probablemente siempre los habrá… El Eterno quiere que sus hijos vean la realidad y la conozcan, si en algo ellos anhelan y pretenden rectificarla y transformarla.

El realismo de la Torah se aplica a ver qué se puede hacer por los esclavos, y para mejor perspectiva del tema tenemos que remontarnos a milenios atrás. Los esclavos eran seres humanos dignos de toda consideración.

¡Esto es ya toda una revolución en la praxis que aquellas sociedades de la antigüedad se conducían!

Esta revolución se verá fortalecida por el diseño profético del Shabat y todos sus preceptos y leyes. Es justamente el día de las semana en el que se anula toda forma de esclavitud, toda diferencia de clases. En él descansan todos por igualdad, hasta los esclavos.

Este diseño sabático se aplicará como ley, no en día, pero en años. Seis años el esclavo hebreo trabajará y en el séptimo será libre. sin pago alguno por su parte.

Así, por medio de estos mishpatim, cada israelita tomaba conciencia que un esclavo es propiedad de otra persona. Entonces, desde ese sentido los hijos de Israel ya no podían ser esclavos, puesto que en el caso de llegar a ser vendidos como “siervos” no lo sería para siempre, sino sólo hasta el año shemitáh, remisión, que cae cada séptimo año.

Entonces esto no se trataba de una esclavitud en el sentido de la palabra sino más bien una servidumbre con derecho de vivienda, ropa, comida y lo necesario para su vida personal, pero nada más, a cambio de un servicio de 24 horas al día. Por ello, el Talmud parte de la premisa de que al adquirir un siervo, se compraba su trabajo, pero no su cuerpo, y mucho menos su alma.

Un Agujero en la Oreja Evita Un Olvido en Mi Corazón.

Ahora bien, si el siervo no deseaba ser libre en el año de remisión fue marcado en el lóbulo de su oreja como una señal y así serviría en la casa de su amo hasta el año de jubileo, que caía cada 49 años, y el que sí o sí debía ser liberado. De esta manera un siervo hebreo nunca llegaría a ser propiedad absoluta de otra persona. Es que todo merece un Shabat ,un cese, incluso la esclavitud elegida.

Ese acto simbólico, primitivo, de horadar la oreja, seguramente venía a enseñar que el individuo quedaba adherido a esa casa definitivamente.

Esta bien, pero ¿por qué justamente la oreja?

La respuesta es porque la esclavitud se producía por dos grandes posibilidades. Una, robando; el ladrón era vendido como esclavo. Otra por libre determinación; quizás a causa de una deuda asumía que no se podía pagar.

Si el esclavo llego a tal condición por ser ladrón, estaba obligado a declarar este mensaje:

«esta oreja que oyó en el Monte Sinaí, la orden: «No robarás«, y sin embargo fue y robó debe ser horadada.»

Si el esclavo llego a tal condición por haberse vendido a sí mismo, estaba obligado a declarar este mensaje:

«esta oreja que oyó la Voz de Yahvéh cuando dijo: «De Mí son los hijos de Israel, mis esclavos«, y no obstante fue y se vendió a otro dueño debe ser horadada.»

Respondida aquella pregunta, surge otra cuestión:
¿Por qué esto había que hacerlo bajo el marco de la puerta?

La puerta es el símbolo de la liberación de la esclavitud egipcia. En efecto, en la última plaga, la que concluyó por presionar al Faraón para que liberase a los israelitas, estos hicieron una señal sobre el travesaño superior de la puerta, como signo de identidad, de voluntad de libertad. Por eso, en la jamba de la puerta ha de realizarse aquel ritual.

¡La Mesa Está Servida!

Para buscar un cierre a todo lo que aquí he expuesto, los invito a leer el inicio de esta parashá (porción):

 “Y estas son las ordenanzas que pondrás delante de ellos.” 
(21:1)

Con todo esto, debo decir que los mishpatim pues, son los que regulan la actividad humana societaria, hombres con hombres, a fin de vivir la verdadera libertad, la que respeta la dignidad del prójimo.

Si volvemos ahora al lenguaje del versículo se verá está escrito:

«…que pondrás delante de ellos.”

Esto en lugar de «enseñarás», por ejemplo. ¿Por qué?

El sabio Rashí explica que la expresión hebrea tasim (traducida como «pondrás») también puede leerse así:

«las colocarás delante de ellos como si fuera comida servida sobre la mesa«

Considerándolo así, notamos con toda claridad que no basta con dar la Torah en forma de información que se acumula en la mente. Más bien hay que colocarla delante del pueblo de tal manera que la pueda captar, digerir, en orden, como una mesa servida.

Por eso, en el rollo de Devarim (Deuteronomio) encontramos a ese verbo en la fórmula sima befihem (coloca en la boca)

«…ponlo en su boca, para que este cántico me sea por testigo contra los hijos de Israel
(Devarim/Deuteronomio 31:19)

La comida es función del que la trae, la coloca sobre la mesa, la dispone para que los que allí se encuentran, decidan llevarla a sus bocas. Es decir, que aquí Moshé es el delegado del Eterno que trae la comida que Él envía a sus hijos, la Torah.

Aquí hay pues dos momentos. El que tiene que tiene por protagonista al maestro, y luego, el que tiene que ver con la receptividad del discípulo.

Ahora bien, el Eterno deja bien en claro que malo es aquel maestro que se limita a entregar su lección y luego se va.

Falta el segundo momento, el primordial: el discípulo recibe, analiza, digiere, entiende, reflexiona internaliza, ahonda con su propia mente y acorde a su personalidad.

De este modo la Torah llega a su plenitud. Es del Eterno, pero se hace del ser humano., dentro de él, en su absorción particular. Será el poder del escogimiento que tiene cada alma redimida el que permitirá que la Torah se encarne en la mente y el corazón de cada hebreo.

En Mishpatim el Eterno revela que únicamente la persona que se somete a un régimen de disciplina personal, puede ejercer cabalmente la libertad. Por el contrario, aquel que es prisionero de la gula, quien cede ante todos los deseos carnales y de otra índole, rinde el ejercicio de la libertad a los apetitos que nunca son enteramente satisfechos.

Una de las consecuencias de una vida que se rige por los diversos instructivos contenidos en la Torah, es que le permite a la persona ser el dueño de sus pasiones, evaluar una situación para luego actuar de una manera consciente y responsable de acuerdo a la convicción y no por la utilidad o conveniencia; acorde a la reflexión y no al deseo momentáneo.

Así, y solamente así, el pueblo de Israel, logrará escoger voluntariamente y en todo momento ser siervo del Eterno. Escogerá diariamente servirlo con humildad y entrega. Entenderá y aceptará por qué Abraham avinu se definía a sí mismo “eved” (siervo) de Dios, al igual que el resto de los patriarcas.

Innumerables son las veces que aparece en los textos bíblicos el nombre de Moshé/Moisés acompañado del término “eved («siervo», «esclavo») del Eterno”.

“Porque es a mí a quien sirven los hijos de Israel, siervos míos son a quienes yo he sacado de la tierra de Egipto. Yo soy El Eterno, vuestro Dios”
(Vayicrá/Levítico 25:55).

El profeta Yishayahu (Isaías) dejó escrito este oráculo del Señor:

«Pero tú, Israel, siervo mío eres; tú, Yaakov, a quien yo escogí, descendencia de Abraham mi amigo. Porque te tomé de los confines de la tierra, y de tierras lejanas te llamé, y te dije:
Mi siervo eres tú; te escogí, y no te deseché»
(Isaías 41:8-9).

Por ello es necesario continuar celebrando año tras año, y generación tras generación, la fiestas de Pésaj y Shavuot, con la conciencia de valorar la libertad que el Eterno nos a conferido y la posibilidad de utilizar dicha libertad para acercar al ser humano aún esclavo en Egipto a su Creador cuyas características de justicia y verdad debe imitar.

Después del Éxodo de Egipto, vibraba en los lugares celestiales una importante pregunta: ¿acaso ejercerían estos esclavos su recientemente obtenida libertad para convertirse en los futuros capataces de otro sector más frágil de la sociedad? Se sumarían los hebreos a los poderosos de otras naciones que se aprovechan de los indefensos, o al contrario, proclamarían en voz alta y sonora que la esclavitud es una perversidad, que cuando el más fuerte impone su voluntad sobre el débil está cometiendo una inmoralidad y corrompiendo más al planeta. La libertad obtenida tenía que ser canalizada hacia algún propósito diferente, loable y productivo, necesario para un proceso de acercamiento al Creador que es el Ser auténticamente libre. Por eso, Yahvéh los hizo peregrinar el desierto hasta el Sinaí. Pesaj era la salida a la libertad, Shavuot sería la promoción al compromiso libertador que lo mesiánico concedería al mundo.

Por ello es necesario continuar celebrando año tras año, y generación tras generación, la fiestas de Pésaj y Shavuot, con la conciencia de valorar la libertad que el Eterno nos a conferido y la posibilidad de utilizar dicha libertad para acercar al ser humano aún esclavo en Egipto a su Creador cuyas características de justicia y verdad debe imitar.

Terminaré con las palabras de Erich Fromm que considero sintetizan perfectamente la propuesta divina de la Nueva Humanidad que se revela en Mishpatim:


«La función de la sociedad nueva es estimular el surgimiento de un Hombre Nuevo, cuya estructura de carácter deberá tener las siguientes actitudes: Disposición a renunciar a todas los modos de tener, para llegar a ser plenamente. Sentir seguridad, gozar de una disposición de identidad y confianza que se sustenten en la fe de lo que uno es, en la necesidad de relacionarse, interesarse, amar, solidarizarse con el mundo que nos rodea, en vez de fundamentarse en el deseo de tener, poseer, dominar el mundo, y así volverse esclavo de sus posesiones. Aceptar el hecho de que nadie ni nada exterior al individuo le otorga significado a su vida…”.

Los Tres Tamices de Sócrates

Un hombre fue al encuentro de Sócrates llevándole al filósofo una información que juzgaba de su interés:

– ¡Quiero contarte una cosa al respecto de un amigo tuyo!

– Espera un momento – le dijo Sócrates – Antes de contarme, quiero saber si hiciste pasar esa información por los tres tamices.

– ¿Tres tamices? ¿Qué quieres decir?

– Vamos a tamizar lo que me quieres decir. Debemos siempre usar los tres tamices. Si no los conoces, presta mucha atención. El primero es el tamiz de la VERDAD. ¿Tienes la certeza de que eso que me quieres decir es verdad?

– Bueno, fue lo que oí que otros contaron. No sé exactamente si es verdad.

– El segundo tamiz es el de la BONDAD. Con certeza, debes haber pasado la información por el tamiz de la bondad. ¿O no?

Avergonzado, el hombre respondió:

– Debo confesar que no.

– El tercer tamiz es el de la UTILIDAD. ¿Pensaste bien si es útil lo que viniste a hablar al respecto de mi amigo?

– ¿Útil? En realidad, no.

Entonces, le dijo el sabio: Si lo que quieres contarme no es verdadero, ni bueno, ni útil, entonces es mejor que lo guardes solo para ti.

 

Conclusión: La próxima vez que surja un rumor por ahí, sométalo al filtro de los tres tamices: Verdad, Bondad y Utilidad, antes de obedecer al impulso y divulgar.

 

“El que guarda su boca y su lengua, su alma guarda de angustias.”

(Proverbios 21:23)

Taciano y la Verdad de la Torah

Me retiré buscando como descubrir la Verdad. Cuando estaba profundamente entregado a este asunto, dió la casualidad de que tropecé con ciertos escritos » bárbaros» (es decir, no griegos) demasiado antiguos como para compararlos con las opiniones de los griegos y demasiados divinos como para compararlos con sus errores.

Estos escritos me convencieron debido a su lenguaje nada pretencioso, al carácter natural de sus escritores, a la manera sencilla de entender la creación del universo, a la anticipación de los acontecimientos futuros, a la excelencia de sus preceptos y a la colocación de todas las cosas bajo en gobierno de un principio.


Al ser mi alma enseñada de esta manera por Dios, comprendí que los escritos paganos conducían a la condenación, mientras que éstos ponían fin a la esclavitud que hay en el mundo, rescatándonos de muchos gobernantes, si, de Miles de tiranos.


Estos escritos, por supuesto, no nos dan algo que no habíamos recibido antes, sino más bien algo que ya habíamos recibido antes pero que, por error, se nos había impedido hacer nuestro.

 

Taciano

Año 170 DC.
«Discurso contra los griegos»
(Lo escribió después de leer la Tanak o Antiguo Testamento).

Los Descubrimientos de Jerusalén frente a los de Cabo Cañaveral

«Quizá los descubrimientos de Jerusalén son incluso más importantes que los de Cabo Cañaveral. Los descubrimientos de Cabo Cañaveral tienen que ver con la expansión del universo del hombre. Los descubrimientos de Jerusalén tienen que ver con el hombre mismo. Quizá los historiadores puedan contribuir a nuestra sociedad en mayor medida que los teóricos del cosmos. Quizá los descubrimientos arqueológicos de Palestina iluminen a los hombres más que una excavación en la Luna. Quizá es más importante para el hombre comprenderse a sí mismo que expandir su universo. Quizá los seres humanos necesiten con mayor desesperación comprenderse entre ellos que descubrir la existencia de nuevas criaturas en el espacio exterior. Si esta es vuestra convicción, la historia antigua y la historia bíblica os ofrecen estimulantes oportunidades de ampliar vuestros horizontes»

(Paul Lapp – Arqueólogo 1930-1970)

Las Garras de la Religión (Génesis 3)

Por P.A. David Nesher

“Y vio la mujer que el árbol era bueno para comer, y que era agradable a los ojos, y árbol codiciable para alcanzar la sabiduría; y tomó de su fruto, y comió; y dio también a su marido, el cual comió así como ella”.

(Génesis 3:4-6) 

Hemos dicho que los ojos son el símbolo del conocimiento sensorial, es decir el conocimiento que se adquiere a través de la experiencia de los sentidos intentando descubrir y dominar todo el cosmos que está fuera del hombre.

Ahora, tenemos que señalar que desde allí (los ojos) comenzó la religión matriz («Simiente de la Serpiente«) que inspira los paradigmas anti-Dios de todas las demás formas religiosas. Su nombre es el Materialismo Práctico. Su sustancia reptiliana: el racionalismo que surge de las experiencias sensoriales y de acuerdo a ellas elabora opiniones relativas. La acción destructora del racionalismo se logra con el ejercicio autónomo del libre albedrío. De esta manera el materialismo se sostiene energizando a la serpiente antigua y su sistema de cosas.

En pocas palabras, el materialismo es la madre de toda “iniquidad”, que es la atadura con la que HaSatán logra mantener esclavizados a los seres humanos de las distintas generaciones.

¿Cómo consigue el materialismo que la iniquidad ate a las personas?

Por medio de sus tres garras:

  • 1º_ El Individualismo
  • 2º_ El Hedonismo, y
  • 3º_ El Utilitarismo

Estas tres garras la religión conducen al hombre a ser un consumista y este es el sentido del pecado.

En el capítulo tres del libro de Bereshit (Génesis) vemos al materialismo aparecer como la doctrina creada por “los ojos” de la humanidad caída.  Sus dogmas sostienen que está bueno «aquello» lo de «más allá» la persona humana. La dinámica de muerte de esta doctrina funciona así: todo lo que está fuera de mí es mejor que lo que yo mismo soy. Entonces se desarrolla en mi interior paradigmas anti-Dios que hace al objeto que miro agradable porque considero que me sirve para alcanzar sabiduría, es decir plenitud adquirida con la acumulación de mis experiencias.

La mujer vio que el árbol era bueno; lo que está afuera es mejor que lo que hay dentro del ser humano. Eso es materialismo. Entonces la mujer percibió que  su fruto era agradable, la podía llevar a experimentar placeres nunca antes vividos. Se produce así  el hedonismo, que es la búsqueda del placer por el placer mismo. El placer como fin máximo y absoluto de la existencia. El espíritu de la religión empieza así a expandirse en sus consecuencias. El fruto me permitirá sí o sí ser exageradamente feliz (bienaventurado). Entonces la cosa se convierte en útil y valiosa. Por lo tanto, yo comienzo a perseguir la utilidad de las cosas, e incluso las personas, para alcanzar esa plenitud que en mi interior no encuentro. Así surge entonces la tercera garra de la religión es  utilitarismo; entonces la utilidad se vuelve principio de mi moral.

Observando esta secuencia en el relato del hombre caído (Génesis cap. 3) notamos que aparece el individualismo.  El varón ya no la llama Ishá (Varona) a su compañera, tal y como lo hizo cuando la discernió con su espíritu (Gn. 2:23) Ahora, bajo la hipnosis reptiliana, la separa como alguien diferente a  él. Ella, ahora  es la que le provoca problemas y es digna de ser tenida en menos. La sexualidad se denigra a la mera y simple genitalidad sensorial. El materialismo ha provocado la primera guerra mundial: la de los sexos.

Con toda esta estructura mental anti-diseño divino, la misión del hombre convertirá en consumismo.

Por causa de esta desobediencia y esta auto-degradación, el Eterno Dios le advierte al hombre las características que tendrá el nuevo estilo de vida asumido:

Y al hombre dijo: Por cuanto obedeciste a la voz de tu mujer, y comiste del árbol de que te mandé diciendo: No comerás de él; maldita será la tierra por tu causa; con dolor comerás de ella todos los días de tu vida. 18 Espinos y cardos te producirá, y comerás plantas del campo”.

(Génesis 3:17-18)

La tierra no les va dar nada sino “cardos y espinos”. Para que el hombre pueda extraer de la tierra su alimento necesitaría luchar contra la tendencia natural de la tierra de producir espinos y cardos. Los espinos y cardos que produce la tierra son el símbolo de una tierra maldita por el pecado del hombre que escogió consumir desde dogmatismos carnales, en vez de producir desde su sacerdocio santo.

Por causa del materialismo, todo el interior del hombre se volverá un deseo obsesivo e insaciable por todo lo que está fuera de él.

idolatria-materialismo