Por P.A. David Nesher
«Los descendientes de Reuvén y de Gad tenían mucho, muchísimo ganado. Cuando observaron la tierra de Yazer y la tierra de Guilad, ubicadas al este del Yardén* (Jordán), vieron que el lugar eran aptas para ganado…la tierra que YHVH conquistó delante de la congregación de Israel es tierra para ganado; y tus siervos tienen ganado. Y le dijeron: “Si nos hemos congraciado contigo, que esa tierra nos sea entregada a nosotros —tus servidores—, en propiedad eterna. Por favor, no nos hagas atravesar el Yardén para hacernos establecer allí.
(Números/Bamidbar 32:1; 4-5)
Antes de conquistar la Tierra Prometida, integrantes de las tribus de Reuven y Gad (más tarde acompañados por media tribu de Menashé), se adelantan para pedirle a Moshé los territorios del reino de Sijón, rey del emoreo, y de Og, rey de Bashán, en lo que hoy es Transjordania (más allá del Jordán). Lo solicitan como su porción de la herencia, siendo estas tierras aptas para la cría de ganado y ellos tenían abundantes rebaños.
Ante esta solicitud, Moshé los regaña con dureza. ¿Por qué? En realidad, los códigos de este pasaje revelan que Moshé no estaba enojado porque ellos estaban eligiendo quedarse fuera de los límites de Israel; en realidad ellos estaban ayudando a expandir chispas de santidad por todo el mundo, al extender la Kedushá/Santidad del Creador. Por el contrario, Moshé se molestó con las tribus de Reuvén y Gad por el erróneo orden de prioridades que demostraron, poniendo los negocios y necesidades de su ganado por encima de las necesidades psicofísicas de sus hijos (Num 32:4, 32:16).
Para darnos cuenta de esto, los invito a leer nuevamente el versículo 16, donde podemos apreciar que el ganado es mencionado antes que los hijos. Evidentemente los niños no eran apreciados por los hijos de Gad y de Reuvén. Esto explica por qué ambas tribus habían menguado durante los 38 años en el desierto. Los jefes de familia de estas tribus estaban más interesados en sus negocios que en su familia.
Así la Torah revela el eterno problema de todo varón, preocuparse más por su vida laboral y su estado financiero que por sus propios hijos. Y esto es una iniquidad que atraviesa las generaciones, así podemos comprobarlo si leemos el libro de Génesis cuando dice: “Entonces Reuvén habló a su padre, diciendo: Puedes dar muerte a mis dos hijos, si no te lo traigo; ponlo bajo mi cuidado, y yo te lo devolveré.” (Gn. 42:37) Es bien claro que la actitud del patriarca Reuvén en cuanto a la valoración de sus hijos era lamentable ya que él no valoraba la vida de sus hijos. Él no captó la sabiduría de lo alto que enseña que el valor de una persona supera el valor de los negocios.
Moshé, discerniendo este error de prioridades, corrigió esa actitud egoica, diciendo: “Edificaos ciudades para vuestros pequeños, y apriscos para vuestras ovejas…” (versículo 24), poniendo así a los niños antes que a las ovejas.
Comprendiendo esta codificación yahvista, logramos entender mejor el oráculo del profeta Oseas cuando profetizó a esta zona de Israel diciendo:
“Guilad es ciudad de malhechores, con huellas de sangre.”
(Oseas 6:8).
Evidentemente, de acuerdo a este oráculo de Oseas, en el siglo VIII a.E.C., la zona ubicada al oriente del río Yardén, donde se establecieron las dos tribus y media, era muy conflictiva. El profeta describe que allí la vida humana sufría diariamente una devaluación considerable. Esa será la razón por la que esta zona necesitaría tres ciudades de refugio para dos tribus y media, en contraste con las tres ciudades de refugio para las nueve y media tribus del otro lado del Yardén. Esto nos enseña que la violencia y el bajo valor del ser humano dominaban el área de las dos tribus y media, y habían convertido a esa zona en un hervidero de inseguridad social.
Por causa de esto, esta área terminó siendo la que más sufrió en las guerras contra los enemigos de Israel, y los que vivían allí fueron los primeros en ser llevados al cautiverio por los asirios y los demás pueblos en el año 722 (a.E.C.).
Reflexionando en esto, comprenderemos por qué los expertos en las ciencias sociales aseguran que una sociedad donde la profesión, el trabajo y la empresa preceden a la educación y supervisión paternal de los hijos, termina convirtiéndose en una sociedad enferma, destinada a hundirse en actos de corrupción.
Por todo esto, pido a cada varón que lee esto, especialmente los que ya son padres, que se ejerciten por medio de la oración y el estudio de la Torah en tener en alta estima a sus hijos.
Precioso varón de Yahvéh, no permitas que otros, allá afuera, los eduquen. Separa un tiempo para estar con ellos. Dialoga con ellos; edúcalos, instrúyelos, corrígelos en amor, y juega con ellos revelándoles cuánto los aprecias. Recuerda siempre que en la cosmovisión divina los hijos son mucho más importantes que tu profesión, trabajo o negocio. Acepta lo que Abba nuestro te dice hoy: ¡tus hijos necesitan mucho más de tu tiempo que de tu dinero!
¡Anhelo que esto te haga volver en sí y logres reconfigurar el orden de tus prioridades!