P.A. David Nesher
“De no ser así, ¿qué harán los que se bautizan por los muertos? Si de ninguna manera los muertos resucitan, ¿por qué, entonces, se bautizan por ellos?”
(1 Corintios 15: 29)
Ciudad de Corinto (Grecia, siglo I E.C.)… Una creciente comunidad de discípulos del yugo de Yeshúa crecía en forma sorprendente en esa ciudad. Entre los miembros de la Kehilah (Asamblea) de Corinto se estaban manifestando algunos miembros que negaban la doctrina de la resurrección de los muertos, por eso el apóstol Pablo les escribe una epístola con el objetivo de afirmar la certeza de que sí habrá resurrección:
“Pero si se predica de Cristo que resucitó de los muertos, ¿cómo dicen algunos entre vosotros que no hay resurrección de muertos?”
(1 Corintios 15:12)
Ahora bien, en medio de una larga y detallada exposición acerca de la resurrección de los muertos (ver 1 Corintios cap. 15), el apóstol Pablo hace una declaración que hoy deja confundidos a muchos investigadores:
«De no ser así, ¿qué harán los que se bautizan por los muertos? Si de ninguna manera los muertos resucitan, ¿por qué, entonces, se bautizan por ellos?”
¿Qué?… ¿Cómo?… En medio de un capítulo lleno de buenos y claros argumentos, salta este versículo a la vista del estudiante que comienza a hacerse muchas preguntas. Convengamos que es cierto que la asamblea de Corinto habían algunas prácticas desagradables, pero bautizarse por los muertos es ya un hecho muy extraño, incluso para ellos. Pablo lo menciona de pasada, dejándonos perplejos y sin seguridad de lo que está pasando en Corinto. ¿Es esta una práctica que debería realizarse hoy día en la iglesia? Pablo no la condena. ¿Qué deberíamos pensar entonces?
Bien, primeramente vamos a convenir en que la abrupta mención del apóstol del bautismo por los muertos no nos da mucha información. Por ello, no es de maravillarse que los académicos del cristianismo estimen que se han propuesto más de 200 teorías diferentes. Pero ¿realmente el apóstol Pablo tocaría un tema que las comunidades no entenderían, dejando por lo tanto una puerta abierta para la libre interpretación y el error de la herejía? Pues claramente la respuesta a esto es un rotundo NO; Pablo (como cualquiera de los otros apóstoles) jamás causarían una oportunidad para apostatar. Por el contrario, el hecho de que no se deje explicación alguna en el discurso de dicha epístola, se debe a que las comunidades del primer siglo estudiaban la Torah sujetos a la Sabiduría de las distintas midrashim (enseñanzas) que desde Moshé (Moisés) se venían dando de generación en generación. Por eso, para comprender el planteo de Pablo sobre el «bautismo de los muertos», debemos indagar desde la sana doctrina que ellos recibían al estudiar el ciclo de parashot (porciones) de la Torah; y justamente la porción que contiene la explicación exacta es Jukat.
¿Qué significa el estatuto (juk) de la Pará Adumá (Vaca Roja)?
Seguramente, al estudiar la parashá (sección) Jukat, te habrás dado cuenta que es una de las más enigmáticas de todas las que encontramos en el Ciclo de estudios de la Torah. En ella leemos de algunas cosas que no parecen tan entendibles cuando consideramos la narración con lentes superficiales. ¿Por qué una serpiente de bronce? ¿Por qué el castigo contra Moshé y Aarón es tan severo? ¿Qué significa el estatuto de la vaca roja? ¿Es esto alguna “fórmula mágica” para hacer desaparecer la impureza? ¿En qué sentido el contacto con cadáveres impurificaba a los creyentes? ¿Es pecado estar impuro? ¿Por qué una vaca roja? Todas estas preguntas fluyen en la mente de cualquier investigador sincero cuando llega a esta sección (parashá) y en su mesa de estudios comienza a meditar profundamente en estos temas.
En su inmensa mayoría (y algunos eruditos dirán que en su totalidad) los conceptos de impureza ritual están relacionados con contacto literal o simbólico con muerte o abandono de vida. Ya hemos estudiado en parashot anteriores como el contacto con salida de vida o con muerte, incluso simbólicamente, causaba impureza ritual. En ese mismo contexto, debemos entender el estatuto de la Pará Adumá (vaca roja): dentro de la esfera de la impureza ceremonial relevante cuando hay un Templo en pie y que conlleva la presencia manifiesta del Eterno en dicho lugar.
La impureza causada por un cadáver es llamada por los jajamim (Sabios) “Padre de padres de impureza”. Eso significa que es la mayor fuente de impureza por su cantidad de días, transmisión y por el proceso necesario para eliminarla. Como ya lo hemos visto, la presencia de Yah que habitaba en el Templo tenía una intensidad muy grande. La muerte y sus rastros no tienen lugar en la Presencia del Dios vivo redentor de Israel; lo inmortal, puro y trascendente no puede morar con lo mortal o impuro. Si el Mishkán (o más tarde el Beit Hamikdash) no era expiado siguiendo los procesos de purificación, la presencia de YHVH terminaría por irse.
Para el caso especifico de la impurificación por muerto, podemos descubrir que los componentes de la vaca alazana aluden a vida, incorruptibilidad y preservación. Es decir, la “cura” para la impureza ritual causada por la muerte es precisamente formada por aspectos llenos de vida, literal y simbólicamente.
Leemos por ejemplo en la Torah mismsa:
“Di a los hijos de Israel que te traigan una vaca alazana, perfecta, en la cual no haya falta, sobre la cual no se haya puesto yugo;”
(Números 19:2)
La primer pregunta lógica es: ¿Por qué una vaca roja? La respuesta más plausible es que el color de la vaca alude a la sangre. La sangre es donde el nefesh (es decir: la vida, el alma animal, la fuerza de vida que habita tanto en hombres como animales), reside y fluya, tal como está escrito:
«Porque la vida de la carne en la sangre está, y yo os la he dado para hacer expiación sobre el altar por vuestras almas; y la misma sangre hará expiación de la persona.»
(Levítico 17:11).
A parte de su color, la vaca tenía que tener dos características adicionales:
- No tener falta, y
- no haber recibido yugo.
No tener falta alude a no tener defecto, la muerte es el peor de los males y el principal defecto de nuestro mundo actual. La vida por otro lado es el mejor don. La muerte puede ser asimilada a un yugo que todos debemos de cargar, desde el primer pecado cometido en el mundo. Todos heredamos este yugo y cargamos con nuestra naturaleza mortal, tal como está escrito:
«Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron.»
(Romanos 5:12).
«Y así como hemos traído la imagen del terrenal, traeremos también la imagen del celestial.»
(1 Corintios 15:49)
El color, su falta de yugo, y su falta de tacha, alude a vida e incorrupción. Como podemos notar, las tres características de la vaca alazana aluden a vida, algo que debemos de esperar pues las impurezas tienen que ver con muerte y la purificación tiene que ver con vida.
Si seguimos considerando los detalles del ritual, encontraremos más alusiones a vida e incorruptibilidad. Leemos en la Torah:
«Luego tomará el sacerdote madera de cedro, e hisopo, y escarlata, y lo echará en medio del fuego en que arde la vaca.» (19:6).
Los tres elementos que se mencionan tienen que ver con vida y purificación.
- La madera de cedro es un elemento que se preserva mucho en el tiempo, dicha madera es considerada como muy duradera y como tal, es una alusión a lo imperecedero.
- El hisopo es símbolo de purificación, limpieza y conlleva la connotación de preservación de salud y vida.
- El escarlata tiene el color rojo que alude a la sangre, donde se encuentra la vida (Nefesh).
Vemos como nuevamente, encontramos poderosas alusiones a la vida en los detalles de las aguas de la vaca roja. Si añadimos que la vaca roja es el único caso en el que la sangre no se derrama o se esparce, sino que es incluida en la quema del animal, la alusión a contenido de vida, es inequívoca.
Jukat contra el postrer enemigo: la muerte.
Con todo este contenido simbólico, debemos aceptar que el Eterno estaba dando un gran mensaje en todo lo que tenía que ver con las impurezas: la muerte no es ideal y Yahvéh está en el proceso de terminar con ella; la muerte es el “último enemigo” a ser vencido por el Eterno a través de Su Mashiaj (Ungido). En otras palabras, nuestro mundo mortal en el que vivimos no es el ideal, el pecado y la muerte son nuestros verdaderos y máximos enemigos. El Eterno finalmente vencerá a la muerte, Él lo hará pues es el Elohim de la vida, no de los muertos, tal como lo afirmara en Su enseñanza nuestro Maestro y Dueño (Marcos 12:27).
Este mundo era perfecto en un inicio pero el pecado, y su fruto la muerte, estropearon el diseño original de la Intención divina. Sin embargo, todo el sistema ritual y simbólico de las impurezas y expiaciones del Mishkán (Tabernáculo) y el Beit Hamikdash (Templo) donde el contacto con muerte o abandono de vida, es visto como un problema a ser cubierto, habla poderosamente sobre la intención de Yahvéh de acabar con la muerte y el pecado para siempre, tal como lo dejó escrito en el oráculo del profeta Isaías:
«Destruirá a la muerte para siempre; y enjugará El Eterno el Señor toda lágrima de todos los rostros; y quitará la afrenta de su pueblo de toda la tierra; porque El Eterno lo ha dicho. Y se dirá en aquel día: He aquí, éste es nuestro Dios, le hemos esperado, y nos salvará; éste es El Eterno a quien hemos esperado, nos gozaremos y nos alegraremos en su salvación.»
(Isaías 25:8-9)
Así también lo afirmaba el apóstol Pablo:
«Y cuando esto corruptible se haya vestido de incorrupción, y esto mortal se haya vestido de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está escrita: Sorbida es la muerte en victoria. ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria?»
(1 Corintios 15:54-55).
Ahora bien, podemos entender que antes que los profetas y los apóstoles enseñaran la doctrina de la resurrección de la carne, la victoria final sobre el pecado y la muerte y todo lo relacionado con ello, el Eterno lo había enseñado en su bendita Torah (Instrucción) por medio del sistema de purificación del Mishkan, y particularmente con el estatuto de la Pará Adumá.
¡Que Elohim más poderoso y sabio! ¡El finalmente triunfará sobre la muerte y nosotros estaremos ahí para disfrutar de su reino!
Jukat y la Resurrección como pilar de la Fe.
Estudiando de este modo la Torah logramos comprender que la resurrección es uno de los pilares de la emunáh (fe o certeza) de Avraham. El gran Maimónides la calificó como uno de los trece principios de fe enumerados puesto que es el que da sentido a toda la existencia actual del Pueblo del Eterno.
El escritor de Hebreos consideró la resurrección de los muertos, una de las doctrinas básicas de la fe que se estudiaba en las casas de las comunidades del primer siglo:
«Por tanto, dejando ya los rudimentos de la doctrina de Cristo, vamos adelante a la perfección; no echando otra vez el fundamento del arrepentimiento de obras muertas, de la fe en Dios, de la doctrina de bautismos, de la imposición de manos, de la resurrección de los muertos y del juicio eterno.» (Hebreos 6:1-2).
Así es este asunto, para los discípulos de Yeshúa, en el primer siglo de nuestra Era Común, la realidad de la resurrección era aún más clara y certera que para nuestros ancestros. ¡Ellos sabían que el Eterno no solamente derrotará a la muerte sino que la manifestación de dicha promesa profética ha comenzado ya a través de la Victoria de Yeshúa El Mesías, el primogénito de entre los muertos, quien fue levantado de la tumba al tercer día sin ver corrupción (Salmo 16:10). Él fue elevado desde el Sheol como primicias de la resurrección final, tal como se nos dice:
«Más ahora El Mesías ha resucitado de los muertos; primicias de los que durmieron es hecho.»
(1 Corintios 15:20).
Si recorremos el proceso ceremonial de la vaca roja, vemos que la purificación de la muerte ocurría con rociamientos en dos etapas: la primera al tercer día, y la segunda, al séptimo (Números 19:12).
Entonces aprendemos que la purificación ritual por causa de muerto no era obtenida con una sola aspersión sino en dos etapas. De ese mismo modo, la purificación total de la muerte, esto es la resurrección de la humanidad, ha seguido un orden de etapas y no ha sido realizada en un solo evento.
Sabemos que el Mashiaj Yeshúa resucitó de los muertos, al tercer día de su muerte, como primogénito de entre los muertos. Entonces, también aceptamos por fe en dicha victoria mesiánica que la humanidad tendrá una resurrección al séptimo milenio desde que el Adam HaRishón (primer Adán), padre de todos, pecó y murió, tal como se nos dice:
«Pero cada uno en su debido orden: El Mesías, las primicias; luego los que son del Mesías, en su venida.«
(1 Corintios 15:23)
Captando dicho sentido escatológico, notamos que hay una alusión a estas etapas de resurrección en el proceso de aspersión de la vaca roja.
El Eterno ya comenzó Su victoria sobre la muerte, realizando la resurrección de los muertos, que ha irrumpido en nuestro mundo primeramente con Yeshua HaMashiaj, nuestro Dueño y Maestro. Pero aún queda la segunda etapa: la resurrección de toda la humanidad.
Jukat y el Bautismo por los Muertos.
Entonces, en Israel, la creencia en la resurrección de los muertos es un axioma. Por ello, es reflejada en el cuidado y en la honra que se le da un cadáver. En el judaísmo existe un profundo respeto por un cadáver y se considera un gran mandamiento dar honra a un ser querido que nos deja; todo lo que se hace, se ejecuta para dar honra al difunto. El cuerpo, es tratado con mucho valor pues será unido nuevamente al alma en la resurrección.
Es por causa de esto que una de las costumbres más emblemáticas consiste en la formación de lo que se denomina «Jevra Kadisha«, que significa «la hermandad santa» (o también «La sociedad santa«). Esta era un conjunto de personas voluntarias que se encargan de todos los asuntos que tienen que ver con el cuerpo: cuidar de él, encargarse que nunca esté solo, leer salmos cerca del féretro, etc.
Con esta tradición ancestral en nuestra mente, atrevámonos a mirar pues este asunto colocándonos los lentes de la cosmovisión judía que los discípulos del primer siglo sostenían.
Según la costumbre funeraria judía, un cadáver se preparaba para su entierro con un lavado ceremonial del cuerpo; como ejemplo de esto, en el libro de los Hechos de los apóstoles leemos que cuando Tabita murió, la comunidad de creyentes lavó su cuerpo (Hechos 9:37). La mentalidad judía, en la fe de Avraham, consideraba (y considera aún) un gran honor estar entre los que cuidan a los muertos de esta manera. El lavado ritual del cuerpo expresaba la fe que se enfoca en la resurrección de los muertos en la Era Mesiánica. Es decir, que es una preparación para la resurrección.
Ahora bien, conviene aquí agregar que quienes realizan el lavado ritual del difunto («Jevra Kadisha«) también se sumergen, una vez antes de atender al difunto y luego nuevamente después de completar la ceremonia. Cada uno de los oficiantes de esta ceremonia sabe que el contacto con el muerto provoca la impureza por causa de la contaminación del cadáver, por eso, al final, los que terminan de cuidar del cuerpo vuelven a hacer Tevilah de purificación simbólica por haber tenido el placer de haber cuidado a alguien y cubrirlo para su resurrección.
Así es como nos encontramos con que la Torah revela que tocar un cadáver hace que una persona sea ritualmente impura. Para ser limpiado, dicha alma humana necesitaba ser rociada con cenizas de la Padá Adumah (vaca roja). Después de completar el proceso de purificación de siete días, la persona contaminada se sumergía en una mikveh de agua viva, realizando pues una tevilah (un bautismo) de purificación. En tiempos del Templo, las cenizas de la vaca roja eran rociadas sobre ellos cuando asistían a las temporadas de fiesta, puesto que al tener contacto con un muerto, se adquiere impureza ritual.
Las cenizas de la vaca roja no habrían sido aplicadas a las personas que vivían fuera de la tierra de Israel, pero los creyentes de Corinto aún habrían pasado por la inmersión prescrita en una mikvé antes y después de atender a un cadáver. Todos estos rituales únicamente tienen sentido, si y solo si, habrá un resurrección. Si no hay resurrección, y el cuerpo es simplemente el remanente de algo que nunca más será, el ritual es completamente vano.
Este contexto litúrgico de Israel es lo que ayuda a explicar el tan difícil pasaje de la carta de Pablo a los Corintios, en la que mientras defendía la esperanza en una resurrección literal de entre los muertos, Pablo escribió: “[Si los muertos no resucitan] ¿qué harán los que se bautizan por los muertos? Si los muertos no resucitan en absoluto, ¿por qué, pues, se bautizan por ellos? (1 Corintios 15:29). Este extraño versículo ha molestado a lectores y estudiantes de la Biblia durante mucho tiempo simplemente por desconocer el contexto mental de los que leían la epístola paulina.
El apóstol Pablo, al escribir su epístola a los creyentes de Corinto, está teniendo en su mente toda esta ceremonia y es así como pregunta retóricamente: «Si los muertos no resucitan en absoluto, ¿por qué, pues, se bautizan por ellos?» (1 Corintios 15:29). En otras palabras, si los muertos no resucitan, ¿por qué practicar el lavado ritual del cuerpo, que requiere que la persona que realiza el lavado se sumerja? ¿Por qué preocuparse de dar honor ceremonial al cadáver si los muertos no resucitan?
Lamentablemente, el versículo ha sido malinterpretado por los teólogos cristianos debido a su obstinada desconexión con el judaísmo a la que la comunidad gentil creyente en Yeshúa fue sometida históricamente. En otras palabras, el apóstol Pablo no está haciendo referencia a personas haciendo Tevilah (bautismo) de conversión y fe en Yeshúa, prestándoles sus cuerpos al espíritu de personas ya fallecidas. Todo lo contrario, el apóstol está enseñando sobre la resurrección tomando como referencia a la purificación ritual que realizaban las personas que entraban en contacto con un cadáver luego de cuidarlo y lavarlo para su funeral. En los días de Pablo, el Templo de Jerusalén aún estaba en pleno propósito de avodá (adoración), por lo tanto, dichas personas también debían de ser rociadas con las cenizas de la vaca roja para poder acceder nuevamente al Templo, sin impureza ceremonial, apenas tuvieran la ocasión de peregrinar a la ciudad de David.
Entonces, y para que quede bien claro, el apóstol no está hablando de inmersiones en representación de un muerto, sino en inmersiones por causa de contacto con un muerto cuya memoria se guarda en la certeza de volverlo a ver en la resurrección en el día postrero. Parafraseando lo que Pablo está enseñando aquí, podríamos llevarlo a algo así: «Si los muertos no resucitan,… ¿entonces cuál es el sentido de cuidar a los cuerpos tanto y llegar a impurificarse ritualmente por ellos? ¿Qué necesidad hay de hacer inmersión por causa de ellos? Si los muertos no resucitan ¿para qué tanta molestia? Si los muertos no resucitan ¿Por qué está prescrita en la Torah una purificación por contacto? Si la muerte es un estado normal y seguirá siendo así ¿Por qué purificarse de ella? ¿No es esto muestra de que la muerte dejará de ser un día? ¿No es esto muestra de la resurrección de los muertos?«.
El apóstol, fiel a su llamado, está exhortando a los creyentes más débiles a reflexionar. Si no hay resurrección, entonces la vida debería vivirse buscando los placeres pasajeros y no del servicio al Eterno por medio del Mesías. Sin embargo, como Pablo ya argumentó, el Mesías fue resucitado, y los creyentes pueden confiar en que ellos también resucitarán. Si dudamos de la resurrección, si vivimos inconsistentemente con respecto a ella, si vivimos como si esta vida fuera todo lo que tenemos, entonces Pablo exhorta a los corintios, y a nosotros, a no dejarnos engañar
Los muertos resucitarán, y los rituales de limpieza de la contaminación de los cadáveres dan testimonio de esa resurrección venidera. En ese día, seremos limpiados de la impureza ritual de nuestros cuerpos mortales moribundos. Seremos resucitados incorruptibles y puros como nuestro justo Mesías:
“Aún no se ha manifestado lo que seremos. sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él”
(1 Juan 3:2)
Con todas estas consideraciones, debemos aceptar que cuando restauramos el contexto de los Escritos Mesiánicos (Nuevo Testamento), el significado se hace obvio para nuestras mentes y cobra bastante sentido para el propósito de nuestra misión apostólica. El Eterno nos ha otorgado todas las pistas en su Palabra. Él ha dado suficiente evidencia para que estemos seguros de nuestra victoria final sobre la muerte. Dicha victoria se ha logrado ya, por medio de nuestro Señor y Maestro. ¡La tumba no pudo contenerlo y la corrupción vencerlo, y tampoco nos vencerá eternamente a nosotros!… ¡Aleluyah!