Por P.A. David Nesher
“Y Yahvéh dijo a Avram: Vete de tu tierra, de entre tus parientes y de la casa de tu padre, a la tierra que yo te mostraré. Haré de ti una nación grande, y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición. Bendeciré a los que te bendigan, y al que te maldiga, maldeciré. Y en ti serán benditas todas las familias de la tierra.”
(Bereshit/Génesis 12:1-3)
Comenzaré esta bitácora recordándoles a todos los lectores de mi Blog que la Torah no nos sirve únicamente como un conjunto de cinco rollos llenos meros hechos históricos. Es un libro que nos enseña cómo vivir nuestras vidas, y así sumarle a la humanidad un poder transformador que beneficia los hechos históricos actuales, y en esto consiste nuestra enseñanza de hoy.
Por eso, quiero invitarlos a meditar en la esencia del llamado supremo del Altísimo: Lej Lejá!
Con esta vocación de Abraham empieza la historia israelita. El autor sagrado da a entender con el relato de la confusión de las lenguas en Babel, que la humanidad en su mayoría seguía alejándose del Eterno a pesar de la catástrofe del diluvio, y por eso Yahvéh se reserva una porción fiel, que se ala mantenedora del fuego sagrado de la fe que otorga Su Instrucción (Torah) y el vínculo de transmisión de sus revelaciones en orden a la salvación de la misma humanidad descarriada. Así da orden a Avram (Abram) de abandonar su parentela y encaminarse a una región nueva aislándose del ambiente idólatra de su familia y de los lazos de sangre, que podían crearle dificultades en su nueva vida con misión profética. El patriarca es desafiado a abandonar su pasado pagano y emigrar a la tierra que Yahvéh ha escogido para él.
Ahora bien, cuando leemos el discurso del diácono Esteban en el libro de los Hechos de los apóstoles nos encontramos con el curioso dato que Yahvéh, nuestro Dios, ya se había aparecido a Avram en Ur-Kasdim (Ur de los caldeo), dándole esta vocación:
“El Dios de gloria apareció a nuestro padre Avraham cuando estaba en Mesopotamia, antes que habitara en Jarán, y le dijo: «SAL DE TU TIERRA Y DE TU PARENTELA, Y VE A LA TIERRA QUE YO TE MOSTRARE.» Entonces él salió de la tierra de los caldeos y se radicó en Jarán. Y de allí, después de la muerte de su padre, Dios lo trasladó a esta tierra en la cual ahora vosotros habitáis.”
(Hechos 7:2-4)
Esto nos enseña que Avram ya había recibido este llamado en el país donde nació. Por lo tanto, podemos entender que el llamado a Avram en Jarán es más bien una repetición divina del aquel que había recibido ya estando en Ur, antes de que su padre tomara la decisión de salir de dicha ciudad, y terminar sus días en Jarán. Lo cierto y claro de este asunto es que este llamado del Eterno a Abram, la iniciativa no es del hombre, sino de Yahvéh, que lo eligió. Al darle su sí a Dios, Abram se lanza por fe (emuná) a un peregrinaje hacia un mundo mejor hecho por Yahvéh.
Yahvéh es el sujeto de la primera palabra que desencadena una acción, al comienzo mismo de la frase primera y por ende de toda la subsiguiente historia de la salvación. Este discurso de Yahvéh comienza exigiendo una ruptura total de todas las raíces naturales. La vinculación más amplia, la del país, es citada en primer lugar, vienen luego, reduciéndose paulatinamente, las de sippe, es decir, la parentela en sentido amplio, más la familia en sentido estricto. Esto tres conceptos indican que el Eterno sabe muy cuan cuán difíciles son tales separaciones; Avram tiene que dejarlo todo, pura y simplemente, y confiarse de la guía del Altísimo.
El secreto oculto de esta porción está en el movimiento, salir de la inercia y de la pereza, que imposibilitan que el propósito eterno de Dios se manifieste. Por eso, la interpretación más conocida de este pasúk (versículo), es “Ve hacia ti” o «Vete por ti«. Abram debe ir hacia el mismo. Encaminarse a su interior. Él debe buscar respuestas, y encontrar lo que no tuvo en la casa de sus padres, ni recibió por la influencia de la cultura de su región. El Eterno le está diciendo: “asume el desafío, libérate de todo aquello que te mantiene atado, y accede a un nivel espiritual superior».
A partir de las ideas que están ocultas en este versículo podemos aprender una regla fundamental para vivir una vida de fe. Las letras de Lej lejá forman también la palabra hebrea lijluj que significa suciedad. Con esto Yahvéh quiso insinuarle nuestro padre en la fe que el lugar en el cual se había criado estaba lleno de suciedad y de placeres mundanos. Estos placeres son suciedad para el alma humana y lo obstaculizaban a Abram en su camino hacia Eretz Israel, porque en ella hay luz (or). Como está escrito: “a la tierra que Yo te mostraré”. La expresión “Te mostraré” en hebreo está escrito “ereka”, que contiene las letras alef y reish, al igual que la palabra or (luz). Es decir que en la palabra “ereka” («te mostraré») está insinuada la luz de la Torah que hay en Eretz Israel. Cuando la persona está desconectada de todos los placeres de este mundo, que son equivalentes a la suciedad que hay en una casa, entonces puede recibir la luz de la Torah y de la Sagrada Tierra de Israel sobre la cual fue dicho: “Una tierra sobre la cual están permanentemente los ojos del Eterno, desde el principio del año hasta su fin” (Devarim/Deuteronomio 11:12). En ella hay todo lo que hace falta para completar la luz de la Torah.
Desde la consideración de estos códigos fundamentales de la vocación de Abram, surgen para nosotros los lineamientos que nos permiten realizar el mismo viaje espiritual que el Eterno le hizo vivir a nuestro padre. Notamos que Yahvéh le dice a Abram que, para ir a la tierra prometida, primero tiene que irse tres veces, es decir: irse de su tierra, irse del lugar de su nacimiento, e irse de la casa de su padre.
La Voz del Eterno llama a Abram y le exige que parta a otra tierra. Partir es también partirse. «Irse» hacia el ser de uno, hacia el ser más verdadero y profundo.
En pocas palabras esta vocación confronta. Hay que elegir, la rutina que se hace ignorancia y mediocridad o el Propósito Eterno de Dios que es aventura hacia la transformación que lleva a la Excelencia.
En el hebreo dice: “Vete de ti, para ti”, esto indica huye o exíliate de lo que hasta ahora eres. Para empezar a ser hay que irse. Pero este irse tiene que ver con exiliarse de si mismo. Huir de la comodidad y el conformismo de todos los días organizados. Vete de ti y para ti para empezar una nueva vida, una vida auténtica regida por los valores que te vienen de adentro y no de segunda mano.
Este “Vete de ti, para ti”. Vete para tu propio beneficio de propósito. Este llamado divino está indicando que estas tres huidas o tres abandonos que Yahvéh propone como diseño espiritual serían beneficiosos para Abram.
Veámoslo con nuestros espíritus bien abiertos:
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PRIMER IRSE: ¡Vete de tu tierra!
‘Eretz ‘ es la palabra hebrea para tierra, y esta palabra deriva etimológicamente de la raíz hebrea ‘ratzon‘, cuyo significado es: ‘voluntad y deseo‘. Así, «tu tierra» se traduce también como «tus deseos naturales«. De este modo lo que Yahvéh estaba diciendo a Abram es:
“¡Abandona tu voluntad, tus deseos personales, renuncia a ellos!”
Este es el primer paso que debe dar un creyente para poder entrar en la tierra prometida, la tierra de la bendición y de la prosperidad, la tierra donde todo es en abundancia. El mejor ejemplo de esto lo encontramos en la persona de Yeshúa, el Mesías:
‘Porque he descendido del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la
voluntad del que me envió’.
(Juan 6:38)
‘Padre, si quieres, pasa de mi esta copa; pero no se haga mi voluntad,
sino la tuya’.
(Lucas 22:42)
Muchas veces nosotros, como seres humanos, debemos abandonar nuestra voluntad, y tal vez sea esto ante nuestros ojos un acto humillante, ya que es reconocer que siguiendo nuestra propia voluntad vamos camino a la derrota, pero abandonándola y siguiendo la de Nuestro Padre celestial, obtendremos el triunfo y éxito que tanto deseamos.
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SEGUNDO IRSE: ¡Vete de “Tu lugar natal”!
En hebreo la expresión es: ‘moladteja ‘.
Esta palabra se refiere a la influencia del hogar y la sociedad.
Con esto Yahvéh estaba diciendo a Abram que abandone sus ‘costumbres familiares‘, sus ‘tradiciones familiares’ las cuales eran paganas, que se vaya de lo que para la sociedad es bueno, y ponga sobre todas las cosas lo que Yahvéh estipula como mandato.
Hay costumbres que existen en nuestro país, o en nuestro pueblo que nosotros NO debemos de hacer, sino más bien guardarnos de hacerlas y con temor reverente debemos de hacer aquello que el Señor nos deja escrito en Su Instrucción (Torah). Hay ciertas fechas de conmemoración que no están de acuerdo a las celebraciones que Dios ha establecido en el diseño de su Palabra y Propósito.
“Porque todas estas abominaciones hicieron los hombres de aquella tierra que fueron antes de vosotros, y la tierra fue contaminada. Guardad, pues, mi ordenanza, no haciendo las costumbres abominables que practicaron antes de vosotros, y no os contaminéis en ellas. Yo YHVH vuestro Dios”.
(Levítico. 19:27 y 30)
Pero no son solamente las costumbres de los pueblos o naciones, sino las que quizás hemos heredado de nuestros padres, como está escrito:
‘sabiendo que fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir, la cual recibisteis de vuestros padres, no con cosas corruptibles, como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación…’
(1 Pedro 1:18, 19)
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TERCER IRSE: Vete de “La casa de tu padre”
Esta expresión se traduce del hebreo: “Y beit avíja”, y en su profundidad significa “El lugar de desarrollo de tu mente”. Se refiere al ser humano como un ser maduro y racional, forjando su marco mental, su carácter y comportamiento, con la trascendente objetividad del intelecto. El intelecto es llamado ‘padre’ porque de alguna manera es el progenitor de cada comportamiento del hombre, la autoridad de lo que se piensa.
Por último, Yahvéh le dice a Abram que abandone su ‘inteligencia babilónica‘, su forma de pensar de segunda mano.
El apóstol Pablo instará a los discípulos mesiánicos a realizar este “irse” escribiéndoles así:
‘renovaos en el espíritu de vuestra mente’.
(Efesios 4:23)
Esta escrito que, si cambiamos nuestra manera de pensar, cambiara nuestra manera de vivir (Rom. 12: 2), puesto que todo lo que somos y todo lo que hacemos y haremos, pende y depende de cómo sea nuestra manera de pensar.
El que piensa que es pobre vive como pobre, habla como pobre, mira como pobre; el que piensa que es feo vive como si lo fuera; y así todo depende de como nosotros pensamos.
Por tal razón el Eterno nos dice que no solo abandonemos nuestra voluntad para hacer la de Dios, no solo que abandonemos las costumbres de nuestros países, pueblos y familiares, sino que abandonemos también nuestra manera de pensar y adoptemos su manera ilimitada de pensar. Esta es la mente que Yeshúa, reveló que se puede desarrollar, y es la que los apóstoles exhortaban a los discípulos del Mesías a desarrollar también:
‘Porque ¿quién conoció la mente del Señor? ¿Quién le instruirá? Mas nosotros tenemos la mente de Cristo.‘
(1 Corintios 2:16)
‘Haya, pues, en vosotros esta manera de pensar que hubo también en Cristo Jesús’
(Filipenses 2:5)
‘Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos son mis caminos – dice el Señor’.
(Isaías 55:8)
En su viaje de descubrimiento y transformación, Avraham debe obviamente abandonar la «tierra, lugar natal y casa paterna» de su Mesopotamia nativa; debe obviamente rechazar la cultura pagana de Ur, y Jarán. Pero ésta no es la partida de la que hablamos en el versículo citado arriba. Pues Avraham recibió este llamado muchos años después de haber renunciado a las modalidades paganas de su familia y lugar de nacimiento, haber reconocido a Yahvéh, y ejercido un profundo impacto sobre su sociedad.
Con todo, se le dice: ¡Vete! (Lej lejá!) Parte de tu naturaleza, parte de tus hábitos, parte de tu ser racional. Después de rechazar tus orígenes negativos, idólatras, debes ahora también trascender tu pasado positivo y lucrativo, para dejar sitio a las buenas virtudes. a las midot tovot. Llega allende ti mismo, si bien un ser perfecto.
La perfección humana simplemente no basta. Pues cualquier cosa humana – incluso el objetivo y trascendente intelecto- es todavía parte de la realidad creada, siempre sujeta y definida por ella.
Sin embargo, Dios nos invita en esta primera ordenanza al primer varón de fe, a experimentar aquello que trasciende todo límite y definición: experimentarlo a El Mismo. Aquellos que consigan abandonar su propia voluntad para hacer la de Dios, sus costumbres mundanas para guardar las ordenanzas de Dios y su antigua manera de pensar, para pensar como Cristo Jesús, los tales entraran a Canaán, a la tierra prometida, a la tierra de la SOBREABUNDANCIA de DIOS.
Al meditar en esta vocación la conclusión surge fácil: ¡Dios pide!
Pero, ¿qué pide?
Simplemente un cambio, siempre un cambio; un esfuerzo de transformación en nuestra manera de pensar para así lograr un cambio en nuestra manera de vivir.
A continuación les comparto la Conferencia en la que expuse estos códigos lumínicos en Lima (Perú):