Tabernáculo de Moisés

El Kior (Lavacro) y la Pureza para la Comunión

Por P.A. David Nesher

«Habló más Yahvéh a Moisés, diciendo:

Harás también una fuente de bronce, con su base de bronce, para lavar; y la has de poner entre el tabernáculo de la congregación y el altar; y pondrás en ella agua. Y de ella se lavarán Aarón y sus hijos sus manos y sus pies.
Cuando entraren en el tabernáculo de la congregación, se han de lavar con agua, para que no mueran: y cuando se acerquen al altar para ministrar, para quemar la ofrenda encendida para Yahweh se lavarán las manos y los pies, para que no mueran. Y lo tendrán por estatuto perpetuo él y su simiente por sus generaciones.

(Éxodo 30:17-21)

Aquí tenemos las instrucciones que Yahvéh dio a Moshé para construir el denominado Kior, una gran vasija de agua para el Santuario. Esta fuente era utilizada por los sacerdotes (kohanim), previo a su servicio en el Santuario, como está escrito: «Y lavarán de él Aarón y sus hijos a sus manos y a sus hijos cuando vengan al Ohel Moed (Carpa de las Citas)».

Los Objetivos del Lavacro.

Este lavado ritual tenía dos objetivos:

  1. Limpieza y purificación: Se requiere del Kohen una limpieza y purificación adicional previo a su inicio del servicio al Eterno en el Santuario.
  2. Santidad- a través del lavado: el kohen alcanzaba un mayor nivel de santidad, y por eso, este lavado también se llamaba- «la santificación de las manos y los pies«. Según el Talmud el sacerdote ponía su mano derecha sobre su pie derecho y su mano izquierda sobre su pie izquierdo y los consagraba.

Estas abluciones corporales de los kohanim eran indispensables para ponerse en contacto con los objetos y los lugares sagrados del Mishkán. El incumplimiento de esta norma ponía en peligro la vida no sólo de Aharón y de sus hijos, sino también la de cualquiera de sus sucesores. Era un decreto permanente (vv. 19-21).

El Origen y Significado del Lavacro.

El origen del Kior o Lavacro se encuentra en la donación que hicieron las mujeres que velaban a la puerta del tabernáculo, tal como se nos relata en Éxodo capítulo 38, versículo. Dichas mujeres donaron sus espejos, que eran de bronce, para que fueran fundidos a fin de que la fuente se hiciera. Era una cosa maravillosa para el pueblo el dar la medida de su propia apariencia para estar limpios ante Yahvéh.

Hay que recordar que los espejos de aquel tiempo no eran como los nuestros, ya que los espejos de vidrio no existían en aquel entonces. Los pueblos antiguos tuvieron que recurrir a metales pulidos (bronce, plata, etc.), para producir reflexión. Esto explica el comentario que el apóstol Pablo hace del símbolo del Kior al decir:

«Ahora vemos por espejo, oscuramente…»
(1 Corintios 13:12)

Él está recordando a los discípulos de Yeshúa que debemos ejercer siempre humildad al comparar nuestro conocimiento espiritual aquí abajo, que es parcial (así como la imagen que reflejaban los espejos de su tiempo), con el que tendremos cuando estemos cara a cara con nuestro Abba, cuando conoceremos con total claridad.

Esta fuente contenía agua, siendo por tanto una provisión para lavarse. Pensemos juntos; tenemos aquí un gran espejo, hecho de una multitud de ellos más pequeños. Estaba lleno de agua, lo que aumenta su capacidad de reflexión. De esta manera, la fuente tenía dos grandes propósitos: reflejar la imagen del kohen y proporcionar limpieza. En ese sentido, esta fuente nos recuerda lo que la Instrucción (Torah) de Dios es y hace con nuestras vidas diariamente. Ella es un espejo fiel que nos muestra nuestra verdadera condición y, al mismo tiempo, es el instrumento para limpiarnos de las suciedades adquiridas. Por lo tanto, comprendemos que la primera función de la Torah es enseñarnos cómo estamos en el día a día referente al propósito eterno de Dios. Por ello, el apóstol Pablo explicaba esta misión de la Instrucción de las siguiente manera:

«¿Qué diremos, pues? ¿La ley es pecado? En ninguna manera. Pero yo no conocí el pecado sino por la ley; porque tampoco conociera la codicia, si la ley no dijera: No codiciarás.»
(Romanos 7:7)

La Torah, pues, es ese gran espejo, sin el cual nos auto-engañaríamos en creer que ya estamos perfectos, cuando en verdad estamos aún en el proceso divino de la santidad y la justicia.

El hecho de que fuera de bronce (símbolo de juicio) nos revela que el gran espejo divino, la Torah, nos ayuda a juzgarnos a nosotros mismos de una manera verídica y criteriosa, conforme a como Yahvéh nos ve. Los primeros discípulos al estudiar esta parashá fortalecían este pensamiento. Esa es la razón por la que Jacobo (mal llamado Santiago) escribió:

“Porque si alguno es oidor de la palabra pero no hacedor de ella, éste es semejante al hombre que considera en un espejo su rostro natural. Porque él se considera a sí mismo, y se va, y luego olvida cómo era. Mas el que mira atentamente en la perfecta Torah, la de la libertad, y persevera en ella, no siendo oidor olvidadizo, sino hacedor de la obra, éste será bienaventurado en lo que hace.”

(Santiago.1:23-25)

Pero hemos dicho que la Instrucción tiene otra función añadida a ésa, y es la de ser el lavacro (kior) donde limpiarnos de la suciedad adquirida en nuestra cotidianidad, adquiriendo desde ella pureza o santidad y mayores niveles de justicia. Eso es lo que en la mentalidad hebrea significa estar limpio. Nuestro Dueño Yeshúa así lo expresó:

«Ya vosotros estáis limpios por la palabra que os he hablado.»
(Juan 15:3).

El Eterno trazó en Su diseño que esta fuente de bronce, se situara, entre el Altar de Bronce, que es tipo de la cruz, y el Tabernáculo propiamente dicho, que es tipo de la comunión a la que todo redimido tiene acceso y de la de la adoración y servicio que todo redimido tiene el privilegio de ofrecer. Dicha comunión solamente se puede dar si el kohen (sacerdote) está limpio.

Para que podamos entender mejor este asunto, tenemos que saber que el uso de esta fuente estaba reservado para los sacerdotes, quienes en el ejercicio diario de su ministerio eran proclives a ensuciarse. Tengamos en cuenta su contacto permanente con el altar de bronce, donde la leña, las cenizas, el humo,los animales, la sangre etc. eran causas permanentes de suciedad. Era normal que en dichos trajines diarios, lo kohanim no se dieran cuenta de esa contaminación o suciedad en sus manos y pies. Por ello, el uso del lavacro no era opcional sino obligatorio. Es decir, no se trataba de algo dejado al criterio del sacerdote sino algo por lo que tenía que pasar para ministrar en su comunión íntima al Eterno.

La obligatoriedad del uso era diaria, porque diariamente estaban llamados a ministrar (comulgar) con Yahvéh dentro de Su morada. Y el uso de la fuente era previo a la ministración; por lo tanto, antes de entrar en el lugar santo para hacer los servicios sagrados el sacerdote tenía que lavarse, para concretar así un estado de limpieza personal desde la revelación de este santo espejo. Las partes del cuerpo que debía lavarse eran las manos y los pies, órganos del cuerpo simbolizan nuestro hacer y nuestro caminar. De la obligatoriedad del uso de la fuente da buena cuenta la razón que se aduce: para que no mueran.

Aprender a Supervisarse en las Acciones Cotidianas.

En la simbología de las Sagradas Escrituras, la “cara” siempre hace alusión a la parte interna e intelectual de la persona, mientras que las “manos y los pies” siempre hacen alusión a la parte de la persona vinculada con la acción. En el Santuario se encontraba de manifiesto la Santidad, y es por eso que la “cara”, la cabeza, la parte en donde reside el intelecto, no hacía falta “lavarla”, purificarla, ya que ya estaba plenamente santificada, debiendo solo purificarse la parte más baja de la persona humana: la acción, simbolizad por las “manos y los pies”, que guardan relación con el mundo.

Ahora, les solicitaré a cada uno mucha concentración. La sabiduría del Eterno al poner esta fuente para los sacerdotes es muy oportuna para cada uno de los redimidos en Yeshúa, llamados a ejercer diariamente un culto racional a Dios (Rom. 12: 1) La advertencia era clara: cada sacerdote debe también ocuparse de sí mismo diariamente. Debido a que podía darse el caso de que se concentraran tanto en el ministerio hacia los demás y se olvidaran de sí mismos, Yahvéh estableció esta estructura con su ritual obligatorio para que en un determinado momento del día, cada sacerdote se dedicara a pensar en su propia persona.

Con esta fuente Yahvéh los obligaba a examinarse a sí mismos, antes de examinar a otros. Es lo mismo que le recordará el apóstol Pablo a su hijo apostólico Timoteo: 

Ten cuidado de ti mismo…«
(1 Timoteo 4:16)

Sucede que, en el cotidiano devenir, a cada ser humano le sea fácil estar pendientes de los demás, de sus necesidades y problemas, pero a la vez olvidarse de las propias. Si eso llega a acontecer, aquel que es hijo primogénito de Dios ya no podrá ser de ayuda para otros, pues estará él mismo necesitado de ella. ¡Cuidado con el exceso de ocupación (servicio) hacia otros, no sea que termines descalificado por no estar atento hacia ti mismo y tu propósito! Es verdad, hay muchas almas humanas que debes cuidar, pero una por encima de todas ellas está la tuya.

La lección practica de este mueble del tabernáculo, es que, a menos que vivas efectuando constantemente, el juicio justo de ti mismo, a la Luz de la Torah del Eterno, tu comunión con Él se vera interrumpida, y esto afectará y determinará, que sobre el fundamento de la salvación, en vez de edificar oro, plata, piedras preciosas, edifiques con madera, heno y hojarasca. Teniendo en mente estos principio divino, el apóstol Juan, muy familiarizado con lo sacerdotal, escribió:

“Si decimos que tenemos comunión con él, y andamos en tinieblas, mentimos, y no practicamos la verdad; pero si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado. Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad.”
(1 Juan 1:6-9)

Por ello, en el diseño del Monte Santo del Señor hemos aprendido que al llegar el Shabat, tanto en su kabalá (recepción) como en su entrega, el lavarse las manos antes de comer el Pan de Primogenitura y el Pan de Gratitud, no solamente anuncia nuestra disposición a no realizar labor alguna para honrar ese día sagrado, sino que también anunciamos que estamos dispuestos a meternos en el juicio justo que la Torah nos revelará acerca de nuestra peregrinación en la vida. Es una manera de anunciar a todos los ámbitos celestiales que entendemos que el amor a uno mismo es la bisagra que permite amar perfectamente al Eterno y al prójimo.

Anhelo que recuerdes en este día pasar por el lavacro y meditar cómo está la marcha de ese proceso divino que te conduce a una meta maravillosa: el Premio del Supremo llamamiento de Dios en Jesús, el Cristo, nuestro Dueño!

P.A. David Nesher

El Sacrificio de Continuo y el Gran Deseo Divino

«Esto es lo que ofrecerás sobre el altar: dos corderos de un año cada día, continuamente. Ofrecerás uno de los corderos por la mañana, y el otro cordero ofrecerás a la caída de la tarde. Además, con cada cordero una décima parte de un efa de flor de harina amasada con la cuarta parte de un hin de aceite de olivas machacadas; y para la libación, la cuarta parte de un hin de vino. Y ofrecerás el otro cordero a la caída de la tarde, haciendo conforme a la ofrenda de la mañana, y conforme a su libación, en olor grato; ofrenda encendida a Yahvéh.»

(Éxodo 29: 38-41)

 

Después de la ceremonia de su consagración de Aharón y sus hijos como sacerdotes, el Eterno continúa su pedagogía a través de la práctica de los sacrificios diarios, uno por la mañana y el otro a la caída de la tarde. Tenía por finalidad asegurar la presencia continua de Yahvéh en medio de Israel (v. 42)

Cada día debía ser ofrecido a Yahvéh, empezando y terminando con sacrificios de gratitud y consagración. Como el nombre lo indica (korbán) se quemaba toda la víctima en honor de Yahvéh. Era el sacrificio más perfecto, porque suponía la entrega total y desinteresada de la víctima al Señor.

El mandamiento  acerca del sacrificio continuo u holocausto perpetuo era llamado en hebreo korban tamíd y era una ofrenda derramada ante Yahvéh como una demostración de una completa abnegación de cada israelita al Eterno. Por eso, cada mañana a las nueve y cada tarde a las tres los hebreos tenían que sacrificar un cordero en el tabernáculo terrenal. El cordero de la mañana expiaba por los pecados cometidos durante la noche y el cordero de la tarde expiaba por los pecados cometidos durante el día. De esa manera hubo una expiación constante para los hijos de Israel.

El holocausto continuo comenzaba cada mañana con el primer cordero ofrecido en holocausto (olá, עולה). Los sacerdotes sacrificaban un cordero y lo ponían en el fuego del altar como el primer sacrificio del día. El cordero se quemaba en el fuego durante todo un día, por eso se lo llamaba el holocausto continuo. Los sacerdotes colocaban cada sacrificio posterior sobre la parte superior de la pira en la que el cordero estaba ardiendo.

Cuando el servicio concluía y los sacerdotes habían completado todos los sacrificios para ese día, traían el segundo cordero. Se sacrificaron como una olá y la colocaban en la parte superior de los restos de las ofertas del día, intercalando los servicios de todo el día entre los dos corderos de un holocausto continuo. Dejaban el segundo cordero en el altar para quemar toda la noche. A la mañana siguiente, los sacerdotes eliminaban las cenizas y era sacrificado otro cordero, se ponía sobre el altar, y comenzaba el proceso de nuevo. De esta manera, un cordero se mantenía ardiendo continuamente en el altar delante de Yahvéh.

El holocausto continuo establecía un patrón de referencia como la función más básica y regular del tabernáculo (y posteriormente el Templo). De este modo, los servicios de oración, el canto de los salmos, el encendido de la menorá, y la quema de incienso ocurrían en conjunción con la ofrenda continua. Los dos corderos de un holocausto continuo, que ofrece a las horas establecidas de sacrificio, creaban la estructura temporal para el resto de los servicios del Santuario. Gracias a este rito los israelitas pudieron conocer los tiempos propicios de oración enmarcados en las horas en que el holocausto continuo solía hacerse.

Esta ofrenda no debía cesar jamás. (Números 28: 3, 6, 10, Esdras 3:5). Era un tributo que dos veces al día debía ofrecer Israel en el altar a su Dios. No se omitía ni en los días más solemnes, en que se ofrecían al Señor otros sacrificios (cf. Núm. 28: 3-8). Se sabía que la salud integral de cada miembro de Israel estaba ligada a este korbán tamid (holocausto perpetuo).

El sabio intérprete Abarbanel recalca el hecho de que estos sacrificios no tenían carácter expiatorio, sino que eran en agradecimiento por todo lo que el hombre recibe del Eterno permanentemente: «Tamíd» (תמנד). Este exégeta agrega que todo lo concerniente a los sacrificios fue ordenado por la Torah únicamente después del episodio del becerro de oro. Los sacrificios rituales tienen por finalidad desarraigar pensamientos malos de nosotros. El ideal no es incurrir en error y después expiar el mismo por medio de sacrificio, por eso los sacrificios que se ofrecían en acción de gracias, son los que cobran mayor importancia y así los Sabios del Talmud llegan a decir que los versículos que se refieren a  «korban hatamid» (קרבן התמנד) o sacrificio continuo son cada uno: «Pasuk hacolel ioter batorah» (פסוק הכולל יותר בתורה), o sea, uno de los versos más fundamentales entre todos los versículos de la Torah. La idea pues que este korbán encierra es que lo espontáneo y lo voluntario es lo más loable en la vida del ser humano.

En el libro de los Hechos de los Apóstoles se nos relata que Pedro y Juan fueron al Templo de Jerusalén a la hora novena:

 

«Pedro y Juan subían juntos al templo a la hora novena,  la de la oración.» 

(Hechos 3:1 RV60)

 

Debemos conocer que la hora novena era  la hora del sacrificio diario de por la tarde (3 PM). No tenemos un relato el cual nos hable de la hora del sacrificio de la mañana. Pero fuentes extra bíblicas como Flavio Josefo, Filón de Alejandría y la Mishná (recopilación de la enseñanza oral de la Torah) indican que el sacrificio diario o continuo de la mañana era a la hora tercera (9 AM). También la Mishná muestra que el tipo de  oraciones que se hacían a la hora tercera y la hora novena. Estas oraciones se conocen como la plegaria de las dieciocho bendiciones (Shemoné Esré) también conocida como la amidá y se enfocan en cuatro aspectos: la redención, el perdón de los pecados, la llegada del Mesías y la resurrección de entre los muertos. El esquema de dicha amidá sería así:

  • Geulá (גאולה) «Redención«. Alaba a Dios como el redentor de Israel.
  • Selijá (סליחה) «Perdón«. Se pide a Dios perdón
  • Birkat David (ברכת דוד) «Bendición de David«. Se pide a Dios que traiga pronto al descendiente de David, el Mesías judío.
  • Gevurot (גבורות) «Poderes«. Reconoce la Fuerza y el Poder de Dios, en donde se menciona la sanidad y la salud que vienen de Dios y la Resurrección de los Muertos «Tejiyat Hametim«.

Una vez destruido el Segundo Templo de Jerusalén, y cuando los sacrificios cesaron, la oración sustituirá a los rituales que se celebraban en el Bet Hamikdash (Templo). La «havodat hamikdash» (עבודה המקדש) o ceremonial ritual del Santuario será sustituido por «Havodah shebalev» (עבודה שבלב)  o servicio a Dios con nuestro corazón, sentimiento y mente, lo que  quiere decir que el sacrificio continuo (korban tamíd) reemplazados por la»tefilah» ( תפילה ) u oración de alianza. En otras palabras, la oración tratará de reemplazar por medio de la palabra, lo que el ritual de los sacrificios realizaba por medio del acto concreto.

Aunque sabemos que probablemente las plegarias de la amidá de hoy día no sean semejantes a las que hacían los discípulos del primer siglo, sí entendemos que eran hechas a la hora tercera y la hora novena, es decir a las 9 de la mañana y 3 de la tarde.

 
¿Cuál fue el propósito de esos sacrificios? ¿Para qué el pecado del pueblo tenía que ser expiado?

Entendemos que para que el Eterno pueda cohabitar con seres humanos pecaminosos debían éstos seguir ciertas conductas, procedimientos y normas impuestos por Él mismo. Estos lineamientos pautaban de alguna manera la pureza o limpieza redentora que Dios hace por su pueblo. De lo contrario, cualquiera que pretendiera acercarse a Yahvéh sin dicha “gracia”, moriría (Éxodo 30:21, Éxodo 28:43) y no sería posible dicha relación (redención).

La sangre de este sacrificio continuo, se salpicaba diariamente sobre el altar, proporciona un recordatorio constante de la “sangre del pacto” que Moisés aplicó al altar y al pueblo en el Monte Sinaí (Éx. 24).

Este holocausto revelaba pues que el deseo del Todopoderoso es estar cerca de sus hijos. Pero también recordaba que Él no anhela solamente estar cerca sino también vivir dentro de cada uno de sus hijos (Israel). Yahvéh quiere que su gloria llene al hombre de tal manera que Su Luz pueda irradiarse en este mundo. El anhelo más íntimo del Eterno es habitar en Su Pueblo, y desde él redimir al mundo. Y para cumplir este deseo tenía que establecer estos sacrificios expiatorios que servían para cubrir el pecado de manera que el pueblo pudiera acercarse al Altísimo que es un fuego consumidor.

Juan el Bautista, criado en casa sacerdotal y educado a los pies de los esenios, entendía perfectamente el tipo de este holocausto. Por ello, cuando estaba en el río Jordán aplicando bautismo de teshuvá y vio al Mesías, el arquetipo, hizo en su proclamación alusión al holocausto continuo cuando identificó a Yeshúa como “el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Juan 1:29).

La respuesta que Juan estaba anunciando revelaba que el Eterno al fin podría estar cerca del pueblo pues su Cordero había sido entregado en el primer sacrificio, bautismo en el Jordán. Sólo habría que esperar el último holocausto, su sacrificio voluntario en la cruz del Calvario.

Sabemos que las plegarias obligatorias (la amidá) eran hechas a la hora tercera y la hora novena. Pues bien, curiosamente la hora tercera y la hora novena fue el período de tiempo que duró la crucifixión de Yeshúa aquel día 14 del primer mes del calendario hebreo hace casi dos mil años. Los Evangelios relatan.

«Era la hora tercera cuando le crucificaron».
(Marcos 15:25 RV60)

«Cuando era como la hora sexta, hubo tinieblas sobre toda la tierra hasta la hora novena. Y el sol se oscureció, y el velo del templo se rasgó por la mitad. Entonces Jesús, clamando a gran voz, dijo: Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu. Y habiendo dicho esto, expiró«.
(Lucas 23:44-46 RV60)

Mientras los Judíos hacían la amidá ese día el Mesías tan esperado y anhelado estaba poniéndose así mismo como expiación por los pecados del pueblo tal como fue anunciado por el ángel Gabriel:

«Y dará a luz un hijo, y llamarás su nombre JESÚS (Yeshúa), porque él salvará a su pueblo de sus pecados«.
(Mateo 1:21 RV60)

Al caminar en estos días postmodernos, la idea de un sistema sacrificial seguramente nos pareces extraña. Sin embargo, estoy convencido que podemos entender el concepto del pago o restitución de una manera fácil. Sabemos, por la revelación, que la paga por el pecado es la muerte (Romanos 6:23) y que nuestro pecado nos separa de la Gloria del Eterno. También sabemos que las Sagradas Escrituras enseñan que todos somos pecadores, que ninguno de nosotros es justo delante de Dios (Romanos 3:23). A causa de nuestro pecado, estamos separados de Dios y somos culpables ante Él; sin embargo, la única esperanza que podríamos tener es que Él nos proveyera un medio para reconciliarnos con Él. Si comprendemos esto, entonces podemos entender cuál es la razón por la que envió a Su Hijo a morir en la cruz. El Mesías murió para hacer expiación por el pecado y pagar el castigo por los pecados de todos los que creemos en Él y su obra redentora.

¡Realmente asombroso! Toda esta estructura sacrificial fue implantada como una sombra del sacrifico eterno del Mesías Yeshúa. Él fue colgado en un madero a las nueve de la mañana y entregó su espíritu a las tres de la tarde. Su muerte es necesaria para la expiación del pecado en el tabernáculo celestial para que el cielo pueda bajar a la Tierra y el pueblo pueda encontrarse con el Eterno en el tabernáculo celestial.

En el Espíritu del Mesías, el espíritu humano tiene acceso al Tabernáculo celestial (Juan 4:23-24). Aquí hay mucho que decir y a la vez todo esto es difícil de explicar. Las dimensiones y las consecuencias de la muerte expiatoria del Cordero del Todopoderoso son inmensas en cuanto a la intimidad espiritual entre el ser humano y el Creador .

La muerte y resurrección de Yeshúa abrió el camino para el servicio espiritual en el santuario celestial . Todos los que han nacido de nuevo tienen la posibilidad de servir como sacerdotes en el templo celestial. El Mesías es el Sumo Sacerdote y sus discípulos son los sacerdotes .

¡Yeshúa es el “sacrificio continuo” (aquél representado por corderos de un año de edad, que se sacrificaban tanto por la mañana como por la tarde, continuamente) en el Tabernáculo Celestial!

“… pero Él, habiendo ofrecido un solo sacrificio por los pecados para siempre, SE SENTÓ A LA DIESTRA DE DIOS”

(Hebreos 10:12 – LBLA – destacado mío)

 

Si alguno de ustedes, después de leer esta bitácora, anhela por su cuenta profundizar en estas realidades celestiales, les aseguro que se le abrirá un mundo inmenso con influencias espirituales asombrosas tanto en las esferas celestes como en este mundo físico. La intimidad con el Eterno por medio del sacrificio del Cordero es mucho más profunda que la intimidad que se produjo en el tabernáculo terrenal. Las palabras no alcanzan para expresar las profundidades y las alturas de este ministerio sacerdotal celestial. ¡Son dimensionalidades infinitas llenas de cosas inimaginables! (1 Corintios 2: 9).


Bitácora Relacionada y Recomendada:

El Mishkán y la Conciencia de Citas Divinas

 

 Por P.A. David Nesher

«Que Me hagan un santuario, y Yo habitaré dentro de ellos.»

(Shemot / Éxodo 25:8)

 

El Eterno mismo invitó a Israel, Su amada, a traer una ofrenda elevada (hebreo: terumáh) de lo más valioso que tenían, empezando con oro y terminando con piedras preciosas. El propósito para la ofrenda era hacer un santuario para el Eterno dónde Él podía morar, y desde allí tener citas divinas con Su Esposa.

Así pues, fue en el desierto, a los pies del Sinaí, donde el Eterno ordenó la construcción de lo que en la teología occidental se conoce como El Tabernáculo. En realidad, en hebreo se denomina Mishkán.  Esta expresión proviene de la voz hebrea “lishkon”, que es asentarse, morarhabitar. Interesante será mencionar aquí que de esta misma voz proviene “shejuná”, que es vecindario; así como “shajén”, que es vecino. También “Shekináh”, que es la Divina Presencia creativa moviéndose sobre la humanidad. Todo estos detalles los menciono ya que nos ayudan a entender el diseño de propósito de esta estructura celestial, pues el Mishkán fue comprendido por la mente de los israelitas como el sitio para la morada del Eterno.

El Mishkán fue hecho según el patrón mostrado a Moshé en el Monte Santo y fue así el tipo de las cosas celestiales. Esta enseñanza se desarrolla magisterialmente en la carta a los Hebreos. Allí leemos que el Mesías que es «Ministro del Mishkán, y de aquel verdadero Mishkán que Yahvéh asentó, y no hombre». El Mishkán es, pues el trasfondo de la exposición de la carta a los Hebreos (2:17 – 10:22). De una manera real y completa cada versículo de esta epístola sustentan toda la enseñanza experimental de las Sagradas Escritura. Como se ve en los Tehilim (Salmos) y en las cartas paulinas, todo creyente debe llegar a tener una clara comprensión de este diseño divino, a fin de consolidar este «modelo» del Mishkán en su corazón (espíritu y alma).

Por ello es que este diseño no permitió jamás que los que lo miraran creyeran que era morada de Dios en el sentido literal, finito, idolátrico, sino más bien, comprendían que era un lugar de encuentro o citas, particularmente designado, allí en donde Yahvéh siempre aguarda al ser humano. Claramente, el objetivo pedagógico de la construcción de este recinto no era proveer a Yahvéh, nuestro Dios, de un refugio, sino más bien proveer un camino (método) para que el ser humano ponga a Yahvéh dentro de su vida. 

Con dicha cosmovisión, ese sitio, implantaba la comprensión de que lugar de encuentro divino puede ser cualquiera, porque no hay lugar fuera de la supervisión constante del Eterno. Pero, es el hombre el que precisa de un lugar particular, algo que lo defina, algo que lo enfoque. Todos los tiempos y lugares son propicios para el crecimiento integral del hombre. Todo espacio es bueno para el encuentro con Dios, para descubrir nuestra multidimensionalidad y unificarnos con Su Intención, pero precisamos de recordatorios, mojones, instituciones que nos lo tengan a la vista para que cada ser humano encuentre el modo de encontrarse su propia esencia y de ese modo con su Fuente, el Eterno Dios.

Al ver esta estructura de diseño celestial, el corazón de los hebreos se obligaba a meditar hasta sentir que el Dios de sus padres era un compañero peregrino; que donde acampaban Él acampaba. De esto, surgía una fuerte certeza de que sus enemigos, dificultades y las largas marchas fatigosas también eran las de YHVH Su Dios.

Tal sería este Mishkán, el lugar de encuentro con el Eterno, no por ser el único, sino por ser el señalado para tal fin.  Por ello, el texto hebreo no dice que el Eterno quería habitar entre ellos, sino dentro de ellos, ya que la expresión en hebreo betojam , debe ser traducida como «en ellos«. Esto nos enseña que el lugar donde realmente el Eterno deseaba morar era dentro de los corazones de cada hijo de Israel que tuviera la actitud de dar generosamente.

Ahora, sólo los que tenían corazones alegres con ganas de dar recibieron el permiso para entregar materiales para el tabernáculo. Por lo tanto las ofrendas venían de los corazones de los que amaban la presencia del Eterno. Su amor al Eterno, y su deseo de estar unidos a Él, se expresó en la entrega de sus bienes más preciosos. De esa manera hay una relación muy íntima entre el corazón del pueblo y el santuario.

El Eterno quiso vivir en el santuario de los hijos de Israel, pero esa morada divina se construyó de los materiales que habían sido dados de todo corazón. De esa manera Yahvéh no habitaba solamente en los materiales físicos sino también (o más bien) en los corazones de su pueblo, cumpliéndose así la palabra que dijo que iba a habitar dentro de ellos. La idea que se desarrollaba era que siendo la misma vida del ser humano efímera y a veces fugaz, él mismo no puede poseer absolutamente nada de los bienes materiales que él mismo crea. Si nuestra mentalidad se basa en la escasez, no veremos la abundancia que hay de todo en el Universo. El primer paso para liberarnos de ella es estar agradecidos por todo lo que somos y poseemos. Y de última instancia llegaremos a comprender que en realidad no podemos poseer nada, ya que todo lo que obtenemos es un medio útil para lograr alguna otra cosa y no un fin en si mismo; ya que lo único que realmente podemos poseer es aquello que podemos dar. Esto nos recuerda lo que afirmaba el rey David en ocasión de reunir materiales donados para la construcción de lo que sería el Primer Templo de Jerusalén:

«Porque de ti proceden todas las cosas, y de lo recibido de tu mano te damos
(1 Crónicas 29: 14).

Así Israel aprendió la gran lección del éxito: las ofrendas de corazón son el camino a la intimidad con el Eterno. Si das ofrendas al Eterno de todo corazón Él viene a hacer su morada dentro de ti .

Por eso es que al santuario se le acostumbró a  llamar Mishkán, el lugar para que la Presencia habite en comunión con el corazón del hijo primogénito, Israel.

Pero, a la vez, el significado espiritual de este diseño podría parecer como una exigencia terrible para el pueblo, pues implicaría la imperiosa necesidad de estar en estado de “consagración” y “pureza” constantes, sin margen para cometer el más mínimo error. Tal como fuera mencionado:

«El Eterno dijo a Moshé: -Desciende y advierte al pueblo, no sea que traspasen el límite para ver al Eterno y mueran muchos de ellos.
Santifíquense también los sacerdotes que se acercan al Eterno, no sea que el Eterno acometa contra ellos.«
(Shemot / Éxodo 19:21-22)

Evidentemente estar ante la Divina Presencia no parece cosa de todos los días, sería indispensable un estado de lucidez, de pureza, de santificación, de apartamiento de las cosas “mundanas”, so pena de morir, de ser “acometidos” por las poderosas fuerzas de la santidad que no toleran la manchas de la oscuridad.

Pero, ¡oh sorpresa! De repente la misma Torah da un consuelo al alma de sus hijos. Ella presente una evidencia consoladora de parte del mismo Yahvéh:

«… el tabernáculo de reunión, el cual habita con ellos en medio de sus impurezas.»
(Vaikrá / Levítico 16:16)

¡Bendita noticia celestial! ¡El Eterno está con nosotros, en medio de nuestros errores!
¡Él no nos abandona nunca!

No existe un pecado original, o repetido, que logre deshacer el sagrado lazo que Él ha determinado mantener con los primogénitos de Su congregación gozosa. En nuestro ser está el sagrado Mishkán, nuestro espíritu redimido en la sangre del Mesías, sin importar que tanto “pecamos”. La cosmovisión que deja el Mishkán es por nuestro beneficio si lo sabemos y nos preparamos para adentrarnos en este santuario interior, si armonizamos nuestra existencia para estar acordes con el Eterno.

Nosotros podemos alejarnos con nuestra conducta, confundirnos con nuestras creencias, embotarnos con nuestros pensamientos de incredulidad, sentirnos sin Dios o absolutamente lejos de Él; pero, Él está aquí, ahora, conectado contigo, con su Luz Infinita en ti. Su Espíritu morando en tu interior:

«Si somos infieles, él permanece fiel, porque no puede negarse a sí mismo«.
(2 Timoteo 2: 13)

Seguramente, querrás decirme que tu estilo de vida no está hoy en sintonía con los lineamientos de Su Instrucción (Torah). Me asegurarás que ya es muy tarde para volver a Él, ya que todas tus acciones te hacen vibrar negativamente, en estado de impureza, de desconexión con Su propósito eterno. Tus actos negativos te perjudican, y a tu prójimo. Pero, quiero que sepas que allí, muy cerca de tu corazón y sin pausa está Su Presencia, morando, vibrando, a la espera, pacientemente aguardando a que despierte tu conciencia espiritual y comiences el proceso de crecimiento, de reencuentro con tu identidad, de unificación.

A tu servicio y en Amor: David Nesher

La Unidad de Abajo atrae a la Unidad de Arriba (Tablas del Mishkán)

«… Las cuales se unirán desde abajo, y asimismo se juntarán por su alto con un gozne. Así será con las otras dos; serán para las dos esquinas…»

(Éxodo 26:24)

La palabra Tabernáculo se traduce de los términos hebreos ojel que significa “tienda”; y mishkán que significa “morada”. Precisamente eso es lo que era, una tienda como las que habitaban los israelitas pero con un diseño especial y para un propósito específico. El tabernáculo fue el santuario móvil construido por los Israelitas durante su peregrinar por el desierto. Tenía una forma rectangular y toda su construcción fue dirigida por el Eterno, quien le mostró a Moshé, aparentemente por medio de visiones, “el diseño del tabernáculo, y el diseño de todos sus utensilios” (Éxodo 25:9).

Los materiales, las medidas, las decoraciones, etc., todo se hizo conforme a lo que el Señor pidió.

El recinto del tabernáculo tenía trece metros y medio de norte a sur. El material básico de construcción era madera de acacia, fácil de obtener en la península de Sinaí. Las paredes de cuarenta y ocho tablas (5 m. de altura y un poco más de 0,50 m.), estaban recubiertas por láminas de oro y las sostenían cuarenta basas de plata en los costados y dieciséis en los otros dos lados.

¿Qué simbolizan las tablas?

Aquí necesitamos recordar que en las Sagradas Escrituras los seres humanos, en especial los justos (en hebreo tzadikim), son comparados con árboles (Salmo 92:12). Con esto en nuestra mente podemos hacer la asociación entre las tablas de madera en el tabernáculo y los justos que componen la congregación del Eterno.

Al leer el versículo que nos ocupa encontramos que las tablas tenían que estar juntadas desde abajo y también unidas por arriba. Deben ustedes saber que el texto hebreo utiliza dos palabras diferentes para hablar de la unidad abajo y la de arriba:

  • Cuando habla de la unidad de abajo dice juntadas (hebreo toamim, con alef y sin yud), y
  • cuando habla de la unidad arriba dice completadas (tamim, sin alef y con yud).

Así, y rápidamente, pareciera que las dos palabras hablaran de lo mismo. Pero debemos entender que el hecho de que la Torah usa dos palabras diferentes indica que, de acuerdo con la cosmovisión del Eterno, existen dos tipos de unidad, una abajo y otra arriba.

En el idioma hebreo la palabra utilizada para la unidad de arriba es la que las Escrituras usan para la perfección, ser completo en íntegro. Se trata de una perfecta unidad que manifiesta la plenitud de propósito.

Sabemos que la letra alef (א) tiene el valor numérico 1 (uno) y la letra yud (י) tiene el valor numérico 10 (diez). Esto nos revela que la unidad que hay arriba, con yud, es diez veces más fuerte que la de abajo con alef.

En este versículo, la unidad de abajo es mencionada antes de la unidad de arriba, lo cual nos enseña que si logramos unirnos abajo en la tierra, aunque no sea una unidad perfecta, la influencia y la unidad que esto trae en el cielo es perfecta. Esto es conocido en las dimensiones metafísicas como la Ley espiritual del Acuerdo. A esto se refería Yeshúa cuando dijo:

«Otra vez os digo, que si dos de vosotros se pusieren de acuerdo en la tierra acerca de cualquiera cosa que pidieren, les será hecho por mi Padre que está en los cielos.«

(Mateo 18: 19)

Otra vez el relato de la construcción del tabernáculo nos enseña la importancia de que los justos se unan para que el Eterno pueda morar entre nosotros, respaldando con su poder todo lo que unánimes declaramos por fe en Su Nombre.

Anhelo que el Eterno nos ayude a unirnos para ser Su Templo santo en el mismo Espíritu (unción) que fue dado al Mesías.

Cortinas (Mujeres) que Causan Unidad

«Cinco cortinas estarán unidas una con la otra; también las otras cinco cortinas estarán unidas una con la otra«.

(Éxodo 26:3)

 

En el día de hoy nos concentraremos en el principio celestial revelado en este versículo que permite comprender un secreto maravilloso para lograr la perfecta unidad de una congregación.

El tabernáculo (hebreo mishkán) era unta tienda con un marco y una serie de cubiertas elaboradas. Esta sección describe la primera cubierta, la que quedaba a la vista en el interior del tabernáculo. Interesante es resaltar que los planos para el tabernáculo fueron revelados a Moisés del interior hacia el exterior, comenzando con los muebles del interior y dicha construcción. Nos aproximamos al santuario de afuera hacia adentro, pero Yahvéh construye el santuario de adentro hacia afuera. Él trabaja en Su pueblo de acuerdo al mismo patrón. En el caso de las cortinas para la cobertura interior debemos decir que eran de lino torcido, y eran unidas al ser tejidas cinco cortinas una a otra, cada una de 42 pies (14 metros) de longitud y 6 pies (2 metros) de ancho. Primero fueron unidas en sets de cinco, y luego todas fueron unidas para cubrir 42 pies (14 metros) por 60 pies (20 metros).

El texto hebreo las cortinas que se utilizarían para el techo del mishkán (la morada) son llamadas mujeres y hermanas. El texto hebreo que se tradujo como “una con la otra” en ishá el-ajotáh, (– אשה אל-אחתה  –) significa literalmente “una mujer con (o hacia) su hermana”.

Interesante es que cada cortina es comparada con una mujer y todas las cortinas son hermanas. ¿Por qué las cortinas son llamadas mujeres? Porque el Eterno quería dejar una fuerte enseñanza en la congregación de Israel. Para el Eterno las mujeres son hermanas y deben ser unidas de manera muy fuerte para que nunca más puedan ser separadas.

Esta unidad es una de las condiciones para que la congregación pueda ser una morada para el Eterno. Donde no hay unidad no puede haber una casa para el Eterno. Cuando las mujeres se unen una con la otra con corazones unidos podrán ser una parte muy importante en la morada del Todopoderoso.

Esta revelación fue perfectamente entendida por los discípulos de Yeshúa de las primeras comunidades. Las mujeres hicieron un gran papel en la introducción del yugo del Mesías en el mundo pagano. Por eso Pablo, desde el comienzo de sus cartas a sus últimas palabras de despedida, nos da nombres de mujeres que tenían gran influencia en la vida de la Iglesia, y particularmente en la unidad de la misma.

La epístola a los Filipenses menciona dos mujeres de influencia; Evodia y Síntique, de las cuales Pablo dice que “han combatido conmigo juntamente en el evangelio, con Clemente y otros colaboradores”. La preocupación del apóstol al escribir esta carta es saber que estas dos mujeres se han dividido provocando una grieta en la congregación:

«Ruego a Evodia y ruego a Síntique, que sean de un mismo sentir en el Señor…»

(Filipenses 4:2)

Desde la cosmovisión occidental, que dos mujeres no puedan llegar a un acuerdo no parece ser un problema serio; sin embargo, en la cosmovisión hebrea estas dos mujeres eran prominentes en la iglesia y estaban haciendo que otros tomaran parte su desacuerdo, así que era de suficiente importancia para que Pablo las identifique por nombre.

Aparentemente estas dos mujeres eran la fuente de algún tipo de pleito en la iglesia. No tenemos idea de la causa de la disensión entre Evodia y Síntique. Lo que sí sabemos, es que los efectos de la misma tenían que ser destructores para la iglesia. No sabemos si había diferencias doctrinales entre las dos o celos de carácter personal. Otra vez vemos al maligno azuzando a una hermana contra otra, como en el pasado. Todo ello era en deterioro de la obra y el crecimiento de la iglesia.

En lugar de tomar un bando o tratar de resolver sus problemas, Pablo simplemente les dijo que sean de un mismo sentir en el Señor. Pablo entendía que esta situación deshonraba el nombre del Señor y era un escándalo en la congregación. Esto estorbaba también la obra de la gracia en el área femenina de la asamblea.

El apóstol Pablo, además de hablar de las extraordinarias cualidades de estas dos mujeres, entre las que destaca el ser colaboradoras, dice que sus nombres estaban en el «libro de la vida»; el registro celestial de los fieles. Esto era suficiente razón para que estas hermanas superaran sus diferencias. Por otro lado, en vista de que las dos estaban destinadas a participar del Gobierno Milenial, donde solo la armonía será notoria ¿no deberían llevarse bien sobre la Tierra en este tiempo?

Por último, entendemos que la mujer es el símbolo del alma humana. Por ende, todo lo que aquí se ha dicho también aplica a los varones que forman parte de una congregación, y especialmente que tienen influencia en ella.

Todo esto nos lleva a la maravillosa conclusión de que cuando hay reyertas entre personas influyentes se forman facciones en la congregación, pues los unos se ponen en favor de uno y de otro y estas rencillas habrían terminado con la congregación.

Todos sabemos que debido a nuestra imperfección, tenemos la tendencia de distanciarnos de quienes nos han ofendido y de aislarnos. Pero eso no es lo mejor:

“La gente poco amistosa solo se preocupa de sí misma; se opone al sentido común.”

(Prov. 18:1 – NTV).

En vista de que somos un pueblo que invoca unidamente el nombre de Yahvéh a través de Yeshúa, debemos estar decididos a “servirle hombro a hombro” con nuestros hermanos (Sof. 3:9).

¿Cómo reaccionaremos si sentimos que uno de nuestros hermanos nos ha tratado mal o de forma injusta? ¿Dejaremos por ello de servir a Yahvéh con toda el alma? ¿O, más bien, nos armaremos de valor y resolveremos el problema para no perturbar la inestimable paz de la congregación?

 

“Hagan todo lo posible por vivir en paz con todos.

(Rom. 12:18.)

Resolvámonos a poner en práctica dicho consejo, y así podremos seguir andando en el camino que lleva a la vida.

¡Que el Eterno quite de nosotros todo lo que impide que seamos unidos totalmente para que su gloria pueda ser manifestada dentro de y entre nosotros!

EL VERBO SE HIZO CARNE Y PUSO SU TABERNÁCULO EN MEDIO DE NOSOTROS.

Es muy propicio en un día tan especial como hoy, Días del Perdón (Yom Kippur) tener en cuenta que aquel diseño que Dios le reveló en el Monte a Moisés (Hebreos 8:5). Esta figua y sombra de nuestro amado Cristo (Mesías) tiene hoy para nosotros la revelación concreta del Arquetipo o Anitipo: Cristo en medi de nuestras vidas y a favor de nosotros delante de Dios.

Hoy en Él somos el santuario de Dios de acuerdo al diseño que Moisés vio. Por ello, el Día del Perdón (Fiesta perpetua de Dios) nos invita hoy a meditar cada detalle de este Tabernáculo y, mediante la revelación del Espíritu Santo, disfrutar de un ayuno que libera el espíritu que se demanda a los que escuchan el evangelio del Reino: Arrepentimiento.
Coloquen todo su discernimiento en este video y dejense conducir hacia nuevos procesos de Gloria por la mano de nuestro Sumo Sacerdote y Apóstol de nuestra fe Jesucristo (Hebreos 3:1).