Por P.A. David Nesher
Y Rebeca estaba oyendo, cuando hablaba Isaac a Esaú su hijo; y se fue Esaú al campo para buscar la caza que había de traer.
Entonces Rebeca habló a Jacob su hijo, diciendo:
«He aquí yo he oído a tu padre que hablaba con Esaú tu hermano, diciendo: Tráeme caza y hazme un guisado, para que coma, y te bendiga en presencia de Yahvéh antes que yo muera.
Ahora, pues, hijo mío, obedece a mi voz en lo que te mando. Vé ahora al ganado, y tráeme de allí dos buenos cabritos de las cabras, y haré de ellos viandas para tu padre, como a él le gusta; y tú las llevarás a tu padre, y comerá, para que él te bendiga antes de su muerte.»
(Génesis 27: 5-10)
Seguramente que al leer este relato histórico del rollo de Bereshit (Génesis), las preguntas que surgen en vuestras mentes son:
- ¿Es correcto lo que hicieron Rivkah (Rebeca) y Yaakov (Jacob) engañando a Yitzjak de esa manera?
- ¿Estuvo bien Yaakov en tomar la bendición de Esaú disfrazado?
- ¿Fue correcto que Rivkah concibiera el plan en primer lugar y alentara a Yaakov a llevarlo a cabo?
- ¿Puede el fin justificar los medios?
Entiendo que estas son cuestionamientos fundamentales ya que lo que está en juego aquí no es solo la interpretación bíblica sino la vida moral en sí misma. Según cómo leamos y meditemos este texto, así será el tipo de persona ética en que nos convirtamos.
Desde el contexto completo del relato, entendemos que nuestra madre Rivka hizo bien en proponer lo que ella consideraba correcto que Yakoov hiciera. Rivka sabía que sería Jacob, no Esaú, quien continuaría el pacto que el Eterno había hecho con Abraham avinu, y llevaría la misión del padre de la fe al futuro internacional. Ella sabía esto por dos motivos diferentes:
En primer lugar, ella lo había escuchado de Yahvéh mismo en el oráculo que recibió antes de que nacieran los gemelos:
«Dos naciones están en tu vientre,
y dos pueblos de los que serás separada;
un pueblo será más fuerte que el otro,
y el mayor servirá al menor.»
(Gen. 25:23)
Esav era el mayor, Yaakov el menor. De esto, ella infería correctamente que era Yaakov quien emergería con gran fortaleza. Rivkah tenía claro en su mente y corazón que su hijo Yaakov había sido elegido por el Eterno.
En segundo lugar, Rivkah los vio crecer. Ella, como buena madre, sabía que Esav era cazador, expresión que en hebreo describe a un hombre que posee la misma violencia que desarrolló Nimrod (Gén. 10: 19). Ella había visto que él era impetuoso, mercurial (con repentinos giros de estado de ánimo y manierismo), un varón exageradamente impulsivo, de poca reflexión. En un momento determinado podía ser cálido y afectivo, pródigo en su afectuoso trato con todo el mundo pero, de repente, podía volverse frío y hostil, evitando el contacto, desvinculado y distante.
Ella lo había visto vender su derecho de nacimiento por un plato de lentejas. Ella había visto mientras él “comió, bebió, se paró y se fue. Entonces Esaú despreció su derecho de primogenitura” (Gen. 25:34). Nadie que desprecie su derecho de nacimiento puede ser el guardián confiable de un pacto pensado para la eternidad y todas las generaciones de la Tierra.
En tercer lugar, justo antes del episodio de la bendición leemos:
“Cuando Esaú tenía cuarenta años, el se casó con Judith hija de Beeri el hitita, y también Basemath hija de Elón el hitita. Ellas eran una fuente de dolor para Isaac y Rivka.”
(Gen. 26:34)
Esta también era una evidencia del fracaso de Esaú para entender lo que el pacto requiere. Casándose con mujeres hititas él se probó a sí mismo indiferente a los sentimientos de sus padres y al autocontrol en la elección de su pareja de matrimonio que era esencial para ser el heredero de Abraham.
Rivká era bien consciente que esto, después de todo, no sólo era un asunto de relaciones dentro de la familia. Era más bien un asunto profético que se enfocaba en la Intención divina y el destino y la vocación espiritual de su descendencia. Ella sabía que la impartición de Ytzjak versaría sobre el futuro de un pueblo entero desde que Yahvéh repetidamente le dijo a Abraham que él sería el ancestro de una gran nación, la que se transformaría en una bendición para la humanidad toda. Y si Rivká estaba en lo correcto, entonces Jacob debería seguir sus instrucciones.
Por favor, conviene a esta altura de la meditación, recordar que esta era la mujer a quien Eliezer, el sirviente de Abraham, había elegido, por guía de Yahvéh, para ser la esposa del hijo de su amo. Era la mujer que el Eterno reveló porque era servicial y bondadosa, porque en el pozo ella le había dado agua a un extraño y a sus diez camellos también. Rivka era la personificación del servicio que tipifica el alma de los redimidos de la Asamblea Mesiánica. Por esto, nos damos cuenta que ella no estaba actuando por favoritismo o ambición. Y si ella no tenía otra forma de asegurarse que la bendición fuera a quien la apreciaría y la viviría, entonces desde su cosmovisión, el fin justificaba los medios.
Parece que la única manera de entender esta situación es concluir que a pesar de que la forma en que Yaakov y Rivká actuaron para obtener la bendición de Ytzjak estaba mal, el pecado de Isaac y Esaú era aún mayor. El Eterno no aprueba la mentira; Yakoov y Rivká sabían esto. Ellos eran personas sensibles y espirituales, pero habían decidido que, a pesar de ser tan malo el engaño ante los ojos de Yahvéh, era necesario actuar así en este caso, con el fin de evitar un pecado mayor: transmitir la más santa de las promesas del Eterno a un hombre que no la quería ni habría de honrarla. Dijimos que Rebeca ya había recibido la revelación del Señor que el mayor serviría al más joven (25:23b). Entonces entendemos que aquí, ella tenía que confiar y esperar en que en el tiempo de Yahvéh se manifestara sobre su hijo Yaakov y recibiera la bendición patriarcal. Pero debido a no querer edificar la esperanza que sostiene a la fe, ella sintió que tenía que tomar el asunto en sus propias manos, ya que parecía que nada podía detener a Ytzjak en su determinación de bendecir al hijo desechado. Esav podía volver en cualquier momento, sólo podemos imaginar lo desesperados que ellos se sentían. Esta era una situación llena de riesgos para la historia de la humanidad.
Sin embargo, Yaakov albergaba sus justas dudas:
«Pero Jacob le dijo a su madre: Hay un problema: mi hermano Esaú es muy velludo, y yo soy lampiño.»
(Gen. 27:11)
Isaac podría haber perdido la vista, pero sus sentido de tacto y olfato permanecía indemne. «Si mi padre me toca, se dará cuenta de que quiero engañarlo, y esto hará que me maldiga en vez de bendecirme. Hijo mío, ¡que esa maldición caiga sobre mí! , le contestó su madre. Tan sólo haz lo que te pido, y ve a buscarme esos cabritos» (27:12-13). Debido a que Jacob era un hombre justo (25:27), y él sabía que no honrar a su padre era un pecado ante los ojos de Yahvéh, preguntó: ¿Qué pasa si mi padre me toca? puede pensar que me estoy burlando de su ceguera y esto hará que me maldiga en vez de bendecirme. Pero su madre le dijo: «Hijo mío, que la maldición caiga sobre mí. Asumo toda la responsabilidad, sólo haz lo que te pido; ve a buscar por mí«. Estaba tan segura de que esta era la voluntad del Eterno que ella creía que los fines justificaban los medios y no temía la posibilidad de una maldición. Yaakov también creía firmemente que era la voluntad de Yahvéh que él recibiera la primogenitura y esto fue lo que hizo que creyera conveniente seguir la estrategia de su madre. Después de todo, ¿no le había dicho Yahvéh a ella, «…el mayor servirá al menor» (25:23)?
Ahora bien, de acuerdo al plan trazado, Yitzjak avinu no se dio cuenta y no maldijo a Yaakov, y por lo tanto Rivká tampoco recibió maldición alguna.
Entonces ¿sólo hubo bendición en la vida de Yaakov por haber engañado a su padre? Cierta y obviamente no. Las consecuencias de ese engaño llegaron a ser muy graves para toda la familia. Primero despertó odio y planes de homicidio en Esav contra su hermano. Sembrar discordia entre hermanos es uno de los delitos más aborrecidos por el Eterno (Prov. 6:16, 19). La conspiración engañosa también causó veinte años de sufrimientos en la galut (diáspora en griego, destierro en castellano) para nuestro padre Yaakov. Yaakov no solamente tuvo que sufrir la experiencia traumática de quedarse sin contacto con su familia, para no hablar de la pena de sus padres, sino que durante esos veinte años fue engañado asombrosamente por su tío Labán, quien lo condujo a casarse con una mujer que no quería y le cambió el salario de su trabajo diez veces.
Es cierto que Yaakov se quedó con la bendición, pero tanto él como su madre tuvieron que sufrir las graves consecuencias por haber engañado a su padre. Sólo después de haber sido quebrantado sicológicamente, y marcado físicamente por un ángel, pudo reconciliarse con su hermano y obtener la bendición de manera lícita.
Pero si el Eterno no quiso que Esav recibiera la bendición, ¿no era correcto lo que hicieron Rivká y Yaakov? No, no era correcto. El Eterno es muy sabio y suficientemente poderoso para cambiar las circunstancias para que Su voluntad se cumpla en la tierra según su eterno propósito. Él hubiera podido arreglar la situación de otra manera para que Yaakov recibiera la bendición en lugar de Esav, lo cual era Su plan.
Pero el que intenta ayudar al Eterno con medios sucios, mentirosos y engañosos, trae sobre sí su desagrado y tendrá que pagar un alto precio hasta que se humille y aprenda la lección de nunca más hacer algo semejante.
En la historia humana ya ha quedado demostrado: ningún fin podrá justificar medios ilícitos. Todo lo que el hombre siembre, también lo segará (Gálatas 6:7).
Sé honesto y ama la verdad y no intentes conseguir bendiciones espirituales a través de medios sucios. Así evitarás muchos años de exilio con engaños gravísimos y duro trabajo.